29 dic 2023

2017- EMMA G. WILDFORD – Zidrou y Edith

 

En la clase media-baja londinense de comienzos del siglo XX, pocas mujeres hay que se pudiesen llamar a sí mismas viajeras o exploradoras. Son los hombres, apoyados por la todopoderosa Royal Geographical Society, los que ostentan ese privilegio. Uno de ellos es Roald Hodge Junior, último de un linaje de exploradores, que, en 1920, parte hacia Laponia encabezando una expedición que trata de encontrar la tumba de una diosa venerada por los samis, la etnia local. Su novia, Emma, se ha quedado en Inglaterra aguardando noticias que nunca llegan.

 

Emma se ajusta al perfil de la Madame Bovary de Gustave Flaubert (de hecho, lleva el mismo nombre que el personaje de esa novela de 1857): es soñadora y romántica, lo que la hace a idealizar su relación con Roald, con el que lleva siete años de relación aun cuando ella misma sólo tiene veinte. Ni siquiera se ha atrevido a abrir el sobre que el dejó para ella antes de marchar con instrucciones de leer la carta del interior sólo si no volvía. Espera obediente y fielmente su regreso, volcando sus sentimientos en poesías escritas en el jardín de la modesta mansión familiar en Essex.

 

Es verano y a pesar del excepcional calor que drena las energías de los londinenses, ella se siente inquieta. No le importa transgredir las normas y bañarse desnuda en el estanque de la casa ante los sorprendidos ojos de su hermana Beth, embarazada de su marido, Charles, un aburrido banquero con sobrepeso al que Emma desprecia (entre otras cosas, porque un día, en estado de embriaguez, trató de abusar de ella).

 

Pero un día, ya no puede aguantar más y traspasa el umbral de la vetusta Royal Geographical Society, en la que no se admiten mujeres. Consigue que le informen del destino y ruta conocidos de la expedición de Roald a partir de testimonios de testigos. Poco después, atormentada por unos sueños en los que aparece su difunta madre y un moribundo Roald le pide ayuda, decide seguir los pasos de su prometido desoyendo los consejos de quienes le rodean. Como en su día le ayudó a organizar el viaje, sabe el equipo que necesita, lo reúne y se pone en camino, primero hasta Bergen, en Noruega, y luego por tierra y con ayuda de un guía local, Borge Hansen, hacia el lago Inari, en el norte de Finlandia. La experiencia que vive durante su viaje por unas tierras vírgenes que no pueden ser más diferentes del ordenado y opresivo Londres de entreguerras la transformará por completo, le abrirá los ojos a su auténtico interior y a lo que es capaz, le descubrirá un mundo nuevo que no había imaginado y, al final, le revelará la verdad que había permanecido oculta y que hará añicos sus sueños.

 

El guionisa Zidrou (Benoît Drousie) optó en “Emma G.Wilford” por escribir una historia ambientada en un contexto histórico y geográfico claramente delimitado, insertando referencias como la relación de Lord Wildford con Agatha Christie, la mención de Baden-Powell, un libro de Jack London o incluso la ya difunta reina Victoria. También hay una escena muy definitoria en el seno de la Royal Geographical Society que deja claro el espíritu rompedor de la protagonista sin necesidad de recurrir al arquetipo de la mujer activamente sufragista. Son pequeños detalles, conversaciones, gestos… lo que da pistas de lo poco que Emma se ajusta al comportamiento esperable de una mujer burguesa en la sociedad británica de principios de siglo. Su hermana considera inapropiado que se bañe desnuda en el estanque por el riesgo de que el jardinero pueda verla; su padre se niega a admitir que ella hubiera podido enamorarse de Roald con tan solo 13 años; Emma desafía la prohibición a las mujeres de la Royal Geographical Society; es poetisa y, además, con al menos un libro publicado…

 

Es, en fin, una feminista avant la letre que se abre paso en una sociedad masculina sin necesidad de escandalizar ni adoptar una postura militante. Hija de una familia económicamente bien situada que le proporciona cierto margen de libertad, no tiene aspiraciones de reclamar un espacio más amplio para las mujeres de su generación ni de liderar un movimiento de liberación contra la rigidez, dogmatismo y machismo de la sociedad de su tiempo.

 

Emma es una joven decidida a experimentar los placeres de la vida ya sean éstos físicos o sentimentales, desde la emoción de descubrir la belleza de otros países a la embriaguez ocasional pasando por la sexualidad sin entenderla como un desafío. Quiere tener libertad de movimientos, vivir según sus deseos sin que esto pase necesariamente por un continuo desafío a las convenciones sociales o la asunción de un rol masculino.

