16 jul 2021

SPIDERMAN EN LOS SESENTA - Stan Lee y Steve Ditko (10)

(Viene de la entrada anterior)

Como estaba sucediendo simultáneamente en otros títulos del Universo Marvel, la colección de “Amazing Spiderman” era un perfecto ejemplo de consolidación interna. Durante los dos años anteriores, había ido presentando personajes, situaciones, elementos y detalles que ahora, por fin, cuajaron juntos en los números 25 a 28 (junio-septiembre 65), abriendo nuevos caminos susceptibles de exploración y desarrollo en el futuro.

 

Uno de los principales responsables de este logro fue, desde luego, Steve Ditko, que era mucho más que “sólo” el artista de la colección. Tanto es así que a partir del número 25, Stan Lee le acreditó como coargumentista, una labor que en realidad había venido desempeñado desde el comienzo de la serie. Fue un movimiento absolutamente inusual para la época y la industria y que en el futuro resultaría ser causa de amargas disputas legales para Marvel.

 

Pero mientras tanto y a juzgar por la forma en que Ditko barajaba los múltiples elementos del argumento de este episodio y que se habían convertido en inseparables del personaje y su entorno, quedaban pocas dudas acerca de su participación en los guiones desde, como mínimo, una etapa muy temprana de la colección. Su huella puede detectarse en la abundancia de penurias y absurdas subtramas a los que somete a Peter Parker. Que Ditko tenía mucho que ver en ello lo demuestra que cuando se marchó de la colección en el número 38, Lee optara por disolver buena parte de esa nube negra que siempre parecía ahogar al personaje y darle a cambio a sus historias un tono algo más relajado.

 

Así, por ejemplo, tras haber establecido que la personalidad de Peter es la de un adolescente honesto pero falible, Ditko decide añadirle una dosis de venalidad y arrogancia. En lo que demostrará ser una peligrosa muestra de confianza en sus habilidades, Peter convence a J.Jonah Jameson de que alquile el robot mata-arañas que le ha presentado el inventor Smythe. Cree que ese ingenio por control remoto con una apariencia ridícula no será rival para él y que podrá humillar al editor además de sacarle dinero: “¡Oye! Esta es una gran oportunidad para devolverle a Jonah los problemas que me ha causado en el pasado! ¡Y hasta podría sacar algo de pasta vendiendo fotos de la “pelea” de Spiderman!”.

 

Pero resultará que la invención de Smythe –la primera de las muchas que lanzará contra él en los años por venir- es más peligrosa de lo que había creído inicialmente y a punto está de derrotarle. Es interesante ver cómo fue concebido inicialmente este científico, muy diferente al maniaco vengativo en el que luego se convertiría. En este punto, es todavía un inventor sereno, frío y al que no parece afectarle demasiado el fracaso final de su máquina.

 

Lee y Ditko manipulan expertamente al ya familiar reparto de secundarios para crear una historia con un ritmo rápido y con más humor que acción en la que tienen su espacio la envidia y codicia de Jameson; los cómicos intentos de Betty para desactivar el robot; y a un Flash Thompson cuyos celos por el afecto que Liz profesa a Peter le llevan a una persecución de éste, quien, desesperado, trata de escapar simultáneamente de sus compañeros de instituto y del robot de Smythe. Una historia con mucho de comedia bufa en la que, por cierto, Ditko desoyó las indicaciones de Lee respecto a la forma que tenía de dibujar a Jameson. Y es que el guionista, influido por las cartas de lectores críticos, había hecho comentarios desaprobadores de la forma a veces excesivamente caricaturesca con que Ditko retrataba al periodista. El caso es que voluntaria o involuntariamente, éste colocó la carcajeante faz del editor en el centro de la portada de este número 25, proyectada sobre la pantalla de un robot asesino. Difícil hacerlo más ridículo.

 

Y, por si fuera poco y aunque en ese momento los lectores no tomaran nota de ello, volvemos a encontrarnos con Norman Osborn despidiéndose de Jameson (aunque aún no le ha dado nombre, estaba claro que Ditko quería establecer algún tipo de vínculo entre ambos hombres); la tía May descubre en el cuarto de Peter el disfraz de Spiderman; y casi vemos por fin a la misteriosa Mary Jane.

