Hubo un tiempo, en la década de los 80, en el que pareció que Marvel y DC podrían evolucionar lentamente hacia algo parecido a editoriales de libros convencionales: compañías que firmaran con los creadores contratos justos respecto a derechos sobre sus obras y que obtuvieran sus beneficios de la publicación de nuevos comics en lugar de explotar hasta la extenuación propiedades intelectuales con décadas de antigüedad.
Pero ese proceso nunca llegó a cuajar. Ambas editoriales hicieron intentos en el plano de los derechos de autor, pero luego se retiraron al bien conocido territorio de los contratos convencionales en los que se pagaba a los profesionales por obra entregada. Vertigo, un sello de DC que daba mejor trato a los creadores, fue perdiendo flexibilidad y generosidad en sus contratos y la marcha de su fundadora, Karen Berger, en 2012, impidió consolidar definitivamente el prestigio de ese rincón editorial de cara a los profesionales del comic.
En el caso de Marvel, el vehículo para lanzar obras más adultas, ajenas a su catálogo de superhéroes y sobre las que los autores mantuvieran los derechos, se llamó Epic. Antes de su cancelación en 1996, ese sello publicó obras muy reseñables, entre ellas la que ahora comentamos: una miniserie de doce números, “Moonshadow”, escrita por J.M.DeMatteis y dibujada por Jon J.Muth, que, curiosamente, sería años más tarde reeditada por Vértigo con un nuevo epílogo, “Adiós, Moonshadow”. Se trata de una extraña, incalificable incluso, mezcla de Ciencia Ficción, Fantasía, cuento de hadas, sátira y parodia con un denso contenido intelectual y filosófico en el que se alterna y combina lo espiritual con lo mundano.
“Moonshadow” es una historia de tránsito de la infancia a la madurez. Una hippie que se hace llamar Girasol es abducida de la Tierra por unas esferas de luz brillante y expresión burlona conocidas como GL Doses (unos emojis antes de que ese término se creara), que tienen el poder de dioses y unas motivaciones inescrutables que más parecen caprichos, por mucho que textos filosóficos muy leídos en toda la galaxia traten de comprenderlos desde puntos de vista opuestos (es el caso de “Todos Somos Hormigas en un Cosmos sin Sentido”, de Ragstone Phillit, con un obvio enfoque nihilista; y “El Evangelio de Shree Quack-Quack H´onnka”, mucho más optimista).
El caso es que uno de esos alienígenas lleva a Girasol a una suerte de zoo particular en el que va dejando sus “hallazgos” recogidos por todo el universo, y, por algún motivo –otra vez, incognoscible- la deja embarazada de un niño que ella llamará Moonshadow. El comic es la historia de su niñez y juventud narrada por él mismo ya anciano. Recuerda cómo pasó sus primeros años en el “zoo” de los GL Doses antes de exiliarse en compañía de su madre, su gato y un humanoide completamente cubierto de pelaje llamado Ira al que solo le importa satisfacer sus necesidades primarias, en especial su inagotable impulso sexual. Viajan por el espacio y, en el curso de los siguientes meses y años, Moonshadow se convertirá en huérfano, será soldado y niñera, confidente de reyes y paria intocable, irá creciendo, conociendo el sexo, la muerte, los desafíos y dilemas de la vida, el amor y la amistad. Es un relato picaresco a gran escala, con un argumento impreciso e impredecible, casi se diría que improvisado, y unos personajes que continuamente salen y entran de la historia.
Toda la aventura está impregnada de un amargo romanticismo hastiado. El joven Moonshadow es ingenuo y sensible, pero su yo anciano está cansado de vivir y recuerda con una mezcla de cinismo y condescendencia los ideales que defendió en sus años jóvenes. Curiosamente, la insistencia en mantener una no del todo convincente pose de ironía y procacidad sea quizá lo más adolescente del comic. Lo que más sorprende al lector adulto, en cambio, es la descripción de un universo repleto de seres, fenómenos y lugares impredecibles que suscitan por igual maravilla, terror y sonrisas –que, a menudo, el autor congela antes de que puedan adueñarse del tono de la historia-.
