14 may 2024

1998- BARRIO LEJANO – Jiro Taniguchi


Que levante la mano quien no haya soñado alguna vez con retroceder en el tiempo a su época de adolescencia armado con los conocimientos y experiencia acumulados en la madurez. Es una fantasía universal y que todo el mundo puede comprender. Los titubeos, inseguridades, errores y angustia de esa época podrían aliviarse con una dosis de “sabiduría adulta”. Pero, si se piensa bien, de ser posible tal milagro, las cosas probablemente no serían tan sencillas. Los desafíos de la edad podrían afrontarse con mayor facilidad, pero también se perdería cierta inocencia y la emoción del descubrimiento de nuevas experiencias y caminos de la vida, por no hablar del peso que supondría conocer el destino que les aguarda a todos aquellos que nos rodearían. Eso y bastante más es lo que nos cuenta Jiro Taniguchi en “Barrio Lejano”.

 

Taniguchi es el equivalente en comic a un escritor impresionista. Forma, tiempo, dirección… parecen respirar a su propio ritmo, como si lo único que importase fuera la continuidad de la percepción y la exaltación de la experiencia sensorial, mezclando éstas con la psicología del personaje y el lector, internalizando el mundo y externalizando al individuo. Lo que se ve, lo que se siente y lo que “es” son unidades moldeadas por una realidad siempre cambiante, transformándose no sólo en el tiempo sino en los abstractos confines de la mente. Y una de las obras que mejor ejemplifica la particular manera de imaginar y narrar historias de Taniguchi es esta que ahora nos ocupa, un comic que parece superar la forma y estructura tradicionales, desafiar la linealidad y ofrecer una historia absorbente apoyada en un dibujo espectacular, un drama atmosférico que esquiva las artificiosidades e histrionismos.

 

La historia arranca de una forma engañosamente sencilla. Hiroshi Nakahara es un hombre de 48 años, casado y con dos hijas, que se siente insatisfecho con la vida que lleva, preso de una melancolía que no consigue entender. Durante uno de sus frecuentes viajes de negocios y algo achispado, se sube en el tren equivocado. Durante el trayecto, sumido en un sopor etílico, se da cuenta de que el paisaje evoca en él cierta nostalgia. Y no anda errado porque el tren lo lleva hasta su localidad natal, a la que lleva décadas sin volver.

 

Mientras hace tiempo para tomar el tren de regreso, aprovecha para dar un paseo por unas calles que ya no reconoce. Su antigua casa y la tienda de sus padres han desaparecido. Sus pasos le llevan al cementerio en el que reposa su madre, que murió prematuramente después de que su marido y padre de Hiroshi los abandonara un día sin decir nada y sin que volvieran a saber jamás de él. Allí sufre un vahído y cuando recupera la consciencia, se encuentra con que ha retrocedido en el tiempo, ocupando el cuerpo de su yo adolescente de 14 años, pero con todos los recuerdos, conocimientos y experiencia de la madurez.

 

Al principio, la trama gira alrededor de la forma en que Hiroshi, poco a poco, va asumiendo su desconcertante situación y disfrutando de la vida que entonces no supo apreciar, sólo para darse cuenta de que sus actos podrían tener consecuencias en su futuro. En las siguientes semanas, reunido con su familia y sus compañeros de instituto, se reencontrará también con un cuerpo ágil y fuerte todavía no marcado por los excesos a los que lo someterá en los años venideros;  sentirá una nueva apreciación e interés por las asignaturas escolares; se desenvolverá con la disciplina y responsabilidad propias de un adulto; disfrutará de la compañía de sus padres, hermana y abuela… Pero también se topará con la confusión que le genera el sentirse atraído por mujeres maduras -que son las que están en su auténtico rango de edad mental, claro- o la “recaída” en vicios y actitudes que se acentuarán en la madurez (el alcoholismo, el distanciamiento emocional con su hermana menor).

 

La segunda parte, una vez Hiroshi ha aprendido a encajar en su “nueva-vieja” vida, se centrará en su necesidad de apaciguar los fantasmas que le atormentan desde entonces relacionados con el inexplicable abandono de su padre, tratando ahora de comprender por qué hizo tal cosa y, si es posible, impedirlo. Va a ser ahora cuando aprenderá de labios de su abuela episodios del pasado de sus padres que desconocía y que, eventualmente, serán los que marquen la vida de ambos y, por ende, las de sus hijos.

 

 Hiroshi no revive exactamente su vida porque, al reaccionar de forma diferente a acontecimientos y encuentros que sí se produjeron en el pasado optimizando el resultado buscado, cambia su futuro. Su familia y amigos lo ven de forma distinta (aunque lo achacan al agotamiento o, quizá, a alguna extraña enfermedad) y su “nuevo yo”, dispuesto a reparar antiguos errores, no sólo destaca como estudiante y atleta, sino que su carácter algo enigmático (al fin y al cabo, se comporta como un adulto entre adolescentes) le convierte en atractivo para Tomoko, la chica más guapa e inteligente de la escuela. Lo cual, a su vez, genera una situación tan turbia como natural: siendo un adulto atrapado en el cuerpo de un estudiante de instituto ¿qué calificación moral tendría una relación con una auténtica adolescente?. El asunto está tratado con bastante delicadeza y sin entrar en detalles procaces, pero, aún así, es inevitable formular esa pregunta.

