Los lazos familiares siempre han sido fuente para innumerables historias desde el alba de los tiempos. Es natural. La familia sigue siendo hoy la institución humana más antigua y primordial. Sus orígenes se remontan a millones de años, en los primeros estadios de la evolución de nuestros antepasados homínidos, cuando la supervivencia de los individuos dependía de la fuerza de estos lazos.
A nadie se le escapa que hoy en día que el individuo puede
sobrevivir ya sin pertenecer a una familia. La sociedad ha evolucionado mucho
y, con ella, la familia, tanto en su organización y composición como en las
relaciones que rigen en su seno. Hoy se le da más valor al individuo que al
colectivo, por lo que es normal que la institución familiar ya no sea tan
preponderante como en el pasado. Dado que las necesidades del individuo ya no
se satisfacen exclusivamente a través de la familia, le resulta más sencillo
distanciarse de ella si sus valores no están en la misma sintonía o si no le
proporciona el reconocimiento y gratificación buscados.
Tras los satisfactorios resultados obtenidos con su anterior colaboración en “El Viaje de Abel” (2020), la escritora y guionista (además de abogada) Isabelle Sivan y el dibujante Bruno Duhamel analizan en “Dos Hermanas” algunas de las nuevas problemáticas emocionales a que dan lugar las dinámicas sociales modernas a través de sus protagonistas, opuestas sí, pero no antagónicas.
Lise y Camille son hermanas y, por tanto, comparten
apellido, padre, madre y la misma dirección, la del hogar de su infancia. Pero
no comparten piso. Han dividido la casa por su exacta mitad, incluyendo el
pequeño jardín delantero, mediante un muro casi tan alto como las diferencias
que las separan. De hecho, ambas son tan diferentes que les cuesta ponerse de
acuerdo incluso en las cosas más básicas y su paciencia les llega apenas para
tolerarse mutuamente.
Aficionada al fútbol desde la infancia, Lise es deportista,
trabaja en el mundo financiero, practica meditación, le gusta el silencio y su
parte de la casa está limpia y ordenada de acuerdo a un estilo austero y
moderno. Camille, por el contrario, es una bohemia que considera el dinero como
algo turbio y trabaja como profesora de música. Vive con su gato rodeada de un
caos de objetos tirados por cualquier parte, es ruidosa y mayormente
indiferente al entorno doméstico. Los escasos intercambios verbales entre las
dos hermanas son, en el mejor de los casos, fríamente educados; en el peor,
conflictivos. Pero ninguna de las dos quiere dar su brazo a torcer y tomar la
decisión que el sentido común –en la forma de sus respectivos círculos de
amigos- dicta: separarse y vivir cada una su vida en casas diferentes.
Esta inestable rutina diaria se verá radicalmente alterada cuando las dos hermanas reciban sendas cartas del propietario del inmueble informándoles de que lo ha puesto a la venta y que, a menos que hagan una oferta de compra exorbitante, tendrán que restaurarlo a su estado original y abandonarlo en el plazo de seis meses. Ahora sí ha llegado el momento de tomar una decisión. El destino les ha dado una salida: podrían marcharse y hacer cada una su vida. Pero también reunir entre ambas el dinero, comprar la casa y mantener el statu quo. Pero para esto último tendrían que encontrar la forma de solucionar sus diferencias y no está nada claro que ello sea posible.
¿Qué impulsa a Lise y Camille a permanecer juntas a pesar
de su desacuerdo en prácticamente todos los órdenes de la vida? ¿Se sienten acaso
obligadas y unidas por su parentesco? ¿O es simplemente oportunismo, como
nuestros ancestros prehistóricos que se unieron en torno a la familia tan solo
para perpetuar la especie? ¿Cuál fue el origen de esa guerra fría que libran
las dos? Cuando sobreviene la crisis, se ven obligadas a preguntarse sobre lo
que de verdad desean, pero también sobre la naturaleza de su relación. ¿Realmente
es tan conflictiva? Bajo la fachada de la peculiar convivencia que han pactado,
¿no hay ni una pizca de amor, de buenos momentos, aunque sea en la memoria? ¿Es
lo material lo más importante?
En lugar de luchar entre sí al estilo de “La Guerra de los
Rose” (1989), las hermanas optan por la introspección y, finalmente, la
liberación. Porque, después de todo, si la familia pasa de ser un capullo
acogedor y protector a una incómoda camisa de fuerza, no hay necesidad de
persistir obligando a quienes no se llevan bien a mantener una convivencia desagradable
aun cuando se trate de suavizar con la hipocresía. (ATENCIÓN: SPOILER) El
guion, sin embargo, no lleva a los personajes a un desenlace coherente con
ellos mismos. Es cierto que el traumático proceso de mudanza lleva a las hermanas
a recuperar recuerdos del pasado que nos ilustran sobre el origen de la brecha
que las separa (que no fue tanto un suceso traumático como un lento proceso
acumulativo) y que, de alguna manera, les lleva a reflexionar sobre la forma en
que se han estado relacionando desde hace años. Pero, para entonces, y esto es
solo mi opinión, ya es demasiado tarde. Lo natural habría sido que cada una de
ellas hubiera encontrado un lugar en el que poder asentarse y vivir de acuerdo
a sus principios y no, como trata de vendernos la historia, a prolongar su
tóxica relación en otro lugar.
