18 oct 2024

2004- EX MACHINA – Brian K Vaughan y Tony Harris (1)

 

El del superhéroe es uno de esos raros productos que parece haber trascendido tiempo y espacio para convertirse en un icono familiar de la cultura popular mundial y la mitología moderna. Y, sin embargo, a pesar de su longevidad y la actual omnipresencia de estos personajes en comics, cine, televisión y todo tipo de merchandising, el género sigue siendo visto por muchos como superficial, unidimensional y maniqueo.

 

Pero lo cierto es que gracias a la continua evolución que ha experimentado el arte del comic desde su nacimiento, los superhéroes se han convertido ya en ficciones sofisticadas y vibrantes capaces de articular todo tipo de mensajes. Desde mediados de los años 80 y gracias a autores iconoclastas de inmenso talento como Alan Moore, Grant Morrison, Frank Miller o Warren Ellis, el antiguo cliché fue reformulado, reinventado, derruido y vuelto a modelar - algunos dicen que demasiadas veces- como humanos falibles que afrontan dilemas morales imposibles. “Ex Machina” es una de esas propuestas modernas y, además, una de las más interesantes e inteligentes.

 

Pocos creadores de comic de las últimas dos décadas han cosechado el éxito de crítica y público de Brian K.Vaughan. Antes de empezar “Saga” en 2012, concluyó dos de sus series más populares, “Y: El Último Hombre” y “Ex Machina”, superando cada una de ellas el medio centenar de números y siendo reeditadas una y otra vez hasta hoy en ediciones de lujo. “Ex Machina” carece quizá del mismo gancho dramático y claridad de foco que “Y”, pero ello no significa que no estemos ante un sobresaliente ejemplo de ficción de sabor pulp: escrita con inteligencia, dibujada con talento, protagonizada por personajes carismáticos y abundante en temas de actualidad.

 

La premisa central de la serie es la idea de un superhéroe que se convierte en alcalde de Nueva York. Al entrar en contacto con un extraño artefacto posado en el lecho del río Hudson, bajo el puente de Brooklyn, Mitchell Hundred, un ingeniero civil del ayuntamiento que había ido a investigar el asunto, recibió de forma accidental, misteriosa e irrepetible el poder de comunicarse con las máquinas, esto es, “escucharlas” y ordenarles que funcionen… o no. Esto incluye desde automóviles a teléfonos móviles, pero no dispositivos simples sin automatismos ni una mínima complejidad mecánica, como un arco y una flecha.

 

Utilizando ese poder y equipándose con una panoplia de inventos propios (una mochila cohete, una pistola de rayos o guantes táser), empieza a patrullar la ciudad combatiendo el crimen con el nombre de “La Gran Máquina” (una referencia a la propia sociedad). En esta tarea recibe el apoyo logístico y anímico de Ivan "Kremlin" Tereshkov, un mecánico del parque de atracciones de Coney Island y viejo amigo de su familia; y de Rick Bradbury, un ex marine y agente de la patrulla portuaria que estaba con él cuando recibió los poderes. Sin embargo, el concepto de superhéroe ya no es lo que era, erosionado y corrompido por años de cinismo y deconstrucción. Así que, harto de cometer equivocaciones que casi le cuestan la vida, soportar fallos del equipo y escapar de la persecución a la que le somete la policía en su calidad de justiciero anónimo, Mitchell decide tomar otro camino. Nacido en una familia de activistas políticos, comprende que, para cambiar de verdad las cosas, necesita auténtico poder, esto es, el político. Sólo con él conseguirá forzar un cambio real y duradero. “En el mejor de los casos, he estado manteniendo el status quo”, admite Mitchell a su futuro jefe de campaña mientras declara su intención de presentarse como candidato a alcalde. Es en este punto donde Vaughan se sale del convencionalismo superheroico para darle a este comic un enfoque más atrevido y original. 

