Francisco Ibáñez es hoy una estrella de la cultura popular patrias gracias a la obra con la que es universalmente identificado, “Mortadelo y Filemón”, quizá los personajes más longevos e ininterrumpidamente exitosos del comic español. Pero Ibáñez es, o ha sido, mucho más que el padre de la pareja de ineficaces agentes secretos. Durante sus años como dibujante estrella de la editorial Bruguera hizo gala de una creatividad y capacidad de producción verdaderamente impresionante, dibujando a destajo para alimentar la maquinaria de su empresa con docenas de series, personajes y chistes, muchas veces capturando la idiosincrasia nacional (como “Pepe Gotera y Otilio”) y otras con un espíritu más universal (“Rompetechos”). Entre sus obras más sobresalientes de su época dorada, por su inusual formato, el esfuerzo que implicaba y los excelentes resultados obtenidos, se encuentra “13, Rúe del Percebe”.
Formalmente, esta “serie” se halla a mitad de
camino entre el humor gráfico y la historieta. Todas las entregas constan de
una página con una estructura invariable: un marco general en forma de edificio
en alzado, del que se ha retirado la fachada para que podamos atisbar lo que
ocurre en cada piso. Cada uno de éstos se convierte así en escenario físico y
dramático para un chiste gráfico, en general independiente de los demás que le
acompañan en la página, pero en ocasiones relacionado espacial o temporalmente
con otros, bien temáticamente o bien a través de algún elemento concreto que
comparten (por ejemplo, un vecino que cae por un agujero al piso inferior). Fue
un planteamiento gráfico y narrativo no completamente nuevo, pero sí inusual,
en el que Ibañez encontró espacio para experimentar en el seno de una
editorial, Bruguera, muy tradicional en su visión del comic.
Ya he dicho que este tipo de cortes en sección
de edificios no eran una herramienta nueva en el comic. Will Eisner ya la había
ensayado en su “The Spirit” en 1947. Y mucho antes que él y sin salir de
España, en febrero de 1900, el gran Xaudaró publicó en “Blanco y Negro” una
página en la que se veía el interior de los apartamentos de un edificio. La
propia Bruguera, en la revista “Pulgarcito”, había presentado, de la mano
maestra de Vázquez, algo parecido aunque puntual: “Un Día en Villa Pulgarcito”,
donde diversos personajes de esa cabecera aparecían conviviendo en un mismo
inmueble.
Pero el antecedente directo de “13, Rúe del
Percebe” se encuentra en la competencia directa de Bruguera, concretamente en
la revista “Tío Vivo”, que un grupo de autores “disidentes” de esa compañía
fundaron en 1957 con la aspiración de disponer de mayor libertad creativa y
mejor remuneración económica. Esa cabecera de cadencia semanal sufrió el
torpedeo de la entonces todopoderosa Bruguera –episodio abordado en el muy
interesante comic “El Invierno del Dibujante” (2010), de Paco Roca- y los dibujantes
no tuvieron otro remedio que plegar velas, renunciar a su rebeldía y regresar a
la editorial de origen con el rabo entre las piernas. Bruguera compró la
cabecera y la siguió publicando, si bien en 1961 decide reiniciar la numeración
y, conservando autores y personajes la época anterior, incorporar a otros
nuevos.
Pues bien, Rafael González, el editor de Bruguera, optó por conservar el concepto de la contraportada de “Tío Vivo”, en la que seis dibujantes hacían otros tantos chistes de una viñeta, siempre con los mismos personajes. La novedad consistiría en que todos los gags estarían integrados en el corte transversal de un edificio, como si fueran vecinos. Esto le daba al conjunto una atractiva unidad gráfica e incluso temática (había veces en que, por ejemplo, todo el inmueble quedaba afectado por una inundación, o sufría la canícula veraniega).
Y es ahí, en la contraportada del número 0, de
marzo de 1961, donde debuta la nueva serie, “13, Rúe del Percebe”, de la cual
Ibáñez realizó 313 planchas desde 1961 a 1967. En ese año, Joan Bernet Toledano
se ocupó de 7 páginas y unos meses después la retomó Ibáñez durante otras 57
entregas, hasta 1970 (intervendrían también otros “negros” como Juan Manuel
Muñoz, Miguel Ratera o Lourdes Martín; por no hablar del grupo de autores
alemanes que realizaron 230 páginas exclusivamente para el mercado de ese país,
donde Ibáñez siempre ha tenido gran éxito).
