3 dic 2025

2022- HOLLYWOODLAND – Maltaite y Zidrou

 

En octubre de 1911, un estudio cinematográfico, Nestor Film Company se estableció en Hollywood, un pequeño municipio fundado en 1903 y anexado siete años después a Los Ángeles para poder acceder al suministro de agua de esa ciudad. En poco tiempo, otras productoras siguieron el mismo ejemplo y ese topónimo pasó a ser sinónimo del centro mundial de producción cinematográfica.

 

Pero hubo un año en particular que fue especialmente relevante para la historia del lugar: 1923. Fue el 4 de abril de ese año cuando cuatro hermanos, Harry, Albert, Sam y Jack, fundaron un estudio pequeño que, aunque al principio lastrado por dificultades financieras, acabaría siendo uno de los más importantes y longevos de la historia del cine: Warner Brothers. En los años siguientes, se arriesgarían introduciendo la tecnología del sonido (“El Cantor de Jazz”, 1927), revolucionando toda la industria cinematográfica y asegurando su posición como una de las "Big Five" del sistema de estudios.

 

Y también en 1923, concretamente el 13 de julio, se inauguró sobre el Monte Lee, el icónico letrero “Hollywoodland”, anunciando una nueva urbanización de lujo en esa zona. Las letras “LAND” se eliminaron en 1949, cuando la Cámara de Comercio de Hollywood se hizo cargo del letrero, para que representara a todo el distrito y no solo al desarrollo inmobiliario.

 

Pues bien, en el centenario de esos dos hitos, los autores belgas Benoit "Zidrou" Drousie (guion) y Éric Maltaite (arte), publicaron su sentido homenaje, sátira y crítica a ese lugar tan especial y a quienes trabajan en y alrededor de él. Y lo hicieron, además, saliendo del periodo de confinamiento del COVID-19, un negro fragmento de nuestra historia reciente en el que el cine ayudó a incontables personas a sobrellevar la crisis recordándonos cuánto extrañábamos la oscuridad de una gran sala iluminada solo por la luz y los colores proyectados sobre una pantalla.

 

“Hollywoodland” es una dupla de álbumes integrados, cada uno de ellos, por una introducción (relacionada con la historia del mítico cartel) y 8 historias de cinco páginas. En el primer volumen, cada relato tiene como título el nombre de uno de los personajes (que empieza por una de las letras de Hollywood) y en el segundo, el del lugar concreto donde transcurre la acción de turno. Todas las historias están ambientadas en el mismo marco temporal, comienzos de los años 50 y, aunque autónomas, están relacionadas sutilmente mediante ciertos elementos (por ejemplo, un personaje asiste a la proyección de una película cuyo guion había sido escrito por el de otra historia anterior). 

 

Se trata, por tanto, de una narrativa coral que conecta fragmentos de la vida de diversos y muy diferentes personajes, cambiando con cada uno de ellos el género narrativo, pasando de la comedia costumbrista al drama, del thriller a la tragedia. Siendo un comic ligero, fácil de leer y claramente inspirado por el amor al cine, los autores no hacen concesiones y ponen el foco en algunos de los aspectos menos glamurosos del funcionamiento interno de Hollywood. “Hollywoodland” nos lleva al mundo de quienes levantaron las letras en el Monte Lee (gente negra, por cierto, explotada por blancos); de aspirantes a actrices asiáticas muriendo de agotamiento en talles clandestinos; de antiguos especialistas reconvertidos en vendedores de perritos calientes; de jóvenes hombres y mujeres que llegan a la Meca del Cine con la cabeza llena de sueños y terminan por ser engullidos y utilizados por los peores elementos del sistema sólo para terminar suicidándose o en la cárcel; de las entregadas fans infantiles que persiguen al galán de sus sueños sólo para llevarse un chasco cuando la realidad las golpea de lleno; de guionistas de plantilla que escriben libretos como quien pega sellos en estancias abarrotadas de humo y colillas; de adiestradores de animales con mucho temperamento; del olvidado encargado de llevar las latas con las bobinas de cine en cine; de la india americana que sueña con ser actriz contando tan sólo con su abuela como apoyo para sobrellevar la decepción y la indigencia; de los figurantes hispanos, asiáticos o negros ninguneados por los jerifaltes blancos; la taquillera que hace huelga para exigir lo que su jefe le debe; el talentoso cartelista del cine de pueblo que trabaja contrarreloj…

 

Zidrou y Maltaite devuelven la dignidad a todas esas figuras olvidadas y marginadas de la historia oficial de Hollywood. La primera letra de sus nombres, como he apuntado, está incluida en el de Hollywoodland, mientras que sus rostros evocan el de una industria que han mantenido en marcha desde hace más de cien años nutriéndola de su esfuerzo, sus ilusiones, sus decepciones, sus éxitos y sus fracasos. Cada historia presenta entornos específicos y personajes que difieren en su físico, edad, origen, vestimenta…. Los autores insuflan vida a todos y cada uno de ellos, en armonía con sus historias personales y tan plenamente definidos como su entorno socioeconómico.

