Los Eternos fueron una creación de Jack Kirby cuando regresó a Marvel en 1976 y, en muchos aspectos, tomaron elementos ya ensayados en los “Nuevos Dioses” que el mismo Kirby había publicado sin demasiado éxito en DC a lo largo de los años anteriores. Se trataba de una rama de la humanidad producto de los experimentos que unos extraterrestres de gran poder, los Celestiales, realizaron sobre los antepasados de los Homo sapiens un millón de años atrás.
El objetivo de esos seres fue acelerar la evolución de la
especie humana dotándoles de la capacidad de manipular mentalmente la energía
cósmica para diversos fines. Los Desviantes, criaturas inestables genéticamente
y de aspecto casi invariablemente grotesco, fueron un experimento fallido de
los propios Celestiales y ambas especies se pasaron milenios combatiendo entre
sí. Los humanos los integraron en sus relatos convirtiéndolos en dioses (los
Eternos) y demonios (los Desviantes).
El problema que tuvo la serie ya desde poco después de su
arranque, además de la crónica falta de dirección de los guiones de Kirby, fue
que, a la vista de la tibia acogida por parte de los lectores, la editorial
presionó para integrar a todos esos personajes dentro del universo Marvel, algo
que no había sido contemplado inicialmente por su creador. Éste hizo algunos
tímidos intentos al respecto, pero la colección acabó cancelada en el número 19
sin haber resuelto ninguno de los hilos narrativos planteados. Se trataba de
unos personajes y una cosmogonía que entraban en conflicto directo con lo ya
establecido en Marvel (por ejemplo, se supone que los Eternos habían sido
tomados como dioses por las antiguas civilizaciones, pero ya existían en Marvel
panteones nórdicos o greco-romanos que cumplían esa función). Donde mejor
encaje tenían era en la colección Thor y allí fue donde se resolvieron algunos
de los hilos dejados inconclusos gracias a la mano de Roy Thomas y Mark
Gruenwald. Desde ese momento, aparte de menciones aisladas y la excepción de
Sersi, que se integró en los Vengadores, los Eternos acabaron mayormente
olvidados.
Hasta que, en 2006, Marvel le ofreció a Neil Gaiman el
proyecto de resucitar a esos veteranos durmientes. Hay quien ha dicho que para
tratar de reformular los grandes conceptos ideados por Kirby en sus obras hay
que ser o muy valiente o muy insensato. Si esto es cierto, lo es más todavía en
el caso de su última etapa en DC y Marvel, cuando acometió sus proyectos más
personales. Yo situaría a Gaiman en la primera categoría habida cuenta de su
experiencia y talento, si bien en este caso debía trabajar no con unos
conceptos propios sino con otros ya bien establecidos por un creador de primera
categoría. “Detalle” ése que no amilanó al autor inglés, que se unió al popular
dibujante John Romita Jr para reformular una mitología a mitad de camino entre
la ciencia ficción y la magia, que jugaba con la idea del diseño inteligente y
que se aprovechaba de esa afinidad de Gaiman por las historias de “dioses”
caminando ocultos entre los hombres y en la que
ya se había inspirado anteriormente
en su comic “Sandman” y las novelas “Buenos Presagios” y “American Gods”.
La miniserie de 7 números resultante, titulada “Del Génesis al Apocalipsis”, saca partido de la propia oscuridad en la que han vivido esos personajes durante décadas, conocidos solo por los fans más entregados y veteranos de Marvel, ofreciendo una historia en la que pueden zambullirse también los lectores menos avezados y desconocedores de ese rincón del universo cósmico de la editorial. Es un comic muy cinematográfico y tan profuso en ideas que a veces a punto está de olvidar su propia trama.
Mark Curry lleva una vida normal como estudiante de
medicina en prácticas en el departamento de urgencias de un hospital de Nueva
York hasta que un individuo que dice llamarse Ike Harris –o Ikaris- le empieza
a acosar tratando de convencerle de que ambos son inmortales y que su auténtico
nombre es Makkari. Cuando el propio Ikaris es asaltado por unos misteriosos
individuos y termina como paciente en el hospital de Mark, aprovecha para
contarle la historia de los Eternos, seres inmortales y superpoderosos que,
junto a los Desviantes, monstruosos y fecundos, fueron creados cientos de miles
de años atrás por los Celestiales, unos seres de inmenso poder equivalente al
de un Dios que viajan por el universo diseminando vida. Aunque Mark es
escéptico al respecto, no puede soslayar el hecho de que algunos de los detalles
que le da Ikaris concuerdan con las pesadillas que le atormentan por las
noches.