Los diferentes personajes, salvo alguna excepción que se internaba claramente en lo fantástico (como el científico loco, el inquilino de la alcantarilla o el ratón y el gato), eran arquetipos de profesiones y circunstancias económico-sociales de la vida cotidiana española de los sesenta que protagonizaban situaciones de humor absurdo, ridículo o incluso surrealista; siempre políticamente correcto, claro –no podía ser de otra manera en los tiempos que corrían- pero muy efectivo.
La buhardilla del ático estaba ocupada por
Manolo, un moroso recalcitrante al que acosan los acreedores y de los que se
libra (engañándolos, disuadiéndolos o huyendo) utilizando los métodos más
rocambolescos. Es un claro y cariñoso homenaje al colega de Ibañez en Bruguera,
Manuel Vázquez, auténtico personaje en sí mismo cuyas andanzas reales- deudas y
acreedores incluidos- dieron lugar a una película en 2010. También en la azotea
se encuentran el ratón y el gato. Subvirtiendo el tópico, el primero es el cruel
acosador del pacífico minino, al que somete a un sinfín de martirios.
En el tercer piso viven, por una parte,
Ceferino y su esposa. El primero es un ladrón todoterreno con tanta habilidad y
osadía como pocas luces y que en cada viñeta le presenta a su mujer el fruto de
su delito, habitualmente algo inútil o absurdo. Por otra parte, tenemos el retrato
de algo muy común entonces pero mucho menos hoy: la familia numerosa
(recordemos, por ejemplo, que la clásica película “La Gran Familia”, data de
1962). En esta ocasión, los protagonistas de estos gags son unos hermanitos
volcánicos, auténticos delincuentes juveniles que practican sus barrabasadas
contra cualquiera que se atreva a asomar la nariz por su casa, desde los
incautos novios de su hermana a las amigas de su madre pasando por sus
infelices profesores.
En el segundo izquierda encontramos la ancianita amante de los animales. Inicialmente acogía a unos perversos gatos, pero con el transcurso de los años irían pasando por su pisito todo tipo de fauna no necesariamente doméstica, que de uno u otro modo le harán la vida imposible. En el mismo piso, pero en la puerta derecha, vivía inicialmente un científico loco, creador poco hábil de monstruos diversos. Tras un toque de atención de la censura recordando a la editorial que el único capaz de otorgar vida era Dios, el piso quedó vacante. Durante varias entregas, la portera mostraba el inmueble vacío a potenciales compradores hasta que fue ocupado por un sastre torpe, perezoso, tacaño y sordo que cometía todo tipo de atropellos con los encargos que recibía.
En el primero izquierda tiene su consulta un
veterinario que se ocupa de todo tipo de casos ridículos en animales que van
desde tortugas a elefantes. Unas veces comete auténticas chapuzas, otras se
convierte en víctima involuntaria de sus pacientes bestiales y otras, en fin,
se aprovecha de ellos. Su vecina de planta es doña Leonor, que mantiene un
flujo constante de realquilados. Y es que uno de los gags más recurrentes de la
plancha era el relacionado con las dificultades para encontrar vivienda, un
problema crónico en esa España de entonces tanto por su escasez como por los
elevados precios.
El país estaba atravesando una importante
emigración del campo a las ciudades conforme el modelo económico pasaba de
apoyarse de la agricultura a la industria. Ese fenómeno dio lugar a situaciones
como el chabolismo o el realquiler, siendo este último el caso de doña Leonor,
mujer de mediana edad, probablemente viuda, que Ibáñez satiriza presentándola
como una aprovechada que exprime el espacio de su piso maltratando a sus
inquilinos, apiñándolos en condiciones ridículamente inhumanas, alimentándolos
con raciones minúsculas o exigiéndoles condiciones absurdas. Abundando en el
mismo problema, en las primeras planchas se incluye un gag recurrente en el que
una parejita –que con el paso de las entregas acabarán convertidos en ancianos-
pregunta regularmente a la portera por algún piso vacante. Incluso don Hurón,
el habitante de la alcantarilla frente al inmueble y quizá símbolo del
chabolista de aquellos años, no ha encontrado más residencia que ese miserable
agujero que, además, se ve obligado a defender de okupas invasores (por no
mencionar la lóbrega buhardilla del moroso de la azotea).
