A Paco Roca le importa la gente. O esa es la agradable sensación que desprenden sus obras. Incluso aquellas que se apoyan en un género claramente definido (el drama bélico de “Los Surcos del Azar”; la aventura de “El Tesoro del Cisne Negro”), ponen un especial énfasis en los personajes, sus emociones, cómo se relacionan entre sí y la forma en que la trama, sea cual sea ésta, les afecta.
Por otra parte, se
detecta una querencia por las historias pequeñas, aquellas que no ocupan
titulares en la prensa o que el tiempo ha ido relegando al olvido colectivo
pero que a pesar de ello, o precisamente por ello, son con las que el lector
puede identificarse más fácilmente: un drama cotidiano en una residencia de
ancianos (“Arrugas”), la rebeldía de un grupo de dibujantes contra una
todopoderosa editorial hace sesenta años (“El Invierno del Dibujante”), el
destino de un grupo olvidado de combatientes españoles en la Segunda Guerra
Mundial (“Los Surcos del Azar”), la historia de una familia cualquiera a lo
largo de las décadas (“La Casa”)…
Ya en “La Casa”, Roca había utilizado algo inanimado, una
segunda residencia en el campo, para construir a su alrededor una fascinante
historia sobre la familia que la edificó, habitó y, en último término, vendió, sirviéndose
de originales recursos narrativos y visuales para trazar con precisión los
perfiles de esos personajes, sus temperamentos, la relación que tenían unos con
otros, su evolución a lo largo del tiempo acompasada a los cambios sociales y
el devenir económico de la propia familia, la huella que los golpes de la vida
iba dejando en ellos… Era una historia absolutamente verosímil que tocó el
corazón de mucha gente; primero, porque, de alguna forma, se sentían
identificados con alguno de los personajes o con esta o aquella situación que
vivieron; y, segundo, porque estaba contado con una extraordinaria sutileza y
emotividad sin caer en lo sensiblero.
Pues bien, en “Regreso al Edén”, Roca adopta un recurso
similar. Uno, además, que de algún modo y en algún momento, hemos experimentado
todos muchas veces en nuestra vida. Porque, ¿quién no ha dejado volar su
imaginación al ver un cuadro, una ilustración o una antigua fotografía
amarilleada por el tiempo, fabricando historias a partir de lo que allí se
muestra, dando personalidad a sus intervinientes, pensando cómo han llegado
allí o qué sucedería después de esa instantánea? “Regreso al Edén” no es una
tanto una fabulación elaborada a partir de una vieja foto familiar tomada en
1946 en la hoy desaparecida playa de Nazaret, en Valencia, como el resultado de
una investigación familiar acometida por el propio autor, tomando como base
aquélla.
Hoy vivimos en un mundo visualmente saturado. La
televisión, la omnipresente publicidad, las redes sociales… nos bombardean con
una cascada ininterrumpida de imágenes. Y cuando de actor pasivo pasamos a
activo, sacar una foto, conservarla y compartirla resulta más fácil que nunca.
Tanto, de hecho, que ya no le otorgamos ningún valor. Hasta un niño pequeño
puede almacenar miles de fotos en su teléfono móvil o exhibirlas en su perfil
de Instagram. Es por eso que los más jóvenes no pueden entender lo que ocurre
al comienzo de “Regreso al Edén”: Antonia, una anciana –la madre del autor-, se
va a vivir con uno de sus hijos y, ya instalada, echa de menos una foto.
Desesperada, la busca sin éxito y durante meses insiste a sus hijos para que
revuelvan cielo y tierra y la encuentren. Ellos no entienden a qué viene tanto
alboroto por una simple foto, pero al final la encuentran. Ella, la lleva a su
dormitorio y la coloca en su mesilla, como ha hecho en los últimos 70 años. Los
hijos -y, supongo, muchos lectores nacidos ya en la era digital- siguen sin
comprenderla.
