Aunque el género de Terror a menudo ha incluido temas complejos y subtextos político-sociales en sus ficciones de monstruos y fantasmas, se diría que es desde hace unos años cuando los creadores y el público están empezando, por fin a tomar, conciencia de su auténtico potencial como alegoría social y, en concreto y en el caso que nos ocupa, vehículo de crítica global al racismo más allá de las reivindicaciones tradicionales de la minoría negra en Estados Unidos. “Infiel” apareció publicado originalmente como miniserie de cinco números en la editorial Image y venía firmado por Pornsak Pichetshote –antiguo editor de la Línea Vértigo de DC y supervisor de muchos comics premiados- y el artista Aaron Campbell.
Ya desde la llamativa portada, los autores dejan claro su objetivo. La potente ilustración de Campbell, una mujer con un hijab (velo que cubre su cabeza al modo musulmán) amenazada por una mano grotesca e inhumana, nos indica que este comic va a profundizar en el problema del racismo en nuestro mundo utilizando los recursos propios del género de terror. Pichetshote y Campbell no solo salen airosos del desafío de equilibrar dos objetivos aparentemente encontrados, sino que aprovechan esa aparente oposición para lanzar un mensaje sutil sobre cómo nace, opera y afecta el racismo.
“Infiel” es engañosamente simple. En su esencia, se trata de una historia de casas encantadas trasplantadas a un decrépito edificio de apartamentos de una gran ciudad. Allí se muda Aisha, una joven mujer musulmana estadounidense, para vivir con su novio Tom, que no es musulman y que tiene una hija pequeña, Kris, fruto de una relación anterior con una mujer que ya falleció. Aisha ha conectado bien con la niña, pero no tanto con Leslie, la madre de Tom, cuyos prejuicios racistas le llevan a desaprobar la relación de su hijo y exhibir una abierta incomodidad e incluso hostilidad hacia Aisha y su cultura.
Unos años antes, varios inquilinos murieron a resultas de la explosión de unas bombas caseras fabricadas por un hombre de raza árabe que también vivía allí. Aisha y sus amigos –la mayoría de ellos procedentes de entornos étnicos minoritarios- conocen la tragedia y saben que los vecinos blancos desconfían de los que no lo son. Pero lo que no saben es que el edificio está infestado por unos espectros muy enojados y violentos, que se manifiestan por primera vez a Aisha como pesadillas y luego como materializaciones en el plano fisíco. Son apariciones horribles, criaturas deformadas que exudan furia y capaces de provocar daños reales. Esas entidades surgieron a raíz del incidente “terrorista” y ahora se alimentan de los instintos más oscuros de los vecinos. Cuando Aisha empieza a verlos y luego se ve envuelta en un terrible accidente en el edificio, es suficiente su religión musulmana para exacerbar la desconfianza del resto de los residentes.
Los auténticos villanos de esta historia son el racismo y la intolerancia, que adoptan la forma de fantasmas agresivos que agreden a Aisha debido tanto a su fe musulmana como a su conexión con el hombre culpable de la matanza a través de aquélla. No es esta joven el único objetivo de los espíritus, que luego acosan y atacan a otros personajes. Poco a poco, la maldición va extendiéndose entre ellos, que se preguntan si realmente han visto algo o son víctimas de sus imaginaciones, metáfora de quienes sufren actos diarios de microrracismo. Y es que el otro tipo de racismo que Pichetshote aborda en este comic no es sólo la modalidad más obvia y fanática que él presenta como espectros encolerizados. También existe ese otro que consiste en pequeñas agresiones casuales y demostraciones de desconfianza o temor producto de la ignorancia, la paranoia y la ausencia de reflexión y empatía.
Aisha está dispuesta a concederle a su suegra el beneficio de la duda, intentando mostrarse cordial para limar esa animadversión. En cambio, Tom y la mejor amiga de Aisha, Medina –de raza negra-, se muestran mucho menos confiados en que la mujer cambiará su mentalidad recelosa que, por otra parte, comparte con otros vecinos del inmueble. Ese tipo de exilio social forzado causa incluso más inquietud que los fantasmas que salen de las paredes, porque estas personas que presumen de mente abierta pero que luego resultan estar lastradas por sus prejuicios y miedos, resultan mucho más familiares y realistas, obligando al lector a mirar en su interior y hacer examen de conciencia.
