(Viene de la entrada anterior)
El nº 7 (agosto 64), titulado “¡La Hora Más Oscura!”, es otra buena muestra de cómo la idea de continuidad universal estaba cobrando impulso en toda la línea de comics de Marvel gracias a la supervisión de Stan Lee.
Nada más empezar, asistimos a dos castigos impuestos a personajes por acontecimientos narrados en otras colecciones. Primero, los Vengadores expulsan durante una semana a Iron Man por no haber respondido a una llamada, algo que sucedió en “Tales of Suspense” nº 56 (agosto 64) –la primera vez, por cierto, que se sanciona a un miembro del grupo-. Simultáneamente, en Asgard, Odín exilia a la Tierra a la Encantadora y el Verdugo por las villanías que habían cometido en “Journey into Mystery” nº 103 (abril 64). Es más, al poco de llegar, ven una noticia en un periódico sobre la reciente batalla de los Vengadores con Zemo en el episodio anterior. Stan Lee iba construyendo su universo ladrillo a ladrillo, apoyando cada episodio en otros precedentes de esa u otras colecciones.
Los asgardianos, necesitados de un aliado conocedor de la Tierra y sus costumbres, contactan con Zemo (que se ha vuelto a esconder en su refugio del Amazonas) a través de un hechizo de la Encantadora para proponerle una alianza: le ayudarán a vengarse del Capitán América si éste hace lo propio con ellos y Thor. Sigue la previsible intriga en la que los Vengadores caen en una trampa y se separan, Thor es hechizado por la Encantadora para que se vuelva contra sus amigos creyéndolos malvados y tras un apurado combate, Iron Man utiliza su tecnología para disipar el encantamiento. El Capitán América es atraído hasta una emboscada en el Amazonas…. En fin, tras mucho ir y venir, Zemo y sus aliados desaparecen a bordo de su nave en una brecha espaciotemporal abierta por el martillo de Thor.
En primer lugar, hay que destacar el arte de Jack Kirby, considerablemente más pulido que en números anteriores, seguramente gracias al trabajo de Chic Stone con las tintas. La labor combinada de ambos ofrece viñetas con más detalles y líneas más limpias y definidas. Ahí tenemos el Salón del Trono de Odín en la página 3, con sus distintos personajes; o la versión malvada de los Vengadores que la Encantadora imprime en la mente de Thor en la página 11.
Este episodio no sólo trae de vuelta a Loki (aunque sólo como un breve cameo) sino que también, por primera vez, saca a otros asgardianos de su mundo natal para llevarlos a la Tierra. Fue una de las tácticas editoriales de Lee que tan bien le funcionaron. Y es que, para todos los lectores de esta colección que no siguieran además la de Thor (“Journey into Mystery”), esta fue la primera vez que vieron a Odín o Asgard y tomaron conciencia de lo que podían encontrar en esa cabecera. No sólo el dibujo les hace justicia, también los diálogos, contribuyendo a enriquecer el trasfondo de Thor y ampliar su universo.
Este recurso, además de ser un paso más en la consolidación del todavía pequeño Universo Marvel, trataba de solucionar otro problema endémico de todas las colecciones de grupos de superhéroes: encontrar villanos a la altura del poder combinado de todos sus miembros. Tras seis números, los únicos que habían constituido amenazas reales para Los Vengadores habían sido Loki, Hulk (que, por cierto, aquí desaparece para siempre del logo de portada para ser sustituido por el Capitán América) y Sub-Mariner. Si en “Los Cuatro Fantásticos” Lee no conseguía dar con adversarios tan carismáticos como el Doctor Muerte y se resignaba a utilizar a éste con más frecuencia de la aconsejada, aquí corría el mismo riesgo con Zemo, que ya había aparecido en el 6 reuniendo a un puñado de villanos claramente inferiores a los Vengadores, que ahora volvía a la carga y que continuaría insistiendo en los nº 9, 10 y 15. Al menos, la fuerza del Verdugo y la magia de la Encantadora, sí ayudaban a Zemo a erigirse como un peligro muy real para el grupo.