Antonia no se molesta en explicarles -porque probablemente
sería inútil- que sólo se tomó tres fotos antes de cumplir los veinte años; y
que cada una de ellas tenía un valor inmenso porque despertaba en su memoria
todo tipo de recuerdos -auténticos o fabricados- y emociones más allá de la
imagen propiamente dicha. Pero Paco Roca sí nos va ayudar a nosotros, lectores,
a entenderlo utilizando esa instantánea amarillenta que muestra a su familia
mirando a cámara durante un domingo de asueto playero, para explorar no sólo la
vida de su madre Antonia, sino de la de sus ascendientes, descendientes y
parientes políticos, desplegando un apasionante árbol genealógico que sirve de
crónica de una época del pasado reciente de España que impuso grandes
sacrificios y carestías a mucha gente.
Y es que “Regreso al Edén” es, pese a su esperanzador
título, la crónica de una familia humilde durante la posguerra española y la
forma en que asumen con resignación las escaseces en las que viven inmersos: el
hambre, el abuso del estraperlo, el miedo a ser estigmatizados por haber
combatido en el “otro bando” durante el conflicto aún reciente en la memoria de
todos, el peso de un catolicismo opresivo, el analfabetismo, trabajos de
jornadas eternas y mísero salario, el realquiler, las esposas víctimas
silenciosas de malos tratos de sus maridos… No es este un comic con una
estructura tradicional, con un planteamiento, nudo y desenlace y una trama más
o menos lineal. Más bien, se trata de un mosaico de situaciones, retrato de
personajes y escenas engarzadas unas con otras aunque a menudo separadas
temporalmente.
Hay un par de insertos aislados en los que Roca hace un
rápido repaso por el panorama político de la posguerra. Entiendo que su función
es poner en contexto a aquellos lectores poco familiarizados con esa etapa de
la Historia, pero esas cuestiones relacionadas con la alta política no sólo
maridan mal con el tono del resto del comic, más a pie de calle y concerniente
a la gente corriente, sino que resultan innecesarios para seguir la vida de los
miembros de la familia protagonista. Así como, por ejemplo, la explicación de
cómo funcionaba el estraperlo es clara y conveniente para la narración puesto
que era una parte de las penurias e injusticias cotidianas, no puede decirse lo
mismo de, por ejemplo, las reuniones de Franco con Hitler o su sueño de invadir
Marruecos.
Paco Roca es a estas alturas un especialista en, con tan
solo cuatro rápidos trazos, presentar y perfilar personajes a los que resulta
fácil entender. Pero ello no quiere decir que esta sea una historia -o, más bien,
historias- que ensalcen al humilde y el necesitado como repositorio de las
virtudes humanas y en este sentido, el autor realiza un valiente ejercicio de
introspección sobre su propia familia, exhibiendo las miserias morales de
algunos de sus antepasados sin caer tampoco en el maniqueísmo. El autor
comprende y muestra que la pobreza y la necesidad generan resentimiento,
continua ansiedad por el presente y el futuro, egoísmo, intolerancia,
pasividad, trauma, violencia de bajo nivel pero continua, abusos… El abuelo de
Roca, por ejemplo, puede inspirar lástima cuando vemos cómo su hermano menor,
que le da trabajo en su taller, le ningunea y abusa de él; pero luego come a
escondidas los guisos que le lleva en secreto su madre, para no compartirlos
con su esposa e hijos; y
aún peor, más adelante pega a su mujer y su hija
descargando sobre ellas su propia frustración y vergüenza. El suyo es un
comportamiento mezquino fruto de las privaciones y la desilusión. Son
personajes complejos, que tienen motivos para ser y actuar como lo hacen
Es difícil para las generaciones actuales entender lo duro
que fue la infancia de Antonia –o la de cualquiera de las miles de niñas de su
mismo tiempo- y la huella que aquellos años le dejaron para el resto de su
vida: sin poder ir a la escuela porque tenía que ayudar a su madre en las
tareas de la casa (eran seis hermanos y no había electrodomésticos) y con los
pequeños trabajos de costura que aquélla conseguía para aliviar algo la
precaria economía familiar; pasaba hambre; no podía invitar a casa a las pocas
amigas que tenía; estaba sometida a un continuo chorreo de mensajes y
sentencias negativas de su resignada y conservadora madre; avasallada por una
interpretación interesada y opresiva de la religión católica; pierde una tras
otra a sus hermanas y luego a su madre para quedar convertida en sierva
doméstica y dependiente económica del bruto de su padre y sus propios hermanos…
Ya adulta y con su propia familia, vería mejorada su situación social y
económica pero el hambre que pasó entonces y el analfabetismo producto de las
circunstancias devendrían en traumas u obsesiones de los que ya no podría
recuperarse nunca.