A pesar de apoyarse en tropos extraídos de la CF (alienígenas, planetas, naves espaciales, guerras interestelares…), “Moonshadow” tiene quizá más de Fantasía, una experiencia onírica en el espíritu de “Alicia en el País de las Maravillas”. Los personajes que va conociendo el joven protagonista en su periplo y las situaciones a las que se ve abocado componen un mosaico caótico, improbable y glorioso. Y por eso funciona. Su objetivo no es ser convincente en el sentido de realista o siquiera verosímil, sino permitir que la historia fluya incorporando una diversidad de tonos, referencias y emociones, pasando desde la reflexión existencial a la sátira corrosiva de aspectos como el capitalismo, la guerra o la religión organizada; saltando de los horrores del campo de batalla al absurdo de mundos extravagantemente distópicos pasando por la cotidianeidad realista de los flashbacks de la niñez y juventud de Girasol durante los opresivos años 50 y los turbulentos 60.
El guionista J.M.DeMatteis ha tenido una de las trayectorias más variadas del panorama viñetero norteamericano. Empezó a finales de los 70 en DC Comics y luego pasó a Marvel en los 80 para escribir historias convencionales de superhéroes, aunque con un nivel superior a la media. Sus guiones se caracterizaban por unos diálogos más naturales, el uso inteligente del humor, la capacidad para profundizar en las motivaciones tanto de sus héroes como de sus villanos y una reconocible fe en la bondad básica de los seres humanos. Además de más corazón, sus historias solían también contar con cierto misticismo new-age. Mucho de lo que realizó en su recordada etapa en “Capitán América” entre 1981 y 1984, por ejemplo, se convirtió en la base para el trabajo de posteriores guionistas de ese comic y de las películas en las que participó el personaje por mucho que no figure en los agradecimientos de los créditos.
Este perfil de autor ambicioso que trataba de encontrar un camino propio más allá del género superheroico, le hacía ideal para el sello Epic, siempre necesitado de creadores dispuestos a embarcarse en obras más personales. Y a DeMatteis no le faltaban ideas. Una de ellas, con el título “Stardust”, llevaba madurando en su cabeza desde 1977, cuando empezó a escribir los primeros borradores de lo que, casi diez años después, acabaría convirtiéndose en “Moonshadow” y en los que trató de verter toda su “filosofía, esperanzas y sueños”.
Y así, en 1985 y para la línea Epic, DeMatteis escribe la novela gráfica “Greenberg el Vampiro” (dibujada por Mark Badger), que supondría, junto a “Moonshadow” un gran paso adelante para DeMatteis. A ésta seguiría, en 1987 y en el mismo sello, la miniserie “Blood: Un Relato Sangriento”, al que habría que añadir la novela gráfica del Doctor Extraño, “Dentro de Shamballa” (1986). Pero DeMatteis no abandonó tampoco el comic de superhéroes, firmando algunas obras que han pasado a la historia del género. Por ejemplo, la aclamada saga “La Última Cacería de Kraven”, para Spiderman; o el relanzamiento, junto a Keith Giffen, de la venerable Liga de la Justicia de América como Liga de la Justicia Internacional, añadiendo humor a la fórmula superheroica tradicional y dando lugar a una de las etapas justificadamente más recordadas de ese grupo. Continuó después combinando aventuras de superhéroes con material más personal, como la miniserie semiautobiográfica “Brooklyn Dreams” (1995) o los libros infantiles del personaje Abadazad.
Jon J. Muth, por su parte, solo tenía 25 años cuando empezó a dibujar “Moonshadow”, pero ya era alguien excepcional que, tras estudiar pintura, escultura, impresión y caligrafía con pincel en Inglaterra, Austria, Alemania y Japón, llegaría a ser uno de los ilustradores y dibujantes más originales del medio. De hecho, esta fue no sólo su primera obra importante en el campo del comic, sino uno de los primeros en estar completamente pintados.
Muth (al que ayudaron otros colegas como George Pratt o Kent Williams en momentos en los que las fechas de entrega se echaban en encima), optó por unas páginas pintadas con acuarela que sintonizaban con la rareza del guion y le aportaban una atmósfera etérea de colores suaves y cremosos que llamaba la atención en un medio que tradicionalmente había favorecido los tonos primarios y muy vivos.
