El éxito de la revista francesa de comic “Metal Hurlant” (1974), en cuyas páginas publicaban nombres de la talla de Moebius, Enki Bilal, Richard Corben, Alejandro Jodorowsky o Phillippe Druillet, así como el de su versión norteamericana, “Heavy Metal”, que debutó en 1977 adoptando el mismo tono adulto, oscuro, violento y a menudo erótico en sus historias de CF y Fantasía, provocó un terremoto en el mundo del comic-book de mediados de los 70.
En sus páginas no se veían superhéroes musculosos
protegiendo a inocentes viandantes de supervillanos egomaniacos, sino
anti-heroes con un sentido moral tan cuestionable como el de las fuerzas contra
las que combatían. Las historias trataban menos de salvar al mundo de armas apocalípticas
como de la “sencilla” supervivencia en mundos y futuros en los que la vida era
barata; historias que a menudo mostraban mujeres escasamente vestidas y hombres
varoniles de frases lapidarias enredados en tramas donde abundaban las drogas,
la prostitución o la hiperviolencia. Había comentarios sociopolíticos
frecuentemente acompañados de humor negro que impedían que las historias descarrilaran
o cayeran en el puro nihilismo. Y todo ello narrado con estilos gráficos poco
convencionales, incluso experimentales, por parte de autores de tanto talento
como entusiasmo y amor por el medio.
Sin embargo, antes de que Metal Hurlant despegara y se
convirtiera en el referente mundial del comic fantacientífico, hubo un
precedente en Estados Unidos del que hoy se habla menos, quizá porque la labor
de los pioneros siempre ha sido desagradecida: “Star Reach”, en cuyas páginas
se publicó la obra que ahora comentamos y que vino firmada por un joven
revolucionario e irreverente.
En 1970 desembarcó en la industria una nueva generación de jóvenes autores dispuestos a revolucionar el medio. A diferencia de sus antecesores, profesionales veteranos cuyo único objetivo era ganarse la vida y muchos de los cuales soñaban con dar el salto al más prestigioso mundo de las tiras de prensa o la ilustración comercial, ellos habían crecido con los comics e idolatrado tanto a los artistas de la EC como a sus herederos de Warren, a los clásicos de la prensa (Foster, Raymond, Stan Drake…) como a popes de la ilustración como Frazzetta o los padres de la resurrección superheroica de los 60: Gil Kane, Steve Ditko, Jack Kirby, John Buscema, Jim Steranko, Neal Adams… Bebían de la ilustración académica de Howard Pyle o Charles Dana Gibson, pintores modernistas como Alphonse Mucha y Aubrey Beardsley y maestros todoterreno del comic como Wallace Wood o Alex Toth.
Eran jóvenes, rebeldes, ambiciosos, buenos conocedores del medio y hacían piña. Por tanto, eran también carne dura de roer para la picadora industrial del comic mainstream. No era fácil seducir a estos recién llegados para que se amoldaran a los estilos “de la casa” y, efectivamente, no tardaron en reafirmar su individualidad y revolucionar la industria con sus trabajos. Sus nombres hoy gozan de la categoría de clásicos de la historia del comic: Jim Starlin, Walt Simonson, Bernie Wrightson, Mike Kaluta, Barry Smith, P.Craig Russell, Frank Brunner… y Howard Chaykin.
Chaykin, nacido en 1950, tuvo una infancia difícil para la
que tiene pocas palabras amables aparte de su descubrimiento de los comics. A
los 19 años empezó a trabajar como ayudante de Gil Kane pasando luego a los
estudios de Wally Wood y Neal Adams, quien le presentó a algunos editores de
DC, facilitándole su conversión en profesional por derecho propio.
Por desgracia, para cuando esto sucedió, Chaykin se dio
cuenta de que los superhéroes, la fuerza motriz de la industria del comic-book,
no le interesaban demasiado. Tuvo la fortuna de que, por entonces, las dos
grandes editoriales, Marvel y DC, estuvieran tanteando otros géneros previendo
una posible recesión en las ventas de su catálogo de justicieros disfrazados.
