(Viene de la entrada anterior)
Desde el decepcionante remontaje de su portada hasta su triste final pasando por el regular argumento, “Amazing Spider-Man” nº 38 (julio 66) fue un cierre de etapa agridulce para el equipo creativo Lee-Ditko. A lo largo de los tres años transcurridos desde que el personaje apareciera en “Amazing Adult Fantasy”, los dos lo habían llevado desde sus inspirados pero todavía titubeantes inicios a un punto en el que su complejo reparto de personajes secundarios casi podían generar historias propias.
La suma
de esa original idea de Lee que fue convertir en superhéroe a un adolescente y
cargarlo con las preocupaciones y adversidades de la vida cotidiana propias de
alguien de su edad (la enfermedad de su tía, la alienación en el colegio, sus
esfuerzos por ganar dinero con el que apoyar la economía doméstica, los
primeros amores) junto al desarrollo que de la misma hizo Ditko una vez asumió
las tareas de coargumentista, hicieron de estos 38 números un hito en la
historia del comic-book de superhéroes. Redefinieron lo que podía llegar a
triunfar dentro del género y demostraron que los comics no necesitaban estar
escritos para niños, sino que podían contener todo el drama, humor y, sí,
también madurez, propias de cualquier otra ficción.
Pero
esta conjunción perfecta no podía durar para siempre. Al asumir las tareas de
argumentista, Ditko no pudo evitar sentirse propietario de la serie. Tanto es
así que no es raro que a veces olvidara que el personaje pertenecía en realidad
a Marvel o que el representante de la editorial, que también era su editor y
cocreador de Spiderman, tenía la responsabilidad de hacer rentable la colección.
Con el pasar de los meses, Stan Lee fue participando cada vez con mayor
frecuencia en programas de radio, entrevistas para publicaciones y periódicos o
charlas en campus universitarios; y se dio cuenta de lo popular que era
Spiderman entre lectores de ya cierta edad. Dispuesto a sacar ventaja de ese
interés, quiso hacer evolucionar al personaje desde un entorno local, en el colegio
de un barrio periférico, a la universidad de la gran ciudad. Parece que Ditko
se resistió tanto a esta idea como a otras sugerencias de Lee, incluyendo el
asunto de la identidad secreta del Duende Verde. Incapaces de llegar a un
compromiso, la colección, como hemos ido viendo, fue acusando sus diferencias
de opinión y falta de comunicación hasta que Ditko decidió marcharse de una
forma bastante abrupta.
Otra prueba
de la desconexión entre ambos creadores la encontramos en este nº 38, último de
la etapa, que da toda la impresión de que Stan Lee hacía lo que podía para
poner textos a las imágenes de Ditko sin tener ni idea de lo que estaba pasando
por la mente de éste ni cuáles eran sus verdaderas intenciones. Como ejemplo,
echemos un vistazo a la manifestación política de la página 10. Dada su
adscripción a la ideología de Ayn Rand, no era muy probable que Ditko quisiera
representar a los estudiantes políticamente más activos bajo una luz positiva,
pero está claro que para él la escena tenía algún sentido. Los jóvenes debían
estar protestando por alguna razón; Harry, Flash y Gwen están obviamente
irritados y Peter se marcha disgustado por un motivo. De todo esto, uno podría
esperar algún tipo de consecuencia narrativa, ya fuera en este mismo episodio o
en los siguientes.
Sin
embargo, Lee no tiene aparentemente ni idea de lo que Ditko pretendía con esa
escena o cuál es su papel en mitad de este episodio, así que llena los globos
de diálogo con cháchara vacía y difusa. Nos dice que los estudiantes “se
manifiestan contra la manifestación de esta noche”, un concepto éste, el de la
contramanifestación a una manifestación que aún no se ha celebrado, retorcido e
innecesario. Cuando le piden a Peter que se una a ellos, éste no argumenta que
esté a favor de la carrera nuclear o la intervención en Vietnam, sino “¡No
tengo tiempo! ¡Además, no tengo nada contra lo que manifestarme!”; a lo que uno
de los jóvenes le contesta: “¿Qué eres, un fanático religioso o algo así?”.
