Cada vez que Brubaker y los Phillips, padre e hijo, publican un nuevo comic, es difícil no verlo anunciado como “su mejor obra hasta la fecha”. Es un equipo que se supera a sí mismo con tanta frecuencia que no es extraño que haya reunido en torno a sí una leal base de seguidores que compran todo lo que hacen. Cuando sus nombres figuran prominentes en la portada de un comic, sólo queda preguntarse si será bueno, muy bueno o excepcional.
En su momento, la iniciativa de realizar una serie de álbumes, “Reckless”, que recuperara el espíritu de las novelas policiacas baratas, fue una idea arriesgada que dio buen resultado y de la que podrían seguir viviendo cómodamente durante años. Pero lejos de conformarse, Brubaker y Phillips deciden a continuación acometer un proyecto muy diferente pero también arriesgado a su manera: “Night Fever”, un tebeo publicado por Image que no imita o se remite a ninguna de las obras anteriores de los creadores, un frenético descenso al abismo de nuestras almas y una a menudo desagradable mirada a la insatisfacción y violencia que forman parte de nuestra naturaleza más íntima.
Ed Brubaker y Sean Phillips han dejado su marca en el comic gracias a un conjunto de obras que constituyen un complejo estudio del crimen y la ambigüedad moral que, bajo ciertas circunstancias, nos conducen a él. Pero incluso dentro de esa trayectoria creativa, “Night Fever” parece un comic particularmente oscuro y nihilista que nos propone un viaje que comienza ya de una forma desalentadora y que no ilumina su tono hasta el final de ese thriller paranoico en el que el protagonista se zambulle en los rincones más oscuros de la vida nocturna europea.
Como muchos thrillers y ficciones criminales, “Night Fever” recurre al cliché del turista en tierra extraña que, sin saberlo, se ve atrapado en una situación que cree comprender, pero cuyo más amplio contexto ignora hasta que le estalla en la cara.
Jonathan Webb, un norteamericano maduro y de vida corriente, se encuentra en 1978 en un viaje de negocios en una ciudad italiana. Es agente de derechos internacionales de una editorial estadounidense y ha acudido a una feria que se celebra allí para negociar la compra y venta de obras con otras editoriales europeas. Desde su llegada, siente un hastío existencial que le absorbe la energía. No le encuentra sentido a su vida, no considera que haya logrado nada y no ve un futuro ante sí. Está felizmente casado, tiene dos hijos y una bonita casa en los suburbios. Para los estándares de la mayoría de sus colegas, todo le va bien. Pero se siente inquieto, vacío. Originalmente, su meta había sido la de ser escritor él mismo, no vender las novelas de otros que, gracias a su trabajo de promoción, disfrutan de las mieles de la fama.
Incapaz de dormir, la tercera noche sale a comprar un somnífero y mientras vagabundea por las calles en sombras, empieza a seguir a una pareja con máscaras que acude a una fiesta privada que se celebra en los sótanos de un viejo edificio y a la que solo se puede asistir con invitación. Engañando al portero haciéndose pasar por otro de los nombres de la lista en su poder, se cuela en la decadente reunión y empieza a fingir ser otra persona, alguien duro, frío, misterioso e imbatible en la mesa de póker.
Cuando abandona el evento con unas jugosas ganancias en el bolsillo, es atacado en plena calle. Y es entonces cuando conoce a Rainer, un individuo a quien había visto en la fiesta y que ahora le salva la vida. Poseído por la nueva identidad que ha creado y con la que pretende sentirse vivo, hace amistad con el violento y enigmático Rainer para adentrarse en un mundo en el que no se aplican las reglas habituales, donde la frontera entre el bien y el mal es borrosa y uno puede entregarse a los deseos e instintos más primarios sin sufrir las consecuencias…. Hasta que la diversión y la adrenalina se convierten en algo volátil y peligroso, haciendo que Webb se pregunte si alguna vez podrá regresar al lugar físico y mental desde el que comenzó este viaje hacia la violencia, la locura y la muerte.
La primera diferencia de “Night Fever” con otros trabajos anteriores del dúo es que la historia está ambientada en la Europa de la década de los 70. Esto fue una petición expresa del dibujante, Sean Phillips. Cuando ambos decidieron hacer un alto en la serie de álbumes de “Reckless” y embarcarse en otra obra autoconclusiva, Phillips le pidió a Brubaker que la ambientara en Europa, un paisaje urbano que conocía mejor (él es británico) que los entornos californianos en los que transcurrían los casos de Ethan Reckless. Así, en lugar de las planificaciones abiertas, amorfas y luminosas de la zona de Los Ángeles, nos encontramos en “Night Fever” con una ciudad nocturna, misteriosa, laberíntica, con una gruesa pátina de historia recubriendo sus edificios y un libertinaje sofisticado, aristocrático y exclusivo que se esconde tras sus muros y que contrasta con la violencia visceral y los criminales de clase obrera de otras obras del dúo.