 

La introducción del primer volumen establece el contexto temporal que abarca todas las historias. En 1949, Abner, el encargado de mantenimiento de las letras originales y de las casi 4.000 bombillas que las iluminaban por la noche, recibe la noticia, mientras está con su sobrino Ray llevando a cabo su trabajo, de que sus servicios ya no serán necesarios. Una cuadrilla de la Cámara de Comercio, entidad que, como ya dije, se acaba de hacer cargo del letrero, se presenta para retirar las cuatro últimas letras. Esta decisión transformó una designación territorial en un concepto. Ray describe Hollywood como una “máquina de sueños”, refiriéndose a la industria cinematográfica. Ya no es simplemente un lugar donde vive la gente, una tierra o región para habitar, un lugar para establecer un hogar. Se convierte en un principio, una razón de ser impuesta a todos, cada individuo ve su vida moldeada por este entorno, alimentando día a día esa máquina con sus propias vidas.

 

Por cada estrella rutilante y productor millonario, hay una multitud de suplentes persiguiendo pequeños papeles a cambio de cantidades miserables; hordas de extras que viven al día e incontables perdedores obligados a improvisar para ganarse el sustento. Esas son las reglas de este juego en el que sólo unos pocos ganan y todos los demás pierden. Obviamente, cuando la pobreza se pasea tan cerca de la riqueza, el contraste se magnifica y los autores nos muestran en esta colección de relatos un retrato nada glorioso teñido de desesperación y con un humor invariablemente melancólico. Más allá de los focos, los glamurosos estrenos y los coches de lujo, tenemos al gigoló que satisface los caprichos de adineradas esposas de los magnates de la industria; hombres y mujeres que aspiran a convertirse en actores o actrices para escapar de sus orígenes sociales; el racismo abierto, cotidiano y omnipresente; la opresión sistémica de los trabajadores menos valorados…

 

Y, sin embargo, cada uno de esos protagonistas de sus propios dramas cotidianos tiene una manera de aceptar la realidad que recuerda al humanismo presente en las obras de Will Eisner: encontrando o fabricando su propia alternativa al mismo sistema que los mantiene en los márgenes, impidiendo que les corroa el odio, la amargura o el resentimiento. Abner y Ray se cobran su pequeña venganza contra la Cámara de Comercio utilizando las bombillas desechadas de las letras retiradas del cartel de Hollywoodland. Doug prepara y vende perritos calientes a los actores y extras de los cercanos estudios con el mismo entusiasmo con el que pilotó aviones en sus días de especialista. Olivia y Liberty, al descubrir la homosexualidad de su amor platónico, redirigen su mitomanía hacia otra estrella. Woody se da el capricho de vengarse de su jefe encajando en su guion un desenlace que deja en ridículo al galán. El ciego Oscar se gana sus limosnas contagiando sus fantasías cinematográficas a los viandantes más sensibles. El gigoló disfruta de la vida y la riqueza de las mujeres que contratan sus servicios. La aspirante a actriz de raza india se instala con su abuela en una playa que hacen suya por una noche. Los empleados de una sala de cine se solidarizan para protestar contra la explotación, mentiras y abusos del propietario. El entusiasta alcalde de un paupérrimo pueblo mexicano disfruta de la forma más auténtica del sueño americano gracias al cine…  

 

El estilo de escritura, la estructura dividida en capítulos independientes con personajes, lugares y situaciones entrecruzados y los diálogos ingeniosos, evocan el cine de Tarantino. Otros referentes contemporáneos que pueden citarse serían la película “Babylon” (2022), de Damien Chazelle, por su parecida representación de la industria a través de un humor muy negro; o “Nope” (2022), de Jordan Peele, en la que exploró y reivindicó la importancia para Hollywood de un oficio (adiestrador de caballos) y un grupo étnico (los afroamericanos) presentes en la industria desde sus mismos inicios. Zidrou y Maltaite confirman que mantener la distancia permite diseccionar el sujeto de una obra con mayor perspectiva y profundidad. Al fin y al cabo, ese es el caso también de Chazelle (franco-estadounidense) y Peele (afroamericano).  

