28 nov 2018
1961- LOS CUATRO FANTÁSTICOS – Stan Lee y Jack Kirby (2)
(Viene de la entrada anterior)
A mediados de los años cincuenta tuvo lugar la gran implosión de los comic-books a raíz de la polémica despertada por las acusaciones del doctor Fredric Wertham contra la nefasta influencia que supuestamente ejercían las historietas en la mente juvenil. No voy a entrar aquí a relatar en detalle el lamentable episodio, pero las consecuencias del mismo condicionaron la evolución del medio en Estados Unidos durante las siguientes décadas.
Wertham no consiguió derribar la industria del comic-book, pero casi lo consigue. La histeria que despertó arruinó la carrera de cientos de profesionales. Una de las víctimas de aquella polémica fue la asociación de Joe Simon y Jack Kirby. Tras haber hecho historia adaptando el estilo de las historias románticas de los pulp al formato del comic y atrayendo a sus filas al tradicionalmente reacio público femenino; y crear “Black Magic”, un comic de terror que se adelantaría a la más sangrienta ola de comics similares publicados por EC y que llevarían eventualmente a la investigación por parte del Senado, decidieron independizarse. En 1954, habían formado Mainline Comics, lanzando colecciones de calidad como “Bullseye” e “In Love”… que no encontraron su público. En un ambiente poco propicio en el que los preocupados padres protestaban y el asunto de la violencia en los tebeos aparecía en los periódicos, las distribuidoras se asustaron, negándose a repartir comic-books.
Tras la ruina de su proyecto común, el inquieto Simon no tuvo problemas para encontrar trabajo en puestos editoriales de diferentes compañías. Kirby lo tuvo peor. Muchas editoriales, golpeadas por la mala fama que les atrajo la polémica de las audiencias ante el Senado a cuenta de los tebeos, decidieron minimizar sus pérdidas y cerrar sus divisiones de historieta. El panorama resultante quedaba así dominado por un puñado de grandes editores, cada uno de ellos con un marcado estilo. Y, desgraciadamente, el poderoso arte de Kirby no parecía ajustarse bien a ninguno de ellos. El gran revolucionario del comic-book y cocreador del Capitán América y tantos otros comics de éxito, se vio obligado a recorrer Nueva York con su portafolio, llamando a la puerta de todos los editores que pudieran estar interesados en un dibujante rápido. A finales de los cincuenta, tenía suerte de conseguir esporádicos encargos de DC, para quien años atrás había creado algunos de sus mayores éxitos.
El regreso de Kirby a Atlas tuvo lugar en 1956 y fue el resultado más de la desesperación que de la voluntad. Fue humillante para él, que había sido el director artístico de la casa (bajo el nombre de Timely) y dibujado comics que se vendían por millones, tener que pedir al antiguo “chico para todo” de aquella editorial, Stan Lee, que le pasara algún encargo. Éste, por su parte, no tenía ningún problema. Es más, estaba encantado de tenerle a bordo. Eso sí, su hombre de confianza en ese momento era Joe Maneely, un joven artista con quien trabajaba en una tira para la prensa titulada “Mrs.Lyon´s Cubs”. No podían saber entonces que Atlas se aproximaba al peor momento de su historia.
Durante los años cincuenta, la editorial de Goodman había conseguido sobrevivir a todas las crisis y vicisitudes del mercado gracias a que contaba con su propia compañía de distribución, lo que le ahorraba la preocupación y el coste externo de hacer llegar sus tebeos al lector. Pero todo eso cambió cuando Goodman siguió el consejo de uno de sus ejecutivos, Monroe Froelich. Éste quería acumular más poder en la compañía, pero el director de la distribuidora de Atlas, Art Marchand, se interponía en su camino. Así que para lograr sus objetivos personales, Froelich decidió convencer a Goodman de que cerrara esa división.
No le costó mucho. A finales de 1956, los duros tiempos por los que habían tenido que atravesar los comic-books hallaban su reflejo en las ventas. Muchos editores echaban la persiana y el número de títulos del mercado descendió de 650 a 250. El propio Goodman había recortado su línea de comics y Froelich le hizo ver que su distribuidora ya no era necesaria. Sería más conveniente, le dijo, llegar a un acuerdo con American News Company, la mayor distribuidora del país. Stan Lee no estuvo de acuerdo, pero su opinión no contaba demasiado.
