(Viene de la entrada anterior)
Los siguientes dos álbumes, “La Lanza de Longinos” (2008) y “La Noche de las Águilas” (2009) están también guionizadas en solitario por Cailleteau. En esta ocasión, como ya había sucedido en la entrega anterior, Shelton se encuentra metido a la fuerza en un turbio asunto no por dinero sino tratando de ayudar a un amigo. Éste es Rouch Gourdain, un antiguo colega mercenario arrepentido y convertido en monje de una pequeña orden, San Peregrino. Acorralado en la iglesia de un pequeño pueblo francés por unos asesinos de aspecto ario que hablan en español, llama por teléfono a Shelton, que no se haya lejos, para que acuda a ayudarle.
Ambos consiguen escapar y Rouch le revela que está tratando
de proteger la santa reliquia que desde la Edad Media custodia su orden: la
parte superior de la lanza de Longinos, el arma que atravesó el costado de
Jesús crucificado. Shelton no cree en el poder de estos objetos supuestamente
investidos de algún tipo de energía mística, pero accede a ayudar a su herido
amigo y llegan hasta el monasterio que la orden tiene en Milán con los asesinos
literalmente en sus talones. El abad Montville sí tiene fe en ello y, tras
contarle la historia del objeto y el papel de la orden, vinculada con los
templarios, le pide ayuda a Shelton para que preste servicios de protección a
la comitiva que debe acompañar a la reliquia hasta Jerusalén, donde se halla
escondida la otra mitad. Sin embargo, el viaje debe hacerse siguiendo un ritual
y recorrido muy concretos, lo que evidentemente les facilita las cosas a sus
perseguidores.
No es ningún misterio –porque el álbum se abre con un
flashback de la caída de Berlín en la Segunda Guerra Mundial- que los villanos
son un grupo de nazis argentinos, pertenecientes a un grupo liderado por un
anciano coronel de las SS que busca la lanza para devolverle la vida a Adolf
Hitler, quien, en contra de la creencia popular, no se suicidó en un bunker
berlinés sino que murió años después en Argentina dejando tras de sí un grupo
de fieles seguidores. Por otra parte, el elemento femenino lo aporta aquí Mona
de Rifray –una mujer bella, valiente y capaz, como todas las que suelen
cruzarse en el camino de Shelton-, que, aunque al principio se hace pasar por
historiadora (una suerte de Robert Langdon), resulta ser una mercenaria
cazanazis a sueldo del gobierno de Israel.
Siendo una aventura tan entretenida y correctamente
dibujada como viene siendo habitual en la colección –si bien Denayer parece
prestar menos atención de la debida a los rostros de los personajes-, este arco
incluye demasiados elementos ya muy vistos por entonces. Para empezar, desde
que cinco años antes “El Código Da Vinci”, la novela de Dan Brown, se convirtiera
en un fenómeno editorial mundial–prolongado por la adaptación al cine, en 2006,
en forma de superproducción-, los thrillers de conspiraciones
místico-religiosas urdidas por poderes ocultos y con los templarios de por
medio se había convertido en un género tratado hasta el aburrimiento por
multitud de autores. En cuanto a los nazis buscadores de reliquias revestidas
de poder, ya se habían visto en “En Busca del Arca Perdida” (1981) e “Indiana
Jones y la Última Cruzada” (1989). Y, finalmente, los nazis huidos a Sudamérica
tras la caída del Tercer Reich y sus planes para traer de vuelta a Hitler, era
la idea central tanto de la novela “Los Niños del Brasil” (1976), de Ira Levin,
como su adaptación al cine de 1978.
Con todo, Cailleteau combina esos ingredientes ya conocidos
para ofrecer una peripecia que, como digo, sin ser original y concluir con un sabor
pulp algo rancio (esas V2 conservadas durante sesenta años y lanzadas en el
último y dramático momento), sí mantiene el ritmo y el interés tanto mezclando
realidad (lo que se sabe de las diversas reliquias que en diferentes lugares se
han presentado como la Lanza de Loginos; los nazis huidos a Sudamérica) y
ficción, como cambiando continuamente el marco geográfico en el que transcurre la
trama: de un pueblo imaginario de Francia en las proximidades de
Clermont-Ferrand a Milán y de allí a Estambul y más tarde a Buenos Aires y un
pueblo argentino ficticio, colocando una intensa escena de acción en cada uno
de estos decorados.
