Orquídea negra fue un personaje creado originalmente en 1973 por Sheldon Mayer y Tony DeZuñiga para el número 428 de “Adventure Comics”. Sus poderes un tanto ambiguos incluían superfuerza, vuelo e invulnerabilidad, aunque lo más llamativo era su habilidad para disfrazarse. En las historias que protagonizaba sólo revelaba su presencia al final de las mismas, mientras que su origen e identidad secreta nunca llegó a saberse.
Ese aire de misterio era uno de los elementos recurrentes
de sus aventuras. Ni siquiera el Fantasma Desconocido o Madame Xanadú conocían
nada del pasado de la joven. Apareció en otros títulos y se apuntaron varias
identidades potenciales para ella, pero fue sólo después de “Crisis en Tierras
Infinitas” (1985) que el personaje pudo desarrollarse algo más de la mano de
los británicos Neil Gaiman y Dave McKean en esta miniserie de tres números.
En realidad, este no fue un proyecto buscado por ambos
autores, que en este su primer salto al mercado norteamericano habían esperado
trabajar en una historia en la que aparecieran Sandman, el Fantasma
Desconocido, John Constantine, Batman y Green Arrow, pero todos ellos o estaban
ya muy atados a la continuidad de sus respectivas series regulares o iban a
protagonizar alguna miniserie. Así que Gaiman tuvo que recurrir a su última
baza, Orquídea Negra, un oscuro personaje en el que nadie había pensado. Karen Berger,
en nombre de DC, accedió y cuando McKean le expresó a su amigo su decepción
puesto que habría querido dibujar la Cosa del Pantano, éste le dijo que no se
preocupara. Y es que, inspirado por el nombre de la heroína el trabajo que su
compatriota Alan Moore había realizado en “La Cosa del Pantano”, decidió
reinventarlo completamente incluyéndolo en el “rincón vegetal” de DC.
En las primeras páginas, durante la reunión de un grupo de ejecutivos criminales subordinados de Lex Luthor, Susan Linden, la Orquídea Negra, que se hacía pasar por uno de ellos, es descubierta, capturada y brutalmente asesinada. En ese mismo momento y sin nadie saberlo, en un apartado invernadero experimental, nace a partir de un bulbo –o quizá sería más adecuado decir “florece”- una extraña mujer de piel púrpura, un híbrido de humano y planta igual físicamente a Susan. Tiene el cuerpo de un adulto, pero su mente, que sólo ha conservado recuerdos fragmentarios de la de Susan, está muy confusa.
Este ser, Flora, conoce al propietario del invernadero y su
creador, el científico Philip Sylvian, que le cuenta algo más sobre su
naturaleza, origen y la propia Susan. Pero, ¿cuánto de ella es Susan y cuánto
es nuevo? En compañía de otra versión más joven de sí misma, Suzy, parte en un
viaje de autodescubrimiento mientras le persiguen unas fuerzas oscuras
extraídas del pasado de su modelo original: Carl, el exmarido de Susan recién
salido de la cárcel y dispuesto a vengarse de ella; y los hombres de Luthor,
enviados por éste para hacerse con el secreto de su nacimiento.
“Orquídea Negra”, aunque nadie lo hubiera podido adivinar en aquel momento, fue un comic que iba a tener bastante relevancia. Y no por tratarse del revival de una superheroína de los setenta, desconocida incluso para muchos editores de DC; tampoco por derivar en una serie regular de breve vida. No, su importancia radica en que sirvió de carta de presentación de Neil Gaiman para los lectores americanos, un guionista británico que enseguida se encargaría de otro revival, “Sandman”, por el que pasaría a figurar entre los autores más prestigiosos y apreciados del medio.
Leída en ese contexto, podemos ver en “Orquídea Negra” el
trabajo de un escritor ambicioso, ansioso por trabajar en el medio que iluminó
su niñez e incluso desesperado por dejar su huella desafiando las convenciones.
Pero también es la obra de un talento todavía en proceso de madurez, todavía no
en pleno control de sus capacidades ni preparado para reconocer la diferencia
entre profundo y pretencioso.
Como he apuntado, Orquídea Negra era una justiciera poco convencional en el sentido de que era un misterio tanto para los villanos como para el lector. Sus casos eran siempre enigmáticos y sus adversarios, gangsters y criminales realistas, trataban de imaginar quién era ella, cómo sabía lo que sabía sobre sus negocios; aventuraban normalmente una o dos sospechosas, pero todo se resolvía sin llegar a aclarar la auténtica identidad de la Orquídea. Era una variación interesante del tema superheroico, si bien no una premisa que pudiera mantenerse indefinidamente, lo cual explicaría su breve recorrido de sólo tres números en “Adventure Comics” antes de pasar a aparecer esporádicamente en otros títulos de la casa.
