(Viene de la entrada anterior)
Mark Millar siempre ha jugado más en sus historias a pulsar teclas emocionales que a construir un sustrato intelectual sólido y aquí tenemos un buen ejemplo. La comparación que hace entre los nazis y los americanos es bastante burda. Hay un mundo de diferencia entre el régimen nazi que desencadenó la Segunda Guerra Mundial y la política exterior estadounidense de comienzos del siglo XXI. El uso del Capitán América, un personaje cuya más icónica imagen es aquélla en la que pega un puñetazo a Hitler, evita que Millar caiga en la Ley de Godwin (“A medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”), pero aún así esa comparación, sin dejar tener cierta relevancia, también resulta forzada.
Aunque expuesta sin matices, esa reflexión parece relevante en la actualidad. Después de todo, han cambiado muchas cosas desde los años 60, cuando tomó forma el Universo Marvel, y Millar explota con astucia la veta de desconfianza y paranoia que se ha ido enquistando en la psique estadounidense desde el escándalo Watergate y que se ha trasladado a todo tipo de ficciones. Stan Lee, como tantos otros autores de comic de su época, imaginaron todo tipo de científicos del gobierno que, accidental o deliberadamente, creaban superhéroes, pero nunca se cuestionaron la moralidad de tales acciones.
En un momento dado, Janet insinúa que el trabajo que ha estado realizando Bruce Banner para reinventar el suero del supersoldado, podría haber incluido experimentación ilegal con humanos. “Es solo por los rumores sobre de dónde sacaba los fondos durante los años de escasez del departamento. ¿De verdad crees que estuvo involucrado en las pruebas secretas superhumanas con civiles?” Es la historia del origen del superhéroe filtrada a través de los infames experimentos con sífilis de Tuskegee por el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos (1932-1972), o el Proyecto MK Ultra de la CIA (1953-72).
Sin embargo, por muy burdos que puedan ser algunos de los comentarios políticos aquí expuestos, cumplen su objetivo de demostrar por qué los superhéroes deben separarse de esa interpretación. Por supuesto, si los superhéroes representan la mitología estadounidense moderna, independizarlos del militarismo de su pais es difícil, pero Millar, en última instancia, reivindica a sus personajes. Muchos críticos y comentaristas se han centrado en la deconstrucción que hace “Los Ultimates” de los grupos superheroicos tradicionales. Y, efectivamente y como he ido desglosando, está claro que esa era, al menos en parte, su intención. Sin embargo, lo que normalmente suele olvidarse es que, después de haber roto sus juguetes, el guionista vuelve a juntar casi todas las piezas y los hace funcionar.
Aunque su victoria en la batalla contra los Chitauri fuera más producto de la suerte que de su pericia guerrera, el segundo volúmen sí demuestra que los Ultimates son heroes genuinos, trabajando juntos y superando sus problemas individuales para repeler la invasión de supersoldados extranjeros. Puede que Janet y Steve estén rompiendo, pero siguen teniendo una fe absoluta el uno en el otro. El borracho e inexperto Tony sobrevive a la terrible traición de la mujer que ama, pero no recae en la depresión (nos enteramos de que había intentado suicidarse antes) sino que adopta una actitud proactiva: “Tenemos trabajo que hacer”.
Durante su enfrentamiento con el Capitán América, Abdul trata de provocarle: “Soy simplemente Abdul Al-Rahman y era campesino en la provincia del noroeste de Azerbaiyán, Capitán. Me temo que no tengo interés en los nombres código superheroicos. ¿No crees que es un poco inmaduro regodearse en tan infantiles convenciones?”. Sin embargo, el final que Millar le da a la serie (o al menos en la etapa que él dirigió) supone una reivindicación de esas mismas convenciones superheroicas: enfrenta al equipo contra unos oponentes que son versiones mejoradas, malvadas y más adiestradas de ellos mismos, pero cada miembro del grupo sale victorioso de su desafío particular; Hulk se acerca a su versión más canónica y heróica, reventando a su más inteligente oponente mientras le grita “¡Piensas Demasiado!”, como si estuviera también rechazando el sobreanálisis a los que muchos aficionados someten a sus personajes y comics favoritos; los superhéroes europeos se infiltran en los recién invadidos Estados Unidos utilizando la clásica identidad secreta de los superhéroes, un tropo que ha sido deconstruido y examinado infinidad de veces. Incluso el Capitán Britania admite que lo aprendió en un comic: “Supongo que en la madre Rusia no leían tebeos de superhéroes. Por si no lo sabían, se llaman identidades secretas”.