Tras unos tambaleantes comienzos en títulos de terror, romance y bélicos para
DC, dibuja –con guiones de Denny O´Neil- la adaptación de los populares héroes
de espada y brujería Fahrd y el Ratonero Gris, creados para la literatura por
Fritz Leiber. Aunque, por desgracia, las aventuras de la peculiar pareja de
guerreros, serializadas en “Sword of Sorcery” sólo duraron cinco números (1-5,
marzo-diciembre 73 aunque Chaykin no participó en el último), fue un comienzo
auspicioso para su carrera. Los héroes de Leiber eran la antítesis de los
musculosos y ceñudos guerreros salidos de la imaginación de Robert E.Howard
(Conan, Kull, Bran Mak Morn) llevados al comic por Marvel en aquel momento.
Fafhrd y el Ratonero eran personajes más sofisticados, que sólo se metían en
una pelea si tenían las posibilidades a su favor y que sabían huir sin
vergüenza cuando la prudencia era lo más sensato. En lugar de abrirse camino a
espadazos diezmando ejércitos enteros, la pareja solía verse involucrada en
robos y estafas.
De la Fantasía Heroíca, Chaykin pasó a la Ciencia Ficción,
esta vez con un personaje propio que encontraría espacio en otra de esas
efímeras antologías de DC, “Weird Worlds”, que había empezado publicando
aventuras de algunos de los personajes de Edgar Rice Burroughs. Cuando la
editorial perdió la licencia de aquéllos, ahí estaba Chaykin para llenar sus páginas
con Iron Wolf, presentado en los que iban a ser los tres últimos números de esa
cabecera (8-10, diciembre 73-noviembre 74). Las aventuras de Iron Wolf
(escritas por Denny O´Neil, aunque el personaje, ya lo he dicho, fuera creación
de Chaykin) eran pura space opera y su protagonista era un aristócrata y oficial
del Imperio Galaktiko que se rebelaba contra la corrupción y se veía convertido
contra su voluntad en pirata espacial a bordo de su nave, el “Jocoso Libertino”,
construido con madera antigravitatoria proveniente de su mundo natal. Ha habido
quien ha querido ver ciertos paralelismos entre este personaje, mezcla de Robin
Hood, Rob Roy y Flash Gordon, con el posterior Han Solo de “Star Wars”, aunque
esta apreciación esté algo cogida por los pelos.
Tras dibujar una aventura de Batman (“Detective Comics”
441), Chaykin se marcha a Marvel, donde se encarga de otro héroe de CF ya en
marcha, “Killraven”, del que ya hablé en otra entrada. En esa editorial se
ocuparía también de otras series de aventuras o fantasía, como “Dominic
Fortune”, “Kull and the Barbarians” o “Conan”. Pero su siguiente gran
oportunidad la encontró en otro rincón de la industria con unos intereses y
objetivos muy diferentes.
Mike Friedrich fue uno de los nombres (otros serían, por ejemplo, Dean Mullaney, fundador de Eclipse; Phil Seuling, fundador de la Convención de Comic de Nueva York y “padre” del mercado de venta directa junto a Bud Plant, distribuidor y editor especializado en comics underground) que cambiaron el panorama de la industria norteamericana del comic durante la década de los 70 y 80 del pasado siglo. Friedrich había comenzado como aficionado, pasó a ser guionista autónomo para DC y Marvel y dio el salto a la edición con su propia compañía, “Star Reach”, reconvirtiéndose más tarde en agente y haciendo de su sello una prestigiosa agencia que representaba a dibujantes y guionistas.
Como profesional autónomo, había llegado a conocer bien los
contratos (y los problemas que éstos generaban) que imponían las grandes
compañías, así que cuando se convirtió en editor, decidió ofrecer un camino
alternativo para aquellos creadores interesados en proyectos en los que DC o
Marvel o bien no tenían interés o bien no compartirían los derechos con los
autores. Puede que esto no parezca hoy una iniciativa revolucionaria, pero en
aquellos tiempos, si alguien quería contar historias fuera del molde
superheroico forjado por Marvel y DC o acababa discutiendo con los editores de
ambas, no tuvo ninguna alternativa hasta la llegada de Star Reach y Eclipse. Cuando
Friedrich se hizo agente, pudo emplear su experiencia en ayudar a otros autores
a negociar mejores contratos.