Como punto a destacar en el apartado de caracterización (que, como dije, no es la prioridad de esta serie) podemos citar ese acercamiento sexual frustrado de Shelton hacia Mona. Ella le rechaza de forma amable pero contundente: “Le encuentro encantador, pero… Podría ser mi padre. ¡Lo siento!”. Shelton, intenta ahogar el chasco en alcohol mientras piensa: “Sabía que llegaría el día en que una mujer me diría esto, pero no me imaginaba que sería tan duro de tragar”. Intentando hallar consuelo, telefonea a Honesty, que se encuentra durmiendo a un océano de distancia, y ésta le espeta: “Te conozco lo bastante como para saber que siempre tienes ganas de hablar cuando otra mujer te acaba de enviar a paseo. ¡Y no estoy de humor!”. Tan alicaído queda que rechaza la oferta de una prostituta de camino a su hotel.
Esta situación vuelve a recordarnos –a nosotros y al propio personaje- que estamos ante un protagonista con fecha de caducidad. Es un hombre atractivo, en buena forma física y mental, desenvuelto, sofisticado y seguro de sí mismo, pero sus capacidades de seducción empiezan a toparse con la barrera de la edad, un reconocimiento valiente y no muy frecuente por el que hay que felicitar al guionista.
Jean Van Hamme retoma sus labores de guionista en el noveno
álbum, “Su Alteza Honesty” (2010), en el que Shelton y Honesty aceptan un
inusual encargo. La prestidigitadora y ocasional socia y amante de Shelton
resulta tener un parecido asombroso con la monarca de un pequeño ducado europeo
ficticio, Würtenheim (una suerte de Liechtenstein o San Marino) cuya seguridad
está amenazada, así lo explica el primer ministro, por el primo de ella, que
ambiciona el trono y está tratando de asesinarla. Por dos millones de dólares,
Honesty se hará pasar por la duquesa en las apariciones públicas durante su
estancia en Bruselas mientras que Shelton protegerá en solitario e
independientemente a la auténtica monarca, Aliana.
Pero la conspiración que se está urdiendo en palacio no es
la que les han contado a Shelton y Honesty. La auténtica duquesa, paseando por
las calles de Bruselas anónimamente y acompañada de Shelton, es objetivo de un
intento de asesinato y Honesty es llevada a Würtenheim donde, con un aspecto
ausente, aparece en la televisión local anunciando su intención de abdicar en
favor de su primo. Shelton y Aliana se ponen en camino hacia ese país, donde
tendrán que arreglárselas para destapar el complot, reinstaurar a la auténtica
monarca, rescatar a Honesty con vida y evitar caer víctimas de los asesinos que
les siguen la pista.
Una vez más, no puede decirse que la propuesta de este
álbum sea particularmente original. Se trata de la vieja premisa del sosias del
monarca de un país europeo tradicionalista enredado en una intriga palaciega
que tan popular hizo en su día Anthony Hope con su novela “El Prisionero de
Zenda” (1894). A ello se añaden unas gotas de “Vacaciones en Roma” (referente
expresamente reconocido en unas líneas de diálogo: “Estamos rodando un remake de “Vacaciones en Roma”, ¿no es eso? Pero yo
no soy Gregory Peck y no tengo Vespa”.
“Yo tampoco soy Audrey Hepburn y cogeremos un taxi. Espero que lleve una
tarjeta de crédito. Me muero de hambre”) y bastante de película de falsos
culpables a la fuga. Sobre ese marco, se suceden las predecibles huidas
desesperadas de un edificio tomado por los villanos, choque de personalidades
opuestas obligadas a colaborar y que finalmente desarrollan aceptación e
incluso atracción física, ayuda de un viejo amigo del protagonista, traiciones,
emboscadas, un melodramático duelo a espada en las almenas de un castillo y un
giro final algo forzado para que todo termine felizmente.
En fin, que no hay nada aquí verdaderamente sorprendente. Tampoco los personajes están particularmente bien trabajados: la aristócrata acostumbrada al lujo que se ve obligada a vivir como plebeya con las consabidas quejas y exigencias que agotan la paciencia del protagonista; el primer ministro intrigante y despiadado; el sicario sádico y vengativo… Pero como Van Hamme es un guionista con mucho oficio y con un gran dominio de la narración, el conjunto resulta muy entretenido. Todo discurre con buen ritmo, los diálogos tienen chispa y el dibujo está exquisitamente trabajado en ambientación, diseño y fondos (una vez más, no tanto en las figuras, a las que Denayer sigue sin insuflarles la plasticidad y expresividad necesarias).
Por otra parte, resulta interesante cómo la serie sigue
haciendo hincapié en la edad de Shelton. La historia comienza con una revisión
médica rutinaria en la que su doctor neoyorquino le recomienda bajar el ritmo
si quiere llegar a viejo. A continuación, lo vemos hacer jogging en Central
Park cansándose más de lo que debería. Pero es que si sale con vida de esta
aventura, es más por suerte que por méritos propios: no detecta nada raro en el
encargo que acepta; no comprueba la munición de la pistola que le entregan y
que resulta ser de fogueo; se mete de cabeza en una emboscada de la que le
salva una anciana; y en otra en la que sólo sale con unos rasguños gracias a la
intervención de Aliana y Honesty; y lo mismo ocurre con el duelo final, que
hubiera acabado fatalmente para él de no haber intervenido inesperadamente un tercero.
