En octubre de 1911, un estudio cinematográfico, Nestor Film Company se estableció en Hollywood, un pequeño municipio fundado en 1903 y anexado siete años después a Los Ángeles para poder acceder al suministro de agua de esa ciudad. En poco tiempo, otras productoras siguieron el mismo ejemplo y ese topónimo pasó a ser sinónimo del centro mundial de producción cinematográfica.
Pero hubo un
año en particular que fue especialmente relevante para la historia d
el lugar:
1923. Fue el 4 de abril de ese año cuando cuatro hermanos, Harry, Albert, Sam y
Jack, fundaron un estudio pequeño que, aunque al principio lastrado por
dificultades financieras, acabaría siendo uno de los más importantes y longevos
de la historia del cine: Warner Brothers. En los años siguientes, se
arriesgarían introduciendo la tecnología del sonido (“El Cantor de Jazz”,
1927), revolucionando toda la industria cinematográfica y asegurando su
posición como una de las "Big Five" del sistema de estudios.
Y también en 1923, concretamente el 13 de julio, se inauguró sobre el Monte Lee, el icónico letrero “Hollywoodland”, anunciando una nueva urbanización de lujo en esa zona. Las letras “LAND” se eliminaron en 1949, cuando la Cámara de Comercio de Hollywood se hizo cargo del letrero, para que representara a todo el distrito y no solo al desarrollo inmobiliario.
Pues bien,
en el centenario de esos dos hitos, los autores belgas Benoit
"Zidrou"
Drousie (guion) y Éric Maltaite (arte), publicaron su
sentido homenaje, sátira y crítica a ese lugar tan especial y a quienes
trabajan en y alrededor de él. Y lo hicieron, además, saliendo del periodo de
confinamiento del COVID-19, un negro fragmento de nuestra historia reciente en
el que el cine ayudó a incontables personas a sobrellevar la crisis
recordándonos cuánto extrañábamos la oscuridad de una gran sala iluminada solo
por la luz y los colores proyectados sobre una pantalla.
“Hollywoodland”
es una dupla de álbumes integrados, cada uno de ellos, por una introducción
(relacionada con la historia del mítico cartel) y 8 historias de cinco páginas.
En el primer volumen, cada relato tiene como título el nombre de uno de los
personajes (que empieza por una de las letras de Hollywood) y en el segundo, el
del lugar concreto donde transcurre la acción de turno. Todas las historias
están ambientadas en el mismo marco temporal, comienzos de los años 50 y,
aunque autónomas, están relacionadas sutilmente mediante ciertos elementos (por
ejemplo, un personaje asiste a la proyección de una película cuyo guion había
sido escrito por el de otra historia
anterior).
Se trata,
por tanto, de una narrativa coral que conecta fragmentos de la vida de diversos
y muy diferentes personajes, cambiando con cada uno de ellos el género
narrativo, pasando de la comedia costumbrista al drama, del thriller a la
tragedia. Siendo un comic ligero, fácil de leer y claramente inspirado por el
amor al cine, los autores no hacen concesiones y ponen el foco en algunos de
los aspectos menos glamurosos del funcionamiento interno de Hollywood.
“Hollywoodland” nos lleva al mundo de quienes levantaron las letras en el Monte
Lee (gente negra, por cierto, explotada por blancos); de aspirantes a actrices
asiáticas muriendo de agotamiento en talles clandestinos; de antiguos
especialistas reconvertidos en vendedores de perritos calientes; de jóvenes hombres
y mujeres que llegan a la Meca del Cine con la cabeza llena de sueños y
terminan por ser engullidos y utilizados por los peores elementos del sistema
sólo para terminar suicidándose o en la cárcel; de las entregadas fans
infantiles que persiguen al galán de sus sueños sólo para llevarse un chasco
cuando la realidad las golpea de lleno; de guionistas de plantilla
que escriben
libretos como quien pega sellos en estancias abarrotadas de humo y colillas; de
adiestradores de animales con mucho temperamento; del olvidado encargado de
llevar las latas con las bobinas de cine en cine; de la india americana que
sueña con ser actriz contando tan sólo con su abuela como apoyo para sobrellevar
la decepción y la indigencia; de los figurantes hispanos, asiáticos o negros
ninguneados por los jerifaltes blancos; la taquillera que hace huelga para
exigir lo que su jefe le debe; el talentoso cartelista del cine de pueblo que
trabaja contrarreloj…
Zidrou y
Maltaite devuelven la dignidad a todas esas figuras olvidadas y margin
adas de
la historia oficial de Hollywood. La primera letra de sus nombres, como he
apuntado, está incluida en el de Hollywoodland, mientras que sus rostros evocan
el de una industria que han mantenido en marcha desde hace más de cien años
nutriéndola de su esfuerzo, sus ilusiones, sus decepciones, sus éxitos y sus
fracasos. Cada historia presenta entornos específicos y personajes que difieren
en su físico, edad, origen, vestimenta…. Los autores insuflan vida a todos y
cada uno de ellos, en armonía con sus historias personales y tan plenamente
definidos como su entorno socioeconómico.
