(Viene de la entrada anterior)
El segundo volumen, “Sé Que Vendrás…” ya puede atribuírsele en solitario a Yslaire, por mucho que Balac-Yann figure en los créditos. Sólo las doce primeras páginas son aún fruto de su colaboración antes de que desacuerdos en torno a la dirección y tono que debía seguir la serie desembocaran en su separación. Además, aunque inicialmente su cooperación había dado grandes frutos, en cuanto la serie empezó a serializarse en “Circus” y ambos hubieron de trabajar con las presiones derivadas de las fechas de entrega, las tensiones afloraron. Cada plancha generaba discusiones que, a la postre, zanjaba Yslaire con el dibujo y no siempre a gusto de Balac.
Así, aunque en esta segunda entrega seguimos
encontrando unos textos elegantes (artículados sólo como diálogos ya que no se
utilizan textos de apoyo) y un dibujo mucho más sofisticado, se percibe un
claro giro en el tono y la ambientación. Del drama romántico puro se pasa al
folletín (formato que, como el género romántico, también tuvo su origen en la
Francia del XIX) de tramas enrevesadas, personajes con pasados misteriosos y
giros sorpresa; y de los ambientes cerrados y opresivos de la primera entrega
se pasa al caleidoscopio social que es el París prerrevolucionario. Además, la
serie adopta un perfil más coral y Bernard pierde peso en la narración –no
tanto Julie, que sigue manteniendo su irresistible presencia-.
Julie, acusada de asesinato, huye a la
capital, donde tratará de encontrar sus raíces familiares. Bernard, desoyendo las
acusaciones que recaen sobre ella, está decidido a seguirla, presa de esa
maldición que parece caer sobre todos los que se cruzan con la joven. Pese a
encontrarse en la misma ciudad, ambos están inicialmente condenados a no
encontrarse en un momento en el que los actores que desempeñarán papeles
importantes en la inminente revolución de 1848 empiezan a tomar posiciones.
Mientras Bernard soluciona cuestiones relacionadas con la herencia de su padre
y se presenta socialmente a miembros de la decadente aristocracia y alta
burguesía, Julie encuentra al Vicario, un grimoso proxeneta de niñas, quien cree
es su padre y que está atormentado por algún misterio de su pasado. Rechazada
por éste, encuentra refugio en el estudio que tiene alquilado un pintor de
temperamento tormentoso, Egon Valdieu, y sito nada menos que en un anexo de la
mansión familiar que los Sambre mantienen en París. Así, sin saberlo, Bernard y
Julie viven bajo el mismo techo. Mientras el primero cae seducido por la madura
dama de la alta sociedad, Olympe de Castelbalac, la segunda cautiva
involuntariamente a Valdieu.
En este punto, el contexto histórico-social de
la época empieza a cobrar importancia como fondo de la trágica historia de los
amantes, relevancia que no hará sino aumentar en los siguientes dos volúmenes
hasta el punto de que las vidas de aquéllos pasan a estar completamente
imbricadas en los acontecimientos revolucionarios de aquellos días. Yslaire
realiza un espectacular trabajo de documentación histórica que sumerge al
lector en la Francia que, tras la caída de Napoleón, había vuelto al Antiguo
Régimen, restaurando la monarquía en la figura de Luis Felipe de Orleans pero
sin subsanar las profundas brechas sociales que separaban a la nueva nobleza y
la alta burguesía de los más desfavorecidos. Ese contraste lo refleja
perfectamente Yslaire en las páginas en las que ilustra la miseria, el hambre,
la suciedad y la degeneración de los barrios más pobres. Prostitutas enfermas,
indigentes, mendigos, delincuentes y borrachos viven, duermen y mueren en unas
calles oscuras, sucias y húmedas que contrastan con las orgías que organizan
los burgueses e intelectuales en sus salones iluminados con candelabros. Contrastes
duros y reales que sintonizan con los que planteaba el arte romántico de la
época en todas sus formas: el erotismo frente al sentimentalismo puritano; la
inmoralidad frente a la virtud; el lujo frente a la pobreza; la fascinación por
el pasado frente a la preocupación por el presente…
El autor retrata con minuciosidad y fidelidad
histórica una diversidad de ambientes sociales en todos sus aspectos: el
vestuario, los muebles y decoración, los carruajes, los edificios… El trabajo
invertido aquí por Yslaire es ingente y no sólo en documentación: las 45 planchas
del álbum son el resumen final de más de 200 páginas de diálogos y producto de
cuatro años de trabajo. El esfuerzo, no obstante, rinde su fruto y el álbum
vuelve a triunfar entre los lectores confirmando el éxito de la serie y la
dirección tomada por su ahora único responsable.