Otro estudiante afirma que él sí quiere salvar el mundo –no dice de qué- pero
luego admite que sólo ha acudido para tener una excusa con la que faltar a
clase. Y, finalmente, una chica pelirroja con gafas le dice: “¡Vamos Parker, si
te unes a nuestra manifestación, nosotros nos uniremos a alguna tuya! Y, si no
tienes nada contra lo que manfiestarte, no te preocupes, eso no nos detendrá!”.
En resumen, un completo despropósito. En una época en la que Martin Luther King convocaba protestas multitudinarias contra los guettos y la segregación racial, Stan Lee es incapaz de dar una causa a los estudiantes del comic que escribía. Parece funcionar con un piloto automático, limitándose a llenar de palabras los cartuchos. En la página 14, marca el cambio de escena con este estúpido párrafo: “En ese exacto preciso idéntico microsegundo (no es que realmente supusiera ninguna diferencia si fuese más tarde o más temprano)…”.
En la
misma plancha, inserta un texto de apoyo largo y redundante explicando que
Spiderman acaba de llegar al lugar de la acción… acompañando una viñeta que
muestra exactamente eso. El propio Lee se dio cuenta de lo que estaba haciendo
porque en ese mismo texto escribe, riéndose de sí mismo –y puede que de los
lectores-: “¡Mira que llegas a ser palabrero!”. En la página 11, para indicar otro cambio de
escena, escribe: “¡Estudiantes! ¡Ahora todos juntos! ¡Cambio de escena!”,
cuando un sencillo “Mientras tanto…” habría bastado. Como ya había hecho en el
nº 35, las páginas 16 y 17, dominadas exclusivamente por la gran pelea entre
héroe y villano, no incluyen diálogo alguno, pero sí un montón de onomatopeyas;
y, otra vez, vuelve a sacar al lector de la historia recordándole que se trata
de un recurso gráfico: “¡Vale, es la hora de los efectos sonoros. Allá
vamoooos…!”, para terminar la secuencia: “¡Y con “pakow” final, acabamos
nuestra espectacular sección de efectos sonoros y Sonriente Stan os agradece el
breve respiro que le habéis concedido!”.
En
resumen, que los textos de apoyo de Lee ya no tienen como meta localizar
espaciotemporalmente la escena o añadir información. Tampoco narra una historia
paralela, una especie de contramelodía literaria que acompañe a la visual que
ofrecía Ditko. Los textos se han autofagocitado, riéndose de sí mismos y
haciendo guiños al propio proceso de escritura. En sus mejores momentos, Lee
parecía hablarle directamente al lector y acompañarle a la acción,
emocionándole con unas frases que demostraban que también a él le importaba lo
que estaba sucediéndole al héroe; en los peores, por el contrario, deconstruye
el comic, lo fosiliza y le resta importancia. Si a él no le importa lo que
están contando las viñetas, ¿por qué debería el lector?
La
portada parece demostrar lo súbito de la marcha de Ditko. Ni siquiera se
molestó en dejarla dibujada. Alguien del staff de Marvel tuvo que cortar y
pegar la figura de Spiderman de la página 13 y viñetas de las planchas 7, 12 y
15; y hacerlo de prisa so pena de no tener nada que enviar a imprenta. Tampoco
dibujó Ditko la habitual página-viñeta de apertura, normalmente de contenido
simbólico, resumiendo la premisa de la historia que venía a continuación; o
siquiera una viñeta llamativa con la que señalar el primer cliffhanger. Este
episodio empieza directamente con una página de cuatro viñetas precedidas por
el título, introduciendo la acción de forma seca y directa, sin esos textos
rimbombantes de Lee asegurando que el aficionado iba a tener el privilegio de
leer algo diferente.
