7 oct 2021

1984- ¿DRÁCULA, DRACUL, VLAD? ¡BAH! – Alberto Breccia


El terror, como cualquier otro género, es una gran caja de paredes permeables. Posee una serie de convenciones propias, sí, pero éstas pueden modificarse a gusto y criterio del creador, o incluso incorporar elementos y/o tratamientos propios de otros géneros. Un autor con talento hará precisamente eso: prescindir de los purismos y moldear los tópicos a su conveniencia y sensibilidad para transmitir el mensaje y la emoción buscados. Así que cuando Alberto Breccia, contando casi 65 años y ya reconocido desde hacía mucho como un maestro del comic de creatividad, osadía, visión y habilidad extraordinarias, decidió ofrecer su versión de Drácula, podía esperarse que el resultado fuera cualquier cosa menos convencional.

 

Es más, abordando en esta ocasión el proyecto en solitario, sin contar con el filtro de un guionista, podía esperarse que el comic reflejara su vena más pura y auténtica. Y efectivamente, Breccia en ningún momento pretende aquí adaptar el “Drácula” literario de Stoker o presentar una interpretación muy personal del mito vampírico ortodoxo. Al contrario, su intención es utilizarlo como excusa para articular unas historias sórdidas y grotescas, humorísticas y melancólicas, que, además, aluden a la desastrosa situación política y social que vivía su país.

 

Este comic consta de cinco historias cortas, autónomas, sin palabras y de corte satírico, en las que se narran otras tantas desventuras crepusculares del vampiro más famoso de todos los tiempos. Los relatos en su conjunto componen la imagen de un personaje desesperadamente solo que, a pesar de la grandeza que le otorga la mitología popular, ha quedado indefenso frente a una sociedad en franca descomposición. Literalmente desdentado, sus días de gloria han quedado muy atrás. Lucha por mantenerse a la altura de su mito, pero su puesto ha sido ocupado por villanos más siniestros, como gobiernos corruptos apoyados por el imperialismo norteamericano que le chupan la sangre a los ciudadanos más de lo que lo hizo jamás cualquier criatura de la noche.

 

Drácula es, para Breccia, un pobre infeliz, un derelicto del pasado incapaz de adaptarse a unos nuevos tiempos que le arrollan y pasan por encima. Asiste atónito a la decrepitud de la sociedad que antes le servía de alimento pero que ahora despliega una violencia contra sus miembros ante la que él mismo se queda desamparado. Los superhéroes de pega le apartan como si fuera un personaje rancio e irrelevante; ni siquiera es ya él quien seduce a las mujeres sino al contrario. Es más, las féminas que acecha son ahora tanto o más peligrosas que él mismo.

 

Lo vemos ebrio tras beber la sangre de un Edgar Allan Poe alcoholizado; padeciendo en el dentista o donando sangre para salvarle la vida a su moribunda amada; todo lo cual supone tal inversión del mito que ahora es Drácula quien inspira compasión y ternura, mientras sus otrora potenciales víctimas llegan a inspirar incluso rechazo. Paradójicamente, el vampiro es aquí más humano que los humanos, la antítesis del monstruo sediento de sangre que nos ha vendido la literatura el cine clásicos.

 

Breccia desconcierta al lector cambiando el paso a mitad de obra. Cuatro de las historias tienen un tono y estilo gráfico que muestran a Drácula como una especie de involuntario y patético bufón, riéndose de las mismas convenciones que forman parte de la naturaleza primaria del personaje. Son anécdotas que mezclan la sátira y la broma y que culminan en un desenlace “sorpresa” igualmente cómico. En “La Última Noche de Carnaval”, Drácula acecha a una potencial víctima femenina durante las celebraciones del carnaval veneciano sólo para llevarse un chasco cuando Superman la rescata y le pega una paliza; en “Latrans Canis Non Admordet”, una visita al dentista deja a Drácula en una incómoda posición cuando, más tarde, ataca a un rollizo huésped en su castillo; en “Un Tierno y Desolado Corazón”, “Drácula” salva la vida de su amor no correspondido; y en “¿Poe? ¡Puaf!”, un encuentro entre el vampiro y el famoso escritor de misterio no termina bien para ninguno de los dos.