Como tantos intentos de revitalizar un personaje añejo, el
de Gaiman opta por epatar al lector haciendo que la heroína muera asesinada en
las primeras páginas. Esto nos lleva a descubrir que su naturaleza no era
humana sino híbrida de hombre y vegetal. Ya encontramos aquí lo que, en
adelante, será uno de los rasgos característicos del estilo de Gaiman: su
capacidad para difuminar la frontera entre lo mundano y lo mítico. Así, coge a
este personaje secundario del universo DC con poderes de lo más convencional y
lo reinventa en clave mitológica, incorporando elementos de “Frankenstein” y el
cine negro y planteando un viaje no muy diferente del acometido por héroes
épicos como Odiseo u Orfeo.
Por tanto, lo que tenemos no es tanto una prolongación lógica del personaje original sino una completa reformulación. Tanto, de hecho, que Gaiman podría haber creado al personaje desde cero y haberlo bautizado “Violeta Púrpura” sin que la trama hubiera tenido que ser alterada en absoluto. La deconstrucción del género continúa por el propio tono de la historia, más cercana a una fantasía onírica que a una aventura superheroica; y la propia narración, que incluye muchos flashbacks con los que Gaiman quiere transmitir una sensación de confusión controlada (que lo consiga o no depende de cada lector).
“Orquídea Negra” es un curioso producto de su época y un
heraldo de los tiempos que estaban por venir. Publicado sólo unos pocos años
después de “Crisis en Tierras Infinitas”, el evento que remodeló por completo
el multiverso DC para unificarlo en un solo plano de la realidad, la editorial,
aprovechando el imparable auge del Mercado Directo (venta a través de librerías
especializadas), empezó a experimentar con material más adulto, dirección que
desembocaría algo después en la creación del sello Vértigo. Pues bien, “Orquídea
Negra” encarna el choque de esas influencias. Concebido como un comic oscuro y
adulto (hay algunas palabras malsonantes, tortura, asesinatos brutales, maltrato
doméstico y abuso infantil), también está más enraizado en el universo
superheroico convencional de la casa que la encarnación original del personaje.
Había pocos personajes de los setenta que, como Orquídea
Negra, parecieran existir al margen del Universo DC (el Espectro o Ragman son
otros ejemplos). Cuando un ciudadano corriente veía a la heroína volar, se
quedaba asombrado, lo que llevaba a concluir que ese no era el mundo en el que
la gente ya se había acostumbrado a tener a Superman y Green Lantern
sobrevolando sus cabezas. Sin embargo, el revival de Gaiman está firmemente
anclado en el Universo DC. Así, uno de los principales villanos de la historia
es Lex Luthor, aparecen brevemente Batman y la Cosa del Pantano y el guionista
conecta a la ahora “botanizada” protagonista con el resto de personajes de ese
mundo relacionados con las plantas. Hay incluso una escena bastante larga en la
que Orquídea Negra visita el Asilo Arkham y conoce a varios de sus internos,
que anticipa un año la novela gráfica de “Arkham Asylum” (1989), también
ilustrada por Dave McKean; y, como “Arkham Asylum”, es una escena
autoindulgente y sin demasiado sentido.
Resulta irónico que un guionista como Gaiman –como también
muchos de sus contemporáneos y compatriotas-, que creció leyendo comic-books
norteamericanos de la Edad de Plata, se muestre tan ansioso por demostrar su
espíritu revolucionario desafiando los clichés y mostrando una obsesión casi
enfermiza por demostrar su conocimiento de los detalles del género (algo más
tarde, escribiría la miniserie “Los Libros de la Magia”, 1990, que era menos
una historia que un desfile de cameos de todos los personajes mágicos de DC
Comics). ¿De qué manera ayuda el encuentro de Orquídea con Dos Caras o el
Sombrerero Loco a avanzar la historia? No lo hace. De hecho, ¿tendría esa
escena en el famoso manicomio de Gotham alguna relevancia para alguien que no
fuera un rendido fan de Batman?
Por otra parte, la historia es algo escasa para tener una
extensión de casi 150 páginas y, además, problemática. Y es que nos enteramos
del origen de Orquídea mucho antes que ella, lo que significa que, desde
nuestro punto de vista, su búsqueda pierde buena parte de su misterio. Gaiman
cambia el paso hacia el final, como si se hubiera terminado de leer la novela
“Mansiones Verdes” de W.H.Hudson, protagonizada por una chica “salvaje” del bosque,
Rima (de la que, por cierto, DC hizo una serie de comic en los 70). Así, las
dos Orquídeas viajan hasta la selva del Amazonas para esconderse y allí las
encuentran tanto los mercenarios de Luthor como el desequilibrado Carl. Sigue
un largo pasaje en el que éste, que ha pasado de ser un ejecutivo criminal
caído en desgracia a máquina de matar imparable, va asesinando a los hombres de
Luthor uno a uno conforme se adentran en la espesura. Y luego llega un clímax
que pretende ser sorprendente por su tono sosegado y pacifista, pero que
descansa en unos personajes que se comportan de una forma absurda. Si a esto
añadimos el distanciado estilo de Gaiman y la indefinición de las ilustraciones
de McKean, el resultado es que los personajes no han quedado a lo largo de la
historia lo suficientemente retratados como para que ese final funcione a otro
nivel que el meramente intelectual.