El Capitán América sigue siendo el corazón del grupo pese a no ser uno de sus miembros fundadores y haberse incorporado a sus filas tan solo tres números atrás. El resto de los Vengadores disponían de sus propias colecciones para desarrollar sus aventuras individuales e identidades civiles, pero el Capitán aún esperaba adquirir su propia parcela editorial. No tardaría mucho. En noviembre de 1964, pasaría a compartir cabecera con Iron Man en “Tales of Suspense” (a partir del nº 59). Mientras tanto, aquí es el único al que vemos fuera de su actividad como Vengador, entrenando con unos boxeadores y luego atormentándose con el recuerdo de Bucky (recordemos que, aunque su muerte había acontecido casi diez años atrás, para él, que había permanecido dormido todo ese tiempo, el trauma databa de sólo unas semanas antes). Ese recuerdo le lleva a perder la compostura cuando se presenta ante él Rick Jones vistiendo un uniforme de Bucky que había encontrado en un armario: “¡No vuelvas a decir que eres mi compañero! ¡Lo perdí! ¡Jamás me lo perdonaré! ¡Y jamás permitiré que vuelva a ocurrir! ¿Crees que soportaría que te pasara algo a ti también? ¡Nunca tendré otro compañero! No me harés responsable de otra vida…¡¡Nunca!!”.
Poco nuevo se puede decir de los personajes principales aparte de que se redefinen los poderes del Hombre Gigante, aumentando su tamaño potencial hasta los 12 metros para poder soportar los embates de un enloquecido Thor (y causar de paso no pocos destrozos en la ciudad). En cuanto a la Avispa, sigue siendo víctima de una discriminación flagrante: a la hora de decidir la expulsión temporal de Iron Man, no es contemplada como miembro del grupo con derecho a voto, un insulto que Janet Van Dyne no parece tomar en consideración.
A la hora de valorar números como este, hay que ponerse en el contexto de la época. Los guiones de los comic-books distaban de ser ejemplos de consistencia y sofisticación y a menudo eran una mezcla de escenas torpemente hiladas y momentos absolutamente inverosímiles. Recordemos que Stan Lee escribía los plots de todos los comics de la editorial y se encargaba de los diálogos y la supervisión artística. De acuerdo con el Método Marvel que él mismo había instaurado, el dibujante se encargaba de desarrollar la premisa básica según su mejor instinto, y en no pocas veces el resultado era irregular.
Así, aquí no es encontramos con ese tosco engaño al Capitán América (siendo el Verdugo un poderoso guerrero asgardiano, ¿por qué no se enfrenta al Capitán en vez de esconderse bajo la máscara de un sicario de Zemo y enviarlo a que luche con un puñado de indígenas a miles de kilómetros?); un hechizo tan poderoso como para nublar la mente de Thor y que es roto por las lucecitas de los guantes de Iron Man; los viajes transcontinentales que se realizan en un abrir y cerrar de ojos; los poderes de “teletransportación aleatoria” de Thor…
Pero todo esto son pecados habituales en los tebeos de superhéroes de la época que irían subsanándose conforme Lee delegara en otros guionistas y éstos se tomaran el género más en serio. Dejando esto al margen, es una historia moderadamente original y que encaja bien en la continuidad y espíritu no sólo de los propios Vengadores sino de los de sus miembros individuales.
El nº 8 (sept 64), “Kang el Conquistador”, marca un hito no sólo en Los Vengadores sino en todo el universo Marvel, ya que supone la presentación del villano del título, origen de uno de los embrollos de continuidad más sonados y opacos de la editorial. Pero eso sería años después. Por el momento, Kang aparece a bordo de una nave en el estado de Virginia y, tras una demostración de fuerza de su tecnología contra el ejército, exige hablar con los gobernantes para presentarles sus demandas.