Y así se hizo. Goodman cerró Atlas News Company el 1 de noviembre de 1956 y firmó un contrato de cinco años con American News para distribuir sus comics. Seis meses después, American News echó la persiana cuando una investigación del Departamento Justicia sobre su posible monopolio y conexiones con el crimen organizado provocó la espantada de sus grandes clientes. Atlas, en cambio, atada por contrato, no pudo buscar otra alternativa.
A mediados de 1957, Atlas Comics se había quedado sin distribuidor. La única salida que le quedó a Goodman fue agachar las orejas, tragarse el orgullo, llamar a la puerta de Independent News, la distribuidora propiedad de DC Comics, y rogarle a Harry Donenfeld que se hiciera cargo de sus revistas. El una vez orgulloso editor de ochenta y cinco títulos mensuales se había convertido en una marioneta de DC Comics y su presidente, Jack Liebowitz, no pudo sentirse más satisfecho por ello.
Liebowitz, cuya visión del negocio era más amplia que la de Goodman, sin duda supo ver las ventajas de someter a su antiguo rival. Con la industria en crisis, Independent News no iba a dejar a Goodman llevar a cabo su política favorita: inundar el mercado. Liebowitz puso a Goodman bajo un estricto régimen de ocho comic-books al mes. Hay quien opina que Liebowitz se mostró especialmente vengativo con su competidor, pero en realidad su estrategia sirvió a los intereses generales de una industria cuyo mercado no era capaz de sostener más colecciones.
El colapso de Atlas fue casi catastrófico. La compañía, ahora sin siquiera nombre, se trasladó al 655 de Madison Avenue y Stan Lee se encontró de repente trabajando en una diminuta oficina de dos habitaciones que Gene Colan describiría como un “guardarropa”. Cuando recordaban sus gloriosos días en el Empire State, no podían sino lamentar amargamente lo bajo que habían caído.
Debido al leonino contrato de distribución por diez años firmado con Independent News, la línea de comics de Goodman hubo de ser purgada a fondo. A finales de abril de 1957, había reducido sus colecciones de sesenta a ocho títulos. Comoquiera que tenían una gran cantidad de material acumulado, le dijo a Stan Lee que no necesitarían de los servicios de ningún dibujante hasta que todo aquel inventario hubiera sido publicado. Ordenó a Lee suspender todos los trabajos en marcha y se largó a Florida de vacaciones.
Otra vez se encontró Lee con la desagradable tarea de tener que despedir a los artistas de plantilla y comunicar a los autónomos o freelance que no tenía encargos para ellos. Kirby fue uno de los que recibió la mala noticia. Lo cierto es que no le dolió mucho. Para entonces trabajaba también para DC dibujando historias de complemento de Green Arrow con mejores tarifas y algo después, desde septiembre de 1958 comenzó a producir su primera tira para la prensa, “Sky Masters”, dirigida por el poderoso Jack Schiff, editor de DC. Fue el intento de Kirby de abandonar el poco reconocido formato de los comic-books y saltar a la gran liga de las tiras de prensa, el sueño de todos los dibujantes de comic. El proyecto comenzó con fuerza, pero una discusión monetaria con Schiff terminó en juicio y, consiguientemente, con “Sky Masters” y su empleo en la poderosa editorial.
Cuando Goodman regresó a Nueva York, fue probando suerte con diferentes géneros esperando que alguno de ellos tuviera éxito entre los lectores. El problema es que ahora la distribuidora de DC le dejaba mucho menos margen para experimentar. Decidió mejorar sus posibilidades estableciendo 16 títulos bimensuales en lugar de ocho mensuales. Entre ellos, había títulos para chicas (“Millie the Model” y niños (“Homer the Happy Ghost), westerns (Wyatt Earp) y bélicos (Navy Combat), antologías del fantástico (“Strange Tales”, “World of Fantasy”) y románticos (“Love Romances”, “My Own Romance”).
