16 sept 2025

1993- HOMBRE GRANDE - David Mazzuchelli


En el apogeo de su relativamente breve carrera en los cómics de superhéroes (dibujó su primer trabajo para Marvel, “Master of Kung Fu” nº 121, en 1983 y prácticamente ya los había abandonado en 1987), David Mazzucchelli fue uno de los nombres que ayudaron a redefinir la narrativa del género con dos obras que se convirtieron en clásicos instantáneos y ambas con guion de Frank Miller: “Daredevil: Born Again” (originalmente serializado en 1986 entre los números 227 y 233 de la colección de ese personaje) y “Batman:Año Uno” (1987 en “Batman” nº 404 a 407).

 

Según declaró a “The Comics Journal” en 1997, Mazzuchelli abandonó los superhéroes por tres razones. En primer lugar, no se consideraba una persona violenta y, por lo tanto, no sentía conexión alguna con un género en el que la agresión física jugaba un papel tan importante; el ritmo necesario para realizar un cómic mensual le sometía a un gran estrés; y, por último, que el tipo de trabajo que le atraía en otros medios —cine, literatura, teatro— era muy diferente al que él mismo había venido llevando a cabo en cuanto a temática, enfoque y actitud. Su último trabajo oficial para Marvel (porque en 1992 entintó una sola página de “Bill & Ted's Excellent Comic Book” sin ser acreditado) apareció en el nº 40 de la antología “Marvel Fanfare” (octubre 88) con el título de "Claroscuro". En muchos sentidos, aquella breve historia escrita por Ann Nocenti marcó el camino a seguir para el dibujante, que aquí exhibía un trazo más suelto y expresionista ilustrando un pequeño drama cotidiano casi sin superhéroes (hay una secuencia de lucha de cuatro viñetas con siluetas en la primera página y el Ángel, de los X-Men, es el protagonista aparente, pero, por lo demás, la historia se ambienta en un entorno suburbano).

 

Después de eso, Mazzuchelli decidió alejarse de los cómics de superhéroes, llegando incluso a rechazar una sustanciosa oferta para ilustrar "X-Men" en 1990. Quería producir obras más personales. Se matriculó en clases de grabado y estudió los cómics underground. Hasta entonces, había trabajado a partir de una trama en lugar de un guion completo, pero quería ir más allá: escribir y dibujar sus propias historias, manteniendo un control absoluto sobre todos los aspectos de las mismas. Liberado de los límites del género superhéroico y la industria que lo cobija, se embarcó en una sucesión de proyectos de cómics artísticos formalmente desafiantes, intrigantes, a veces desconcertantes, empezando por su resurgimiento en 1991, con una revista autopublicada e inspirada en el “Raw” de Art Spiegelman. La nueva cabecera, titulada “Rubber Blanket", (su nombre proviene de una herramienta que los editores utilizaban para transferir tinta de las planchas a la superficie de impresión en el método offset) tenía un formato de gran tamaño y en blanco y negro, e incluía material principalmente firmado por Mazzuchelli, pero también por artistas como su colorista habitual Richmond Lewis, David Hornung, Ted Stearn y el equipo formado por Massimo Semerano y Francesca Ghermani.

 

Para enfatizar su ruptura con el cómic convencional y reafirmar su ánimo experimentador como autor completo, Mazzuchelli adoptó un estilo artístico radicalmente diferente al que había utilizado en Marvel y DC, empleando líneas gruesas y expresionistas y una gran síntesis de trazo que fusionaba a Jack Kirby, Alex Toth y Edward Hopper. La temática de sus relatos también era variada y poco convencional. ”Descubriendo América”, por ejemplo, publicado en el número 2 de la mencionada revista, presentaba a un hombre cuyas habilidades cartográficas eran paralelas a sus aventuras amorosas. Y en el número 3 y último, apareció la historia que aquí nos ocupa, “Hombre Grande”, una variación del mito de Frankenstein y reformulación de la figura del superhombre (entre los cuales, Hulk sería el referente más inmediato) que le sirvió para reflexionar sutilmente y con una lograda emotividad sobre los valores y prejuicios de la América profunda.