Los Vengadores, claro, son llamados al lugar y se enfrentan con el invasor sólo para darse cuenta de que sus avanzadas armas hacen de él un adversario formidable. Tanto, de hecho, que los captura a todos excepto a la Avispa. Será ella, ayudada por la Brigada Juvenil de Rick Jones, la que liberará a los héroes y traerá del laboratorio de Henry Pym el arma diseñada por Tony Stark que permitirá destruir el traje de Kang, repositorio de casi todo su poder. Derrotado, el villano huirá a través del tiempo dejando a los héroes preocupados ante la perspectiva de que regrese (cosa que, efectivamente, haría poco después, en el número 11).
El argumento es muy sencillo y tiene poco que destacar. Kang es el típico villano megalomaniaco tantas veces visto y que es más poderoso que todos los héroes que le hacen frente. A diferencia de los hechizos de Loki y la Encantadora, la fuerza de Hulk o el Verdugo o los maquiavélicos planes de Zemo, lo que le convierte en una amenaza es su avanzada tecnología del futuro. Por desgracia, Lee no supo resolver la historia de mejor modo que haciendo que Kang, tras capturar en solitario a los Vengadores y doblegar al ejército norteamericano, se deje engañar de la forma más estúpida por los adolescentes de la Brigada Juvenil.
Comentaba el embrollo de continuidad que con el paso del tiempo acabarían generando las idas y venidas de Kang por la corriente temporal. Resulta que Kang nació en la Tierra del año 3000 y viajó al pasado, a la época de los faraones, asumiendo la identidad del faraón Rama Tut, a quien los Cuatro Fantásticos habían conocido en el nº 19 de su colección (octubre 63). Simultáneamente a la aparición de este episodio, se publicó el Anual nº 2 de los Cuatro Fantásticos (sept.64), donde se revelaba que, regresando a su futuro tras su encuentro con esos héroes, cruzó su camino con el Doctor Muerte, pensando que podría ser su antepasado o incluso una versión de él mismo (afortunadamente, Lee entró en razón y acabó desechando esta posibilidad). En el Anual 2 de Los Vengadores (julio 68), se revelaba que antes de convertirse en Kang, pasó un tiempo en un universo alternativo bajo el nombre de Centurión Escalata. Y por si esto no fuera suficiente, en el futuro se descubrirá que también es Inmortus, un villano presentado en el número 10. En fin, que Kang, bajo una identidad u otra, resultará ser uno de los enemigos más persistentes de Los Vengadores.
Merece la pena apuntar que, aunque ya se había sugerido en números anteriores, al comienzo de este episodio se explicita por primera vez que los Vengadores tienen una presidencia rotatoria. Al entrar en la mansión de Stark que les sirve de base, el Hombre Gigante dice: “¡Yo actúe de presidente en la última reunión! ¿A quién le toca hoy? ¡Personalmente me parece una tontería no tener un jefe fijo!” A lo que Iron Man responde: “¡Quizá, pero resulta más democrático. ¡Capitán América, te toca a ti presidir la reunión!”. Reunión, por cierto, convocada a instancias del Pentágono para pedirles ayuda, lo cual establece la existencia de una relación de confianza entre el gobierno y los Vengadores, que más adelante se traducirá en privilegios exclusivos en cuestión de acceso y comunicaciones.
Gráficamente, éste será el último número dibujado por Jack Kirby, que aquí claramente había perdido el interés y se limitaba a abocetar dejando a Dick Ayers una labor de entintado y adición de detalles que deja bastante que desear (durante todo el enfrentamiento con Kang, por ejemplo, los fondos brillan por su ausencia). Tampoco el diseño del villano está demasiado inspirado. En algunos aspectos (sobre todo la máscara) recuerda al Doctor Muerte, pero el gran casco que le inmoviliza y agranda la cabeza, el traje con arnés y las botas hasta las ingles le dan un aire carnavalesco.