 

Con la ayuda de su asesor político Dave Wylie, y de su charlatán guardaespaldas Bradbury (Kremlin se opone a su reconversión como político y, de hecho, conspirará para derribarlo), Mitchell se convierte en el primer alcalde de Nueva York con "poderes”. Sin embargo, sus habilidades especiales le van a ser de bien poca utilidad en un escenario político dominado por las traiciones, los periodistas rapaces y los grupos de presión. Además de los problemas propios de la ciudad (crímenes, problemas con las condiciones meteorológicas, escándalos, dificultades para sacar adelante ciertas políticas, las presiones de otros políticos adscritos a los grandes partidos), Hundred deberá también combatir sus demonios internos arrastrados desde el pasado.

 

“Ex Machina” empieza fuerte desde al principio. La página-viñeta que cierra el primer número es una audaz declaración de principios que separa esta colección de la típica obra deconstruccionista tan común en los últimos treinta años. Se trata de una notable composición que nos anticipa que lo que vamos a leer no es simplemente una burbuja de fantasía regida por sus propias reglas, sino una incursión de ésta en el mundo real. En muchos sentidos, es esta intersección de fantasía y realidad lo que hace que la historia de Vaughan funcione tan bien. En uno u otro momento, los personajes hacen referencia a los grandes superhéroes como si fueran ficciones, mencionan eventos y figuras de nuestra Historia o productos de entretenimiento reales como “Expediente X” mientras seguimos el ascenso y caída de un individuo con una mochila cohete que utiliza su popularidad (sobre todo la conseguida tras evitar que el primer avión se estrellara contra la torre del World Trade Center en 2001) como trampolín hacia la política. Dado que vivimos en un mundo en el que dos actores de la película “Depredador” (1987) alcanzaron el rango de gobernador en Estados Unidos, ese escenario no resulta tan difícil de creer. Es, por tanto, un punto de arranque inteligente y con amplias posibilidades.

 

El principal problema que afrontaba Vaughan en esta serie era el de mantener demasiadas pelotas en el aire al mismo tiempo, aunque esas pelotas sean todas buenas ideas. Y es que la historia es, por una parte, un drama político; por otro, una exploración del género superheroico y, por último, una gran teoría de la conspiración con un enigma central relacionado con el origen de los poderes de Hundred. Las dos primeras facetas son las que ocupan la mayor parte del primer volumen (que comprende los once primeros números de la colección original), mientras que la tercera se limita a burbujear bajo la superficie. Sin embargo, ya desde el principio se tiene la impresión de que el guionista traba de abarcar demasiado mientras intenta encajar cada uno de los dispares elementos en una trama general.

 

Lo cual no quita para que “Ex Machina” funcione igualmente bien tanto como análisis y crítica del sistema democrático como exploración del drama superhéroico desde una perspectiva posmoderna. Los argumentos de cada uno de los arcos argumentales en que se divide la serie son inteligentes y abundantes en diálogos densos, bien articulados y repletos de ideas sobre las que reflexionar. De hecho, bien podríamos pensar que los guiones fueron escritos al alimón con Aaron Sorkin, el magnífico guionista de “El Ala Oeste de la Casa Blanca” o “The Newsroom”. A lo que el alcalde Hundred se tiene que enfrentar durante su legislatura no es a una inacabable e improbable sucesión de calamidades que sólo un superhombre podría detener, sino a incidentes menores que rápidamente alcanzan dimensiones absurdas gracias a los medios de comunicación o ciertos grupos de interés. Así, por ejemplo, en el arco “Estado de Emergencia”, debe dividir su atención entre el asesinato de varios conductores de quitanieves y el escándalo generado por una exposición de cuadros considerados ofensivos por algunos colectivos.