En esa apocalíptica batalla final, el equipo se une de verdad. Incluso Mercurio, un asesino arrogante y egoísta que al principio parecía haberse alistado solo para hacerse con capital politico, se convierte al genuino heroísmo. Mientras destroza a su doble velocista, le grita: "¡Eso es lo que pasa cuando amenazas a mis amigos!". Ya no son aliados de conveniencia o conocidos, sino amigos. El equipo ha dejado de lado sus disputas internas y trabaja conjuntamente por el bien común: se han convertido en héroes.
Pero es que, además, el segundo volumen culmina confirmando la existencia de Asgard y, por tanto, dando la razón a Thor, cuyas afirmaciones respecto a la divinidad siempre habían permanecido en el campo de lo dudoso. De repente, el tono realista del comic se desvanece sustituido por el sentido de lo maravilloso que uno espera encontrar en los comics de superhéroes.“El universo es arcilla en mis manos para ser modelado como más me guste”, presume Loki en el último número, quizá verbalizando los pensamientos de Millar, que ahora puede soltarse a su gusto recuperando la épica fantástica del género: “¡Que venga Surtur! ¡Que venga Ymir! ¡Que vengan los trolls, los dragones y los gigantes! ¡No tenéis idea de lo liberador que es esto!”.
En muchas de sus obras, el ánimo deconstructor de Millar le hace caer en el cinismo o incluso el nihilismo, pero también, como es el caso que nos ocupa, es capaz de adoptar y manejar las convenciones de los comics de superhéroes tan bien como el mejor. Y quizá sea eso lo que diferencie a “Los Ultimates” de muchos de sus imitadores: sí, Millar destrozó al equipo, pero luego lo reconstruyó para dar al comic un final satisfactorio: el grupo se independiza del gobierno, ha aprendido a trabajar unido y ha asumido la magia como parte de un universo más extenso de lo que jamás habían imaginado.
“Los Ultimates” comienza con la cínica premisa de que unos héroes tales no podrían existir en ningún mundo que se pareciera remotamente al nuestro y analiza cómo las personalidades implicadas y la política real impedía el funcionamiento de un equipo semejante. Pero, simultáneamente y a lo largo de los 26 números de la serie, Millar va justificando paulatinamente los tropos y convenciones con los que rematará aquélla. Asistimos a la evolución y aprendizaje –a menudo traumático- de esos personajes, vemos cómo llegan a trabajar en equipo y las razones por las que deben independizarse del gobierno.
Millar comprende muy bien a sus personajes y demuestra su disposición a llevar las ideas que los sustentan hasta sus conclusiones lógicas en lugar de tratarlos como monumentos nacionales cuya integridad deba preservarse a toda costa. ¿Cómo sería realmente el Capitán América si hubiera permanecido congelado sesenta años y despertado en la actualidad? ¿Qué valores e ideas traería consigo? ¿Y si Tony Stark fuera realmente tan arrogante y egoísta como sólo se sugiere en el Universo Marvel canónico? ¿Qué consecuencias traería una relación tóxica entre dos personas tan brillantes intelectualmente como frágiles emocionalmente como son Hank y Janet Pym?
Millar presta un poco más de atención a Bruce Banner, a quien presenta como un individuo patético, atormentado por sus inseguridades y baja autoestima. Es un hombre amargado y pasivo-agresivo que no le cae bien a nadie. El rechazo y las burlas del resto del equipo aumentan su alienación y lo sumergen aún más en la depresión que acaba desembocando en su transformación en Hulk. También es muy interesante que Millar vuele por los aires dos de las premisas que rodeaban a este personaje en su versión canónica: que ningún civil resulta nunca muerto o herido por la destrucción que siembra Hulk a su paso; y que el resto de los superhéroes no tienen demasiados problemas con la tragedia de Banner y parecen separar fácilmente a éste de los actos de su alter ego.
El Thor de Millar también supone un giro ingenioso a un concepto muy asentado en el Universo Marvel. Cuando Stan Lee y Jack Kirby crearon a este personaje y su entorno asgardiano en los años 60, no les resultó complicado esquivar las implicaciones religiosas inherentes al hecho de que una deidad nórdica viviera entre nosotros. Millar reevalúa esa idea, primero creando un misterio sobre la auténtica naturaleza de Thor (¿es un dios de verdad? ¿un autonombrado mesías con poderes?, ¿quizá un mutante? ¿un chiflado que ha robado tecnología secreta?) El capítulo en el que el grupo, engañado por Loki, decide finalmente actuar contra Thor se titula “La Pasión”, y Thor afirma: “Vine aquí para salvar al mundo y todo lo que han hecho es tratar de crucificarme”. Más tarde, se lamenta: “Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?” (De hecho, a Odín sólo se le representa como una luz brillante similar a las concepciones cristianas de Dios).