Así que en el número 9 (octubre 64), Jack Kirby se marcha como dibujante regular y cede su puesto a Don Heck. Como muchos profesionales de los primeros días de los comic-books, Don Heck era neoyorquino. Nacido en Queens en 1929, se aficionó a las tiras de prensa desde que era un niño y no tardó en intentarlo él mismo apuntándose a un curso de dibujo por correspondencia y afianzando sus conocimientos con clases en la escuela local. En 1949, fue contratado por Harvey Comics para trabajos menores, pero pronto consiguió otros encargos más satisfactorios como freelance. Uno de los primeros comics que llevó su firma fue “Weird Terror” nº 1, aunque no se limitó en absoluto a ese género y sus dibujos ilustraron todo tipo de historias: western, romántico, suspense… El estilo de Heck, influenciado por Milton Caniff especialmente cuando se entinta a sí mismo, era intrincado, con garra y a menudo explícito, tal y como se puede apreciar en muchas de las portadas que realizó durante los cincuenta.
Fueron quizá esas cualidades las que llamaron la atención del entonces editor de Atlas Comics, Stan Lee, quien lo contrató como parte de la plantilla en 1954. Fue en esta etapa cuando realizó quizá su mejor trabajo para una serie titulada “Torpedo Taylor” que aparecía en el comic bélico “Navy Combat”. Por desgracia, Lee se vio obligado a despedirlo –como a prácticamente todos sus empleados- cuando Atlas hubo de recortar drásticamente su negocio a raíz del colapso de su distribuidora. También fue uno de los primeros en regresar cuando la compañía se recobró al final de la década. Por entonces, trabajando en los títulos de monstruos de la editorial, Heck se convirtió en parte de la base artística de la Marvel primigenia junto a Jack Kirby y Steve Ditko.
Heck fue cocreador en Marvel de personajes como Iron Man, Ojo de Halcón o la Viuda Negra. Además de una larga estancia como dibujante regular de “Los Vengadores”, intervino en los X-Men, Spiderman, Nick Furia, Daredevil, Los Defensores… A finales de los 70, cuando su estilo ya había quedado claramente desfasado ante el empuje de los nuevos talentos, se marchó a DC, donde se ocupó de títulos como “Teen Titans”, “Flash”, “Wonder Woman” o “La Liga de la Justicia”.
En “Los Vengadores”, Heck empezó a colaborar con Lee en los argumentos de acuerdo al Método Marvel. No fue fácil para él adaptarse a este sistema de trabajo y, de hecho, los superhéroes nunca fueron el género que mejor se adaptaba a su estilo de líneas elegantes y gran capacidad para transmitir emociones, pero carente del dinamismo y energía de Jack Kirby o la originalidad visual de Steve Ditko. Además, debido a la propia dinámica de una industria que demandaba abundante material cada mes, Lee necesitaba que sus artistas produjeran mucho y rápido, exigencias que no permitían a Heck dar lo mejor de sí mismo; en primer lugar, por la velociad con la que debía trabajar; y después, por el mediocre entintado que a menudo estropeaba sus lápices.
En el número 7, los Amos del Mal habían sido enviados a una brecha espacial por cortesía de Thor y el trío había permanecido desde entonces atrapado entre la sexta y séptima dimensiones. La paciencia de Zemo se agota y exige a sus aliados que encuentren la forma de sacarlos de allí. Dicho y hecho: la Encantadora lanza uno de sus hechizos y ¡voila! se encuentran de vuelta en el escondrijo amazónico de Zemo, el cual se pone inmediatamente a planear su siguiente golpe contra el Capitán América.
Unas semanas después, la Encantadora y el Verdugo pagan la fianza de Simon Williams un inventor fracasado acusado de desfalcar a su propia empresa cuando sus diseños quedaron obsoletos por el trabajo de Tony Stark. La Encantadora le ofrece la oportunidad de vengarse de Iron Man (que todo el mundo pensaba era el guardaespaldas de Stark) y Williams, aunque sin tenerlas todas consigo, accede. Y así, Zemo utiliza su maquinaria para otorgarle poderes “iónicos” (que se traducen en superfuerza e invulnerabilidad) y lo bautiza “Hombre Maravilla”. Luego le ordena infiltrarse en los Vengadores y destruirlos desde dentro. Para asegurarse su cooperación, le informa de que sus recién adquiridos poderes lo matarán si no recibe una inyección semanal de un suero que sólo puede sintetizar él.