 

Desde el número 15, Stan Lee había ido arrastrando una broma recurrente sobre los infructuosos intentos de Tía May por concertar un encuentro entre Peter y Mary Jane Watson, la sobrina de su mejor amiga. Convencido de que, con toda seguridad, la chica sería un fastidioso adefesio, Peter siempre se las arreglaba para esquivar la situación. Ditko dio un paso hacia la resolución del gag en este número 25, cuando las dos rivales por los afectos del protagonista, Betty Brant y Liz Allen, acuden a casa de éste y se encuentran allí con Mary Jane… aunque su rostro siguió oculto para los lectores. A tenor de las desconcertadas reacciones de ambas jóvenes, no quedaba duda de que la desconocida era una belleza: “¿¿Es una amiga de Peter?? ¡Parece una estrella de cine!”. Pero Peter, ignorante de lo que le esperaba, seguía evitando el encuentro y el enigma se prolongaría todavía durante bastantes números hasta que, por fin, la viéramos en todo su esplendor dibujada por John Romita, probablemente de forma muy distinta a como lo hubiera hecho su antecesor.

 

Ditko se mantenía como coargumentista en el número 26, primer capítulo de un misterio en dos partes titulado “El Hombre con la Máscara del Amo del Crimen” en el que se presentaba al lector una intriga alrededor del control de las principales bandas criminales de Nueva York. Ya en la primera página, uno no tiene más remedio que poner en tela de juicio la inteligencia del Duende Verde cuando se nos dice que cometió la imperdonable imprudencia de revelar su identidad al Amo del Crimen bajo el endeble supuesto de que si cada cual sabía quién era en realidad su socio, se verían obligados a unir fuerzas para dominar las bandas criminales de la ciudad, haciendo imposible una traición.

 

El verdadero enigma es por qué el Duende querría asociarse con el Amo del Crimen, a quien no habíamos visto hasta ahora y que es básicamente un individuo con una máscara, una pistola y un sombrero que parece pegado a su cabeza. Pero sobre todo la historia se resiente de volver a presentar al Duende como alguien motivado exclusivamente por su obsesión de erigirse en líder de los bajos fondos, así como su estupidez e irritantes lamentos cuando trata con el Amo del Crimen. Decididamente, aún le quedaba una gran evolución para alcanzar la categoría de némesis clásica que le otorgarían John Romita o Gil Kane.

 

Pero el episodio se abre con una escena de tono muy diferente y que vuelve a demostrar el deseo de Ditko y Lee de separarse de los arquetipos del género: Peter Parker rebuscando por toda su casa tratando de encontrar su traje de Spiderman. Y es que de los dos que tenía, uno se lo quedó Smythe en el episodio anterior y el otro lo guardó la Tía May tras hallarlo entre las cosas de su sobrino y dar por buenas sus balbuceantes excusas. Pero no tiene éxito y se ve obligado a comprar un disfraz de mala calidad en una tienda del barrio. Hasta que al final del episodio siguiente encuentre el tiempo y ánimo necesarios para coserse un uniforme nuevo, tendrá que pelearse continuamente con la cómica tendencia de la prenda a aflojársele en los momentos más inoportunos.

 

Además, tiene que soportar las iras de una triplemente iracunda Betty Brant: por haberle hecho el juego a Jameson contra Spiderman en el episodio precedente, por seguir flirteando con Liz Allen y por no haberle hablado de la explosiva Mary Jane Watson (a la que, recordemos, Peter ni siquiera había visto a estas alturas). Tampoco con Liz irán bien las cosas, ya que, tras la enésima provocación de Flash en el instituto, Peter explota y a punto está de recurrir a la violencia, una reacción que irrita a la muchacha y le hace renegar de los dos.