La mayoría de ellos no eran más que comics vacuos y repetitivos. Daban el suficiente dinero como para mantener abierta la empresa y pagar los costes de la línea de comics, pero desde luego no iban a revolucionar el mercado. Durante cuatro años, Stan Lee hubo de trabajar en la oscuridad creativa de aquella esquina del edificio corporativo de Goodman, presidiendo los restos maltrechos de la antaño boyante línea de comic books de la editorial. Los ingresos de la empresa provenían ahora sobre todo de las revistas convencionales, la mayoría de las cuales se apoyaban en chistes malos y cuerpos femeninos. Comenzaron a circular rumores que apuntaban a la salida de Goodman del negocio de los comics. Algunos afirman que la única razón por la que se mantuvo en ese mercado, enganchado como estaba al acuerdo con Independent News, fue que no quería despedir a Lee. Otros opinan que lo que no deseaba era tener que decirle a su mujer que había puesto en la calle a su primo. E incluso hay quien piensa que lo que quería era mantener a Lee en esas condiciones para obligarle a que se marchase por su propio pie.
Sea como fuere, a finales de los cincuenta, Lee debía estar preguntándose cómo era posible que una década que había comenzado de forma tan próspera y prometedora se hubiera transformado en una pesadilla. Se sentía atrapado, revisando una y otra vez las mismas publicaciones mediocres a cuatricomía sin sentir la más mínima satisfacción creativa o, al menos, embolsarse una compensación económica. Veía poco futuro en la industria del comic y mucho menos una oportunidad de expresar a través de él sus propias ideas. “Siempre se trataba de lo que el editor quería, nunca de lo que a mí me interesaba”.
Aquél trabajo “temporal” que había aceptado de su primo político veinte años antes se había apoderado de él. Había pasado de ser un joven y enérgico editor estrella coordinando la labor de una amplia plantilla de profesionales a un esclavo encerrado en una oficina cutre sin más personal que una secretaria que cada día tenía menos que hacer. A los treinta y cinco años, sentía que ya había dejado atrás le mejor etapa de su vida. Quería darle un giro a su carrera, salir de la industria de los comics pero tenía una familia que alimentar. Quizá lo mejor era agachar la cabeza, pegar la nariz a la mesa y conformarse con una vida mediocre pero segura.
Y, para colmo y durante un tiempo, las cosas solo parecieron empeorar. En junio de 1958, el principal artista de la casa, Joe Maneely, falleció en un accidente. Fue una pérdida devastadora. Maneely era capaz de trabajar a gran velocidad (dibujaba y entintaba hasta siete páginas al día) y, al tiempo, mantener un buen nivel de calidad. No sólo había que cubrir su hueco, sino que Goodman le dijo a Lee que, después de haber utilizado ya el material que tenían en archivo, había llegado el momento de buscar dibujantes para encargarles historietas nuevas. Por fin, Stan tenía trabajo que ofrecer.
Y exactamente eso era lo que necesitaba desesperadamente Jack Kirby. Tras la cancelación de “Sky Masters” y convertirse en persona non grata para DC a causa de su litigio con el editor Jack Schiff, el trabajo le había llegado con cuentagotas. Picoteaba encargos sueltos en Archie Comics y Harvey Comics también le pasaba alguna tarea, pero de repente esta última canceló su línea de superhéroes para dedicarse sólo a los comics infantiles, un género en el que Kirby tenía poco acomodo.
Llegado este punto, la vida de Jack parecía estar discurriendo paralela a la de Stan. Se sentía en el punto más bajo de su carrera, pensaba que la industria de los comics era un barco que se hundía y, como Lee, también tenía una familia que alimentar. Para Kirby, los comic books se habían convertido en una trampa, pero no podía abandonarlos. No sabía hacer otra cosa. Ahora, a los 41 años, sus perspectivas no eran muy esperanzadoras. Sus días de gloria en compañía de Joe Simon estaban ya muy lejos y la mayoría de la industria parecía serle hostil. Con todo esto en mente, Kirby se tragó el orgullo otra vez y fue a pedir trabajo a la editorial de su enemigo, Martin Goodman, que en ese momento pagaba las tarifas por página más bajas del sector.
Y así, en el otoño de 1958, con la década tocando ya a su fin, Jack Kirby volvió a entrar en la vida de Stan Lee. Ambos pensaban que el negocio del comic book estaba en las últimas. Y entonces, comenzaron los sesenta.
