Cuando se produjo la gran renovación del comic español entre la década de los 70 y 80 del pasado siglo, uno de sus artífices, Fernando Fernández, ya era un veterano con una carrera profesional que se remontaba a los años 50. Artista de talento excepcional, se movió con igual brillantez en el comic, la ilustración y la pintura, siendo muy apreciado tanto en España como en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, donde sus dibujos aparecieron en las revistas de terror de la editorial Warren y sus ilustraciones adornaron las portadas de libros publicados por prestigiosos sellos literarios. Aunque hoy es particularmente recordado por dos de sus obras más espectaculares, “Zora y los Hibernautas” y su versión de “Drácula”, hay otras obras firmadas por él y pertenecientes a muy diversos géneros que merecen una recuperación, como es el caso de la que ahora comentamos, “Cuba, 1898”.
El prestigio y proyección internacionales de Fernández le abrieron las puertas a proyectos foráneos que iban más allá del relato corto para una revista antológica. Fue el caso de la colección “Un Uomo Un´avventura”, una serie de álbumes monográficos editados de 1976 a 1980 por CEPIM (la antigua denominación de la actual editorial italiana Sergio Bonelli) y distribuidos exclusivamente en librerías. Entre los autores que colaboraron en esa colección se encontraban algunos de los nombres más importantes del comic europeo contemporáneo, como Attilio Micheluzzi, Milo Manara, Hugo Pratt, Guido Crepax, Dino Battaglia o SergioToppi. Fernando Fernández fue otro de los invitados a colaborar, lo que nos puede dar una idea de la categoría de su trabajo. Todos los títulos de esa colección comenzaban con las palabras “El Hombre de…”, seguido del nombre de un país o región geográfica del planeta. En el caso del álbum de Fernández, apareció originalmente como “El Hombre de Cuba” en 1979 y, de una manera no deliberada, sirvió de complemento a otra entrega de la misma serie ya tratada en este blog, “El Hombre de Filipinas” (1980, Berardi y Milazzo), también ambientada en una antigua colonia española tan solo cuatro años después de que pasara a dominio norteamericano.
Sergio Masetti es un médico veterano de las campañas de Garibaldi por la independencia de Italia que, en 1895, vive en una granja en Cuba. La colonia lleva décadas sumida en turbulencias políticas y militares producto del choque entre los movimientos revolucionarios que exigen la independencia y los sucesivos gobiernos españoles que, presionados por los latifundistas con tierras e industrias (básicamente azucareras) en la isla, se resisten a ceder poder, enviando contingente tras contingente con la misión de sofocar los alzamientos. Aun cuando las simpatías de Masetti están de lado de los independentistas, su profesión de médico y su condición de extranjero le llevan a mantener su neutralidad.
Pero esa posición se ve comprometida cuando se topa con el único superviviente cubano de una emboscada preparada por los españoles a una partida que escoltaba a un general insurgente. Masetti se lleva al herido, Juan Gutiérrez, a su granja para curarlo y, a partir de ese momento, se ve involucrado personalmente en el conflicto de parte del bando rebelde. Hasta cierto punto, esa decisión la toma por convicción ideológica pero también, y así lo admite, por un deseo de recuperar el entusiasmo y aventura de su juventud revolucionaria en Italia, treinta años antes.
Durante un viaje para entregar un mensaje al general cubano
Máximo Gómez, escondido en un pueblo del interior, conoce a María, la atractiva
y joven hermana de Juan. Ambos se enamoran, pero son tiempos difíciles y
Masetti, en su condición de médico, siente el deber de regresar a territorio
bajo dominio español y atender a los abundantes enfermos y heridos que está
causando la guerra. Durante los tres años siguientes hasta la rendición final
de España en 1898, mientras espera la oportunidad de reunirse con su amada, el
doctor será testigo de los movimientos de uno y otro bando y de las matanzas y
actos heroicos de ambas facciones, con un ejército español cada vez más
desgastado y desmoralizado y unos norteamericanos que intervienen en el
conflicto no para defender la libertad e independencia de Cuba, sino para
posicionarse favorablemente en la isla y utilizarla para sus propios intereses.