Tres años más hubieron de pasar hasta que en
1993 apareciera el tercer volumen, “Revolución, Revolución…” (retitulado
en su posterior reedición como “Libertad, Libertad…”), que concluye las tramas
iniciadas en el anterior álbum y sitúa ya a Julie como la protagonista
principal de la obra. En febrero de 1848, mientras el rumor de la revolución es
cada vez más ruidoso, el pintor Valdieu quiere convertir a Julie en su musa y figura
central de su obra cumbre, tal y como veinte años antes hizo Delacroix con
Olympe de Castelbalac en su cuadro “La Libertad Guiando al Pueblo”. Julie, en
ya visible estado de gestación del hijo de Bernard, no tiene fuerzas para
resistirse al pintor cuando aparece aquél. El encuentro entre los dos termina
con Valdieu malherido y la policía irrumpiendo en la escena. Guizot, primo de
Bernard y prefecto de la policía, arresta a Julie como culpable y la envía a
prisión. Pero nunca llega a su destino porque los revolucionarios asaltan el
coche y la liberan. Fascinados por su belleza y sus hipnóticos ojos, hacen de
ella el símbolo del alzamiento.
La tragedia llega a su conclusión en “Tal Vez
Hemos de Morir Juntos” (1996), ochenta páginas (72 en su edición original, a
las que treinta años después Glenat les ha añadido ocho adicionales, incluido
un final modificado y ampliado) en las que asistimos al cénit y fracaso de la
revolución de la cual Julie se había convertido en estandarte. Rodolphe, el
líder de los agitadores, la manipula y abusa de ella. Bernard, de labios del
Vicario, debe enfrentarse a la terrible verdad de su relación con Julie culminando
en un terrible descubrimiento que bien podría haber salido de un cuento de
Edgar Allan Poe. El final, empapado en sangre, muerte y heroísmo vacío, es tan
trágico como podría esperarse.
Este largo folletín sobre amores imposibles y maldiciones familiares, fue en su momento un comic vanguardista en lo que se refiere a su tratamiento de las mujeres. No debería extrañarnos dado que Yslaire creció en una familia acomodada, liberal e intelectual en la que la madre, Anne-Marie Guislain, fue una alta funcionaria del Ministerio belga de Asuntos Exteriores y estuvo comprometida con la causa feminista. En “Sambre”, las mujeres son tan fuertes como los hombres, aun cuando la estructura social de la época no las dejaba demostrar su valía.
Dicho lo cual, es cierto que “Sambre” es un
comic en el que resulta difícil encontrar personajes con los que simpatizar. Tratándose
de una obra que bebe del Romanticismo literario, todos están consumidos por
unas pasiones incontrolables que les llevan a actuar como auténticos lunáticos
por mucho que se expresen con un lenguaje ilustrado. Bernard carece de las
virtudes que suelen adornar a la figura del héroe, quizá en parte debido a su
propia herencia familiar (carente de una figura paterna de referencia y con una
madre cínica y nada cariñosa), pero sin duda también por su propia juventud.