Gaiman envuelve toda la historia en un halo onírico que,
desde luego, es intrigante, novedoso y atmosférico, pero también puede resultar
insatisfactorio dado que todo parece desligado de la realidad e incluso ilógico
(como que permitan a Orquídea deambular por los sótanos de Arkham acompañada
tan solo de uno de los internos. No es de extrañar que la institución tenga un
historial tan nefasto). Esa cualidad onírica viene potenciada por el arte de
Dave McKean, cuyo estilo es fotorrealista para rostros y figuras, pero que deja
los fondos vacíos o pintados monocromo, a veces con destellos de púrpura u
otros colores, como si el comic fuera el equivalente a una película en blanco y
negro. Esto hace que, visualmente, “Orquídea Negra” sea un tebeo algo sombrío,
incluso opresivo, y que las composiciones de viñeta resulten algo aburridas. En
varias ocasiones, es fácil encontrarse escudriñando la viñeta y tratando de
entender qué es lo que se está viendo. El resultado es una sensación de
dislocación, de que los personajes no viven en un mundo sólidamente asentado en
la realidad.
La miniserie generaría una colección regular en el sello Vértigo, aunque ni Gaiman ni McKean estuvieron ya involucrados en ella. Tras 22 episodios, ésta terminó con Suzy como única superviviente de la especie de híbridos y asumiendo, ya adulta, la identidad de Orquídea Negra. Aparecería esporádicamente en la era previa al evento Flashpoint, aunque nunca como personaje de peso. Durante los Nuevos 52, se creó una nueva Orquídea Negra, Alba García, totalmente desconectada de la mitología creada por Gaiman y McKean.
Soy consciente de que este repaso a “Orquídea Negra” me
está quedando más crítico de lo habitual. No estoy solo. La propia editora de
Vértigo, Karen Berger, en un prólogo a la recopilación de “Preludios y
Nocturnos” de Sandman, admitió que había un “distanciamiento” en la escritura
de “Orquídea Negra” que le impidió “involucrarse emocionalmente con los
personajes”. Ni siquiera Gaiman y McKean quedaron satisfechos del todo. A decir
del primero: “Fue un intento genuino de hacer el tipo de comic que pensábamos
debía existir. Incluyendo, supongo, todas las cosas buenas y malas que ello
implica. Para ser honesto, creo que lo único de interés que hicimos estaba en
el final. En los comics mainstream, un protagonista pacifista es sólo alguien
que se mantiene como tal hasta el final de la historia, cuando dice: “Ahora sí
que me has hecho enfadar de verdad. Sí, soy un pacifista, pero has matado a mi
hermano y me has presionado demasiado…” Y me gustó llegar al final de la
historia y hacer que los dos estúpidos sicarios dijeran: “No, no vamos a
matarla. Nos parece que es maravillosa”.
La miniserie, no obstante su difuso foco, el errático desarrollo de la trama y la poca definición de los personajes, tuvo una excelente acogida por la crítica. Tampoco puede extrañarnos. Aunque hoy ha quedado superado, en su momento fue un comic arriesgado que sólo podía haber salido de una sensibilidad ajena a la industria del comic book norteamericana (Bill Sienkiewicz era quizá el único que hubiera estado a la altura, pero no había tenido la oportunidad de trabajar con alguien de la cultura e inquietudes de Gaiman).
Pero si lo he traído a colación es porque, a pesar de todo,
encuentro un extraño e inexplicable placer en su lectura. Quizá sea por la
mezcla de poesía, fantasía y terror que envuelve una historia esencialmente muy
violenta; o por las indefinidas pero evocadoras viñetas de McKean, que sin
mostrar demasiado, sumergen en un mundo etéreo que alterna el blanco y negro
con el color. El atractivo de “Orquídea Negra” no radica en la fuerza emocional
de sus personajes. Esta no es una historia para hacer reír o llorar, sino para guiar
al lector en un viaje de resonancias míticas con poca base en el mundo real y
que aspira a meterse bajo su piel, haciéndole sentir incómodo a veces y
maravillado en otras. Además, el planteamiento de Gaiman era valiente entonces
y no ha perdido actualidad hoy: enfatizando los temas morales a expensas de la
estética superheroica, disfraza de fantasía y terror el drama de una mujer
oprimida y maltratada desde la infancia por los hombres que la rodean y que
lucha por renacer en un lugar donde el sufrimiento no tenga cabida.
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