En este sentido, la labor de Sean Phillips y el colorista, su hijo Jacob Phillips, resulta fundamental. Ambos representan ese mundo ajeno a su protagonista con gran detalle, prestando una cuidadosa atención a la arquitectura y la disposición de la misma, con esos callejones estrechos conformados por edificios imperfectamente construidos y retorcidos por el tiempo. Nada que ver con las ciudades en forma de rejilla tan comunes en las ciudades americanas y la omnipresencia del coche y las carreteras. Los autores consiguen que los decorados desempeñen la misma función narrativa que en “Reckless” o “Criminal”, pero transformándolos en una ciudad que parece deliberadamente diseñada para desorientarnos y para la que carecemos de un contexto claro. Esto subraya todavía más el sentimiento de paranoia que anida en el centro de la historia, apoyado también en el uso del día y la noche.
La historia se divide claramente en dos planos temporales y psicológicos. Por un lado, las escenas que transcurren durante el día tienen lugar en espacios concurridos por los típicos profesionales que uno espera encontrar en un viaje de negocios, básicamente estáticos: hablan, negocian, socializan… Por otro, las escenas nocturnas, que discurren en lugares abiertos y están dominadas por el movimiento: entrar y salir de lugares, subir y bajar escaleras, caminar por calles y callejones, peleas, desplazamientos fuera de la ciudad… La gente está enmascarada, escondida o aislada. La diferencia entre la cara inofensiva sociable y convencional con la que elegimos presentarnos durante el día entre gente con la que nos relacionamos habitualmente y la faceta oscura que dejamos salir por la noche entre desconocidos está retratada con mucho acierto. La historia interpela al lector sobre quiénes creemos ser cuando no logramos reconciliar estos impulsos opuestos.
La labor de Jacob Phillips es crucial aquí. Su paleta de colores captura a la perfección la estética neo-noir de los 70. Durante la noche, la ciudad está teñida de tonos pastel azul oscuro y púrpura, con brillos amarillos que suavizan el tenebrismo y rojos en los estallidos de violencia o momentos de peligro. Esta dicotomía bien equilibrada evoca, de nuevo, la contradicción inherente a la historia, estableciendo una batalla entre luz y oscuridad que domina el exterior urbano y el interior mental de Webb.
Esta estética replica la que el propio Brubaker presentó, junto al director Nicolas Winding Refn, en la serie de televisión que ambos crearon en 2019 para Amazon Video, “Too Old to Die Young”. Si bien el estilo de Brubaker, breve, contundente y directo, se oponía frontalmente al cinematográfico de Refn, amante de las tomas largas y el ritmo lento, el estilo visual siempre estuvo a una altura notable. El trabajo de Refn en esa serie y otros proyectos suyos como “Drive” (2011), utilizan colores similares a los que emplea Jacob Phillips en “Night Fever”, lo que permite dar coherencia estética a la combinación de elementos de dos mundos diferentes: el neo-noir europeo y el pulp norteamericano agudo y rasposo.
“Night Fever” es una historia sobre cómo el resentimiento acumulado durante años, décadas incluso, acaba propiciando la aparición de una oscuridad interior que nos hace contemplar nuestra vida como una prisión. Ese resentimiento proviene de la incapacidad de sentirse satisfecho con lo conseguido y el impulso inextinguible de aspirar o a más o a otra cosa diferente. Toda la vida que se ha ido construyendo durante años acaba tornándose en fuente de insatisfacción, una losa que nos impide perseguir lo que creemos es nuestro auténtico destino pero que en realidad no es más que otra prisión. Jonathan Webb nos guía a través de esta crisis de la mediana edad para reflexionar sobre los caminos que podríamos haber seguido y las oportunidades que en su momento dejamos aparcadas sólo para darnos cuenta de que ahora se han ido para siempre. La vida –o su visión de la misma- ha hecho de Webb un resentido, pero no alguien particularmente malvado. Es, simplemente, alguien muy humano que se siente atrapado por las rutinas y la ansiedad de ver cómo invertir todos sus en la mera supervivencia le ha impedido sentirse auténticamente vivo.
También, como otros trabajos de Brubaker y Phillips de esta misma época (“Reckless”, “Cruel Summer”, “Pulp”), “Night Fever” es una historia sobre la muerte. No en el sentido de que los protagonistas se encuentren al final de su vida, sino de que se sienten emocionalmente muertos, privados de un futuro. Cada decisión y cada acción que acometen es una respuesta a ese sentimiento de insatisfacción con la vida que llevan. En algún momento de nuestras vidas, las decisiones que tomamos en el pasado nos resultan ajenas, como si nos hubieran puesto en un camino inevitable que ya no comprendemos. Hay quien opta por resignarse a su suerte, pero todos albergamos un anhelo en nuestro interior alimentado por la duda, por los “¿qué hubiera pasado si…?”. Podemos dejar que eso nos consuma o decidir tomar cartas en el asunto cuando percibimos una nueva oportunidad. “Night Fever” no ofrece respuestas fáciles; se limita a plantear la pregunta y nos anima a mirar en nuestro interior para examinar aquello de lo que nos lamentamos y lo que decidimos hacer al respecto.