Howard Chaykin, que siempre fue un alma rebelde que hablaba
sin pelos en la lengua y que era muy consciente de la rapacidad de las
editoriales, fue uno de los primeros autores en entrar en su círculo y adoptar
su filosofía. Y lo hizo cuando en abril de 1974, Friedrich lanzó una nueva
revista que, en sus propias palabras, iba a cambiar el curso de la historia del
comic. Se trataba de un prozine, esto es, una revista realizada y editada por
profesionales (en contraposición al término fanzine, revista de “fans”). Los
autores conservaban la propiedad de los personajes y Friedrich sólo les
compraba los derechos de publicación durante un tiempo limitado. El título de
la cabecera fue “Star Reach”, como la editorial, y el primer número lucía una
portada dibujada por Chaykin en la que se presentaba a su nuevo personaje, Cody
Starbuck.
El comic, disponible sólo en las tiendas especializadas, ofrecía
48 páginas de historias por 75 centavos e incluía a algunos de los artistas más
prometedores de la industria. Aquel número inaugural, por ejemplo, contenía
tres espectaculares historias de Jim Starlin, entonces muy reconocido por su
etapa en el “Capitán Marvel”; una de 16 páginas del mencionado Cody Starbuck
por un Chaykin que había cosechado justificadamente buenas críticas por su
“Iron Wolf”; una titulada “A Tale of Sword and Sorcery”, firmada por Ed Hicks y
Walter Simonson (una parodia del género en el que ya se podían vislumbrar
elementos de su futuro Thor); y dos piezas cómicas por Steve Skeats. Todo ello
en un primoroso blanco y negro.
Friedrich llevaba dándole vueltas a “Star Reach” desde
1972, cuando intentó lanzar por su cuenta una adaptación al comic de Bran Mak
Morn, el personaje creado para la literatura pulp por Robert E.Howard.
Consiguió interesar a Barry Smith y éste dibujó diez páginas antes de abandonar
el trabajo (que sería terminado por Tim Conrad y publicado años después en “La
Espada Salvaje de Conan”, de Marvel). Posteriores conversaciones con Jim
Starlin y Howard Chaykin llevarían, ahora sí, a la fundación de “Star Reach”.
Tal y como declararía años después Chaykin al respecto de los comics que allí
publicó: “Eran divertidos de hacer y el dinero estaba bien. Por entonces no
tenía la energía, habilidades o entusiasmo necesarios para hacer correctamente
un comic mensual. No era lo suficientemente bueno. No lo fui hasta que regresé
a los comics tras un descanso como ilustrador. La oportunidad de hacer trabajos
cortos aquí y allí era otra forma de ganarse la vida y “Star Reach” fue uno
más”.
(Aunque para Chaykin no fuera más que otro trabajo, Jim Starlin sí se lo tomó como algo mucho más personal y aprovechó la oportunidad para denunciar el tipo de trato que dispensaba Marvel a sus autores. Su primera historia para la revista, “Death Building”, muestra a un artista que entra en un edificio de oficinas de Nueva York, entre Madison y la calle 55, justo donde se encontraban las oficinas de Marvel, y se toma una pastilla de ácido mientras sube en el ascensor. El artista, que afirma ser un “ser de imaginación” se baja del ascensor y rápidamente asesina a una Muerte embozada antes de ser él mismo aniquilado. En las viñetas finales, otro artista entra en el edificio, un nuevo cordero sacrificial directo al matadero. Su nombre: Jim Starlin).