De hecho, casi los cien Eternos vivos han olvidado quiénes
son y viven entre los humanos del presente desempeñando diversas actividades.
Sersi, por ejemplo, es una alegre y despreocupada organizadora de eventos que
es contratada para montar una fiesta en la embajada de Vorozheika, un pequeño
país en la órbita rusa. Druig, el viceprimer ministro de esa nación, ha perdido
el favor político de la élite y ha sido marcado para morir. Thena Elliot es una
científica especializada en armamento que trabaja para las Industrias Stark.
Duende es una estrella adolescente de un canal televisivo infantil. Ajak es un
encargado de mantenimiento que –él sí ha conservado intacta su memoria- vigila
el paradero y actividades de todos sus congéneres a la espera de “despertarlos”.
Y el venerable líder, Zuras, se ha convertido en un patético y alcoholizado
vagabundo.
Varios de los Eternos acaban invitados a la fiesta
organizada por Sersi, donde se produce un secuestro de científicos y el intento
de asesinato de Druig por parte de sus rivales políticos. La tensión resultante
provoca que los antiguos instintos de Makkari, Thena y Sersei se reactiven
manifestándose su auténtica naturaleza superhumana. El incidente, como era de
esperar, plantea todavía más preguntas a Mark Curry, que viaja hasta San
Francisco para hablar con el arrogante Duente, quien no tiene inconveniente en
confirmar todo lo revelado por Ikaris y confesarse responsable de la amnesia
colectiva de los Eternos. Su plan no queda del todo explicado, pero está
relacionado con el aprovechamiento de la energía de un Celestial dormido bajo
el Golden Gate Park para convertir en humanos a los Eternos. El motivo de esa
traición son los celos y la amargura: Duende, que en su condición de Eterno
está condenado a seguir siendo un niño para siempre, quiere vivir una
existencia de adulto y mantener relaciones sentimentales y sexuales maduras.
Mientras tanto, los Desviantes han estado ocultándose y planeando despertar al
Celestial durmiente con la esperanza de desencadenar el fin del mundo.
Afortunadamente, la ayuda está en camino porque Ikaris, que había muerto asesinado por los Desviantes que le perseguían, resucita en unas cámaras localizadas en una escondida ciudad de la Antártida, mientras que Ajak recupera a Zuras. Los principales Eternos, ahora en pleno uso de sus poderes y con sus uniformes distintivos, se encuentran, sin embargo, programados para proteger al Celestial y ni siquiera los Vengadores son capaces de prestar ayuda ante una amenaza tan colosal como la que supone éste. Cuando el ser cósmico despierta, afortunadamente, simpatiza con Makkari y decide no destruir todavía el planeta, encargando a los Eternos su protección en tanto decide su sentencia definitiva sobre la supervivencia de la especie humana. La miniserie termina con Ikaris y Makkari compitiendo en velocidad para despertar al resto de los Eternos, dejando claramente abierta la puerta a una segunda miniserie o una colección regular.
El principal mérito de Gaiman en esta miniserie fue hacer
accesibles otra vez a los personajes y su mitología tras años de olvido. La
enormidad del poder de los Eternos y sus creadores, los Celestiales, es
rápidamente explicada con un repaso a su pasado en el que los lectores más
veteranos redescubren con placer toda la grandilocuencia y barroquismo de la
imaginación de Jack Kirby. Con eficacia, Gaiman presenta las claves de los
Eternos al mismo tiempo que va desarrollando su historia y profundizando en el
enigma que sirve de motor a la misma.