 

“Barrio Lejano” es una historia de viajes en el tiempo (no con un perfil de CF sino de realismo mágico) sombría y melancólica. No es la típica narración emocionante que consiste en ver si el protagonista cambiará o no el futuro. Aquí no se cuestiona la autonomía e inmutabilidad del Tiempo y la Historia. A pesar de que Hiroshi sí puede alterar algunas cosas de su microcosmos cotidiano, en el gran plan cósmico todo seguirá el curso ya fijado. Esta inevitabilidad impregna todo el comic de una cierta atmósfera de tristeza y soledad. Y no solo por la incapacidad de Hiroshi para cambiar su propia vida o la de los demás, sino por la impotencia y aislamiento que siente al no poder compartir todo lo que albergan su memoria y su corazón. Sabe que la afición de ese amigo por las motos le llevará a una muerte por accidente al cabo de pocos meses; sabe que su padre los abandonará, pero no puede revelárselo a su madre ni a su hermana, tan solo contemplar impotente cómo se acerca la fecha sin ser capaz, una vez más, de detectar pista o razón alguna para esa traición. Es difícil para Hiroshi vivir con el peso de ese constante deja vu. Tomoko se dará cuenta paulatinamente de que no puede comprender a Hiroshi y terminará alejándose de él para seguir la vida que aquél ya conoce. Tampoco conseguirá convencer a su padre para que no abandone a su familia y rechace lo que parece una vida tranquila y feliz. Al final, lo que importa es la percepción de la realidad y cómo ésta evoluciona en autoconocimiento y aceptación.

 

De hecho, al descubrir el pasado de sus progenitores, Hiroshi comprende que, en realidad, él mismo se está comportando como su padre, huyendo de una situación que le hace infeliz. Solo que él lo ha hecho viajando en el tiempo en vez de desapareciendo una noche a bordo de un tren. Sin embargo, Hiroshi no tardó en asumir con placer su nueva situación arrinconando en su memoria el recuerdo de su mujer e hijas para revivir sus deseos juveniles y perseguir nuevas metas. La dualidad cambio-inmutabilidad está presente en toda la historia, pero también sirve de herramienta narrativa para que el personaje obtenga el autoconocimiento que le permitirá, cuando regrese a su propio tiempo, encarar la vida de otra forma. De vuelta a su presente, no encuentra nada diferente. Tomoko sigue viviendo en el extranjero y casada con un diplomático; su esposa e hijas son las mismas; los amigos y familiares que habían muerto siguen estándolo; él mismo sigue siendo un hombre maduro de corazón duro. Nada ha cambiado excepto su percepción de la vida y su propósito de vivirla de otra forma distanciándose de lo que hizo su padre. Tener fresca su propia juventud merced a la experiencia recién vivida le va a permitir comprender mejor a sus hijas, acercarse a ellas, apoyarlas y ayudarlas a madurar.

 

Con todo lo depurada y sofisticada que es la historia, el dibujo es sublime. Taniguchi dibuja con un estilo realista que, al mismo tiempo, evoca un sentimiento de nostalgia. La suya es una línea limpia, meticulosa, con una precisión casi fotográfica en los detalles a la hora de recrear el Japón de los años 60. La narración discurre en base a viñetas ordenadas y despejadas pero ricas en matices y texturas. Desde el punto de vista gráfico, todo el comic transmite una sensación de serenidad, de emoción contenida, de introspección incluso. No hay aquí ese punto de histrionismo que tan a menudo se encuentra en muchos mangas, ni efectos cinéticos alargados o exagerados. Al fin y al cabo, es un manga seinen en el que no tienen cabida combates climáticos ni misterios escalofriantes, sino la historia de un hombre enfrentándose al trauma de una pérdida y a una adolescencia que no recordaba tan bien como creía. La intercalación de pequeñas viñetas que muestran espacios interiores o paisajes pausan el ritmo y subrayan la atmósfera contemplativa, incluso poética, animando al lector a que, como le sucede al protagonista, preste mayor atención a detalles y sensaciones cotidianas que normalmente se pasan por alto.

 

Eso sí, es posible que ciertos lectores occidentales, acostumbrados a un tipo de dibujo más cálido y dinámico, sientan cierta insatisfacción con unos personajes que carecen de fluidez o expresividad cuando hablan y que parecen pasar de una emoción a otra sin solución de continuidad (algo que, de todas formas, no sólo está en línea con el estilo introspectivo, reposado y contenido de Taniguchi sino con la propia idiosincrasia nipona, poco inclinada a exteriorizar sus sentimientos).

 

“Barrio Lejano” es una joya menos apreciada de lo que se merece firmada por un artista conocido por historias en las que vuelca su personal perspectiva de la vida y nos recuerdan que la cotidianeidad, la rutina y lo mundano esconden su propia belleza. Una fábula absorbente, poética y emotiva ambientada en un Japón de postguerra pero que aborda temas que trascienden esa época y el lugar: la importancia de la familia y el compromiso, la necesidad de encontrar una forma de vivir libre y feliz y la dispar percepción que sobre nosotros y nuestra vida tenemos conforme envejecemos. Un comic, en fin, teñido de nostalgia por la adolescencia que nos recuerda lo importante que es ese periodo, para bien y para mal, a la hora de establecer las bases de nuestra madurez.

 


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