Viajamos para ver paisajes, gentes y culturas que no conocíamos de forma directa. Pero si se pierde la vista consecuencia de la edad, un accidente o una enfermedad, el viaje lo deberemos realizar en nuestras mentes, recorriendo las imágenes y sensaciones que nos dejó un mundo que ya pasó y que no existe más que en nuestros recuerdos. Ese es el caso de Madeleine, la anciana invidente protagonista de “Jamás”, que se enfrenta a un mundo lejos de ser tan inmutable como el que ella conserva en su cabeza.
Madeleine vive en Troumesnil, un pueblecito de la Costa del
Alabastro, en Normandía, muy cerca de los acantilados blancos que le dan
nombre. El problema de Madeleine es que su casa vive justo en el borde del
abismo que se precipita hacia el mar. Año tras año, producto de la continua
erosión del oleaje, el acantilado va deshaciéndose y el límite de la costa
retrocediendo hacia el interior. Su antigua casita de madera, con un pequeño
jardín rodeado de una verja, en el pasado se encontraba a una distancia segura
del despeñadero. Ahora está casi colgando del vacío.
Esa situación es fuente de continua preocupación para el
alcalde. Hasta el momento, ha conseguido poner a salvo a todos sus
conciudadanos… menos a Madeleine. Ha tratado de convencerla para que abandone
su hogar e incluso le ha reservado y pagado una plaza en una residencia
cercana. Pero la anciana se niega a dejar el lugar donde todavía, para ella,
siguen candentes los recuerdos de toda su vida, incluidos los de su marido
pescador, Jules, desaparecido en el mar durante una tormenta muchos años atrás.
Dado que nació ciega, no ve el peligro que la amenaza así que, ¿por qué debería
marcharse? Conserva su vigor y su lucidez intelectual, no rehúye el trabajo y, desde
que quedó viuda, lo ha hecho todo ella sobreponiéndose a su discapacidad y el
paulatino paso de los años. Continúa realizando sus rutinas cotidianas en el
espacio que conoce tan bien: baja todos los días al mercado que instalan los
pescadores con sus capturas, da paseos por la playa, riega sus flores, alimenta
a su gato, escucha los culebrones hospitalarios de la televisión, se esfuerza
por hacer de su casa un entorno acogedor y, sobre todo, mantiene la ilusión de
que Jules aún está allí, hablando con él e incluso preparándole la comida…
“Se aferra a su casa como un mejillón a su concha”, se
queja el alcalde. Y es que su conciudadana le está colocando en una situación
difícil: si respeta sus deseos, acabará muriendo cuando su casa se precipite al
vacío; si recurre a la fuerza para desahuciarla e internarla, quedará como un
tirano despreciable ante sus electores. Y aún peor, Madeleine le ha asegurado
que utilizará sin dudarlo un arsenal de viejas granadas de la Segunda Guerra
Mundial que encontró su marido por los alrededores para volarse por los aires
si intentan entrar en su casa.
Mientras el alcalde mueve sus cartas y la abuelita se enroca en su fortaleza, el acantilado va desmigajándose bajo sus pies. ¿Finge que no se da cuenta del peligro en el que se encuentra? ¿O prefiere ignorarlo y afrontar lo inevitable? Madeleine tiene una personalidad muy fuerte y un genio vivo que conviene tener en cuenta. Hará cualquier cosa para protegerse y conservar su libertad. Su lucha no ha hecho más que empezar. Después de todo, sólo tiene 95 años…Pero cuando se pronostica una gran tormenta con fuertes olas que se espera terminen de erosionar el promontorio sobre el que se alza su casa, las cosas se precipitan…
Nacido en 1975, Bruno Duhamel es uno de los autores más
interesantes del actual panorama europeo. Tras finalizar sus estudios en la Escuela
de Bellas Artes de Angulema, se inicia en el cómic después de haber dudado entre
carreras profesionales relacionadas con el diseño 3D o internet. Desde
comienzos de los 2000 y durante una década, dibujó guiones ajenos hasta que se
atrevió con su primera obra en solitario, “El Regreso” (2017), confirmando con
la segunda, “Jamás“, su talento como cronista de lo cotidiano y creador de
personajes memorables. Del polvo y la luminosidad del desierto en el que
transcurría “El Regreso”, el autor nos traslada a la humedad y el vigorizante
aire marino de la costa normanda, un entorno con el que él está más familiarizado
dado que es nativo de Mont-Saint-Aignan, una población de esa región francesa.
De hecho, él mismo declaró haberse inspirado para este
comic en un fenómeno comprobado que tiene lugar allí: el desmoronamiento
progresivo y cada vez más acelerado de los acantilados debido a la intensa
erosión que están causando unas aguas cuyo nivel ha aumentado consecuencia del
calentamiento global. Cada año, en promedio, esas costas pierden 15 cm de
tierra, esto es, alrededor de 1.000.000 m² de terreno que desaparecen tragados
por el mar: “La historia está completamente ligada a esa realidad geológica: un
acantilado que se derrumba inexorablemente, llevándose consigo el universo de
la gente. El argumento nació de este fenómeno que mis padres siguen observando
a diario”. Así, Duhamel ambientó la trama en Trousmenil, una comunidad ficticia
muy parecida a Quiberville, en Normandía, zona que conoce muy bien por haber
pasado allí su juventud y que prácticamente podía dibujar de memoria.