 

“Hollywoodland” es un comic sobresaliente que transmite sensaciones muy variadas. Algunos capítulos hacen reír, otros encogen el corazón y otros sorprenden por su originalidad (como el drama de infidelidad y venganza narrado por el coche de uno de los involucrados). Y ello, no sólo gracias a la pericia de sus autores, sino a que sabemos que lo que nos muestran dista mucho de ser una fantasía o una exageración. Es cierto que su estructura episódica impide una exploración en profundidad de los personajes, dado que éstos cambian de segmento en segmento, condenados a permanecer como fragmentos de vidas sumergidas en el caldo colectivo, pero, ¿no es ese precisamente el propósito de este comic?

 

Zidrou integra en las diferentes tramas personalidades, lugares o películas de la auténtica historia de Hollywood, aportando un grado extra de verosimilitud a cada una de las tragicomedias y permitiendo que los personajes evolucionen en un contexto realista. Así, se mencionan a Fritz Lang, Douglas Sirk, Billy Wilder, Marlene Dietrich, Doris Day, Glenn Ford, Hattie McDaniel, Gene Kelly, Frank Sinatra, John Wayne, Charlie Chaplin, la Prisión de Lincoln Heights, Will Rodgers Beach, los estudios Warner… Algunos actores, incluso, están más presentes –siempre de forma indirecta, claro- en algunas tramas, como Gary Cooper o Montgomery Cliff. Igualmente, hay películas de la época que desempeñan su papel en los argumentos, como “La Reina de África” (1951), “Un Americano en París” (1951), o “Bwana, Diablo de la Selva” (1952, la primera película en 3D). ”

 

Es imposible poner pegas al trabajo de Éric Maltaite, hijo de uno de los grandes maestros del comic francobelga, Will. Desde los años 70, ha ido tocando los más diversos géneros, de la aventura al espionaje o el humor y en “Hollywoodland” demuestra haber llegado al cúlmen de su carrera. El suyo es un estilo fluido y suelto con esa mezcla de naturalismo y caricatura propia de la escuela de Marcinelle. Tratándose de un amplísimo reparto de personajes, tanto principales como secundarios, es capaz de dotar a cada uno de su propia personalidad gráfica, no sólo en los rasgos y anatomía, sino en su forma de moverse. Todos y cada uno de ellos tienen vida y se sienten reales.

 

La ambientación es impecable, recreando todo el sabor del Hollywood de los años 50 sin caer en exhibicionismos innecesarios que traten de evidenciar groseramente el trabajo de documentación que hay detrás. Maltaite reproduce fiel y convincentemente los elementos específicos de la industria del cine de la época: las letras del cartel de Hollywoodland con todas sus bombillas, el ballet acuático cinematográfico en el que participa Loreen, el remolque de aluminio del puesto de perritos calientes, los carteles de películas en el cuarto de las chicas, la oficina compartida de los guionistas, una sala de cine, un set de rodaje con grandes cámaras sobre grúas y rollos de película…Y en todos y cada uno de los fondos, pueden verse innumerables detalles que quizá no habrían sido necesarios para que la escena funcionara, pero cuya inclusión la enriquecen muchísimo. Maltaite no toma atajos. Basta fijarse con atención para ver el grado de detalle que tiene cada viñeta: cada uno de los radios de un neumático, cada personaje que camina por el fondo de cada escena, todos los objetos sobre la mesa de un atribulado guionista, los detalles arquitectónicos de un edificio, los azulejos de un alicatado… y siempre sin sobrecargar la escena ni confundir la pulida narrativa. Mención obligatoria merece también el colorista Philippe Ory, con un ojo excelente tanto para recrear el cálido sol californiano como los diferentes ambientes y momentos del día en que transcurren las muy variadas escenas.

 

Tinseltown, Fábrica de Sueños, la Meca del Cine: Hollywood. Ciudad mítica de grandes estudios, estrellas glamurosas y productores fumadores de puros. Donde nace y se hace la magia. Y también donde los sueños se hacen añicos contra la realidad del mundo del espectáculo. Sucedió en el pasado, sucede ahora y seguirá sucediendo en el futuro; y eso es lo que nos recuerdan Zidrou y Maltaite con tanto amor, nostalgia y respeto como crudo realismo y desmitificación, porque tras la pantalla se esconden muchos dramas a menudo más dignos de contar que aquellos por los que el público paga su entrada.

 

 

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