 

Ahora bien, ojeando superficialmente el comic y viendo que se trata de un dibujo caricaturesco, podría pensarse que lo que nos propone el autor es básicamente un ejercicio lúdico, un divertimento ligero. Pero he aquí que ese nivel de lectura se esfuma por completo en la tercera historia, “Fui Leyenda”, donde la sonrisa del lector quedará inevitablemente congelada. Se trata de un descenso a los infiernos en el que Drácula atraviesa un paisaje dantesco que mezcla la violencia gubernamental, el canibalismo, la decadencia moral y la hambruna. Y es que más que el resto de episodios, éste se revela claramente como hijo del momento en el que fue concebido. Estas historias fueron originalmente escritas y dibujadas en el momento en que unas elecciones democráticas ponían punto y final al largo periodo de dictaduras militares que sufrió Argentina y durante el cual aquellos de sus autores de comic interesados en hacer material adulto sólo pudieron dirigirse al mercado europeo (esta obra en concreto fue serializada inicialmente en España, en las páginas de la revista “Comix Internacional”, entre 1984 y 1985).

 

Tiene sentido que Breccia interpretara al personaje bajo este foco melancólico y desengañado dada su experiencia con el auténtico y nada literario terror que el régimen argentino ejerció sobre sus ciudadanos, especialmente a través de la nefasta Operación Cóndor, apoyada por Estados Unidos y con la que hicieron desaparecer a miles de hombres, mujeres y niños. Entre ellos se contó el colaborador y amigo de Breccia, el excelente guionista Hector G.Oesterheld. La realidad con la que tuvo que coexistir el autor durante los setenta del pasado siglo fue la modelada por un gobierno de pesadilla que apoyaba las atrocidades y provocaba más miedo del que jamás haya suscitado un vampiro de ficción. Por tanto y como decía, es lógico que veamos a un Drácula menos solemne. Comparado con los generales argentinos de los setenta y ochenta, el chupasangre transilvano es un aficionado.

 

En la primera viñeta de “Fui Leyenda” puede verse, tras la cabeza del protagonista, un poster propagandístico de un dictador militar. E inmediatamente, Drácula pasa de ser un personaje activo a un mero testigo de las atrocidades cometidas por terceros. Vemos rostros torturados que claman por la paz haciendo que sus ideas y palabras arrinconen a los militares en el extremo de una viñeta, empequeñecidos y temerosos. En la siguiente, muestra a esos generales ridículamente condecorados casi apilados, escondidos tras las ventanas como cobardes. Uno de ellos ladra órdenes que no tienen la forma de palabras sino de salpicaduras de sangre. Y, a continuación, llega esa viñeta vertical pletórica de atrocidades que recuerda al “Guernica”, una imagen casi incomprensible en su caos y perversidad. La siguiente imagen es la de un Drácula empapado de sangre. El mismo elixir que él, como vampiro, siempre ha ansiado, le provoca en esa situación un auténtico shock; apenas puede asimilar lo que ha presenciado y sale huyendo de esa violencia sólo para ir a parar a otros escenarios igualmente escalofriantes.

 

Podría pensarse que el dibujo caricaturesco, con un punto abstracto, sirve para aliviar la crudeza de ciertas escenas. Todo lo contrario. Hay viñetas estomagantes en las que los verdugos torturan y descuartizan a las víctimas, arrojando sus trozos a la basura; los jerarcas se entregan a desaforadas orgías; y mientras los monstruos ríen, los niños gritan y son sometidos a perversiones sexuales (la dictadura argentina arrebataba los hijos a los opositores y los entregaban a conventos o familias afines al régimen para que crecieran ignorantes de sus auténticas raíces); los más pobres mueren de hambre o se drogan hasta convertirse en zombis… Una tragedia de esas dimensiones no puede terminar con un giro sorpresa que apacigüe el horror. Tan intenso es éste, que es capaz de socavar por completo las convenciones sobre las que se ha edificado el personaje: el episodio culmina con el vampiro aferrado a una cruz y rezando en una iglesia.

 

Gráficamente, lo que más llama la atención de esta obra es que sus páginas están compuestas casi exclusivamente de formas y colores. Los espacios y las figuras en estas páginas se retuercen y contorsionan como si nos hubiéramos sumergido en un sueño febril en el que todo es inestable y decadente. No hay nada rígido ni lineal, ni siquiera en las formas arquitectónicas que rodean a los personajes, edificios y habitaciones, que parecen a punto de colapsar sobre las figuras o derretirse en un suelo que también se deshace. Breccia interpreta aquí la línea no tanto como la firme frontera que delimita objetos y espacios como una separación siempre cambiante entre colores, luces y sombras. Color y línea luchan por la primacía de una imagen a la siguiente. El efecto es como contemplar una caótica vidriera con motivos fantasmagóricos o un puzzle abstracto y multicolor visto al trasluz.

 

“¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah…!” es un comic que oscila entre el homenaje cariñoso, la melancolía, el humor y, en sus momentos más intensos, la brutalidad, y que se sirve de un icono de la cultura popular para articular, por un lado, una alegoría sobre los cambios culturales de aquéllas décadas y, por otra, una reflexión ácida, apoyada con imágenes pesadillescas, de los pecados del gobierno argentino recién depuesto.

 


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