“Jamás” es una historia entrañable con un perfecto equilibrio de humor y tragedia. Antes de llegar al clímax e incluso cuando el argumento entra en él, Duhamel no pierde de vista que este comic solo puede funcionar si nos encariñamos con Madeleine, una anciana gruñona, asocial, solitaria y de lengua afilada. Y la forma de hacerlo es comprender por qué es así y por qué se niega a hacer lo que, aparentemente, haría cualquiera con sentido común: salvar la vida.
Y es que, aunque exteriormente no lo parezca, lo que
esconde Madeleine en su interior es un inmenso amor por alguien que ya no se
encuentra con ella. Jules no era alguien agraciado, pero eso a ella, siendo
ciega, no le importó nunca. Tampoco podían tener hijos, pero ambos lo
compensaron hasta cierto punto construyendo un hogar muy especial para ellos y
estrechando todavía más sus lazos. Jules sigue con ella a todas horas, está
presente en todas las habitaciones, todos los muebles y todas las actividades
que realiza. Le interpela, le regaña, le cuida… pero, como descubrimos al
final, ese comportamiento está lejos de ser un síntoma de demencia o una
consecuencia de sus diarios excesos con la bebida. Lejos de estar senil,
Madeleine se encuentra en sus perfectos cabales. Simplemente, el mundo para
ella se detuvo cuando Jules murió y su agresiva personalidad es producto de las
heridas dejadas por su pérdida y la soledad en la que ha vivido desde entonces.
En este sentido, hay algunas secuencias extraordinarias,
como esa doble página sin palabras con nada menos que 36 viñetas, en las que Madeleine
revive en sueños la noche en que murió su marido, seguida de una impactante doble
página-viñeta con solo tres frases, en la que ella recibe la fatal noticia; o
cuando sube al desván, se pone el chubasquero de su marido para sentirse más
cerca de él y pone las cintas de casette que él, en lugar de cartas, le
grababa; o las cinco sencillas pero infinitamente significativas viñetas en las
que ella recuerda instantáneas de su pasado, ya con la casa derrumbándose bajo
sus pies.
Aunque el tema subyacente es trágico, Madeleine es un
personaje pintoresco con el que Duhamel puede aportar humor a la historia. Su
ceguera la lleva a situaciones cómicas con su gato o los jóvenes del pueblo; su
franqueza y sarcasmos dan lugar a momentos divertidos, especialmente en sus
conversaciones con el alcalde. El propio autor explicó que Madeleine es una
mezcla de las personalidades de sus dos abuelas: por un lado, la faceta obscena
y franqueza de su abuela materna, Emma; y por otro, la resistencia física y
moral frente a la vida y la muerte de su abuela paterna, Madeleine.
Madeleine es también el prototipo de otros personajes que
Duhamel presentará en obras posteriores: el misántropo Doug de “#NuevoContacto”, el anciano granjero Abel de “El Viaje de Abel”, el marginado Frank
de “Pistas Falsas”… Son todos ancianos o maduros, de fuerte carácter,
solitarios más por elección que por obligación, desconectados de la época en la
que viven, considerados como rarezas por sus vecinos y con un mundo interior
bien oculto por una fachada adusta y un comportamiento inflexible. Todos ellos
son, también y cada uno a su manera, víctimas tanto de sus propios sueños como
de ciertas corrientes, sensibilidades o problemáticas del mundo actual.
Duhamel es uno de esos dibujantes a los que no puede ponerse ni una sola pega. Los personajes están perfectamente caracterizados y dotados de un amplio rango expresivo, el entorno pintoresco está retratado con un trazo preciso, claro y amable; hay una gran atención por el detalle, pero sin por ello recargar en absoluto los decorados; su sentido del espacio a la hora de disponer los elementos y trasladarlos de viñeta en viñeta es excelente; el color refleja con poesía y realismo la atmósfera y clima cambiante de la región así como la temperatura emocional de las escenas…
Un dibujo, en fin, amable y apto para cualquier lector –sea
o no aficionado al comic-, pero cuya ligereza y accesibilidad no le impide ser
el vehículo perfecto para una historia conmovedora que trata temas de calado
sin caer en la moralina: cómo la vejez altera la forma de entender el mundo, el
pasado, el presente y la relación con los demás; la soledad fruto de la pérdida
de un ser amado; el aislamiento de los ancianos; el conflicto entre la libertad
individual y la responsabilidad de los políticos hacia los ciudadanos a su
cargo ante una situación de emergencia; el agravamiento de la erosión costera
producto del cambio climático y las consecuencias que ello tiene para la vida
de quienes residen cerca del mar; la negación y el apego…
“Jamás” es una fábula ecosocial positiva y esperanzadora presentada en forma de tragicomedia sin ánimo moralizante, que deja un agradable sabor en la boca después de terminar la última página gracias a la ternura y cercanía con la que se retratan los personajes, sus relaciones y el entorno en el que se desenvuelven.
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