La
introducción del primer volumen establece el contexto temporal que abarca todas
las historias. En 1949, Abner, el encargado de mantenimiento de las letras originales
y de las casi 4.000 bombillas que las iluminaban por la noche, recibe la
noticia, mientras está con su sobrino Ray llevando a cabo su trabajo, de que
sus servicios ya no serán necesarios. Una cuadrilla de la Cámara de Comercio,
entidad qu
e, como ya dije, se acaba de hacer cargo del letrero, se presenta
para retirar las cuatro últimas letras. Esta decisión transformó una
designación territorial en un concepto. Ray describe Hollywood como una “máquina
de sueños”, refiriéndose a la industria cinematográfica. Ya no es simplemente
un lugar donde vive la gente, una tierra o región para habitar, un lugar para
establecer un hogar. Se convierte en un principio, una razón de ser impuesta a
todos, cada individuo ve su vida moldeada por este entorno, alimentando día a
día esa máquina con sus propias vidas.
Por cada estrella
rutilante y productor millonario, hay una multitud de suplentes persiguiendo pequeños
papeles a cambio de cantidades miserables; hordas de extras que viven al día e
incontables perdedores obligados a improvisar para ganarse el sustento. Esas
son las reglas de este juego en el que sólo unos pocos ganan y todos los demás
pierden. Obviamente, cuando la pobreza se pasea tan cerca de la riqueza, el
contraste se magnifica y los autores nos muestran en esta colección de relatos
un retrato nada glorioso teñido de desesperación y con un humor invariablemente
melancólico. Más allá de los focos, los glamurosos estrenos y los coches de
lujo, tenemos al gigoló que satisface los caprichos de adineradas esposas de
los magnates de la industria; hombres y mujeres que aspiran a convertirse en
actores o actrices para escapar de sus orígenes sociales; el racismo abierto,
cotidiano y omnipresente; la opresión sistémica de los trabajadores menos
valorados…
Y, sin
embargo, cada uno de esos protagonistas de sus propios dramas cotidianos tiene
una manera de aceptar la realidad que recuerda al humanismo presente en las
obras de Will Eisner: encontrando o fabricando su propia alternativa al mismo sistema
que los mantiene en los márgenes, impidiendo que les corroa el odio, la
amargura o el resentimiento. Abner y Ray se cobran su pequeña venganza contra
la Cámara de Comercio utilizando las bombillas desechadas de las letras
retiradas del cart
el de Hollywoodland. Doug prepara y vende perritos calientes
a los actores y extras de los cercanos estudios con el mismo entusiasmo con el
que pilotó aviones en sus días de especialista. Olivia y Liberty, al descubrir
la homosexualidad de su amor platónico, redirigen su mitomanía hacia otra estrella.
Woody se da el capricho de vengarse de su jefe encajando en su guion un
desenlace que deja en ridículo al galán. El ciego Oscar se gana sus limosnas
contagiando sus fantasías cinematográficas a los viandantes más sensibles. El
gigoló disfruta de la vida y la riqueza de las mujeres que contratan sus
servicios. La aspirante a actriz de raza india se instala con su abuela en una
playa que hacen suya por una noche. Los empleados de una sala de cine se
solidarizan para protestar contra la explotación, mentiras y abusos del
propietario. El entusiasta alcalde de un paupérrimo pueblo mexicano disfruta de
la forma más auténtica del sueño americano gracias al cine…
El estilo de
escritura, la estructura dividida en capítulos independientes con personajes,
lugares y situaciones entrecruzados y los diálogos ingen
iosos, evocan el cine
de Tarantino. Otros referentes contemporáneos que pueden citarse serían la
película “Babylon” (2022), de Damien Chazelle, por su parecida representación
de la industria a través de un humor muy negro; o “Nope” (2022), de Jordan
Peele, en la que exploró y reivindicó la importancia para Hollywood de un
oficio (adiestrador de caballos) y un grupo étnico (los afroamericanos) presentes
en la industria desde sus mismos inicios. Zidrou y Maltaite confirman que
mantener la distancia permite diseccionar el sujeto de una obra con mayor
perspectiva y profundidad. Al fin y al cabo, ese es el caso también de Chazelle
(franco-estadounidense) y Peele (afroamericano).