Este comic difícilmente hubiera podido publicarse en España
unos años antes de cuando lo hizo en Italia. Obviamente, el que fuera un
trabajo destinado al mercado italiano obligaba a que el protagonista tuviera
esa nacionalidad, pero ello le facilitó a Fernández la introducción de un
testigo neutral y extranjero que contempla con cierta objetividad las
atrocidades y hazañas de uno y otro bando y que le sirve a Fernández para
realizar un ejercicio revisionista de la guerra de Cuba respecto al discurso
nacionalista promocionado durante décadas por la dictadora de Franco. No es
este un comic tendencioso o maniqueo que divida burdamente a sus personajes en
buenos y malos. Obviamente y tratándose de un antiguo revolucionario, Massetti
simpatiza con la causa cubana, pero ello no le impide socializar con normalidad
entre los españoles, los cuales son retratados con bastante realismo. Por ejemplo,
Massetti y María, durante el viaje que emprenden para contactar con el general
Gómez, encuentran una partida de soldados españoles ebrios. Sin embargo, éstos
no hacen sino lo que se espera de ellos: perseguir e intentar detener a quienes
parecen -y, de hecho, lo son- sospechosos de colaborar con los insurgentes. Un
oficial que visita a Massetti en su granja para solicitar sus servicios médicos,
se comporta con respeto y elegancia dejando pasar el hecho de que esté
ocultando a un rebelde herido. Hay soldados del cuerpo expedicionario que
cuestionan su papel en esta guerra prolongada por motivos económicos y
oficiales que cumplen a regañadientes órdenes dadas por políticos incompetentes
que causarán una enorme mortandad. Los estadounidenses, por su parte, son los
que salen peor parados, pero no tanto los soldados como sus políticos y
magnates mentirosos y manipuladores (con expresa referencia al infame William
Randolph Hearst y el incidente del Maine).
“Cuba, 1898” es parte crónica histórico-bélica y parte drama, pero es la primera de estas facetas la que claramente tiene más peso. Hay abundante texto e ilustraciones describiendo la trágica evolución del conflicto y sus principales hitos y participantes, pasajes que, aunque no resultan aburridos, sí ahogan hasta cierto punto la peripecia personal de Massetti, la cual se convierte más en una excusa con la que propiciar la cercanía del lector y una herramienta con la que hilar el documento histórico que en una subtrama con auténtico contenido. El médico italiano es un personaje interesante y con potencial, pero tiene poco espacio para que le podamos conocer mejor -al fin y al cabo, el autor cubre tres años en poco más de 50 páginas- más allá de su honestidad básica, su pasado revolucionario y la melancolía que siente por la muerte de un viejo amor. Su relación con María, aunque bellamente dibujada por Fernández, no resulta creíble en ningún momento y más parece un intento de aportar algo de calidez humana a una narrativa histórica en general bastante fría.
Fernando Fernández tenía un estilo realista muy detallado
que resulta ideal para el tipo de narración histórica que presenta “Cuba,
1898”. Su gusto por la ilustración de corte clásico se evidencia en grandes
viñetas con muchas figuras que se asemejan a cuadros. Sus estudiados montajes
de página aportan un componente artístico a lo que por otra parte es casi un
formato documental. Sabe qué imágenes elegir y cómo colocarlas para explicar
con claridad tanto los movimientos y ataques de la infantería como las maniobras
navales con las que se puso punto y final al dominio español sobre la isla.
“Cuba, 1898” es un comic que, por su estilo, planteamiento y tema, está muy anclado en la sensibilidad de una época, a caballo entre los 70 y primeros 80, un periodo en el que el medio se encontraba inmerso en la exploración y experimentación de nuevas posibilidades y formas de abordar los géneros tradicionales. Hoy, los comics con espíritu didáctico y/o temática histórica se estructuran y dibujan de otra manera, pero ello no quita para que el lector moderno recupere este álbum. En primer lugar, porque ofrece la crónica de un conflicto que cada vez queda más lejos de las nuevas generaciones y que ya parece ocupar tan solo unas perezosas líneas en los textos escolares, pero que supuso una auténtica conmoción para la generación que lo vivió, un trauma colectivo experimentado ante lo que -correctamente- se percibió como el fin del Imperio Español. Y en segundo lugar, por su indiscutible belleza formal y mérito artístico en cuanto a la composición de página y viñeta y el retrato realista de figuras.
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