(Viene de la entrada anterior)
Y en 1961, aparece el decimoquinto álbum de la serie (publicado por partes en 1960 en la revista “Spirou”), escrito por Greg y Franquin y dibujado por este último con ayuda de Jidéhem en los fondos: “Z de Zorglub”, uno de mis preferidos y, desde luego, de las mejores entregas de toda la colección.
Todo empieza con el envío a Fantasio de un regalo por parte de un admirador anónimo: un secador de pelo. Spirou llega a casa justo cuando acaba de probarlo y sufrir un aparente shock eléctrico. Sin embargo, poco después, Fantasio despierta, con los ojos vidriosos y comportándose extrañamente, y se marcha a bordo de un coche que le esperaba, controlado remotamente por alguien que viaja en otro vehículo próximo.
El paseo termina con un accidente y Fantasio acaba en el hospital. Spirou, mientras acompaña a su amigo de vuelta a casa, experimenta el mismo fenómeno de pérdida de la propia voluntad y es guiado hacia una casa abandonada donde escucha un mensaje bajo hipnosis. Cuando regresa a la casa de Fantasio, su memoria está confusa y sólo recuerda haber oído a un misterioso “Z” transmitirle un mensaje para el conde de Champignac, el cual, avisado, adivina quién está detrás de toda esa retorcida conspiración.
De hecho, el científico recibe esa misma noche la visita del responsable: Zorglub, un antiguo compañero de estudios devenido grotesco megalomaniaco, que le propone asociarse con él en sus planes de conquista mundial. El conde, haciendo uso de una de sus pociones preparadas con champiñones, le echa de su finca. Zorglub se marcha no sin antes subyugar al policía del pueblo, Jerome, por haberle abroncado.
Spirou, Fantasio, Spip y el Marsupilami se reúnen con el conde en Champignac y, tras enterarse de la desaparición del policía, contemplan el regreso de Zorglub a bordo de un espectacular vehículo volador de diseño futurista, el Zorglóptero. Renueva su oferta, pero el anciano científico sigue rechazándola, desplante ante el cual Zorglub amenaza con demostrar su poder al día siguiente. Y así es. Utilizando ondas de radio, hipnotiza a los vecinos del pueblo y los lanza a atacar el castillo del conde, pero Spirou consigue neutralizarlos con la ayuda del Marsupilami y un gas soporífero invención de aquél. Cuando Fantasio se burla de Zorglub, éste lo secuestra, convirtiéndole en uno de sus esclavos zorghombres… o eso cree, porque Fantasio tiene en su poder un pequeño artilugio diseñado por el conde la noche anterior que le hace inmune al poder de la zorglonda.
Gracias al zorglumóvil de Jerome, Spirou, Spip, el Marsupilami y el conde rastrean el paradero de la base de Zorglub y viajan allí. Drogado por el sabio científico, Zorglub admite la derrota tras ver frustrado su gran plan (colocar mediante cohetes un anuncio publicitario en la superficie de la Luna, visible desde la Tierra) y promete destruir las bases que tiene por todo el mundo, alejándose humillado y cabizbajo mientras los protagonistas liberan la voluntad de sus zorghombres.
Sin embargo, esta historia es sólo la primera de un dúo que continuará justo en el siguiente álbum, “La Sombra de Z” (1962), con el mismo equipo creativo y en el que se contestan algunas de las preguntas que habían quedado pendientes en la entrega anterior, como de dónde obtenía Zorglub el dinero necesario para sus formidables invenciones.
La acción se retoma inmediatamente después del término de la aventura anterior, cuando Spirou, Fantasio, el conde y los dos animalitos regresan a Champignac en uno de los zorglumóviles. Al sobrevolar el pueblo, descubren que los vecinos están paralizados por las calles. Es obra de Jerome, el policía que había sido olvidado allí sin deszorghombrizar. Así que los héroes han de trabajar, por un lado, para recuperar a los desafortunados que han quedado a la intemperie durante varios días; y, por otro, encontrar y neutralizar al zorghombre.
Algún tiempo después, reaparece Zorglub, quien resulta no haber cumplido su promesa, argumentando que cuando la hizo se encontraba bajo las drogas de Champignac. Un descuido del villano permite al conde localizar el paradero de la nueva base secreta de Zorglub: nada menos que la república centroamericana de Palombia, escenario de otras aventuras anteriores como “Spirou y los Herederos”, “El Dictador y el Champiñón” o “El Nido de los Marsupilamis”. Allí viajan el trío y sus mascotas para encontrarse con que la población de la capital se ve sometida a súbitas e inexplicables fiebres consumistas que, tal y como averiguan, son provocadas artificialmente por Zorglub, ya que con las compras compulsivas de esos desgraciados financia sus investigaciones. El enfrentamiento final tendrá lugar en la base que el aspirante a conquistador ha establecido en la selva. Allí se producirá un dramático reencuentro con Zantafio, el perverso primo de Fantasio, que ostenta el cargo de segundo al mando de Zorglub.
