“Este lugar es el final del camino. El único sitio donde podemos quedarnos. Porque vivir…Vivir es otra cosa”. Estas palabras pronunciadas con amargura y resignación por uno de los personajes principales de esta historia, acusado de pederastia, resumen perfectamente lo que es Contrition, un pequeño barrio-urbanización ficticio de Florida, en las afueras de la localidad de Nahokee, condado de Palm Beach, en el que se confina a aquellos “depredadores sexuales” (acosadores, violadores, pederastas…) que, habiendo cumplido ya su pena de prisión, siguen pagando su deuda durante el resto de su vida, prohibiéndoseles acercarse a menos de trescientos metros de una escuela, una guardería o un parque; colocándoles un brazalete de control para asegurar que obedecen esa limitación, inscribiéndoles en un registro público y obligándoles a reportar periódicamente ante la policía.
En la práctica, esto les inhabilita no sólo para encontrar
un trabajo sino para residir en una ciudad, digamos, “ordinaria”. Aún peor,
están obligados a declarar públicamente su “condición” y frente a la casa de
cada uno de ellos hay plantado un cartel con su nombre y el delito por el que
fueron condenados. Una humillación que ni siquiera se impone a los asesinos y
que sólo se explica por la creencia de una sociedad ultrapuritana no sólo en
que un delito sexual es peor que uno de sangre, sino que los culpables son
irrecuperables para la sociedad.
Contrition, por tanto, es poco más que una prisión al aire libre, un lugar muy peculiar del que se han marchado todos los ciudadanos “normales” dejando atrás edificios abandonados e infraestructuras ruinosas ocupadas por vagabundos. Pese al nombre del lugar (que, literalmente, significa “arrepentimiento de una culpa cometida”), sus habitantes dicen sentirse no en un purgatorio (de donde, eventualmente, se puede esperar salir) sino en un limbo, lo cual es mucho peor.
Y, para completar la ironía, todo el vecindario se articula
alrededor de la iglesia y su pastor (también un exconvicto sexual), que es
quien organiza los actos sociales -los únicos en los que pueden participar los
residentes-, vigila a los vecinos de parte de la Unidad de Delitos Sexuales de
la policía y trata de crear cierto sentido de comunidad. Se han convertido, en
fin, en parias, en modernos intocables con los que nadie quiere contacto y a
los que sólo atiende el mencionado pastor y alguna ONG.
Para abordar un tema tan sensible, incluso incómodo, como el de la pedofilia y la pederastia (que son dos cosas diferentes: la una es una parafilia; la otra define un acto delictivo), los autores escogen el género del thriller. Un thriller policiaco de ritmo pausado y, sobre todo, con un fuerte componente psicológico y social, que consigue mantener al lector en suspenso hasta el poco predecible desenlace. Con el fin de no revelar demasiados detalles de un argumento muy bien construido y que merece la pena descubrir, me limitaré a dar sólo algunas pinceladas.
Marcia, una periodista del diario local, recibe en plena
noche la llamada de uno de sus contactos en la policía y acude a las señas que
le indica, el pueblo de Contrition, donde uno de los residentes, Christian
Nowak, ha aparecido quemado en su propio domicilio. Todo apunta a que se trató
de un accidente causado por él mismo mientras estaba ebrio. Pero un bombero le
indica que todo el escenario parece demasiado perfecto, como si los elementos
hubieran sido cuidadosamente dispuestos para apuntar a un accidente.
Marcia cree que hay una noticia allí, pero ni su editor ni
la policía parecen demasiado interesados en la muerte de un exconvicto sexual.
Todos creen que ha tenido su merecido. Su insistencia, aunque molesta a todo el
mundo, obliga a realizar una investigación algo más profunda que,
efectivamente, revela que el cadáver no es el del habitante de esa casa sino el
de otro vecino fallecido semanas atrás y enterrado en el cementerio del pueblo.
¿Dónde está entonces Nowak? ¿Ha sido asesinado? ¿Por quién y por qué? ¿Ha
escapado quizá? ¿Hay más gente implicada en cualquiera de los dos casos? ¿Qué se
oculta tras todo ese turbio asunto? Esas son las preguntas que Marcia se empeña
en responder, desoyendo los consejos de propios y extraños y poniendo en riesgo
su futuro no sólo profesional sino familiar. Sus pesquisas, ignoradas por una
policía nada dispuesta a invertir tiempo o recursos en investigar la muerte de
alguien a quien desprecian, la conducirán hacia una especie de realidad
paralela, de micromundo orwelliano en el que la libertad es sólo una ilusión.
El guionista, Carlos Portela, un veterano del comic y la
televisión, es lo suficientemente sutil y respetuoso con el lector como para
dejar que éste se forme su propia opinión, evitando el sensacionalismo, el
ánimo moralizador, el sesgo político o el voyeurismo sórdido que suele lastrar
los productos audiovisuales cuando introducen este delicado tema. Como
difícilmente podía ser de otra manera, es el guionista quien elige cómo y de
qué forma presentar este problema social, pero lo hace de manera inteligente,
aportando la información y reflexiones precisas y adoptando la suficiente
distancia como para que el lector comprenda que no hay respuestas
reconfortantes ni soluciones sencillas.