Varias de las subtramas continúan desarrollando lo ya iniciado en números anteriores. Peter y Gwen siguen manifestando mutua animadversión, pero ella admite en sus bocadillos de pensamiento que secretamente se está enamorando de él. Ned Leeds vuelva a casa, pero resulta que, como Peter, ignora el paradero de Betty Brant. Tía May fija otra cita entre su sobrino y Mary Jane y en esta ocasión a punto están de encontrarse. Y el misterioso Norman Osborn sigue comportándose de forma sospechosa, ofreciendo al mundo criminal –disfrazado con unas gafas, una perilla postiza y un traje verde- una recompensa de 20.000 dólares por la cabeza de Spiderman.
Todos
estos hilos narrativos serían recogidos por Lee y rematados rápidamente a lo
largo de los siguientes episodios. En este número, Peter a punto está de llegar
a las manos con Ned Leeds; al siguiente, los dos se disculparán y se
comportarán como perfectos caballeros. Este mes, Harry Osborn es uno de los
enemigos de Peter en la universidad; al siguiente, enterrarán el hacha de
guerra y tendrán una conversación íntima sobre los padres y la muerte. El
paradero de Betty sigue siendo un enigma, pero dentro de tres números regresará
a casa con un anillo de compromiso. Y esta será la última vez que una
conveniente maceta oculte la cara de Mary-Jane Watson; en unos pocos meses,
ella y Peter tendrán por fin una cita. Y en cuanto al misterio de Norman
Osborn… digamos que Lee también solventará el asunto muy rápidamente. No parece
que en su ánimo estuviera continuar las subtramas que había iniciado Ditko en
esta colección e hizo lo posible por cortar con esta etapa de la manera más
ágil posible para saltar a la siguiente.
Pero
entonces, ¿por qué Ditko plantó tantas semillas en la colección si no esperaba
estar presente cuando llegara el momento de recoger su fruto? ¿Se dedicó
deliberadamente a retorcer y ensuciar la vida privada de Spiderman como
envenenado regalo de despedida a Stan Lee, dejándole desarrollos y cliffhangers
a mitad para que sudara resolviéndolos? ¿O, por el contrario, no tenía previsto
abandonar tan abruptamente y, no teniendo tiempo de llevar a cabo sus ideas,
fue Lee el que decidió abandonar esa trayectoria con la que no se sentía
demasiado identificado? Si Ditko sabía que este número 38 iba a ser el último
que idearía y dibujaría, ¿por qué dejar tantas cosas pendientes? ¿Pudo ser que,
después de entregar en las oficinas de Marvel estas veinte páginas apresuradamente
dibujadas, se marchara tan enfadado y disgustado que cortó por lo sano y sobre
la marcha? ¿Qué le llevó a esa situación?
Como
idea general, “¡Un Tipo Llamado Joe!” no es un mal comic-book para lo que venía
siendo el tono de la colección. No es tan destacable como el que le precedió,
pero sí mucho mejor que los tres vacíos números lastrados por aburridas peleas
que antecedieron a aquél. Tampoco parece un número “normal” de la serie. ¿Cómo
podría serlo? En este punto, “Amazing Spider-Man” equivalía a Peter, Betty,
Flash, J.Jonah Jameson, Tía May… y todos ellos están o bien ausentes o apenas
juegan papel alguno. Todavía quedaban algunos meses para que Gwen, Harry y Mary
Jane pasasen a ocupar sus puestos como personajes secundarios de peso y
generadores de sus propias subtramas.
El lector de Spiderman también había aprendido a esperar la aparición de supervillanos, ya fueran de nueva creación o alguno de los que habían ido cobrando veteranía a lo largo de los tres años anteriores, como el Duende Verde, Kraven o el Doctor Octopus. En cambio, este episodio presenta a un tal Joe Smith que no es más que un boxeador fracasado que se mete en el mundo del cine como extra y con el que Spiderman acaba peleando sin saber bien por qué.