A pesar de los malos augurios que se cernían sobre Atlas, lo cierto es que Jack Kirby pareció reanimar algo la compañía. Las ventas del western “Rawhide Kid” remontaron en cuanto él se hizo cargo del dibujo y Goodman decidió esperar un poco más antes de dar el carpetazo definitivo a su línea de comics. Pero no era esa la única razón: había rumores de que DC había sacado un par de títulos nuevos que parecían estar vendiéndose muy bien. ¿Era quizá el momento para que los superhéroes regresaran? ¿Dónde habían estado mientras tanto?
La Edad Dorada de los superhéroes, que se había extendido desde los últimos años treinta y los primeros cuarenta, se había construido con tanto vigor como poca sofisticación por una generación de dibujantes idealistas en un momento en el que los comics no estaban “contaminados” por el deseo de transmitir ideas o conflictos complejos. Sus aventuras estaban narradas en un tono y estilo gráfico sencillo, crudo, violento y enérgico, reflejando la tensión global que en ese momento provocaba la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, personajes pintorescos como la Visión, el Capitán América, Plastic Man, el Capitán Marvel o la Antorcha Humana llamaban al lector desde los quioscos utilizando sus vistosos uniformes y su color chillón. Peleas a puñetazos, explosiones y muerte dominaban unos enfrentamientos en los que las distinciones morales no eran sino un primario conflicto de absolutos: el Bien contra el Mal. Si había que matar al malo, el héroe lo mataba. El único tabú era el aburrimiento.
Pero a mediados de los años cincuenta, aquel espíritu hacía tiempo que se había desvanecido. La violencia inherente a los héroes de la Edad Dorada ya no existía. Ni siquiera los propios héroes habían sobrevivido. El patriotismo incendiario que impregnó los años de la Segunda Guerra Mundial influyó en ello, pero también la mencionada campaña contra el medio orquestada por el psiquiatra Fredric Wertham. Los superhéroes que aún acudían puntualmente a su cita mensual con los lectores eran pocos y de comportamiento impoluto…y aburrido. La imposición de la autocensura a través del sello en portada del Comics Code Authority castró a los héroes de la Edad Dorada y sus historias no tardaron en convertirse en auténticas píldoras somníferas.
Sí, DC aún publicada nueve colecciones de superhéroes, pero seis de ellas estaban protagonizadas por el atractivo y ejemplar Superman; sus aventuras, además, carecían de la menor fuerza, en parte debido a la extensión de la “super familia”, que ahora incluía a Superboy, Supergirl y una horrible horda de mascotas con superpoderes entre las que se encontrada el Supergato, Beppo el Super Mono, Comet el Super Caballo y, al frente de todos ellos, Krypto, el Super Perro. Estos personajes banales hasta la náusea podían hacer gracia a los niños de siete u ocho años, pero limitaban cualquier desarrollo adulto del género.
El propio Martin Goodman había dejado de publicar superhéroes. En 1953, un breve intento de rescatar al Capitán América, Sub-mariner y la Antorcha Humana había acabado estrellándose contra la indiferencia de los lectores. Goodman ordenó a Stan y su pequeña cohorte de dibujantes freelance que se dedicaran a producir historietas de monstruos e invasores alienígenas que continuaban la moda que desde los cincuenta había dominado la ciencia ficción cinematográfica pero que ya hacía tiempo daba signos de saturación y cansancio. Este tipo de cuentos habían hecho fortuna en los años previos a la histeria desatada por Wertham, cuando la sangre y la violencia explícita no eran ajenos al mundo de las viñetas. Pero con las restricciones que ahora imponía el Comics Code, esta nueva ola de tebeos con monstruo carecían de pegada. Los chavales que compraban el comic atraídos por la portada, no tardaban en aburrirse tanto que preferían continuar con sus deberes.
(Continúa en la siguiente entrada)
Dos entradas, y todavía no hemos llegado a los 4 F ;-)
ResponderEliminarBueno, felicidades ya solo por este preámbulo (y por el resto de tus entradas; no suelo comentar, pero te leo cuando puedo)...
Un saludo.