“El Rescate” (2011) cuenta también con guion de Van Hamme y
en esta ocasión vuelve a atender una llamada de Honesty para proponerle un
encargo. Un antiguo camarada suyo de Vietnam, Gary Keller, se ha convertido en
un magnate del petróleo. Su rebelde hija Pauline se graduó en West Point y se
presentó voluntaria para ir a Irak con el grado de teniente. Durante una
patrulla desapareció y ahora su padre ha recibido una petición de rescate de un
bandido local que dice tenerla prisionera, aportando como prueba un DVD en el
que se la ve a ella pidiendo a su progenitor que acceda a las condiciones: un
pago de 20 millones de dólares en diamantes. La misión de Shelton, por dos
millones de dólares (cinco si le devuelve la hija y los diamantes) es servir de
agente en el intercambio, que debe realizarse en un aislado oasis del Kurdistán
iraquí, cerca la frontera turca. Naturalmente, las cosas ni son lo que parecen
ni salen como estaban previstas y Shelton, una vez más salvará la vida gracias
tanto a la suerte como a su ingenio, que le permitirá sortear los intentos de
traicionarlo y salir mejor parado de lo que nadie hubiera podido suponer.
Habida cuenta de las tarifas que cobra Shelton y los años
que lleva trabajando como mercenario de alto nivel, cabría preguntarse por qué
no se ha retirado ya. De hecho, al comienzo del álbum lo vemos pilotando un
flamante yate recién adquirido. Van Hamme aporta otra pincelada de
caracterización al personaje en una escena de intimidad de alcoba con Honesty,
cuando esta, viéndolo tenso antes de comenzar la misión, le recuerda que puede
dejarlo. Éste reconoce que necesita el dinero porque se lo gasta tan rápido
como lo gana, pero también: “Necesito el
dinero. Y de la adrenalina que lo acompaña. Es como una droga, Honesty. Además,
tampoco sé hacer otra cosa”. A lo que ella responde: “Pues morirás sobre el escenario, como Molière”.
Y a tenor de lo que sucede en “Cien Millones de Pesos”
(2013), de nuevo escrito por Van Hamme, parece que otro remedio no le va a
quedar a Shelton. Tras llegar en su yate a Buenos Aires en compañía de Honesty,
la policía lo arresta acusado de una violación cometida cuarenta años atrás.
Por entonces, Shelton era un jovencito de 19 años que recorría Sudamérica con
una mochila y que tuvo relaciones –consentidas- con la hija de un rico
terrateniente de la Pampa, Pilar de Asunción, que le brindó albergue temporal.
Shelton siguió su camino, regresó a Estados Unidos y se alistó en el Ejército.
Pero la indiscreción de la muchacha fue descubierta y, para no sufrir el
castigo de su padre, acusó a aquél de violación.
Décadas después, el crimen no ha prescrito y Pilar, desde hace tiempo heredera de la fortuna de su padre, no ha retirado la denuncia. La policía no sólo le retira a Shelton el pasaporte, sino que, como fianza para que salga en libertad hasta el juicio, le incauta todo el dinero que tiene en un banco americano, 3,5 millones de dólares. Y entonces, aparece la potentada, que le promete a Shelton retirar la denuncia (y, con ella, devolverle su libertad y su dinero) a cambio de que le ayude en un turbio asunto: encontrar al sacerdote que oficiaba en sus tierras y que ha desaparecido con un boleto de lotería premiado con cien millones de pesos (25 millones de dólares) tras dejar un par de cadáveres tras de sí.
Así que Shelton, disfrazado de sacerdote y arrastrando un
burro consigo, debe rastrear a su presa en la zona noroeste del país, cerca de
las Cataratas de Iguazú. Una vez más, las cosas no son lo que aparentan y
Shelton, otra vez, salva la vida y cumple la misión gracias tanto a sus
recursos como a la intervención de Honesty, que al final del álbum, enfurecida,
le espeta: “Tienes casi la edad de
jubilarte y no tienes ni un céntimo (…) ¿De qué vas a vivir, San Shelton? ¿De
una nueva misión que pueda fracasar en Papúa? ¿De los derechos de autor de tus
memorias que venderán tres mil ejemplares?”
Frente a las aventuras mayormente independientes por las que había optado Cailleteau, Van Hamme propicia fortalece una cierta continuidad, haciendo que eventos de una misión tengan consecuencias o propicien la siguiente, un planteamiento que permite trabajar mejor el desarrollo del personaje y, quizá, llevarlo algún día hacia una determinada conclusión.