Es una forma fascinante de abordar las historias de superhéroes como una mitología del siglo XXI que mezcla elementos cristianos y paganos para crear algo nuevo. De hecho, cuando Steve Rogers rechaza las explicaciones de Thor, éste señala que las creencias cristianas del Capitán América no son ni más ni menos ridículas que todo lo que él expone. Los sistemas de creencias son importantes en cuanto a lo que dicen de quienes las abrazan y Millar señala que el humanismo de Thor no es incompatible con los valores cristianos sólo porque pertenezca al panteón nórdico. O tal vez lo que haga sea recordarnos que las leyendas y los mitos, como los comics (y, en concreto, la Línea Ultimate) se reinventan una y otra vez.
Y luego está Nick Furia, al que posiblemente podamos asignar el papel de jefe de pista de todo este circo. De hecho, aunque la interpretación que hacen los autores de él bebe mucho de la versión original, es imposible exagerar la influencia que la de ellos tendría a continuación no sólo en el Universo Marvel, sino en las películas que Marvel Estudios empezaría a hacer poco después. Obviamente, es muy poco probable que Joss Whedon, el director de las dos primeras películas de “Los Vengadores”, hubiera seleccionado al actor Samuel L.Jackson para encarnar a Furia de no haber elegido Hitch tomar el rostro de aquél para reimaginar al superespía. Pero es que, además, Millar hace que el personaje sea maravillosamente ambigüo y casi imposible de predecir. De hecho, es un ejercicio muy interesante releer el comic tratando de decidir si todo lo que ocurre estuvo de una u otra forma planeado y/o anticipado por él.
Uno de sus principales logros es la forma en que manipula a Bruce Banner, el individuo más peligroso del grupo a todos los niveles. Cuando en el primer número se reúne con el científico para almorzar y convencerle de que se una a su proyecto, finge estar molesto por el lugar que les han reservado en el restaurante, mirando hacia una zona de la ciudad recientemente arrasada por Hulk: “Lamento las vistas, doctor Banner. Los genios que organizan mi agenda no se han parado a pensar dónde nos ibamos a sentar a comer. Espero que ver cómo reconstruyen los muelles de Chelsea no saque a Hulk de su interior”. Pero poco después, revela que la mitad de los comensales del local son hombres y mujeres de SHIELD, por lo que no habría sido demasiado difícil encontrar otro lugar para sentarse. Se diría que Furia está tratando de provocar a Banner, quizá para asegurarse de que está “curado” de su disociación.
No he hablado todavía de la labor de Bryan Hitch pero lo cierto es que sin él, “Los Ultimates” habría sido muy inferior a lo que acabó siendo. Fue, de hecho, el equivalente para este comic del “suero supersoldado” para Steve Rogers. La cadencia de la colección se vio interrumpida por continuos retrasos (el hiato entre el penúltimo y el último número, por ejemplo, se prolongó seis meses), pero el resultado valió la pena porque “Los Ultimates” coronó a Hitch como uno de los artistas más dotados de su generación. Aunque llevaba trabajando en la industria desde finales de los años 80, empezó a destacar diez años después con “The Authority”. Fue allí donde, colaborando con su compatriota Mark Millar, consiguió desprenderse de la influencia gráfica de Alan Davis y encontrar su propia identidad. Hitch reinventó por completo el aspecto de los Vengadores para producir la versión más realista posible de los mismos.
Millar y Hitch diseñaron el comic somo si estuvieran haciendo una película de gran presupuesto, un enfoque inteligente que lo hizo accesible a los nuevos lectores. De hecho, alguien que no esté particularmente familiarizado con los entresijos y continuidad del Universo Marvel, no tendrá problemas en seguir la historia y comprender a los personajes. Dejando aparte su estilo fotorrealista y el uso de actores como modelo para algunos personajes (Samuel L.Jackson para Furia, Kevin Bacon para Ojo de Halcón, Brad Pitt para Thor, Patric Stewart para el Profesor X…), Hitch recurre a técnicas narrativas del medio cinematográfico como las viñetas panorámicas que ocupan todo el ancho de la página ayudando a establecer la escala e imitando el movimiento de cámara; “subtitular” el idioma alienígena en lugar de traducirlo; o incluso abrir cada capítulo con un plano general que ayuda a establecer el marco espacio-temporal. En el segundo volumen, van reintroduciéndose las convenciones narrativas propias del comic, como los cartuchos de texto con monólogos o la traducción de idiomas extranjeros. Millar y Hitch no solo recuperan los elementos más fantásticos del género, sino que los acompañan con las herramientas narrativas clásicas.