“Regreso al Edén” es un comic de lectura absorbente y
dinámica, pero también muy dura. No es frecuente ver tebeos -ni ficciones en
general- en los que los personajes no obtengan alguna recompensa al final de
sus penurias, un premio emocional o material que compense siquiera en parte las
miserias que han tenido que soportar para deleitar al lector. Esta es una de
esas excepciones (el final del comic, pese a su belleza, no deja de ser un
recurso poético). Quienes habitan en estas viñetas no son nunca felices, no
llevan vidas plenas, ejemplares ni con final feliz. Como mucho, hay pequeños
alivios momentáneos a una existencia frustrante en todos los sentidos. Esa foto
que conforma la portada y alrededor de la cual gira el comic, ni siquiera es,
como quizá podríamos pensar inicialmente, el único recuerdo feliz que Antonia
guarda de su familia. Esto es algo que queda patente cuando vamos averiguando
cómo discurrió aquel día de playa y los antecedentes del mismo. Es, más bien,
el símbolo de un pasado que no existió pero que a ella le hubiera gustado
vivir, y la única imagen que conserva de las dos personas de su familia a las
que siempre estuvo más unida: su madre y su hermana.
Es cierto que Roca manipula hasta cierto punto al lector mostrándole sólo los fragmentos más negros de la infancia y juventud de Antonia, olvidando su vida adulta que, puede presumirse a tenor de los breves destellos que se dan de la misma, no fue tan dura como la de su madre. Con todo, consigue su propósito: mostrar, sin edulcorar, las dificultades a las que se tuvieron que enfrentar personas normales y corrientes en unos años muy duros para la mayor parte de la sociedad española, poniendo cara y ojos a aquellos que en los libros de Historia nunca pasan de ser tan solo cifras y estadísticas.
Gráfica y narrativamente, Roca vuelve a ofrecer un trabajo
excepcional. Utiliza las herramientas exclusivas del comic para transmitir una
asombrosa cantidad de información con sus correspondientes emociones asociadas.
Hay composiciones de página originales que aprovechan el formato apaisado,
insertos de fotografías o diagramas, silencios bien administrados, variadas
angulaciones, puntos de vista inusuales, juegos cromáticos para indicar estados
de ánimo o saltos temporales y, sobre todo, metáforas visuales que sorprenden
por su imaginación y efectividad a la hora de representar estados abstractos
emocionales e incluso intelectuales, como ese “plano mental” del mundo que
tiene Antonia; su actitud protectora hacia su marido y sus hijos a lo largo de
décadas; la llegada de la muerte; la ira interior... Todo un recital de
recursos narrativos del medio, fruto de una cuidadosa reflexión y
planificación. Su línea limpia, sencilla, incluso minimalista es engañosa,
porque con ella es capaz de poner en los rostros de sus personajes todo tipo de
expresiones además de ambientar a la perfección las escenas: no sólo las calles
de Valencia y el paisanaje que circulaba por ellas o el ambiente de las playas
los fines de semana durante aquellos años sino el interior de las viviendas y
su ajuar, la moda o incluso el estilo de peinados.
“Regreso al Edén”, además de una carta de amor a su madre,
es un bello y emotivo retablo humano compuesto por las vidas entrelazadas de
personas -sobre todo mujeres- de una época muy concreta y difícil de nuestra
Historia; gente corriente que hubo de resignarse a vivir en un estado de
perpetua frustración, infelicidad y reclusión psicológica. Una vez más y como
había hecho en sus obras anteriores, Paco Roca hace de pepito grillo de nuestra
conciencia colectiva, instándonos con obras tan documentales como personales a
no olvidar nuestro pasado compartido, en este caso los padecimientos y
sacrificios que hizo una generación no tan lejana a la presente y a la que
debemos más de lo que hoy somos capaces de reconocer. Un comic, en definitiva,
que consolida a este autor como brillante cronista de nuestra historia
reciente.
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