Aunque el comic costaba casi cuatro veces más que uno
estándar de Marvel o DC), Friedrich agotó su tirada inicial de 15.000
ejemplares en tan solo seis meses. Gracias a una convención de comics de un
solo día que se celebró en Berkeley, California, poco después de que se
publicara el primer número, Friedrich pudo contactar con Bud Plant y Last Gasp,
dos de los principales distribuidores del país a tiendas especializadas. El
evento se celebró un sábado; el lunes, Plant y el equipo de Last Gasp ya habían
enviado a Friedrich peticiones de más ejemplares para sus clientes. En solo una
semana, los costes de impresión estaban cubiertos. Gracias al boca oído, “Star
Reach” fue acumulando ventas y prestigio en un entorno con pocas alternativas
para lectores deseosos de material más arriesgado pero sin llegar al
underground.
“Star Reach” fue un paso intermedio entre las editoriales mainstream y los pequeños sellos marginales, combinando el entusiasmo de los fans, una mezcla de sensibilidad europea y underground norteamericana y una calidad profesional. Tras el éxito del primer número, Friedrich necesitó todo un año para reunir material para el segundo, que llegó a las tiendas especializadas en abril de 1975.
Volviendo al personaje que nos ocupa, aunque Iron Wolf no
había tenido una vida muy larga en DC, Chaykin, que nunca ha tenido reparos a
la hora de reciclar las buenas ideas, se había quedado con ganas de más y
recuperó ese tono de space opera-capa y espada, deudor del Flash Gordon de Alex Raymond con su siguiente héroe, “Cody Starbuck”, que debutó en el mencionado
número inaugural de “Star Reach”. Se trataba de un pirata espacial en busca de
la novia de un gobernador planetario secuestrada por un monje. Cody rescata a
la chica, escapa en su nave, el Jocoso Libertino –donde la muchacha le expresa
carnalmente su agradecimiento- y luego la devuelve a su marido con una sonrisa
en el rostro. Pero resulta que uno de sus invitados, Trachmann, es un odiado
rival y tras rememorar el origen de su enemistad, Starbuck decide no saldar
cuentas para no agraviar a su cliente. Paseando por las calles de la ciudad de
Nuevo Aragón, encuentra a un viejo amigo, disfruta de algo de sexo con unas
clonandroides, es atacado por un asesino, lo hace hablar y marcha directo a
enfrentarse con Trachmann. Tras un duelo a puñetazos y espadas, el villano
muere tratando de escapar.
Todo es un poco confuso pero tan deliberadamente
provocativo y dinámico que se lee con rapidez y agrado. Con una espada en una
mano y una pistola de rayos en la otra, Starbuck sí fue un probable predecesor
de Han Solo, si bien mucho más cínico y moralmente reprobable. Si este fue
realmente el caso (esto es, si Lucas se fijó en él para modelar a su
contrabandista corelliano) es difícil de decir. Han Solo no es un espadachín
sino un pistolero y, aunque es fácil considerarlo tan pirata espacial como
Starbuck, lo cierto es que el tipo de historias que para éste escribió Chaykin
eran de un tipo y tono muy distinto de lo que jamás ha sido Star Wars. Sí, hay
embajadores, flotas estelares, duelos y hasta un emperador; y sí, el héroe
incluso rescata a una princesa. Pero mientras que Solo era un bribón simpático,
Starbuck es inmoral e incluso despiadado. De hecho, sólo en las cinco primeras
páginas de esta entrega de presentación ya podía vérsele decapitando
sangrientamente a un adversario con su espada, masacrando a otros varios y
disfrutando de la felación de la dama que acaba de rescatar mientras atiende
una videollamada; algo más adelante pueden verse cabezas reventadas y escenas
moderadamente lésbicas entre mujeres eróticamente vestidas.