El dítpico de Zorglub es un clásico por derecho propio no sólo de la colección de Spirou, sino del comic francobelga; una aventura en dos partes que muchos aficionados consideran la obra maestra de Franquin durante su etapa en el personaje. El autor quiso realizar una tercera parte, pero Charles Dupuis, el editor, temiendo el hartazgo de los lectores, rechazó la idea. Es posible que tengamos que agradecérselo porque probablemente hubiera resultado excesivo y, tal y como quedó, no puede calificarse sino de impecable.
También hay quien opina que estos álbumes ya se encuentran fuera de la edad de oro del periodo de Franquin, quien para entonces estaba completamente abrumado por el trabajo: llevaba ocupándose de Spirou y Fantasio desde hacía más de diez años y de “Gastón ElGafe” desde 1957. Por otra parte, y debido a una disputa con Dupuis de la que ya hablé en entradas anteriores, había creado y desarrollado “Modesto y Pompón” para la revista “Tintín”, serie que abandonó en 1959 para regresar a su casa madre. Y, además, la revista, la cual coordinaba, recurría a él para solventar multitud de huecos gráficos en las diferentes secciones, así como material promocional y dibujos solicitados por los lectores. Que Franquin consiguiera mantener tal nivel de producción sin recortar el de calidad, nos dice mucho de su inmensa capacidad y talento. De todas formas, ya a inicios de los años sesenta había empezado a cansarse del botones pelirrojo.
Las génesis de los álbumes previos desde “El Viajero del Mesozoico” (“El Prisionero del Buda”, “Spirou y los Hombres Burbuja”, “Las Miniaturas”) habían sido progresivamente más difíciles. Podría decirse que esto siempre había sido así porque Franquin sufría una inseguridad crónica acerca de la calidad de su trabajo, en parte porque nunca estaba seguro de que su técnica (ir improvisando escenas y diálogos sobre la base de una trama muy vaga) diera buen resultado. Al ir asumiendo cada vez más carga de trabajo con diferentes personajes y llenando aún más su siempre repleta agenda, concentrarse en “Spirou y Fantasio” se le hizo demasiado complicado. Para “Modesto y Pompón”, reclutó la ayuda de Goscinny y Greg (alias de Michel Regnier); y este último, poseedor de una efervescencia creativa extraordinaria y un agudo sentido del humor, se convertiría posteriormente en el valioso coguionista de Franquin para Spirou.
En esta ocasión, Franquin inventó el personaje de Zorglub y trazó un borrador de guion, pero viendo que no iba a poder sacar adelante la historia en solitario, volvió a llamar a Greg para ayudarle a dar consistencia al argumento. Fue Greg quien añadió la vertiente megalomaniaca de Zorglub, inventó la Zorglengua y los Zorghombres.
Greg afirmaría más tarde lo difícil que era trabajar con Franquin (un “desbarre”, llegó a calificarlo), un trabajo al tiempo estimulante gracias a la alta exigencia de su patrón, pero también ingrato, ya que rápidamente se aburrían, tendían a discutir todo hasta el mínimo detalle y hacer continuos cambios que obligaban a completos replanteamientos del duro trabajo realizado hasta ese momento. De hecho, los álbumes coescritos con Greg son menos fluidos y ligeros, producto del choque de dos genios: uno del verbo y la estructura (Greg), y el otro del movimiento y lo improvisado (Franquin). Lo que el Spirou de Franquin ganó en solidez y rigor, lo perdió en fantasía e impredicibilidad.
Por ejemplo, ya no vamos a encontrar aquí páginas enteras, desconectadas de la trama principal, en las que el Marsupilami se encarga de airear la historia, por ejemplo, liberando gorilas en un avión o viéndose las caras con un león en la sabana. Además, el díptico de Zorglub, aunque nos devuelve a Palombia en el segundo acto, cierra un, podríamos decir, “ciclo de aventuras exóticas”. A partir de la entrada de Greg, los héroes sólo viajarán a países lejanos una vez –dejando aparte Palombia-: a China en “El Prisionero del Buda”, explotando menos ese decorado que los de África y Sudamérica en otros álbumes. Algunas veces parece que Franquin se sienta limitado en esta historia tan bien calibrada en la que Spirou ya no es tanto el héroe como un miembro más de un equipo bien engrasado para la aventura. “El Hombre de Z”, por ejemplo, está claramente dividido en tres actos muy bien delimitados, algo que era más propio de Greg que de Franquin.
Pero ojo, entiéndaseme bien: estas dos aventuras, totalizando unas 120 páginas, son excelentes, un proyecto ambicioso de resultado sobresaliente. El trabajo de Greg como narrador (un autor que se sentía tan a gusto en el humor como en registros más realistas) es ejemplar y la lectura tienen un ritmo perfecto, rápido pero no apresurado, encadenando con buen tino una sucesión de giros y sorpresas.
Por su parte, Franquin continúa añadiendo a su particular universo a personajes memorables, en este caso Zorglub que, además de ser un formidable adversario según el cliché del “científico loco”, le da más peso al pasado del conde (si salvamos el detalle de la evidente diferencia de edad entre ambos), estableciendo una rivalidad que data de sus días de estudiante y que ha devenido en una relación equivalente a la que más tarde y en un ámbito muy diferente, mantendrían Reed Richards y el Doctor Muerte.