 

Zidrou introduce discretamente una motivación psicológica en sus actos (la ausencia de su madre) y salpica la historia con escenas de carácter simbólico como el sueño que fusiona la madre con el muñeco de nieve; la manifestación de la diosa Dolla dando el fuego a los hombres; o ese cuaderno de poemas que, tras sufrir un accidente en su travesía de Laponia, diluye la tinta haciendo ilegibles los versos, como si ya fueran inútiles después de que su autora hubiera descubierto el mundo real.

 

Es especialmente destacable como factor esencial a la hora de valorar este comic la personal aproximación gráfica de Edith (Édith Grattery), capaz de modelar a los personajes mediante líneas finas y sencillas y un trabajo muy estudiado y matizado de los colores, que son los que aportan luz y calor (u oscuridad y frialdad, según el momento, lugar y escena) a la historia, pero siempre dentro de unas tonalidades algo tenues que dan al comic el sabor de una vieja publicación desgastada por el tiempo. Es evitando los excesos gráficos y jugando con el matizado cromatismo y el montaje, como Edith crea toda una diversidad de atmósferas, desde la canícula que inunda el frondoso jardín familiar a la bruma mañanera que cubre la campiña inglesa, el ambiente acogedor de una librería o el opresivo de los despachos de la Royal Geographical Society, la niebla del puerto, la luminosidad de los paisajes nórdicos en verano, los cielos metálicos de la Laponia invernal…

 

Cada personaje tiene una figura y rostro sencillos pero fácilmente identificables. Emma es una mujer joven de figura esbelta, no muy alta, con el pelo hasta las mejillas como era la moda de la época. Conforme avanza la historia, el lector aprende a reconocer su lenguaje corporal, compuesto de un repertorio gestual natural y espontáneos que dice más de ella que cualquier diálogo. Emma no entra al juego de la seducción con Hansen, sino que se comporta con naturalidad, sin exhibir su femineidad pero tampoco ocultándola bajo una apariencia masculina con la que pretenda competir con sus interlocutores varones. Contrasta con su hermana Beth, que se desenvuelve de acuerdo a arquetipos más femeninos y burgueses (en parte, por las limitaciones que le impone su embarazo). Charles, el cuñado banquero, tiene exactamente el aspecto confiado que uno podría esperar de alguien que ha alcanzado una posición económicamente acomodada gracias a su esfuerzo. Børge Hansen, que no tiene en absoluto el aspecto de un galán, se comporta respetuosamente sin caer en el servilismo, atento a las necesidades de su joven patrona pero sin considerarla inferior.

 

Edith pone también mucha atención en los detalles necesarios para recrear la época en la que transcurre la historia, desde la ropa o el mobiliario a la forma de los esquís o la ropa para combatir el frío. Hay interludios gráficos que a veces parecen algo ajenos a la narración central pero que aportan un toque de belleza u originalidad, como los lánguidos planos descriptivos del jardín de los Willford; Emma sumergida en el estanque ornamental (un homenaje al cuadro “Ofelia”, 1852, del pintor prerrafaelita John Everett Millais); la escena de la separación de los amantes en la estación de ferrocarril, con un fondo completamente blanco que centra toda la atención sobre ellos y le da el sabor de un recuerdo cada vez más impreciso; la pesadilla de Emma con su madre; las dos páginas dominadas por ideogramas sami; el paseo casi onírico por el lago helado… Son momentos que enriquecen con su grafismo y narrativa lo que de otro modo y en manos menos sensibles habrían resultado mucho más banales.

 

Por otra parte, el editor (Soleil en Francia y Dolmen en España), ha comprendido que, ante el desafío del universo digital, el futuro del comic pasa por cuidar de forma extraordinaria su presentación física. Así, envuelve esta obra de Zidrou y Edith en un álbum de tapa dura, tacto agradable y papel de duro tramaje que remite a las antiguas publicaciones maceradas por el tiempo, añadiendo en las guardas detalles que aportan a la historia detalles simpáticos pero pertinentes, como una foto antigua de Roald, un billete de barco y la carta completa –metida en un sobre- que aquél dejó a Emma y que el lector debe esperar hasta el final para descubrir.

 

Quizá este viaje iniciático con tintes feministas que mezcla la aventura y el drama romántico, el realismo y el simbolismo, no se encuentre entre las propuestas más originales del prolífico Zidrou, pero su lectura merece la pena por su elegante atmósfera de romanticismo, la delicadeza con la que están perfilados los personajes y los temas y el carisma de la protagonista, una mujer tan carismática como verosímil que se niega a dejarse confinar en un rol social predeterminado y regido por reglas que ella no eligió, y que se lanza a una búsqueda personal en la que evolucionará de niña caprichosa a mujer y en el curso de la cual perderá tanto como ganará, transmutando su pasión juvenil por agridulce sabiduría.

 

 

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