Así, descubrimos que los Eternos son inmunes a la
enfermedad y no pueden morir por causas naturales, que controlan sus
organismos, pueden regenerarse, son extraordinariamente fuertes y resistentes a
las variaciones de temperatura y el desgaste físico. También, según el
individuo, pueden volar, mover objetos con la fuerza de la mente, cambiar su
apariencia proyectando espejismos o transmutar materia, proyectar energía
cósmica, teleportarse, controlar la voluntad ajena… Son superhombres, sí, pero
no superhéroes en la línea de, digamos, Spiderman, el Capitán América o los
X-Men. En cuanto recuperan su memoria, sus vidas civiles con los
correspondientes problemas domésticos dejan de importar. Lo suyo no es la lucha
contra el crimen o la persecución de villanos megalómanos. Aquí lo que está en
juego es el destino de todo el planeta, donde confluyen fuerzas cósmicas
incomprensibles para el hombre corriente.
Pero no todo son virtudes en este comic. Quizá Marvel sólo pudo permitirse pagar a Gaiman para que insuflara nueva vida a los personajes, esperando que algún otro guionista de la casa, más barato, se encargaría luego de continuar sus aventuras. De hecho, originalmente, este proyecto se anunció como una miniserie de seis episodios, aunque luego se añadió uno más que sirviera para solventar los máximos hilos posibles y facilitar así la tarea a sus sucesores. Y es una lástima porque los tres primeros episodios son compactos, interesantes y centrados en sentar las bases para estos “nuevos” Eternos. La escena de la gala en la embajada, por ejemplo, es un modelo de narrativa. Pero a partir de ese punto, las apuestas se hacen más y más ambiciosas sin que, conforme avanza la lectura, se tengan ya esperanzas de que puedan culminar en algo tan épico como promete.
Gaiman invierte demasiado tiempo moviendo los personajes de
A a B e introduciendo algunas subtramas muy interesantes que nunca llegan a
completarse. Por ejemplo, dedica no poco espacio y tiempo a retratar la villanía
de Druig sólo para marginarlo a continuación y centrarse exclusivamente en el
“equipo heroico” mientras afrontan el conflicto final –que ni siquiera es
único, sino doble: contra el Celestial redivivo y contra la horda de Desviantes
que asaltan Olimpia). Aparte de una sola viñeta en el número 7, la subtrama de
Druig se deja inconclusa a la espera de un nuevo guionista que la continúe. Si
el viaje del punto A (la búsqueda y despertar de los Eternos) a B (el
renacimiento del Celestial) es obvia y el lector ya sabe dónde van a acabar confluyendo
los personajes, ¿no hubiera sido mejor acortar ese trayecto y concentrarse en
la parte nueva y menos previsible de la aventura?
Por otra parte, aunque Gaiman tenía entre manos material
más que suficiente para construir una historia autónoma, se ve obligado a
encajar referencias al evento “Civil War” por entonces en desarrollo. La
inclusión de Iron Man y los Vengadores se emplea casi enteramente en presionar
a los Eternos, especialmente a Sersi –que había sido Vengadora pero que ya no
guarda memoria de ello- para que escojan bandos (a lo que Zuras responde no sin
cierto desprecio: “”Si vieras a dos grupos de niños peleándose por quién puede
jugar en un yermo, elegirías un bando?”, dejando claro lo muy por encima de los
conflictos humanos que están los Eternos). El reality show que protagoniza
Duende hace abierta propaganda pro-Registro. Es casi seguro que estas nada
sutiles inclusiones fueron directrices de Marvel para recordar al lector casual
que se trataba de una historia incluida en su universo. Pero son momentos con
los que claramente Gaiman no se siente cómodo y que, inevitablemente, no sólo parecen
pertenecer a otro comic sino que hacen envejecer a éste más de lo que debería.
La aproximación que hace Gaiman a la creación de Kirby
puede resultar para los amantes de la obra de éste desapasionada y mecánica. Y
es que esos fascinantes campeones cósmico-divinos de los 70 quedan
transformados aquí en anticuerpos programados genéticamente para defender la
incubadora de un Celestial (la Tierra), mientras que los Desviantes afirman ser
mero alimento para el futuro nacido (lo que explica por qué los Celestiales les
hicieron tan fértiles). Ahora bien, en primer lugar hay que tener en cuenta que
este es un comic dirigido sobre todo a lectores que no estén familiarizados con
los Eternos, por lo que mantenerse fiel al material original no es una
prioridad.