Pichetshote reveló en una entrevista que la inspiración para “Infiel” le vino años atrás, durante la presidencia de Barack Obama, cuando aún era editor de la Línea Vértigo. Le preocupaba la seguridad con que algunas personas afirmaban estar viviendo ya en una época post-racial, incluso aun cuando la islamofobia estaba claramente en ascenso. Aún peor, los mismos que negaban el racismo eran practicantes involuntarios del mismo. “Me pareció sorprendente cómo, en aquel momento, la cultura era capaz de promover esas dos cosas simultáneamente sin detectar la ironía o la contradicción”. Cada año que pasaba le parecía que la historia que se había formado en su cabeza era más y más relevante hasta llegar un punto en el que no pudo limitarse a “guardarla en un cajón”.
Con todo lo dicho, “Infiel” no es un comic que pretenda pontificar ni lanzarle al lector a la cara un sermón moralista sobre las maldades del racismo. Puede interpretarse más bien como una exploración matizada de los sentimientos que la gente alberga hacia su prójimo cuando éste es “diferente”. Casi todos los elementos dramáticos no terroríficos se centran en describir el punto de vista de uno u otro personaje y establecer los motivos que le llevan a esa actitud. De hecho, Pichetshote manipula al lector para que emita apresuradamente juicios sobre tal o cual personaje que luego se revelan injustos. Este ambiente de tensión vecinal a cuenta del racismo y la xenofobia se suma al plano sobrenatural y las muertes muy reales con las que culminan casi todos los capítulos.
Los autores capturan perfectamente la claustrofobia de vivir en un edificio de apartamentos pequeños y de mala calidad. Son espacios tan diminutos que Aisha y Tom tienen que salir a la calle a discutir para que su madre no los escuche y, aún así, ella lo hace. Los demás residentes del edificio se ven arrastrados a la crisis de Aisha por su inescapable proximidad. Las condiciones de hacinamiento alimentan las tensiones raciales y hacen que cualquier acto de un vecino se convierta en una crisis potencial. Uno de ellos es un anciano que se niega a hablar con Aisha: ¿Está motivado por el racismo o es un deseo enfermizo de mantenerse socialmente aislado? ¿Quizá una combinación de los dos? Una mujer coreana, que aparentemente formaba parte del círculo de amistades de Aisha, se vuelve contra ella tan pronto como las cosas empiezan a complicarse en el inmueble: "Así que no, no le doy a esa gente el beneficio de la duda solo porque pueda parecer cerrada de mente”. Aún peor es la vecina rubia, que miente a la policía sobre Aisha: "Yo vivía aquí cuando estallaron esas bombas. Nadie tiene una mejor razón para estar paranoico que yo".
Pichetshote hace un sólido trabajo de caracterización con los personajes principales. De hecho, en esta su transición de editor a escritor, demuestra más talento que el de otros guionistas que en el pasado trabajaron para él. Es como si nos hubiera abierto una ventana a las vidas de los personajes, proporcionándonos la información justa y precisa para empezar a conocerlos sin bombardearnos con cartuchos de texto previos como presentación. El desarrollo de los personajes y sus personalidades se construyen no a través de textos de apoyo sino mediante escenas que los muestran interrelacionándose entre sí.
Aunque más allá del núcleo protagonista, el elenco está menos perfilado y sirve básicamente de palanca para el avance de la trama o verbalización de ciertos puntos de vista, destaca especialmente el trabajo con los personajes femeninos. Aisha es una mujer fuerte e independiente, pero no libre de tormentos y dudas. No son sólo su compromiso con Tom y la buena relación que ha sabido establecer con Kris las razones de su empeño por congraciarse con su desagradable suegra a pesar de la antipatía que ésta le demuestra. Y es que su propia madre la repudió cuando se enteró de que tenía un novio no musulmán. Aisha, por tanto, está luchando por construir un hogar que sustituya al que perdió (o al que nunca tuvo). Por su parte, Tom considera a su madre una mujer manipuladora e incapaz de cambiar, pero la forma en que el guionista retrata a Leslie es ambigua, como si ella realmente se esforzara por sofocar sus prejuicios.