Joe
Smith no está lejos del Norman Fester del número anterior. Ambos son
perdedores. Nadie consideraba a Fester como un científico serio porque… bueno,
porque no lo era; y nadie toma en serio a Joe Smith como boxeador porque no es
muy bueno sobre el ring. Los dos son víctimas de un accidente extraño (el
primero rociado por un gas extraterrestre atrapado en el meteorito que
encontró; el segundo, golpeado por una descarga eléctrica mientras se hallaba
en un charco de productos químicos); y los dos terminan con superpoderes de lo
más soso. El Doctor Octopus tenía brazos extra, el Buitre podía volar, el Hombre
de Arena se convertía en ídem, el Hombre Ígneo era muy fuerte… El Saqueador era
muy fuerte y tenía un globo. Joe Smith solo es muy fuerte.
¿Nos
indica esto que, por su cuenta, Ditko era un mediocre creador de villanos? Quizá
necesitaba ese componente fantasioso del proceso creativo que aportaba Stan
Lee; o quizá a estas alturas y después de haber ideado una decena de
adversarios dignos, estaba ya quemado; o puede que, en este punto, descontento
con su asociación creativa con Lee, ya no se molestara demasiado en exprimirse
el magín. Esta misma dinámica es la que iba a tener lugar a no mucho tardar
entre Lee y Jack Kirby. Cuando éste se convenció de que nunca le iban a
acreditar como cocreador de las historias (con el consiguiente emolumento),
dejó de aportar a “Los Cuatro Fantásticos” personajes de empaque y argumentos
de interés.
Otra
posibilidad es que Ditko estuviera aquí aireando sus frustraciones. “¡Un Tipo
Llamado Joe” es, podríamos decir, un comic cabreado, pero es difícil decir
contra qué dirige el autor ese enfado. El momento en el que Spiderman se gira y
golpea un maniquí –cuyo perfil recuerda sospechosamente al de un Stan Lee
joven), nos remite a “El Final de Spiderman” e incluso al primer episodio del
personaje. Da la sensación de de que el universo ha apuñalado al héroe lo más
profundamente posible y luego ha retorcido el cuchillo con saña todavía un poco
más. Pero esto tampoco es nuevo. Al fin al y cabo, los criminales quieren matar
a los superhéroes y no es una sorpresa que alguien del bando fuera de la ley
ofrezca una recompensa por la cabeza de Spiderman. En el episodio siguiente le
veremos aporreando forajidos de tres en tres y disfrutando despreocupadamente
de la pelea. Sí, tiene motivos para estar enfadado con Ned Leeds, pero
realmente no queda claro por qué ese estallido de rabia y frustración tiene
lugar en ese momento en particular. Después de todo, Peter y Betty habían
estado rompiendo su relación desde hacía al menos nueve meses.
De alguna manera, el que los criminales quieran cobrar una recompensa a su costa; que Joe Smith se haga famoso sin merecerlo; y la ansiedad de la ruptura con su primer amor, se condensan en su solo y rabioso puñetazo contra un maniquí. Peter Parker, el chico bueno que siempre hace lo correcto, no consigue nunca nada; Joe Smith, cuyo único “mérito” fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, es perdonado por sus destrozos y se le ofrece una carrera en el cine. Y quizá esa frustración y esa impotencia, sublimado en un arranque de furia randiana contra un objeto inanimado, explique de alguna forma su por otra parte inútil aparición en la manifestación política del campus.
En la
última página, Peter regresa a casa por la puerta trasera justo cuando Mary-Jane
Watson se está marchando; ve un reportaje en la televisión sobre el éxito de
Joe Smith y empieza a lamentarse: “¡Es el colmo! ¡No sólo se convierte en una
estrella. Además yo quedo fatal!”. Tía May le aconseja no ver las noticias, no
vaya a ser que tenga una pesadilla por la noche. En la última viñeta, Peter le
da la espalda a lector y sube las escaleras a su cuarto, murmurando: “¡En mi
caso es improbable! ¡Sólo las tengo cuando estoy despierto!”.
Y eso es todo. Con esa imagen agridulce, Ditko apagó las luces y abandonó el escenario.
(Continúa en la entrada siguiente)
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