Sus estallidos de ira no son señal de carácter sino de inseguridad y falta de
firmeza. Tras todo lo que ha de vivir en los cuatro álbumes de la serie,
podemos decir que sí, que ha evolucionado, pero no necesariamente hacia una
madurez sensata. Su entrega a la causa de la revolución no obedece a una
convicción ideológica ni al compañerismo, sino al sentimiento de culpa por el
destino de Julie.
Ésta, por su parte, representa el misterio y
la fatalidad. A pesar de que irrumpe en la historia de forma brusca, incluso
agresiva, y bien podría dudarse de su estabilidad mental, lo cierto es que es
el personaje que más lástima suscita. Y ello porque, siendo una mujer fuerte,
sensible e inteligente, ha sido privada de todo lo que podría haberle abierto
una puerta hacia una vida mejor: familia, posición social, dinero… Intenta
desesperadamente tomar las riendas de su vida pero acaba perdiendo las fuerzas
y dejándose manipular y utilizar por desaprensivos como Valdieu o Rodolphe.
El resto de los personajes que conforman el amplio reparto resultan, como mínimo, antipáticos e incómodos. Sara es una perturbada cruel que se somete a la memoria de su padre; Guizot, el corrupto prefecto de policía, no tiene inconvenientes en reconocer que su función de agente del orden no es más que una fachada y que lo que realmente hace es proteger los privilegios de los más favorecidos. Rodolphe es el típico revolucionario profesional, manipulador de las masas a su favor y fabricante de mártires en aras de conseguir más poder. Y en cuanto al atormentado y violento Valdieu, marcado físicamente por la viruela y psicológicamente por el fracaso de sus aspiraciones; o el degenerado Vicario, rodeado de oscuros misterios y cucarachas, ¿quién podría identificarse con ellos?
A lo largo de los diez años que transcurrieron
desde el primer al último volumen, Yslaire desarrolló un estilo original,
preciosista, pictórico y elegante modelado a partir de múltiples fuentes
artísticas. Domina el espacio y la luz, la expresividad facial y corporal y la
recreación de época. No se permite la monotonía en las composiciones de página
y viñeta y, respetando la estación del año y el ambiente y localización de la
escena (en una época, recordemos, en la que no existía luz eléctrica), se sirve
de los contrastes y armonías de color para subrayar simbolismos, emociones y
atmósferas. De entre todos los tonos, sobresale, claro, el rojo, que se
convierte en una presencia recurrente y desasosegante. Simboliza, como es
habitual, el amor y la pasión, pero también lo prohibido, la revolución y la
sangre derramada por la violencia.
Narrativamente llama la atención tanto el uso
de las elipsis y los silencios como, ya lo he mencionado, la ausencia de textos
de apoyo. Todo lo cual da una muestra del virtuosismo de Yslaire, que comprende
que en un medio visual como es el comic no se necesitan palabras que describan
lo que puede mostrarse en imágenes. A destacar también la influencia teatral en
cuanto a la narrativa. El dibujo de Yslaire, que no hace sino mejorar álbum
tras álbum, tiende, quizá incluso en exceso conforme avanza la obra, a componer
muchas escenas como si fueran tableaux vivants, cuadros compuestos por actores
en los que se utilizan composiciones poco realistas para acentuar el dramatismo
y la estética. Por lo demás, sus páginas son exquisitas.
Esta primera serie es sin duda la mejor de lo
que, con el paso de los años y las décadas, ha acabado convertido en todo un
universo edificado alrededor del árbol genealógico de la familia Sambre. Los
primeros cuatro álbumes fueron una de las cumbres del comic histórico de Glenat
e Yslaire bien podría haber finalizado la obra en este punto. Sin embargo, no
había renunciado a la idea original que se encontraba en el origen de la serie
diez años antes y decidió seguir narrando esta tragedia familiar a través del
personaje de Julie y el hijo que ésta había tenido con Bernard y que fue a
vivir con su tía Sara. No he tenido la oportunidad de leer más allá del primer
volumen de ese nuevo ciclo, así que no puedo decir nada aparte de parece que la
serie, privada de su motor romántico inicial, pierde parte de su fuerza por
mucho que el dibujo siga siendo excelente. La serie parece haber finalizado en
2018 en su octavo álbum, si bien con Yslaire nunca se sabe dados los largos
plazos con los que trabaja (de hecho, hay otros cinco álbumes anunciados).