 

Lee y Ditko, de todas formas, aprovechan la situación para darle un nuevo giro al personaje de Flash Thompson. La reacción de Peter lo lleva a comparecer ante el director del instituto, pero Flash, sintiéndose culpable, acude por su cuenta al despacho de aquél y confiesa su responsabilidad en el incidente. Descubrir que el bocazas atolondrado de Flash tiene en el fondo una brújula moral y un código de honor, es un buen ejemplo del tipo de trabajo de caracterización que hizo que “Amazing Spiderman” destacara por encima de casi todo lo que se había hecho antes en el género de los superhéroes.

 

El número 26 terminaba con un gran cliffhanger, con Spiderman vencido y capturado por el Duende y arrojado como un fardo ante el Amo del Crimen y los miembros más destacados de las bandas neoyorquinas reunidos en un almacén. Por desgracia, la resolución de la peligrosa situación y el enigma alrededor de las identidades del Amo del Crimen y el Duende supuso una decepción.

 

Y es que daba la sensación de que la serie estaba cayendo en la repetición. El Duende, como ya dije, volvía a intentar ser reconocido como el líder del mundo criminal de Nueva York; y el Amo del Crimen no era más que una versión ligeramente modificada del Gran Hombre. La batalla de cinco páginas en la que Spiderman se enfrenta a una multitud de gangsters, es algo que ya habíamos visto en el número 10. Al menos, no se recupera a los Forzadores (que habían intervenido en la colección ya tres veces, en los números 10, 14 y 19. Pasarían diez años antes de que Bill Mantlo los reintrodujera en el “Marvel Team-Up” nº 39).

 

Frederick Foswell, como ya comenté, había sido recuperado como periodista del Bugle especializado en temas criminales en el número 23 y con el fin de introducir un posible candidato a ser el Duende Verde. Ahora resulta que también podría ser secretamente otro de los contendientes en la lucha por el control del crimen neoyorquino: el misterioso Amo del Crimen, que, como he dicho, guardaba muchas similitudes con el Gran Hombre que un día fue Foswell. Pero he aquí que con el claro y declarado propósito de alejarse de la fórmula establecida y previsible en el comic-book de superhéroes, Ditko no sólo hizo que el Amo del Crimen acabara muerto a tiros por la policía en lugar de capturado por Spiderman tras la típica pelea, sino que, al ser desenmascarado, resultó ser alguien a quien los lectores no conocían (de hecho, ni siquiera se les mostró su rostro). Es más, Foswell, disfrazado bajo la identidad ficticia del truhan Parche, había estado utilizando sus viejos contactos en el lumpen para informar a la policía y ayudar a capturarlo.

 

Cuando vio las planchas que Sol Brodsky, ayudante de producción de Marvel, le entregó de parte de Steve Ditko (recordemos que para entonces ambos ya no mantenían contacto directo), a Lee le cayó como un jarro de agua fría lo que su colaborador había hecho con el misterio de la identidad del Amo del Crimen. Pensaba que podría haberse dado mayor juego a la situación, pero de cara a la galería, presumió en boca de Spiderman de lo heterodoxo de la solución: “Es curioso…¡En la vida real, cuando un villano es desenmascarado, no siempre es el mayordomo o aquel de quien sospechabas! ¡A veces es un tipo que ni siquiera conocías!”. Irónicamente, como si remedara al propio Lee, Jameson se jactaba en una reunión de que Foswell “sólo fue una pieza en la máquina. Yo fui el cerebro detrás de todo. La captura del Amo del Crimen se ejecutó bajo mi dirección personal. Pero mi modestia natural me impide alardear de ello”.

 

En realidad, ya lo he dicho, había sido Ditko el auténtico responsable de tal resolución. Creía que ese era el giro adecuado para un villano efímero para el que no tenía pensado un recorrido ulterior. Lee no estaba cómodo con la situación. Era el editor y, nominalmente al menos, guionista de una colección cuyo devenir no parecía controlar. La incomunicación entre ambos era un problema grave y, como responsable, la única solución pasaba por sustituir a Ditko. Por otra parte, estaba el asunto siempre pendiente y también siempre fuente de conflicto, de la identidad del Duende, que tampoco se resolvía en este arco argumental (aunque Norman Osborn volvía a aparecer en una viñeta, apuntando a las intenciones entonces no desveladas de Ditko de convertirlo en el villano). Pero al mismo tiempo, era perfectamente consciente de la parte que su colaborador gráfico había desempeñado en el éxito de una colección cuyas ventas iban en ascenso. Así que decidió esperar un poco más.