 

En lugar de salvar al mundo de amenazas colosales, Hundred se encuentra teniendo que lidiar con temas como el racismo o la curiosidad pública sobre su orientación sexual. La triste ironía de todo esto es que probablemente fuera este pernicioso y frenético enfoque de las noticias lo que probablemente le permitió ganar las elecciones. Fue elegido alcalde de Nueva York no por haber convencido al electorado con una campaña decidida, un encendido debate o un inspirador discurso sino porque se había convertido en una figura conocida y pintoresca en su identidad de Gran Máquina. Es interesante su fe en que puede cambiar de verdad las cosas desde un cargo público aplicando sus eclécticas ideas políticas a pesar de que su popularidad no provenga de esas mismas ideas.

 

Otro acierto de Vaughan es el de colocar a Mitchell Hundred en el punto medio del espectro político. En muchos aspectos, refleja el clima político contemporáneo y subraya lo trasnochado de la división “izquierda-derecha” encarnada por los dos principales partidos políticos estadounidenses. A diferencia del Presidente Bartlett, Hundred no asocia su ideología a la de ningún partido político, lo que le otorga al guionista mayor libertad para explorar asuntos de corte político (lo cual habría sido más complicado de haber incorporado al protagonista una visión política concreta), pero también define al personaje como una figura política moderna. En un momento determinado, éste recuerda: “No soy liberal ni conservador. Soy un realista”. Y esta aseveración no es simple retórica, dado que aborda y resuelve sus problemas políticos de una forma imparcial y salomónica.  

 

Y, sin embargo, siempre se tiene la sensación de que los acontecimientos le sobrepasan; que, al final de su mandato, no habrá conseguido consolidar ningún cambio real; que, después de todo, quizá afectara más a las vidas de las personas cuando llevaba su estrafalario uniforme. Al fin y al cabo, su última hazaña antes de abandonar la actividad de vigilante fue nada menos que evitar la destrucción de una de las torres gemelas. A pesar de todas las dificultades que tiene que sortear y de las dudas respecto a su legado, no cabe duda de que Mitchell Hundred es un héroe.

 

Y hablando de esto último, “Ex Machina” es una serie que nació y se desarrolló a la sombra de la tragedia del 11-S. Cualquier serie de ficción política ambientada en Nueva York tendría complicado esquivar ese asunto. De hecho, el comic se abre con la fotografía de la Gran Máquina volando hacia el avión que iba a estrellarse y que, gracias a su poder, consiguió desviar. Tal y como se desprende de la propuesta original de Vaughan a DC que se incluye como material extra al final del primer volumen, la serie nació de un estado anímico muy concreto: “El 11 de septiembre, incluso los neoyorquinos que odiaban las políticas de Rudy Giuliani (como yo), quedaron impresionados por su respuesta valiente, calmada y compasiva ante esa tragedia. Por primera vez en años, un político era visto como un héroe. Nunca ha habido un momento mejor para una serie como “Ex Machina”, una parábola sobre el poder, la fama, el honor y la desgracia que provoca el servir al pueblo en el siglo XXI”. Estados Unidos necesitaba héroes en esas horas cruciales, y a Vaughan no le pareció descabellado que, si un actor de Hollywood había conseguido llegar a la Casa Blanca y otro a gobernador de California, más fácil lo tendría un “auténtico” superhéroe para llegar a la alcadía de Nueva York.

 

El guionista también maneja muy bien la faceta superheroica de la historia. Muchos eran por entonces los que aseguraban que, después de “Watchmen” (1986), ya no quedaba nada nuevo que aportar al género. Muchas de las observaciones de Vaughan no son particularmente originales (por ejemplo, Hundred recibe por correo mierda de perro enviada por un hombre al que salvó de una caída y de la que lo responsabiliza; o la policía irritada por su actividad como vigilante), pero están expuestas de una forma amena. Resulta llamativo que el retrato de la Gran Máquina no sea ni amargamente cínico ni ingenuamente positivo. Sí, ha salvado gente y detenido a individuos violentos, pero también ha puesto en peligro a civiles (además de a sí mismo) y cometido errores. No es perfecto, pero tampoco un fracasado. Simplemente, la actividad de vigilante resulta ser más compleja y peligrosa de lo que tantos comics nos han querido mostrar. De hecho, ni Nueva York está preparada para alguien así ni él termina por encontrarse cómodo en la zona gris en la que se mueve legalmente ni preparado para afrontar las consecuencias morales de sus actos como superhéroe.