Pero a pesar de su lento ritmo de trabajo y tendencia a diluir su atención en diversos afanes, Yslaire no estaba dispuesto, o bien a renunciar al gran proyecto que suponía ir desgranando el árbol familiar de los Sambre simultáneamente a la historia de Francia, o bien a matar a esa gallina de los huevos de oro. Tras redibujar parcialmente los álbumes de la serie principal para que encajaran coherentemente con el amplio fresco genealógico que había ido imaginando, en 2007, aparece el primer álbum de una serie derivada, “La Guerra de los Sambre”, estructurada en ciclos de trilogías y centrada en contarnos las aventuras y, sobre todo, desventuras de los antepasados de Bernard y Julie, empezando por el padre del uno y la madre de la otra, Hugo e Iris, que también estuvieron encadenados por una turbulenta relación condenada al fracaso, la muerte y la locura.
Cuando apareció “La Guerra de los Sambre”, no
fueron pocos quienes pensaron que se trataba de un producto sin demasiado
interés intrínseco, una de esas explotaciones editoriales de un comic de éxito.
Sin embargo, al menos al principio, resultó ser más que eso. Guionizada por
Yslaire, no sólo lo que allí se narraba ampliaba y complementaba con coherencia
lo que había sido la serie central protagonizada por Bernard y Julie, sino que
los artistas elegidos por aquél en un intento de no esclavizarse por completo a
una sola serie, Vincent Mezil y Jean Bastide, mantuvieron el nivel gráfico a la
misma altura. Encontramos aquí los mismos temas que en la tetralogía original,
centrados en el amor loco que Hugo siente por Iris y que años más tarde
heredarán sus hijos; se clarifican las relaciones entre ciertos personajes del
primer ciclo y, sobre todo, se presenta el descubrimiento arqueológico que
alumbrará en la mente de Hugo a su mitología de la Guerra de los Ojos. También
puede leerse como una historia autónoma e incluso hay quien la considera al
mismo nivel de calidad que la serie original.
No he tenido la oportunidad de leer más que ese primer ciclo de la “La Guerra de los Sambre”, el único publicado en su día por Glenat en nuestro país, así que no puedo opinar sobre los otros dos (seis álbumes) más allá de que las páginas que de los mismos pueden verse en internet no permiten situar al dibujante Marc-Antoine Boidin a la misma altura que sus predecesores. Esos volúmenes, siempre escritos por Yslaire, detallan las historias de las estirpes de los protagonistas entre 1768 y 1794. Con todo, es cierto que Boidin mantiene cierta coherencia estética y, en cualquier caso, la serie siguió cosechando un considerable éxito en Francia.
“Sambre” ha cumplido ya treinta y siete años y
su serie derivada, “La Guerra de los Sambre”, quince. Puede decirse ya, por
tanto, que sus 22 álbumes hasta la fecha han sabido conectar con la
sensibilidad de al menos dos generaciones enteras de lectores, acumulando
ventas millonarias. En su momento, marcó el comic europeo de los años 80 y, con
el tiempo, se ha convertido en un monumento al compromiso de su autor con la que,
como él mismo ha admitido, es su obra más personal y querida. “Sambre” es un
tebeo ambicioso, apasionado, sofisticado, intelectual incluso, que exige una
lectura atenta y pausada. Y no tanto por sus textos, ya que abundan los
silencios, como por la complejidad de su historia, sus numerosos simbolismos y
el fascinante trabajo gráfico que captura y detiene la mirada en cada viñeta.
Recomendado para los amantes del comic histórico y las historias de amor tan clásicas como trágicas.
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