Con todo, Sivan trata de rematar su cínica y poco amable
visión de la relación fraternal entre Lise y Camille con un toque tierno y
travieso que, al menos, suscite una pizca de esperanza y, sobre todo, transmita
un mensaje a su juicio más importante que terminar la historia con un final
forzadamente feliz: “Sobre todo, deben
aprender a aceptarse. Se necesitan mutuamente. Es común que dos personas,
aunque ya no puedan vivir juntas, ¡no puedan separarse! Y, además, las peleas a
veces son muestras de cariño. Ya era el caso del perro de Abel, que se pasaba
el tiempo mordiendo a su amo mientras lo vigilaba. Por supuesto, también
podemos ver la metáfora de la situación social en Francia. La respuesta es la
misma. No se trata necesariamente de reconciliarse, sino de aprender a convivir
y aceptar diferentes puntos de vista”.
La guionista reveló también en la misma entrevista el origen de la idea: “El punto de partida fue el concepto de la casa dividida en dos. Empecé con un recuerdo. De niña, fui de vacaciones a un lugar donde la madre de mi novia y su hermana habían dividido literalmente la casa familiar en partes iguales, colocando tabiques en cada habitación. El salón, los dormitorios… todo estaba dividido en dos y estaba estrictamente prohibido ir a la otra parte de la casa”
Hay un tercer personaje principal en “Dos Hermanas”: la
propia casa. El concepto de vivienda y el vínculo que se establece entre el
espacio y la persona que lo habita ya había sido abordado por Duhamel en otro
de sus álbumes, “Jamás” (2018), aunque con un planteamiento narrativo, gráfico
y emocional muy diferente. En aquella ocasión, se trataba de una anciana ciega,
Madeleine, que se negaba a abandonar una casa en la que había vivido los
mejores momentos de su vida, llegando incluso a arriesgarla con tal de
permanecer en ella. Pero mientras que la casa de Madeleine tenía personalidad
por su localización y por los recuerdos acumulados en su interior, la de Lise y
Camille es banal, un edificio más de un barrio residencial. Y, sin embargo, es
una casa con dos caras, perfectamente simétrica en su esencia pero habitada por
dos almas rebeldes que han personalizado sus respectivas mitades. A cada lado
del tabique que recorre todo el inmueble todos los ambientes, espacios e
incluso objetos hallan reflejo al otro lado y, sin embargo y al mismo tiempo,
todos chocan. Si Madeleine se aferraba al pasado simbolizado por su casa, lo que
tenemos aquí son dos personas que se han esforzado por tapar su pasado en
común, no sólo dividiendo la casa en la que han vivido siempre sino construyendo
para sí ambientes totalmente distintos y acordes con sus respectivas
personalidades. Así, lo que antaño fu
e un lugar de amor fraternal y convivencia
familiar, se ha convertido ahora en un espacio de confrontación y
resentimiento.
La división del inmueble articula toda la obra y funciona como metáfora de la relación entre Lise y Camille y su culpa compartida en el conflicto. Pero, además, le plantea a Duhamel un desafío gráfico y narrativo. Por ejemplo, utiliza la composición de página para permitir múltiples puntos de vista simultáneos del interior de la casa, modifica la linealidad y adopta una perspectiva frontal vertical poco habitual en sus obras anteriores. En este sentido, es un comic muy elaborado que no da la impresión de serlo, en parte porque el artista opta por aligerar y suavizar su dibujo.
Dejando aparte un color algo menos atractivo que el de
álbumes anteriores (Duhamel potencia mucho los contrastes de los tonos planos, especialmente
los malvas y los verdes), las virtudes de su estilo semirrealista siguen
intactas: un excelente diseño de personajes y ambientes; un sobresaliente
sentido de la composición, el espacio y el tiempo; la inclusión de abundantes
detalles (en la arquitectura, el paisaje urbano, la decoración…) perfectamente
distribuidos por las viñetas para evitar perder la sensación de ligereza y amplitud
de su dibujo; y una narrativa bien estudiada que permite prescindir del texto
cuando éste no es necesario y que el lector se deslice por las páginas con
absoluta naturalidad.
“Dos Hermanas” es una comedia costumbrista sobre un tema nada original (la rivalidad y rencillas entre dos hermanos) pero desarrollado narrativamente de una forma singular que permite una lectura ligera y la posibilidad de simpatizar con una o las dos hermanas en liza, testarudas pero simpáticas a su manera porque, en el fondo, se aman aunque sean incapaces de decirlo. Un comic, en fin, tierno y melancólico sobre el amor fraternal y cómo el tiempo puede separar a personas antaño íntimas, la dificultad para comunicarse, hacer concesiones y cuestionarse a uno mismo.
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