Sus dibujos son al tiempo muy realistas y cómicamente exagerados, precisos y espontáneos. Su talento como diseñador de personajes es sobresaliente, creando grotescas caricaturas capaces, sin embargo, de transmitir un sorprendentemente amplio rango de emociones. En particular, Ira es inmediatamente reconocible: un bípedo peludo cuya cabeza sin facciones está perpetuamente coronada por un bombín incongruente y adornada por un cigarro apestoso. Basta verlo para sentir el hedor a animal velludo sin lavar desde hace mucho tiempo.
Muth da forma gráfica a un universo que podríamos denominar “dickensiano”, evocando un sinfín de referencias literarias, incluyendo, claro, al propio Dickens y este trasunto de David Copperfield que es Moonshadow, perdido en un mundo de locura y violencia mientras trata de encontrar su camino en la vida; Lewis Carroll (sus reyes, reinas y consejeros extravagantes); o incluso Ken Kesey (autor de “Alguien Voló sobre el Nido del Cuco”) y su descripción del hospital psiquiátrico y sus internos. Algunas escenas remiten a otros clásicos de la Fantasía y la Ciencia Ficción, como Tolkien y su Tierra Media (el planeta Depenz, que recuerda a Mordor y el propio gato de Moonshadow se llama Frodo); Star Wars (Ira viene a ser una especie de Chewbaca escatológico) o incluso “2001: Una Odisea del Espacio” (el ordenador Cornelia-17).
Muth alterna, fusiona y/o combina el realismo con la caricatura en la misma viñeta, a veces en la misma figura. Y hace que funcione. Sus fondos tienden a ser impresionistas, en ocasiones demasiado, porque hay momentos en los que se pierde la sensación de personajes evolucionando en un espacio tridimensional reconocible. Pero también es cierto que la idea de un mundo neblinoso, etéreo, es simbólicamente coherente con la historia (¿acaso no es la forma en que muchas veces recordamos nuestro pasado lejano?) y el tono onírico que DeMatteis impone.
La narrativa es eficaz, aunque no compleja. Las viñetas son de gran tamaño, las páginas suelen estar dominadas por una imagen central o estructuradas en filas de viñetas que ocupan toda la extensión de la plancha. Las imágenes individuales son bastante estáticas, colocadas de tal forma que la prosa de DeMatteis ocupe las “zonas muertas” de la viñeta o página. Aunque la impresión general resultante es la de un cuento ilustrado más que un comic propiamente dicho, sus virtudes superan ampliamente sus defectos. Los creadores evocan y plasman imágenes muy poderosas y, de vez en cuando, Muth se saca de la manga una secuencia de viñetas enlazadas de acuerdo a la narrativa convencional del comic con la que consiguen darle más variedad al estilo gráfico.
Cabe preguntarse si “Moonshadow” fue uno de esos casos en los que el formato de publicación influyó sobre la narrativa. Y no me refiero al censor o editor de turno que obliga a los creadores a efectuar ciertos cambios respecto a su visión original. Más bien parece que la técnica se vuelve más fluida a medida que avanza el comic, más segura acerca de cómo contar la historia. Parece evidente que, habiéndose publicado esta obra en números mensuales a lo largo de todo un año, Muth evolucionó y creció artísticamente con cada entrega. Era una obra muy ambiciosa y muy extensa para un artista novel y, sin embargo, salió victorioso del desafío. Visualmente, “Moonshadow” es un deleite.
El trabajo de DeMatteis es asimismo sobresaliente. Vierte en este comic todo tipo de influencias dispares y las hace funcionar. Cualquiera que esté familiarizado con su trabajo, podrá reconocer en “Moonshadow” muchos de sus temas predilectos, desde la búsqueda de la iluminación espiritual a la visión romántica del Brooklyn de mediados del siglo XX (donde él mismo nació y se crió) pasando por la inclusión de múltiples citas y referencias literarias (como Dostoyevski -uno de sus favoritos-, William Blake, L. Frank Baum, William Butler Yeats, J.R.R. Tolkien, Percy Bysshe Shelley, J.M. Barrie, Robert Louis Stevenson, John Keats, Henry Miller, Samuel Beckett…) o bromas relacionadas con elementos de la cultura judía o vocablos yidish (por ejemplo, dos planetas que se llaman Goyim y Shpilkuss, “gentiles” y “pinchazos” ).