Se ha dicho demasiado a menudo que Los Vengadores cinematográficos son una transposición literal de Los Ultimates. Eso es cierto sólo en parte. Los Vengadores de Whedon (y luego de los Hermanos Russo) son mucho más heroicos y menos cínicos e inestables que los de Millar. Pero, desde luego, Bryan Hitch les ahorró a los diseñadores de las películas mucho trabajo a la hora de imaginar unos superhéroes que, en porte, físico y uniforme, se integraran bien en un mundo como el nuestro. “Capitán América: El Primer Vengador” (2011), vistió a su protagonista de forma casi calcada a la que éste tenía en las escenas del comic ambientadas en la Segunda Guerra Mundial y también incluía una secuencia de acción en un tren que atraviesa los Alpes. La unidad de contención de Hulk hace una aparición en “Los Vengadores” (2012); y “El Increíble Hulk” (2008) tomó prestada del comic la idea de forzar la transformación de Banner empujándolo al vacío desde un helicóptero en vuelo.
Si bien los ingeniosos conceptos y ágiles diálogos de Millar son muy atractivos desde un punto de vista cinematográfico, imagino que fue el dinámico y detallado trabajo de Hitch (entintado magníficamente por Andrew Currie primero y Paul Neary después, este último frecuente colaborador de su admirado Alan Davis), lo que ofreció una prueba convincente de que estos superhéroes podrían funcionar perfectamente en una película con actores de carne y hueso. Todo lo que plasmó en sus páginas tiene un grado de detalle sublime que equipara la experiencia lectora a ver un blockbuster de presupuesto multimillonario: la arquitectura, los vehículos, el armamento, los escenarios de cualquier tipo, los personajes tanto en primer plano como de fondo, el vestuario, los momentos de acción frenética y los de calma y diálogos… Su implicación y energía no solo no decae un solo momento, sino que cada vez el dibujo es más elaborado y espectacular, culminando en una página óctuple para la batalla final en la que intervienen dioses y demonios asgardianos. Pocos comics contemporáneos de superhéroes ofrecieron un placer estético como este.
En retrospectiva, “Los Ultimates” fue uno de los comics de superheroes más importantes de su década. Son muchos quienes defienden que es la visión cínica de la figura del superhéroe lo que lo distingue y le ha permitido atraer a un amplio sector de lectores, pero creo que esa es una aseveración discutible. En mi opinión, la historia de Millar no funciona porque desmantele la narrativa convencional de superhéroes a través de un nihilismo superficial, sino porque reivindica ese ideal pasándolo por un crisol. En muchos sentidos, “Los Ultimates” es una historia del género pura, incluso optimista, porque los personajes evolucionan y se convierten en héroes superando auténticos obstáculos personales.
Es un comic tan entretenido y absorbente que es fácil pasar por alto lo denso de su contenido y la cantidad de detalles y pistas que sólo se comprenden tras una atenta relectura. Por ejemplo, que el canibalismo de Hulk sea un rechazo a la decisión de Banner de hacerse vegetariano; o los numerosos cameos de Loki antes de adoptar una identidad más definida como Gunnar; o escenas como esa en la que Furia y Betty Ross se dan la mano mientras los helitransportes se estrellan a su alrededor; o que Natacha mire su reloj mientras retoza en la cama con Tony… Hay muchos pequeños momentos de gran brillantez que a veces quedan eclipsados por la grandilocuencia que les rodea, pero que demuestran lo mucho y bien que pensaron Millar y Hitch el mundo de los Ultimates.
“Los Ultimates” es, en resumen, uno de los comics idóneos para un nuevo lector. Es accesible, es inteligente, fácil de leer y muy entretenido. Ofrece una variedad de inteligentes reflexiones sobre el género sin depender de conocimientos previos del mismo. Este es el cómic que lo cambió todo para Marvel. Inauguró una nueva era en la que la compañía dominaría no solo las librerías sino los cines.
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