En la planta baja tenemos un local de negocio,
la “tienda de la esquina”, el colmado de son Senén, prototipo de tendero mezquino
y estafador, siempre intentando engañar a las clientas con el dinero, la
calidad o peso del producto o todo ello al mismo tiempo. Eran, claro, tiempos
muy diferentes a los nuestros, dominados por supermercados y centros
comerciales; y a los niños de hoy puede resultarles chocante –o, directamente,
no entender- ver una tienda en la que los alimentos no se venden envasados sino
a granel, donde se pesan en báscula, no hay bolsas de plástico y puede darse
gato por liebre –o burro por jamón-.
También a nivel de calle trabaja la portera, quizá el personaje menos aprovechado y carismático de la serie, pero imprescindible en las casas de entonces. Hoy, en la era de las subcontratas de limpieza y porteros automáticos, es una figura en extinción, pero entonces cumplía un importante papel en la vida comunitaria. Y, por último, hay que mencionar al ascensor, personaje por derecho propio dado que en su interior o en su ausencia y en cualquiera de sus versiones, se producen todo tipo de divertidos gags.
No puede sorprender que Ibáñez siempre afirmara que esta serie era, con diferencia, la que más le costaba realizar. Una historieta normal tenía como mucho un par de gags por página, siendo el resto el desarrollo narrativo que conducía a la explosión cómica. Pero para “13, Rúe del Percebe”, en una sola página, había que idear doce chistes más otros dibujos que adornaran y completaran el inmueble, como el estado del ascensor (cuando no era un gag el que lo utilizaba de marco) o las arañitas disfrazadas que colgaban aquí o allá. A ello súmense las otras obligaciones de Ibáñez con diversas revistas de la editorial, que lo exprimía cual gallina ponedora. Así que tampoco es de extrañar que con el paso del tiempo algunos gags fueran repitiéndose, a veces literalmente, en algunos de los pisos. Es posible que, cansado o falto puntualmente de inspiración, optara por reciclar algún chiste viejo o que, sencillamente, no recordara haberlo utilizado antes.
Además, y esto también es importante, esa
reiteración sólo se percibe claramente en las actuales ediciones
recopilatorias, porque originariamente los lectores accedían a su lectura más
espaciadamente, siendo más difícil detectar tales iteraciones. Era un producto
pensado para un disfrute inmediato y perecedero, no para leerse en grandes
atracones (fórmula que desaconsejo so pena de saturarse, perder sensibilidad y
dejar de apreciar el enorme talento del autor).
“13, Rúe del Percebe” fue siempre una de las más apreciadas creaciones de Ibáñez y los lectores no parecían cansarse de ella. Tanto es así, que solo dejó de aparecer cuando Bruguera entró en su fase agónica, a mediados de los ochenta. Consciente del aprecio popular por su creación, Ibáñez repitió concepto en la efímera revista “Guai”, de Grijalbo, con el título “7, Rebolling Street”. Películas como “La Comunidad” (2000) o series de televisión como “Aquí No Hay Quien Viva” y su sucesora “La Que Se Avecina” (2003-presente) se inspiran directamente en el mundo vecinal desarrollado por Ibáñez; por no hablar de los innumerables homenajes, parodias y traslaciones que se han hecho con todo tipo de propósitos, desde el publicitario a la sátira política. Un clásico por derecho propio.
Manuel, enhorabuena por senyalar y resenyar tan certeramente esta joya de la corona Ibaneciana (!). Una de las cosas que me gustan de tu blog es el esfuerzo que pones en celebrar obras mal-llamadas 'menores' de grandes artistas, que a menudo son las que mas claramente revelan lo peculiar y especial del genio en cuestion. Y en el caso de 13RDP, tambien lo peculiar del encanto de este pais de 'los mil demonios', en toda su caotica belleza. Salud! FA, UK
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