 

El juego de alternancia temporal al que recurre Vaughan para contar su historia ayuda a equilibrar los diferentes elementos de la misma. Todo el comic es un largo flashback que comienza con el propio Hundred dirigiéndose al lector: “En cualquier caso, esta es la historia de mis cuatro años al frente de la alcaldía. Desde principios de 2002 hasta el condenado 2005”. Obviamente, los flashbacks más antiguos narran su época de superhéroe mientras que los más recientes se centran en su desempeño como alcalde. A estos se añaden otros que refieren episodios de la infancia y juventud del protagonista.

 

Probablemente sea la forma más inteligente de estructurar la historia, pero también puede presentar problemas si el guionista la utiliza para ir improvisando sobre la marcha el trasfondo de los personajes según lo necesita en vez de prepararlos antes de empezar y luego desarrollarlos. Siendo Vaughan uno de los guionistas más hábiles del comic moderno, conoce el riesgo y lo esquiva hábilmente. En cambio, lo que me parece menos interesante de este primer volumen–y que es, al fin y al cabo, lo que amerita la inclusión de este comic en el género de la CF- es la subtrama del misterio de su origen. El concepto de un superhéroe votado como alcalde de Nueva York es lo suficientemente novedoso como para adornarlo con un esterotipado enigma en su origen que resulta ser una amenaza para él y para la ciudad que protege. Esta idea de los secretos del origen de un superhéroe que regresan para atormentarlo en el presente es muy vieja y se ha utilizado mil veces como motor narrativo de innumerables aventuras. Con todo, Vaughan sabe sacarle punta, por ejemplo, introduciendo un subtexto religioso y aderezándolo con diálogos interesantes que amenizan la lectura aun cuando no haya nada verdaderamente relevante ocurriendo de fondo.

 

También es necesario destacar el tiempo que invierte Vaughan en jugar cuidadosa y repetidamente con las expectativas del lector, marca de un guionista que sabe exactamente lo que está haciendo. Mitchell, por ejemplo, supone que el policía al que hirió en una ocasión era un hombre; Wylie supone que el alumno más inteligente de una clase era niño; los ciudadanos se preguntan si el propio Mitchell es heterosexual u homosexual, evitando Vaughan pronunciarse en uno u otro sentido y llevándonos a hacernos la pregunta de por qué asumimos que su orientación sexual es algo importante.

 

Quizá “Ex Machina” no hubiera resultado tener tanta caldiad de no haber contado Vaughan con el apoyo gráfico de alguien con el talento de Tony Harris. Sencillamente, no se le puede poner pega alguna a sus páginas. Sus dinámicos dibujos de estilo naturalista están basados en modelos de carne y hueso y aportan una verosimilitud en perfecta sintonía con el enfoque pragmático y realista de las historias de Vaughan. Harris dibuja igual de bien dos personas corrientes charlando en un pasillo que un superhéroe con mochila voladora surcando los cielos neoyorquinos; y no es poco mérito que un comic en el que hay tantas escenas de diálogos no se haga visualmente aburrido. Harris lo consigue gracias a su dominio de la gestualidad (no solo facial sino corporal) y sus continuos cambios de plano. A destacar también sus espléndidas portadas, modelos de composición y elegancia.

 

Un volumen de apertura, en definitiva, quizá no con un concepto tan claro como el de “Y: El Último Hombre”, pero muy interesante también y con una compleja historia en la que se mezcla política, superhéroes y, en mucha menor medida por el momento, ciencia ficción. Vaughan demuestra con su habilidad en la caracterización, diálogos, ritmo y evolución de la trama, por qué es uno de los guionistas mejor valorados del medio.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 

 

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