Los Amos del Mal fingen un robo en el que el Hombre Maravilla surge de la nada y ayuda a los Vengadores a rechazarlos. El Capitán América es el único que alberga sospechas, especialmente cuando el recién llegado admite que sus poderes le han sido dados por Zemo. Pero no es nada que un poco de magia asgardiana no pueda solucionar y con una pequeña ayuda mágica de la Encantadora, los Vengadores se ponen manos a la obra para encontrar una cura al deterioro que sufre su cuerpo (cosa que sí es cierta).
Días más tarde, el Hombre Maravilla contacta con ellos por un canal seguro y les dice que ha sido capturado otra vez por Zemo. Cuando los Vengadores llegan al lugar, caen en la emboscada preparada por los Amos del Mal. Son derrotados, pero el Hombre Maravilla, agradecido por los esfuerzos, la dedicación y la amistad que habían volcado en él los Vengadores, se vuelve contra Zemo, la Encantadora y el Verdugo y los obliga a huir. Pero sin el suero, el poder iónico colapsa su cuerpo y muere como un héroe en brazos de Iron Man.
A lo largo de los años, Stan Lee contó un par de versiones diferentes de esta historia, pero la que narró al editor del fanzine “Crusader” tan solo unos pocos meses después de que este nº 9 llegara a los kioscos puede que sea la más fiable. Respondiendo a la pregunta de por qué al final del episodio mató a un personaje con tanto potencial como el Hombre Maravilla, dijo: “Tratamos de traerlo de vuelta, pero nos enteramos de que DC había publicado una historia un año antes sobre un robot llamado Hombre Maravilla. Yo nunca lo había visto ni oído hablar de él, pero la dirección de National Comics nos escribió para informarnos de que ya había utilizado ese nombre. No queríamos utilizar nombres ya usados por nadie más así que, sólo por ese motivo, no recuperamos al Hombre Maravilla”.
Al menos por el momento, claro. Sería nada menos que Kang, en los números 131-132 (enero-febrero 75), quien lo resucitara y, algún tiempo después, en el 160 (junio 77), se unió a los Vengadores como miembro fijo. Para entonces, quizá a nadie le importaba ya –o pocos se acordaban- de aquel androide creado por Edmond Hamilton y Curt Swan para una fugaz aparición en “Superman” nº 163 (agosto 63).
Pero tal y como quedaron las cosas en su momento, aquella decisión de matar al Hombre Maravilla al final del nº 9 de “Los Vengadores” tuvo un impacto poco conocido pero significativo en otro coloso de la cultura popular moderna. Y es que George R.R.Martin ha citado frecuentemente ese episodio como una influencia importante en su obra: “En aquel número, el Hombre Maravilla es un villano que finge ser un héroe, y se une a los Vengadores con el propósito de traicionarlos. Al final, no puede hacerlo y como resultado muere (…) Me encantaba aquel episodio. De hecho, me fascinó. Me gustaba el que lo mataran y que fuera un villano que, pretendiendo ser un héroe, acaba por serlo al final. Ese tipo de inversión, los temas de la traición y la redención… si miras mi obra verás por toda ella sus huellas”.
Así que Martin, a sus 16 años, supo entender lo sustancial de la historia y prescindir de todo aquello que hoy tanto chirría y que podría haberse mejorado con algo más de atención a la hora de tejer el argumento: la suspicacia inicial de los Vengadores transformada en confianza absoluta vía un hechizo, la poca sustancia de las escenas de acción, la irracional sed de sangre que rezuma el Capitán América en cuanto se le menciona a Zemo o lo aburrido que empezaba a resultar éste como adversario recurrente.
(Sigue en la próxima entrada)
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