Para empezar, todos los residentes de Contrition son
culpables, de eso no cabe duda alguna. Tampoco se trata de una cuestión de Bien
y Mal absolutos. Los autores comprenden y exponen que esa lacra no es sino una
pieza más de un conjunto de deformidades y aberraciones sociales mucho más
amplio. Así, uno de los puntos fuertes de este comic es cómo utiliza la
investigación criminal para introducir un buen número de temas adyacentes y
relacionados entre sí: la decadencia urbana; las dificultades de la
conciliación laboral y personal; los prejuicios; el sistema penal
norteamericano; las tensiones entre cuerpos de policía y de éstos con la
prensa; el acoso escolar; el suicidio; el duelo; los padres ausentes; la
adicción a las redes sociales; el trabajo como escondite de los problemas
domésticos; la forma en que la sociedad castiga a sus infractores o les margina
para olvidarse de su incómoda existencia; e incluso las torturas en las
prisiones militares secretas de Estados Unidos…
Es más, “Contrition” plantea un buen número de preguntas
inquietantes precisamente porque carecen de una respuesta fácil: ¿Cómo puede
gente por lo demás ordinaria y cordial caer en este tipo de comportamientos
aberrantes? ¿Existe algún tipo de tratamiento para estos individuos? ¿Se evita
la reincidencia con el castigo o incluso el arrepentimiento sincero?
¿Aceptarían los padres de una víctima de abusos la redención de su agresor?
Tras pagar el precio legal establecido por la sociedad, ¿deben esos sujetos ser
objeto de un ulterior castigo en la forma de segregación geográfica y social
por el resto de sus vidas? ¿No tienen acaso el mismo derecho a la rehabilitación
y redención que cualquier otro infractor? ¿Por qué se considera peor a un
delincuente sexual que a un asesino? Alguien que hace cosas malas, ¿es siempre
y necesariamente una mala persona? De hecho, Nowak es el perfecto ejemplo de
esta extraña dicotomía: un individuo de aspecto normal y comportamiento nada
conflictivo. ¿Qué se esconde tras esa fachada inofensiva? ¿Cabe la posibilidad
de que pueda superar sus pulsiones? ¿Cómo saberlo con cierta seguridad y qué
hacer con estos individuos? El comic dirige su mirada al interior de su mente
de delincuente sexual, no pretendiendo absolverlo ni justificarlo, sino
tratando de comprender los mecanismos que pueden llevar a un humano
aparentemente corriente a acosar y abusar de un niño con consecuencias incluso
fatales para éste.
Los personajes están asimismo muy bien perfilados, evitando
una fácil categorización moral que les restaría realismo y verosimilitud. De
entre los tres protagonistas principales, el padre de una de las víctimas, Nowak
y Marcia, esta última es, sin duda, el personaje con el que el lector puede
conectar más fácilmente, pero también alguien que esconde una faceta ambigua,
incluso enfermiza. Aun cuando quepa suponer que, por su raza, sexo y extracción
social, ella misma habrá sido víctima de prejuicios, se acerca al objeto de su
investigación sin ideas preconcebidas y en todo momento adopta una actitud
mucho más humana hacia los habitantes de Contrition que el resto de los vecinos
o incluso la policía, que en teoría debería también velar por su protección
pero que a la hora de la verdad no se esfuerza demasiado en esa tarea. Ahora
bien, su insistente búsqueda de la verdad, que inicialmente tanto podría
obedecer a un genuino se
ntido de la justicia como al tedio de cubrir noticias
irrelevantes o la ambición de reconocimiento profesional, acaba transformándose
en una obsesión casi malsana que, a la postre, le lleva a negligir el cuidado
de su familia, con consecuencias que ella acusará con cierto remordimiento,
pero no el suficiente como olvidar el asunto.
Portela estructura hábilmente la historia a base de flashbacks y elipsis, alternando pasado y presente y sin mostrar una sola imagen sangrienta ni de violencia explícita, abordando cuidadosamente el tema central a base de certeros diálogos y elocuentes silencios, revelaciones progresivas y personajes que poco a poco se desnudan psicológicamente mientras al mismo tiempo se exploran, con un ritmo lento que acentúa la atmósfera opresiva, otros temas sociales como los que he indicado más arriba o cuestiones relacionadas con el perdón, la culpa, el castigo, el arrepentimiento y la venganza.
Gráficamente, Keko (alias de Jose Antonio Godoy Cazorla),
tras haber transitado con gran éxito por el psicothriller con la Trilogía del
Yo junto al guionista Antonio Altarriba, vuelve a mostrar su condición de
maestro del blanco y negro (sobre todo del negro), con unas viñetas en perfecta
sintonía con el tono y atmósfera oscuros de la historia de Portela. Su estilo
combina el hiperrealismo de los fondos, trabajados a base del retoque de fotografías,
con un cierto aire underground en las figuras, exhibiendo una impecable
eficacia narrativa de sabor cinematográfico en la que no recurre a innecesarios
artificios visuales que podrían comprometer la inquietante línea ultrarealista
que lo impregna todo.
Nada queda al azar en esta valiente, densa, polifacética y
absorbente historia de venganza y redención que, utilizando un contundente
dibujo, mezcla con inteligencia y descarnado humanismo el thriller criminal con
la denuncia social de un sistema no solo degradante sino terrorífico. Un comic
intenso y original en forma y fondo que, al explorar uno de los niveles más
oscuros de la psique humana, quizá no sea apto para todo el mundo en todo
momento, pero que el lector adulto, exigente e interesado en temas de calado no
siempre bien enfocados, no debería dejar pasar.
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