Y, en segundo lugar, muchas de las ideas que aporta Gaiman
en su reformulación, aunque no son nuevas, al menos sí están bien expuestas y
son incluso inteligentes. La elección de un tono algo más subjetivo que los
episodios originales de Kirby es interesante, como también la decisión de
promover a Makkari al rol protagonista ya que pocos personajes son más
aburridos que Ikaris. En general, Gaiman retrata a cada uno de los Eternos
principales con cariño y humanidad aun cuando en ocasiones abuse de los
diálogos. Las escenas de Sersi con Stark están bien planteadas, subrayando la
desconexión de ella con su olvidado pasado como Vengadora. Los Desviantes o el
“Pueblo Cambiante” como aquí se llaman a sí mismos, exhiben una sorprendente
sensibilidad en su forma de pensar –no tanto en el poco inspirado dibujo con
que los retrata Romita-. Se agradece que Gaiman les dote de motivaciones más
sólidas de lo que jamás hizo Kirby y sus creencias religiosas relacionadas con
el Celestial y Makkari son también un acierto.
Claramente, los Eternos de Gaiman no son los de Kirby. Lo
más destacable de su versión es cómo consigue acercarlos a su terreno sin
perder el eco de los originales. Lo mismo podría decirse del dibujo de John
Romita Jr, ya con su estilo plenamente maduro y personal. En esta ocasión, su
labor es retocada por un equipo de entintadores y coloristas entre los que se
cuentan Danny Miki, Tim Townsend, Tom Palmer, Klaus Janson, Matt Hollingsworth
o Dean White. Las manos que intervienen en el dibujo de cada episodio, por
tanto, van cambiando y, consecuentemente, la calidad oscila algo más de lo que
hubiera sido deseable, pero nunca tanto como para que el corazón gráfico quede
deformado u oculto. Hacía ya mucho tiempo que Romita era uno de los pilares artísticos
de Marvel y aquí volvió a demostrar por qué.
Su sentido narrativo es impecable, el ritmo fluido y las
escenas de acción particularmente enérgicas. Su interpretación de los
Celestiales, unos personajes complejos de representar en toda su épica
cosmicidad, es completamente satisfactoria. Su diseño está obviamente influido
por Kirby (¿cómo superarlo?) pero Romita le añade una capa propia de textura que
les hace parecer más tallados en piedra que moldeados de metal. Además, su
tendencia a dibujar las figuras con cierto aire corpulento y cuadrado juega a
favor de la historia en este caso.
Sus rediseños de los Eternos están quizá menos inspirados. Ikaris, Makari, Duende, Thena y Zuras tienen todos un aspecto más actual y pulido que los diseños originales de Kirby, pero Druig no transmite la naturaleza malvada que Gaiman escribe para él. Sersi permanece prácticamente sin variación respecto a su imagen clásica. Con todo, teniendo en cuenta la fina línea por la que tenía que transitar Romita –modernizar y aligerar los barrocos diseños de Kirby pero respetando su esencia- puede decirse que sale airoso.
Por otra parte, Romita es lo suficientemente hábil como para hacer creíbles las escenas cotidianas, pero sus mejores momentos llegan cuando deja libre su imaginación, por ejemplo, dibujando esa extravagante tecnología extraterrestre. Por eso es una lástima que, en la batalla final que se libra en mitad de los yermos antárticos, la escena no esté a la altura de lo que la historia pretende.
“Los Eternos: del Génesis al Apocalipsis”, es un comic algo
irregular que quizá no esté a la altura de lo que se esperaría de Neil Gaiman. A
menudo sus trabajos reciben grandes alabanzas por la simple razón de venir
escritos por él pero a estas alturas ha quedado claro que sus incursiones en el
mundo de los superhéroes no se cuentan entre lo mejor de su obra. “Los Eternos”
no es un mal tebeo, pero ni es lo mejor que se podría haber hecho con los
personajes ni está entre lo más destacado de la carrera de Gaiman.
Tampoco todos los diseños de Romita están igual de inspirados (los Desviantes son monstruos muy convencionales y Duende exhibe una irritante falta de expresividad habida cuenta de lo conmovedor que debería ser su drama vital y destino final) y los diálogos a veces son más profusos de lo que deberían, tratando además de sonar más profundos de lo que en realidad son. Pero en general, la miniserie ofrece una lectura entretenida y un reinicio sólido para los personajes de Kirby, que permite modernizarlos y reincorporarlos a la cosmogonía Marvel sobre unas bases reforzadas de CF.
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