Cierto, Zorglub es un genio patético y un perdedor cómico (continuamente mete la pata, intelectual o físicamente), pero a diferencia de Zantafio, no es malo, sino errático y aquejado de un claro complejo de inferioridad. En cualquier caso, dejado a su libre voluntad, puede ser alguien peligroso, tal y como reconoce el Conde. Tras la marcha de Franquin, se convertirá en personaje recurrente de la serie y en fechas recientes ha llegado incluso a protagonizar su propia colección.
Aunque Zorglub aparece en la portada del álbum, hay que recordar que la primera vez que pudieron leerse estas páginas fueron serializadas en el interior de la revista y los guionistas mantuvieron al villano oculto durante catorce planchas, permitiéndole hacer una imponente entrada precedido por sus maravillosos ingenios. Ingenios que, esto no puede evitarse, han quedado algo superados por el tiempo, aunque a comienzos de los sesenta resultaran conceptos fantásticos. Ya disponemos de coches sin conductor y aunque los hipnocondicionamientos y las naves voladoras giroscópicas aún no existen, sí son ideas con las que incluso los lectores más jóvenes de hoy están familiarizados por haberlos visto en otras obras.
Lo que sí continúa impresionando es lo bien dibujados, integrados y utilizados en la trama que están esos artilugios diseñados por Franquin –asesorado por un especialista en aeronáutica-. Dado que estamos ante una aventura con un fuerte componente tecnológico, podemos imaginar hacia dónde derivará la historia; pero una vez más es preciso ponerse en el lugar del autor y el lector de la época: ni unos ni otros habían visto entonces docenas de blockbuster cinematográficos trufados de naves y tecnologías maravillosas. Por tanto, no tenían su imaginación “contaminada” por esas influencias y ello aseguraba una frescura en sus planteamientos que hoy es más difícil de encontrar.
El díptico de Zorglub es también un vehículo para el espíritu amablemente anarquista de Franquin, que se vería más radicalizado años después en “Gastón ElGafe”. Así, tenemos las críticas al condicionamiento de los individuos, el consumismo desaforado (algo casi subversivo en unos tiempos en los que desde todas las instancias se animaba al consumo), las derivas totalitarias (la zorglonda o los zorghombres) o la publicidad (el anuncio en la Luna buscado por Zorglub estaba inspirado en un proyecto Werner Von Braun, entonces alma y cerebro del programa espacial americano). También satiriza la modernidad y la obsesión por una ciencia a menudo mal entendida y aplicada: mientras Zorglub es un megalomaniaco obsesionado por la electrónica, los vehículos (algo que también apasionada a Franquin, por cierto) y las ostentosas bases futuristas, Champignac es un científico humilde y humanista que centra sus investigaciones en compuestos extraídos de la naturaleza y trabaja de forma artesanal en un destartalado laboratorio.
La mordiente sátira de Franquin (que alcanzaría su grado más corrosivo en “IdeasNegras”, 1981), queda atemperada por su compasión. Zorglub es peligroso, arrogante, vengativo y orgulloso, sí; pero su inoportuna torpeza y sus fracasos moderan sus pretensiones de genio del mal. El conde siente lástima por él, reconoce su formidable inteligencia y lamenta en lo que la ha invertido; y al final del primer volumen, deciden perdonarlo pese a todo, dejándole marchar con el único castigo del tormento por su fracaso. Está claro que Franquin no podía ser tan benigno con su destino cuando Zorglub reincide en sus actividades en “El Hombre de Z”, pero incluso entonces lo retrata en buena medida como una víctima de la codicia de Zantafio, que será quien lo deje en un estado comatoso cuando intente detenerlo.
En cuanto al dibujo, esta aventura en dos partes se beneficia de un estilo cada vez más nervioso, menos elegante pero también con mayor fuerza expresiva. Una aportación decisiva es la de Jidéhem (Jean de Mesmaeker), cuyos detallados decorados sirven para enmarcar perfectamente la acción sin nunca sofocarla. Muestra de la honradez creativa de Franquin es que ni ahora ni nunca tuvo inconveniente en acreditar a sus colaboradores, ya fuera en el guion o en el dibujo.
Independientemente de que estos álbumes sean mis favoritos de la serie –y aquellos a través de los que, hace muchos años, conocí a Spirou-, se trata de dos entregas esenciales repletas de momentos de hilarante y absurda comicidad y una energía gráfica y sentido de la aventura propios del más puro Franquin, filtrados y ordenados por Greg; dos álbumes que demuestran lo alto que había llegado el comic franco belga en una época en la que acaban de nacer en Estados Unidos “Los Cuatro Fantásticos” (1961) y en España “Mortadelo y Filemón” (1958). Tebeos, en fin, accesibles y disfrutables por lectores de cualquier edad, puro oro gráfico y narrativo que no ha envejecido un ápice. “Spirou y Fantasio” brillan aquí con una intensidad que no volverá a verse en la colección hasta muchos años después.
(Continúa en la entrada siguiente)
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