“Hollywoodland”
es un comic sobresaliente que transmite sensaciones muy variadas. Algunos
capítulos hacen reír, otros encogen el corazón y otros sorprenden por su
originalidad (como el drama de infidelidad y venganza narrado por el coche de
uno de los involucrados). Y ello, no sólo gracias a la pericia de sus autores,
sino a que sabemos que lo que nos muestran dista mucho de ser una fantasía o
una exageración. Es cierto que su estructura episódica impide una exploración
en profundidad de los personajes, dado que éstos cambian de segmento en
segmento, condenados a permanecer como fragmentos de vidas sumergidas en el
caldo colectivo, pero, ¿no es ese precisamente el propósito de este comic?
Zidrou
integra en las diferentes tramas personalidades, lugares o películas de la
auténtica historia de Hollywood, aportando un grado extra de verosimilitud a
cada una de las tragicomedias y permitiendo que los personajes evolucionen en
un contexto realista. Así, se mencionan a Fritz Lang, Douglas Sirk, Billy
Wilder, Marlene
Dietrich, Doris Day, Glenn Ford, Hattie McDaniel, Gene Kelly,
Frank Sinatra, John Wayne, Charlie Chaplin, la Prisión de Lincoln Heights, Will
Rodgers Beach, los estudios Warner… Algunos actores, incluso, están más
presentes –siempre de forma indirecta, claro- en algunas tramas, como Gary
Cooper o Montgomery Cliff. Igualmente, hay películas de la época que desempeñan
su papel en los argumentos, como “La Reina de África” (1951), “Un Americano en
París” (1951), o “Bwana, Diablo de la Selva” (1952, la primera película en 3D).
”
Es imposible
poner pegas al trabajo de Éric Maltaite, hijo de uno de los grandes maestros
del comic francobelga, Will. Desde los años 70, ha ido tocando los más diversos
géneros, de la aventura al espionaje o el humor y en “Hollywoodland” demuestra
haber llegado al cúlmen de su carrera. El suyo es un estilo fluido y suelto con
esa mezcla de naturalismo y caricatura propia de la escuela de Marcinelle.
Tratándose de un amplísimo reparto de personajes, tanto principales como secundarios,
es capaz de dotar a cada uno de su propia p
ersonalidad gráfica, no sólo en los
rasgos y anatomía, sino en su forma de moverse. Todos y cada uno de ellos
tienen vida y se sienten reales.
La ambientación es impecable, recreando todo el sabor del Hollywood de los años 50 sin caer en exhibicionismos innecesarios que traten de evidenciar groseramente el trabajo de documentación que hay detrás. Maltaite reproduce fiel y convincentemente los elementos específicos de la industria del cine de la época: las letras del cartel de Hollywoodland con todas sus bombillas, el ballet acuático cinematográfico en el que participa Loreen, el remolque de aluminio del puesto de perritos calientes, los carteles de películas en el cuarto de las chicas, la oficina compartida de los guionistas, una sala de cine, un set de rodaje con grandes cámaras sobre grúas y rollos de película…Y en todos y cada uno de los fondos, pueden verse innumerables detalles que quizá no habrían sido necesarios para que la escena funcionara, pero cuya inclusión la enriquecen muchísimo. Maltaite no toma atajos. Basta fijarse con atención para ver el grado de detalle que tiene cada viñeta: cada uno de los radios de un neumático, cada personaje que camina por el fondo de cada escena, todos los objetos sobre la mesa de un atribulado guionista, los detalles arquitectónicos de un edificio, los azulejos de un alicatado… y siempre sin sobrecargar la escena ni confundir la pulida narrativa. Mención obligatoria merece también el colorista Philippe Ory, con un ojo excelente tanto para recrear el cálido sol californiano como los diferentes ambientes y momentos del día en que transcurren las muy variadas escenas.
Tinseltown,
Fábrica de Sueños, la Meca del Cine: Hollywood. Ciudad mítica
de grandes
estudios, estrellas glamurosas y productores fumadores de puros. Donde nace y
se hace la magia. Y también donde los sueños se hacen añicos contra la realidad
del mundo del espectáculo. Sucedió en el pasado, sucede ahora y seguirá
sucediendo en el futuro; y eso es lo que nos recuerdan Zidrou y Maltaite con
tanto amor, nostalgia y respeto como crudo realismo y desmitificación, porque
tras la pantalla se esconden muchos dramas a menudo más dignos de contar que
aquellos por los que el público paga su entrada.

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