Es esta una historia muy romántica que también critica el romanticismo; al tiempo burlona y profunda, profana y espiritual. Como está narrada principalmente a través de bloques de texto más que con diálogos o acción visual, el conjunto es menos dramático que onírico. La naturaleza irreal del decorado añade un punto extra a esa experiencia reminiscente de un sueño, que viene también subrayada por la propia estructura de la historia, un proceso de aprendizaje, de paso a la madurez, contado como una sucesión de episodios vagamente hilados.
En su adolescencia, Moonshadow es un muchacho común y corriente, sin rasgos muy distintivos, lo que permite una más fácil identificación por parte de cualquier lector. En cambio, el Moonshadow anciano que rememora su vida, es un personaje mucho más diferenciado e individualizado. La mayoría del resto del reparto son más imágenes oníricas que auténticos personajes bien delineados y, como tales, símbolos del inconsciente. La excepción es Ira, el camarada involuntario de Moonshadow, que sí está construido con particular cuidado. Tanto que podría discutirse si la visión que, a la postre, el comic quiere darnos de él, es creíble incluso en este entorno de cuento enloquecido. A Ira se nos lo presenta durante buena parte de la primera mitad de la historia como un ser tan despreciable, sucio, egoísta y vicioso, que más adelante cuesta aceptar que otros personajes vean en el virtudes redentoras.
Pero, al fin y al cabo, uno de los temas del comic es el crecimiento espiritual de Moonshadow y cómo aprende a valorar a todos aquellos con los que entrecruza su camino, incluso los más brutales. Hasta cierto punto, el papel exageradamente dramático que asume Ira obliga al lector a imitar la evolución del propio Moonshadow. Es cierto que, aunque DeMatteis le regale ciertos momentos con los que despertar simpatía en el lector, Ira no deja de ser un indeseable en casi todos los aspectos. Pero los autores se las arreglan para que el conjunto funcione y, al menos mientras se lee, puede comprenderse y asumirse que cada personaje tiene un valor intrínseco, incluso un canalla repulsivo como él.
En cuanto a la conclusión, el comic fue revisado con motivo de su reimpresión en 1994 por Vértigo, añadiendo el mencionado epílogo “Adiós, Moonshadow”, que modifica lo que originalmente fue un intencionado anticlímax para rematarlo de una manera más guiada y explícita. No estoy seguro de si este cambio funciona o no. La parte inicial, con el protagonista ya adulto llegando a un pueblo e instalando un taller, funciona bien, pero la intermedia, en la que básicamente se convierte en un trasunto del Job bíblico, parece extraída de una historia diferente. La acción es ciertamente más clara en la nueva versión y resulta más sencillo acceder a los sentimientos de Moonshadow. Pero esto puede no ser necesariamente un acierto. A veces es mejor dejar que el lector una los puntos, incluso corriendo el riesgo de que lo haga de forma diferente a la pretendida por los autores. Y, en general –y esto es solo una opinión- la obra funciona mejor cuanto menos definida está; como cuando el Moonshadow anciano admite que no entiende por qué las cosas pasaron de la forma en que lo hicieron o la gente actúa como lo hace, cuando se muestran sólo los actos dejando los motivos a la imaginación del lector, cuando se acepta la paradoja y el sinsentido. La nueva conclusión es dramáticamente más coherente pero quizá menos eficaz, menos ambigua y agridulce.
“Moonshadow” es un comic que, paradójicamente, es menos eficaz en sus momentos más emotivos o dramáticos –la casi muerte de Moonshadow, la recuperación espiritual de Ira, incluso el temprano fallecimiento de Girasol- que en su sensación de estar navegando por un sueño envolvente producto no de la fría pericia narrativa sino de la pura extravagancia y belleza plástica. Es un comic que desafía nuestros hábitos lectores con su fuerza, melancolía y crueldad expuestas con una gran belleza plástica. Eso sí, no es una obra para todo el mundo ni para abordar sin la actitud adecuada, esto es, leerla con calma, dejándose llevar y sumergiéndose en el texto y las imágenes que lo acompañan sin prisa por llegar hasta el final.
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