Así, los problemas financieros que había tenido en
Argentina le van a empujar a una difícil situación en el siguiente álbum, “No
Return” (2014), también escrito por Van Hamme. Despojado de sus ahorros por el
sistema judicial argentino, sólo le queda su yate… que es confiscado por el IRS
(el fisco norteamericano) nada más atracar en un puerto estadounidense, acusado
de no haber declarado los beneficios de su último trabajo. Despojado de todo, Shelton
recibe inmediatamente la oferta de un general de la Inteligencia del Ejército.
El veterano mercenario no tarda en averiguar que quien se encuentra tras su
infortunio fiscal es la CIA, que necesita de un agente externo con experiencia
y que hable farsi, el idioma más hablado en Irán y, sabedor de lo reacio que es
Shelton, el candidato ideal, a trabajar para servicios secretos, ha tirado de
los hilos necesarios para presionarle.
Y es que Irán ha venido desarrollando un programa de
enriquecimiento de uranio con vistas a la fabricación de armamento. Las
instalaciones para ello están ocultas en un complejo subterráneo en una aislada
aldea rodada de montañas cerca de la frontera con Afganistán. El físico al
frente del proyecto, el doctor Nassin, lleva dos décadas colaborando en secreto
con la CIA pero ahora ha sido descubierto. Dada su importancia para el
programa, el coronel Youssef Radjavi, del Servicio de Información y Seguridad
iraní, no puede ejecutarlo, pero sí estrechar su vigilancia y presión sobre él.
La misión de Shelton no consistirá en extraer al científico, sino a su mujer,
Saadia, como parte del acuerdo original que este tenía con la CIA. A cambio, le
pagarán suficiente dinero como para que solucione su deuda con el IRS y aún le
quede una cantidad más que respetable. El problema, claro, es cómo infiltrarse
en una zona fuertemente protegida sin ser iraní, cómo dar con el objetivo y
escapar del país.
Este álbum se inspira claramente en la sucesión de
incidentes que unos pocos años antes, en 2011, deterioraron todavía más las ya
pésimas relaciones entre Estados Unidos e Irán a cuenta del programa nuclear de
estos últimos. La República Islámica acusó al Mossad y a EE. UU. de haber
orquestado atentados –algunos mortales- contra físicos relacionados con su
programa nuclear. A ello siguieron acusaciones de intentos de magnicidio en
suelo estadounidense (concretamente, contra el embajador de Arabia Saudí en ese
país) y el derribo de un dron en territorio iraní. Israel, en la figura de
Benjamín Netanyahu, colaboró a calentar el polvorín presionando a los Estados
Unidos y la Unión Europea para bombardear las instalaciones nucleares iraníes.
Esta es la primera ocasión en la que vemos a Shelton inmerso en el turbio mundo de los servicios de inteligencia. Hasta ahora, se había “limitado” a aceptar –a veces no del todo libremente- encargos de individuos particulares, pero esta vez y para su pesar, tiene que jugarse el cuello por un objetivo poco claro. Van Hamme nos ofrece una sólida intriga de espionaje en la que los servicios de inteligencia de tres naciones libran una guerra silenciosa sirviéndose de espías que se juegan la vida e información que ocultan, falsifican o filtran a conveniencia. Como le suele ocurrir a Shelton, las cosas no eran tal y como le habían hecho creer e incluso aun cuando sabe que bien puede estar siendo engañado o manipulado, no puede evitarlo durante la mayor parte de la peripecia. Su misión no era más que un trámite para la consecución de una victoria mucho mayor, algo que descubre por sí mismo y a las malas. Pero, también como suele ser habitual, su ingenio, osadía y red de contactos le permiten, sin dañar innecesariamente a nadie que no se merezca, aterrizar de pie, recuperar lo que era suyo y hacerse además con un buen pellizco.
Y hasta aquí lo que en España hemos podido leer de este personaje, doce álbumes que Dolmen recopiló en cuatro integrales. El ritmo de la serie había ido ralentizándose y cuando ya podría pensarse que los autores la habían dado por cancelada, aparece un decimotercer álbum, “Vendetta”, en 2017, que aún permanece inédito en nuestro país.
“Wayne Shelton” es una serie que gustará a los amantes de
los thrillers de acción bien ejecutados. No puede decirse que sean ficciones
originales o que aporten un valor particular al género. Incluso, está realizada
con cierta frialdad tanto en sus guiones como en sus dibujos, dando prioridad a
la trama, el suspense y la acción sobre la caracterización y el plano
emocional. Pero teniendo esto en cuenta, las aventuras de este cuasijubilado
mercenario ofrecen un indudable entretenimiento al nivel de cualquier serie o
película del mismo género -formatos, por otra parte, a los que sería sencillo
trasladar estos comics-. Por algo será que esta serie haya sido una de las
series que Van Hamme, ya superando los ochenta años y abandonado casi todos sus
personajes en otras manos, decidió seguir escribiendo.
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