Resulta curioso que los autores decidieran retratar a Aisha en la portada llevando el hijab cuando a lo largo de la historia apenas lo utiliza (aunque, como ella misma dice, sí lo lleva para rezar). Esto probablemente responda al deseo de representar visualmente la islamofobia. Por otra parte, una de las razones que la han alejado de su madre es su desvío de la ortodoxia, aun cuando es evidente que su fe sigue siendo muy importante para ella. Por estas y otras razones, Pichetshote acierta en la representación de una mujer musulmana más compleja de lo que habitualmente podemos ver en la ficción, más proclive a los estereotipos: o la mujer cubierta por el hijab, devota, oprimida por el padre, hermano o marido y sin opiniones propias; o la mujer moderna que se rebela contra la cultura y religión de sus padres.
Presentar a Aisha como una mujer que reza pero que puede prescindir del hijab y relacionarse sin problemas con “infieles”, ilustra la idea de que, primero, la fe no es un estado monolítico y calcificado sino un viaje espiritual; y, segundo, que el velo no es más que una pequeña parte de la identidad de una mujer musulmana, pero en la que muchos quieren ver más de lo que su portadora pretende o desea. Así, la carga simbólica de la portada lleva inicialmente al lector a reaccionar negativamente ante la imagen de una mujer con hijab, pero una mirada más atenta revela que ella es en realidad la víctima.
El dibujo de Aaron Campbell, que aquí entra en el terreno del terror por primera vez en su carrera, es sobresaliente aun cuando inicialmente su enfoque no parezca el adecuado. Y es que los personajes humanos, aunque representados con un estilo realista son mucho menos expresivos y dinámicos que los espíritus que los atormentan, que parecen extraídos de un delirio de Dave Mckean. Aunque hombres y mujeres sí expresan terror cuando llega el momento de hacerlo, la mayoría de las veces sus rostros son bastante opacos. No es el caso de los fantasmas, que adoptan formas tan variadas y creativas como repugnantes, con unas facciones deformes que asemejan un avanzado proceso de enfermedad o podredrumbre. En un momento determinado, Medina se refiere al racismo como un cáncer, algo que esas entidades sobrenaturales reflejan a la perfección.
Pero, en cualquier caso, el mundo de los espíritus parece más vívido que el de los humanos. Campbell utiliza esta disparidad para subrayar un punto importante: los fantasmas habitan en "ese otro lado del nuestro. Un reino invisible de pura emoción. Puro amor, odio, miedo y esperanza". A su retorcida manera, es un plano más atractivo que el humano, lo que nos recuerda lo atractivos que pueden parecer esos extremos emocionales frente al pensamiento reduccionista, estereotipado, contenido e hipócrita tan frecuente en nuestra sociedad.
Guión y arte se funden a la perfección en “Infiel” gracias a la indiscutible química que existe entre sus creadores. Ambos comparten una visión de lo que quieren contar y cómo hacerlo. Como toda buena ficción de terror, Campbell crea una atmósfera desasosegante gracias al uso de colores vivos, sombras, técnicas gráficas variadas y una narrativa bien medida que mantiene al lector interesado y en suspenso sin necesidad de recrearse visualmente o subrayar más de la cuenta los aspectos más espeluznantes.
Una de las pocas pegas que pueden ponérsele a este comic es su final algo brusco. Aún teniendo en cuenta que se trata de una miniserie de cinco números y, por tanto, el espacio está bastante limitado, existe un problema de ritmo o estructura que hace que la historia se desarrolle de forma relativamente pausada hasta que en las últimas páginas del último número acelera para encajar una resolución algo insatisfactoria –en la parte relativa al terror, porque el epílogo con una escena familiar es emotivo y adecuado-.
“Infiel” ofrece un thriller terrorífico eficaz, incluso apasionante, que consigue incluso que el lector se sobresalte –algo muy difícil en un medio como el comic, que carece de música y sonido y en el que el ritmo lo marca en buena medida el propio lector- y que aborda sin miedos ni complejos el racismo y la xenofobia que infectan nuestra cultura. Una historia en la que hay tanto terror sobrenatural como real y que nos recuerda que los peores monstruos los llevamos dentro.
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