 

En otro orden de cosas, puede que el catalizador de la metamorfosis moral de Peter Parker en Spiderman hubiera sido originalmente la culpa por la muerte de su tío Ben y la toma de conciencia sobre la responsabilidad que conllevaban sus poderes. Pero lo cierto es que con mayor frecuencia parecía que sus patrullas nocturnas por las calles de Nueva York en busca de criminales que detener venían motivadas por sus necesidades pecuniarias: las fotos que tomaba de sus intervenciones superheroicas iban directamente al despacho de Jameson.

 

Pero debió haber más de un lector que se preguntara por qué Peter se limitaba a vender su valioso material fotográfico al editor de la ciudad que peor trataba a su alter ego y que más racaneaba el dinero. ¿Acaso no tenía amor propio? ¿No había otros periódicos en la ciudad que pudieran estar interesados en sus fotos? Pues bien, en este episodio, Stan Lee da respuesta a esas quejas. Peter decide vender sus fotos a un rival del Daily Bugle, el Daily Globe, cuyo editor está entusiasmado. El problema, es que se muestra excesivamente curioso acerca de cómo Peter ha sido capaz de tomar semejantes instantáneas, curiosidad que puede poner en peligro su doble vida. Decide, por tanto, mantener su relación con el Bugle y soportar al insufrible Jameson (si bien éste, al ver las fotos de Peter publicadas en la competencia, se mostrará en lo sucesivo más generoso con las tarifas que le paga).

 

El principal cambio en la vida del héroe arácnido durante este año 1965 –y quizá desde que comenzó la serie- llegó, inesperadamente para todo el mundo, en el número 28. Los días de la escuela, sean o no sean los más felices de nuestra vida, han de terminar un día. Y ese momento llega para Peter Parker en este episodio en el que se gradúa del instituto, dejando atrás toda una etapa y marcando un antes y un después en su trayectoria vital y el devenir futuro de la colección.

 

Como solía suceder en estos meses, Stan Lee se topó por sorpresa con la graduación de Peter cuando revisó las páginas dibujadas por Ditko. Pero lo cierto es que esa transición era algo que él había estado rumiando desde hacía tiempo, como lo demuestra que en “Cuatro Fantásticos” nº 35 (febrero 65), que transcurría en la State University, incluyera una viñeta en la que se veía a Peter visitando las instalaciones de cara a una posible matriculación allí.

 

No es que el paso del tiempo hubiera sido algo a lo que hubieran permanecido totalmente ajenos los personajes de comic. Ejemplos ilustres y más antiguos son “Gasoline Alley”, “Terry y los Piratas” o “El Príncipe Valiente”. Pero éstos pertenecían al mundo del comic de prensa, en principio destinado a un público más adulto y/o sofisticado; y, en cualquier caso, su envejecimiento había sido paulatino, apreciándose sólo en el curso de los años o incluso décadas. Los comic books y en particular los superhéroes, vivían en otro plano de la realidad. Los autores estaban acostumbrados a mantenerlos en una especie de burbuja de éxtasis en cuyo interior nada cambiaba ni nadie envejecía o evolucionaba. Era una solución cómoda que evitaba tener que arriesgarse introduciendo cambios potencialmente polémicos y que, al mismo tiempo, conservaba intacto el perfil del público objetivo: esos tebeos serían siempre leídos por niños de la misma edad aunque de generaciones diferentes. Al envejecer, dejarían de lado esos comics y serían sustituidos por sus hermanos pequeños. Y así ad infinitum.