“Night Fever” es una píldora difícil de tragar. Por supuesto que no todo el mundo se siente miserable con sus vidas; no todo el mundo se arrepiente de las decisiones que le han llevado al punto presente. Todo esto no es más que una proyección; la gente corriente no alberga dentro de sí tales inclinaciones oscuras, ¿o puede que algo de eso sí haya? ¿El resentimiento surge exclusivamente del arrepentimiento? ¿O también nace de la negación? ¿Esa faceta violenta surgirá en nuestro interior si no encontramos tiempo para reflexionar sobre el rencor que anida en nuestro interior, lo reconozcamos o no? ¿Debemos admitir que existe y esperar salir del abismo una vez se manifieste?
“Night Fever” destaca, por tanto, en su estudio del personaje principal y la descripción del arco emocional que completa, empezando por la desilusión, pasando por una creciente autoconfianza y, tras verse en la cima de su nueva identidad, la confusión, las dudas, el miedo y el arrepentimiento. Dejando aparte que la transformación de Webb se antoje demasiado rápida y radical como para resultar completamente verosímil, quizá el principal problema, a mi parecer, sea que, siendo este núcleo muy interesante a su enfermiza manera, incorpora demasiados momentos de acción forzada, innecesaria e incómodamente insertada en el resto de la trama. Este defecto tiene un nombre, el del catalizador de la metamorfosis de Webb: Rainer, un individuo misterioso y carismático que se aproxima a aquél y lo arrastra a sus peripecias bondianas. Al final se explica parcialmente su comportamiento, pero no estoy seguro de que la historia necesite para funcionar el cliché del agente secreto y las escenas de acción que éste propicia.
Realmente, el personaje de Rainer no está bien insertado en la historia. Explica al final que es un asesino-agente enviado para ejecutar a un político del viejo régimen de su país. Pero todo lo que hace y cómo lo hace parece contradecir las exigencias de una misión de ese tipo. En lugar de actuar de forma cautelosa, pasando inadvertido, asesinando a su víctima y desapareciendo rápidamente entre las sombras, va a fiestas en las que le conoce todo el mundo, tiene una amante ocasional que dispone de su teléfono, se mete en peleas, allana la oficina de un abogado por encargo de un ricachón local y se dedica a jugar con la mente de un don nadie al que pretende inculpar nada menos que de dos asesinatos si es que no lo convence para que trabaje con él en el futuro…
Todo esto está poco o nada explicado y su único papel parece ser el de mero recurso narrativo que permite arrancar la acción, una presencia diabólica que aparece en la vida de Webb para tentarlo y acompañarlo en su particular descenso a los infiernos, culminando tras una noche de insomnio y drogas en el asesinato del escritor Denn Pickett, sobre el que aquél ha desarrollado una obsesión casi patológica.
Pero si se elimina la figura de Rainer y la acción física (el atropello y subsiguiente venganza, el allanamiento del despacho del abogado, la persecución policial, el encuentro final), la historia de Webb podría seguir contándose de la misma manera: los vagabundeos nocturnos, el alcohol, la ingesta involuntaria de drogas con las consiguientes alucinaciones, el insomnio y la fijación con el sueño que describe Denn Pickett en su novela y que cree que, de alguna forma ha plagiado, va marcando un sendero de psicosis y alienación de la realidad que culmina con el homicidio de aquél y la relectura y reinterpretación de su novela, lo que le devuelve a su vida anterior… por el momento. En fin, que Brubaker podría haber contado la misma historia en un tono de thriller psicológico de descenso a los infiernos de la psicosis y la obsesión a partir de un resentimiento acumulado contra sí mismo, sin necesidad de recurrir a una acción no bien justificada para convertir el conjunto en relato criminal a medio cocinar.
Ed Brubaker es un guionista muy inteligente y esa es una virtud que no deja atrás en “Night Fever” pese a los defectos apuntados y un desenlace no del todo satisfactorio. Éste es un tebeo que, aunque no se encuentre a la altura de lo mejor que ha dado la colaboración del dúo creativo, sí ofrece una lectura absorbente, muy atmosférica, con un ambiente enfermizo y cuestiones dignas de reflexión sobre la identidad, la cordura, la moralidad y la necesidad de asumir nuestros errores y apreciar nuestros logros.
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