 

En un pueblo anónimo en lo que parece ser la década de los 40 o 50 del pasado siglo, un grupo de niños encuentra en la playa, atado a unos maderos, un hombre inconsciente que ha sido arrastrado hasta allí por la marea. Es un individuo de tamaño colosal y, al principio, infunde temor a los granjeros que lo liberan de sus amarres para encerrarlo luego en el granero de uno de ellos. Habla y escribe una lengua que no comprenden así que la comunicación resulta imposible. No hay forma de saber de dónde viene, quién le ató y lanzó al mar y por qué, pero, con el tiempo, se dan cuenta de que es inofensivo, transformando su miedo en curiosidad y dando lugar a una relación de cooperación y respeto en virtud de la cual el Hombre Grande les ayuda con las tareas agrícolas más duras a cambio de sustento y aceptación.

 

Pero un día, esa frágil conexión se rompe cuando él utiliza su inmensa fuerza para levantar un tractor que había volcado aprisionando a uno de los vecinos. Todos quedan aterrorizados ante semejante exhibición de fuerza, despertando en ellos una sensación de indefensión, un miedo atávico e irracional que anula el buen gesto que acaban de presenciar. El granjero que lo alberga decide llamar a las autoridades, cuya actitud agresiva acaba dañando involuntariamente a la hija de aquél, una niña con discapacidad intelectual que había hecho amistad con el gigante. Cuando éste sale en su defensa, es tiroteado, huye y desaparece en un caudaloso río, dejando a la niña sumida en la pena y a su padre atormentado por la culpa.

 

Se trata de una historia de monstruos bastante convencional cuya virtud no reside en la premisa o el argumento, sino en su enfoque costumbrista y, sobre todo, su magistral forma de contarla. Mazzuchelli dijo al respecto: “Hombre Grande” fue un intento deliberado de crear una novela absorbente, usando todo lo que sé sobre el estilo narrativo lineal y melodramático para que el lector quiera saber qué sucederá a continuación. Es de lo más cinematográfico que he hecho, y, si acaso, diría que, en términos de narrativa visual, es la más conservadora de todas mis historias”.

 

Al igual que "Frankenstein", “Hombre Grande” explora la dualidad de su protagonista, un ser de aspecto horrible y amenazador que esconde una inocencia y bondad genuinas. El relativo aislamiento y ambiente pacífico del entorno rural y la intervención de una niña que actúa como puente entre humanos y “monstruo”, permite establecer una relación fluida entre éste y aquéllos. Gráficamente, el arte de Mazzuchelli se ajusta a la perfección al tono de la historia, subrayando su impacto emocional a la vez que desafiando las convenciones del medio en su vertiente más industrial. En lugar de buscar la elegancia y el naturalismo típicos del cómic mainstream, el autor utiliza trazos de pincel deliberadamente ásperos y figuras casi abstractas con el fin de transmitir de la forma más pura e inmediata las emociones que corresponden a cada escena. Probablemente gracias a la aportación de Lewis, también prescinde del color en favor del bitono, jugando, además, con los contrastes generados por la iluminación. La narración está perfectamente dosificada: cada escena, cada viñeta, es esencial para el conjunto y los silencios son tanto o más importantes que los diálogos para el mensaje a transmitir y el tono emocional que se quiere establecer.  

 

“Big Man” es un “pequeño gran comic” que amerita una lectura por parte de todo aquel interesado en el medio. Corto y conciso, sí, pero tan intenso como contenido, tan emotivo como sutil. En obras posteriores, Mazzuchelli se volcaría en experimentos narrativos y formales de indudable interés, pero también sin la emotividad de esta pequeña joya que, por el momento, nadie se ha decidido a reeditar.  

 


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