 

Pero aquí y sin verdaderamente proponérselo, los arquitectos del Universo Marvel habían dado un paso extraordinario: negarse a que Peter Parker-Spiderman quedara atrapado en un eterno status quo como adolescente, haciendo madurar al personaje al ritmo que lo hacían sus lectores. Naturalmente, esta idea “revolucionaria” tenía unos límites que se hicieron patentes conforme Marvel creció y sus personajes, lejos de ser modas pasajeras, se convirtieron en veteranos iconos culturales que acumulaban décadas a sus espaldas. ¿Quién querría leer aventuras de un Spiderman sexagenario? Además, si él envejecía, ¿no tendrían que hacerlo también el resto de personajes del Universo Marvel en aras de conservar la coherencia interna? Así que, con el paso de los años y la sucesión de guionistas, el tiempo interno de las historias de Spiderman fue ralentizándose. En los casi tres años trascurridos desde su creación, había pasado un curso académico en el instituto. Trece años de tiempo real (1965-1978) tardaría Peter en terminar sus estudios universitarios de cinco cursos. Una vez graduado e inmerso en la vida profesional con distintas ocupaciones, ya no se hicieron referencias explícitas al paso del tiempo. El contador se había detenido.

 

En cualquier caso y durante la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta, Lee y los guionistas que le sucedieron siguieron conservando el perfil de estudiante con mala suerte y múltiples problemas de Peter Parker, pero el marco de fondo ya no sería el del instituto sino la universidad. Esto conllevó para el protagonista una vida más independiente que lo transformaría de forma natural de un adolescente a un hombre maduro, un paso que, como veremos más adelante, Ditko aseguró sacando definitivamente de su entorno a sus dos amores juveniles, Betty Brant y Liz Allen, y presentando a cambio a Gwen Stacy (nº 31).

 

La primera en salir de su vida fue Liz. La habíamos visto enfadada y decepcionada por la reciente explosión de ira de Peter contra Flash, pero incluso así, su comportamiento aquí es un tanto extraño. Cuando tras la ceremonia de graduación Peter se acerca a ella en busca de una explicación a su frío distanciamiento, ella sale de su vida con estas palabras: “Mis sentimientos hacia ti eran más que gustarme, Petey. ¡Estaba loca por ti! Pero siempre parecías preferir a otras chicas…Betty Brant…Mary Jane Watson… Siempre me consideraste una rubia tonta… ¡Y puede que lo sea! ¡Pero ya es hora de que también me gradúe de esa parte de mi vida!”. Son unas razones un tanto endebles y no constituyen una explicación suficientemente sólida, así que cabe preguntarse si existió alguna vez intención de justificar adecuadamente su marcha o bien esta fue la manera más rápida y expeditiva que Lee y Ditko encontraron para hacerlo.

 

Tras una sola y breve aparición dentro de un par de números, no volveríamos a encontrar a Liz Allen hasta casi diez años después, cuando el guionista Gerry Conway la recuperó para un arco de dos números (132-133, mayo-junio 1974), en el que se descubría que el Hombre Ígneo, villano de esta historia, era nada menos que su hermanastro.

 

Ojalá Peter hubiera dejado el instituto con una historia que explorara y explotara las consecuencias de esa transición vital, pero lo cierto es que no fue el caso. La trama principal –o secundaria, según el punto de vista- es muy mediocre. En esta ocasión, el villano era Mark Raxton, el Hombre Ígneo. Habría que esperar mucho, hasta ese mencionado número 133 para que Conway hiciera algo interesante con él, convirtiéndolo en un hombre enloquecido por el dolor de sentir su piel ardiendo perpetuamente. Por el momento y en su presentación, el Hombre Ígneo es un fiasco. Y no sólo porque su nombre sea engañoso (ni emite calor ni su piel está fundida, sino que su cuerpo se ha endurecido al absorber una aleación metálica), sino porque su combate contra Spiderman es verdaderamente flojo, limitándose ambos a lanzar y encajar golpes en el interior de una casa, página tras página hasta que Ditko, supongo que aburrido, le pone final de la manera más tonta: Spiderman inmoviliza los pies y manos de su adversario con su telaraña y se marcha dejándole el papelón a la policía.