Aquí es donde Chaykin sentó las bases para su futura
reputación como autor provocador y obsesionado con el sexo. Sus páginas de Cody
Starbuck son tan potentes que inmediatamente le convirtieron en la estrella de
la revista, por mucho que las dos historias de Starlin que le acompañaban
estuvieran mejor dibujadas y narradas. Con todo, aquí la línea de Chaykin
mejora considerablemente respecto a sus trabajos anteriores en DC; se nota su
confianza y la experiencia que ya iba acumulando. Su dibujo aún está muy
influenciado por los estilos de Gil Kane y Neal Adams pero no tardaría en
evolucionar y desarrollar uno propio. El guion, no obstante, es tosco. Fue
Archie Goodwin quien le introdujo en los grandes nombres de la ficción
policiaca (Mickey Spillane, James M Cain), de los que tomaría sus personajes
duros y cínicos, situándolos en marcos de space opera clásica que remitían a
autores Leigh Brackett, Edmond Hamilton o C.L.Moore (aunque en las siguientes
historias, iría escorándose hacia una CF más reminiscente de la de Michael
Moorcock; de quien, por cierto, adaptaría al comic en 1979 uno de sus
personajes, Erekose, en la novela gráfica “Espadas del Cielo, Flores del Infierno”, serializada en “Heavy Metal”).
Como ya he dicho, “Star Reach” era una pequeña revista
realizada por profesionales y no por una gran empresa editorial, lo que quería
decir que su cadencia era irregular, lanzándose cada número sólo cuando los
artistas conseguían hacer sitio en sus agendas para completar las historias
comprometidas con Friedrich. Así, hubo que esperar dos años tras el debut de la
cabecera para leer una nueva aventura de Cody Starbuck en el nº 4. En esta
ocasión, lo encontramos trabajando a sueldo de un gran emporio mercantil,
Abraxas, y lanzando un ataque contra un cartel rival en el curso del cual roba
un artefacto que permite el viaje hiperespacial. Sin embargo, está codificado y
sólo funciona aplicando las huellas dactilares de su pacifista y desaparecido
inventor, Diego Portman. En las negociaciones con Sjardin, la libertina presidenta
hereditaria de Abraxas, Starbuck exige como pago por encontrar a Portman el 50%
de los beneficios que genere el invento durante los siguientes 25 años.
Un montaje a página completa nos muestra a Starbuck
buscando a su presa y obteniendo la pista que le lleva hasta una tribu nómada
de un planeta salvaje… y a la hija del jefe. Su cacería le devuelve a
territorio Abraxas, donde descubre que su patrona, Sjardin, está preparándole
una trampa. Homenajeando al “Scaramouche” de Rafael Sabatini, Chaykin hace que
Cody se disfrace de Arlequín y luche contra los sicarios de la pérfida Sjardin.
En la refriega, Portman resulta muerto y se descubre que sus manos, lo único
que se necesitaba para activar su invento, le fueron amputadas tiempo atrás por
hombres de la propia Sjardin, reemplazándolas por marionetas.
Una vez más, Chaykin no ofrece demasiado contexto para esta peripecia y el lector se ve inmerso en la acción desde la primera página; ni siquiera hay un atisbo de continuidad respecto a lo narrado en el capítulo anterior. Por otra parte y empapándose de las ficciones criminales que tanto le gustan a Chaykin, el personaje se define ya abiertamente como un mercenario amoral, un perfil que será el habitual para el resto de personajes que el autor creará durante su futura carrera. El dibujo, más espontáneo y sucio, está empezando a alejarse del molde de Neal Adams y adoptando manierismos que ya permanecerán con Chaykin durante las siguientes décadas.
Chaykin hizo una colaboración más para “Star Reach” en su número 5, una historia con guion de Len Wein y protagonizada por un mago llamado Gideon Faust . Pero entonces, otro proyecto, también de CF, se le cruzó en su camino: “Star Wars”.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Descubrí (y me enamoré de) el trabajo de Howard Chaykin con las historias de Solomon Kane, Red Sonja y Conan (convenientemente disfrazado por Ernie Chan) para Marvel. Luego llegaron Cody Starbuck, con esa nave inolvidablemente bautizada como El Jocoso Libertino y aquel traje de arlequín que recordaba a Freddie Mercury, y Espadas del Cielo, Flores del Infierno, con el deslumbrante color dado por este artista, curiosamente daltónico. Ambas obras en las revistas de Toutain. Qué necesaria es una reedición de Cody Starbuck. Espero que Dolmen se atreva y se haga con los derechos.
ResponderEliminar