 

Y este es el principal problema de la fractura que se había producido entre Lee y Ditko. Éste, ya fuera por sus desavenencias creativas con el editor-guionista o porque Lee estaba cada vez más sepultado por el trabajo, gozaba de casi absoluta libertad a la hora de escribir las tramas. Y cuando Lee se ausentaba, afloraban las debilidades como guionistas de los por otra parte grandes artistas con los que trabajaba. Le ocurría pronto a Jack Kirby cuando Lee delegó en él –no oficialmente- los guiones de “Los Cuatro Fantásticos”. Y ahora en “Amazing Spiderman” se hacía patente que Ditko no era tan buen guionista como quizá él pensaba y por buenas que fueran las ideas que tenía para el personaje. En lo que se refiere al choque héroe-villano de ese episodio, queda claro que necesitaba la ayuda de un guionista que introdujera un par de giros y sorpresas.

 

Gráficamente, no puedo evitar la sensación de que la segunda mitad de la etapa de Ditko en “Amazing Spiderman” estuvo un par de escalones por debajo de la primera. Los rostros y, en general, la caracterización gráfica de los personajes y su expresividad facial habían mejorado considerablemente; la rigidez de los primeros tiempos había desaparecido; le dio a Peter un aspecto más maduro y un vestuario acorde con los tiempos y su edad; y seguía moviendo de forma única y perfectamente adecuada a Spiderman, regalándole un lenguaje corporal único que no compartía con ningún otro superhéroe.

 

Pero empieza a notarse cierto abuso de los primeros planos y un descuido notable de los fondos así como ciertas viñetas que son resueltas con tosquedad, sobre todo en el entintado. Lo cual era un problema porque su pincel tenía poco donde apoyarse si, por ejemplo, había prisas por cumplir las fechas de entrega. Y es que el trabajo a lápiz de Ditko era muy básico, prácticamente bocetos apresurados, siendo en el proceso de entintado donde se perfilaba su auténtico dibujo. A destacar aquí, eso sí, la llamativa portada, con un fondo negro en el que sólo destacan el brillante Hombre Ígneo y las líneas rojas del uniforme de Spiderman. 

 

(Sigue en la siguiente entrada)

 

 

 

 


4 comentarios:

  1. ... "uno no tiene más remedio que poner en tela de juicio la inteligencia del Duende Verde cuando se nos dice que cometió la imperdonable imprudencia de revelar su identidad al Amo del Crimen". En los 90, Kurt Busiek arreglaría esto en LAS HISTORIAS JAMÁS CONTADAS DE SPIDER-MAN, donde Osborn usa una máscara de J. Jonah Jameson para engañar al amo del crimen.

    Por cierto, una reseña excelente, tus críticas me inspiran mucho para hacer un guión.

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    1. Gracias por pasarte y comentar. Estas reseñas las voy intercalando con otras y poco a poco. Son tebeos de los que no puedes hacer lecturas intensivas, al menos yo. De Ditko ya queda poco. A ver con qué me meto luego... Un saludo

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  2. Hola, lo primero felicitarte por tu blog y agradecerte el tiempo y dedicación que que entregas en tus reseñas. Lo descubrí hace un par de meses, y tus entradas me resultan muy amenas de leer.

    Por lecturas intensivas imagino que te refieres a que la de Ditko no es una etapa para leer entera del tirón, sino que se disfruta más en pequeñas raciones de unos pocos números, ya que mucho seguido puede empachar ¿a eso te referías? La de Stern diría que tiene un ritmo más dinámico y fluido que sí puede enganchar y atraparte leyendola de principio a fin.

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    1. Hola Ekaitz y gracias por pasarte por aquí y comentar. Efectivamente, al menos en lo que a mí respecta, ciertos tebeos son para consumir poco a poco (no sólo los de superhéroes de hace cincuenta años sino también muchos de prensa, por ejemplo). Y sí, Stern es un guionista muy dinámico que se lee con agrado y que entra bien. También me gustó mucho su etapa en Vengadores. Un saludo

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