Hay comics tan venerados, de los que se ha escrito tanto y de tanta calidad por parte de eruditos y aficionados, que parece superfluo intentar aportar algo más. Incluso la opinión personal que uno pueda tener ya ha sido mil veces expresada y discutida por miles de lectores. Ese es exactamente el caso de “El Príncipe Valiente”. Por tanto, no me voy a extender aquí a detallar minuciosamente el origen, trasfondo, desarrollo, etapas y personajes de este clásico entre los clásicos. Los amantes del personaje ya estarán sobradamente enterados de ello y resultaría redundante. Y quienes aún duden de si acercarse o no a esta obra maestra, encontrarían pesado un torrente de información que no podrían encajar adecuadamente.
Así que me contentaré con hacer una breve reseña que,
aunque no hace justicia a mi inmensa adoración por este cómic único, sí puede
servir para orientar a los que todavía no se hayan acercado a ella, en la
esperanza de que así lo hagan y con la seguridad de que no se arrepentirán.
“El Príncipe Valiente en los Días del Rey Arturo”, que es su título completo, narra la saga de un príncipe vikingo que se convierte en caballero de la Tabla Redonda del Rey Arturo en Camelot, corriendo sus aventuras en el peligroso y revuelto mundo de finales del siglo V d.C. Al comienzo de la serie, el 13 de febrero de 1937, Val –que es como se le conoce familiarmente- era un adolescente pletórico de energía y rebosante de esa arrogancia y desprecio por el peligro propios de la juventud. Con el paso de los años, Val forma una familia, madura y se convierte en un poderoso y respetado caballero y consejero del rey Arturo. Él y su esposa, la hermosa e inteligente Aleta, Reina de las Islas de la Bruma, engendrarían cinco hijos y, con el correr del tiempo, tendrían hasta un nieto.
Su hijo mayor, el Príncipe Arn, se casa con Maeve, hija del
perverso hermanastro del Rey Arturo, Mordred. La hija de Arn y Maeve –y nieta de
Val y Aleta- es Ingrid. A continuación, tenemos las gemelas Karen y Valeta. La
primera es la más “chicazo”, temperamental y valiente, que se haría guerrera y
se casaría con un italiano llamado Vanni, hijo del legendario Preste Juan.
Valeta, por su parte, es la mitad dulce de las dos; siempre preocupada por su
aspecto cuando era jovencita, mantuvo un romance intermitente con Cormac, un
druida –elemento pagano en lo que ya era esencialmente un mundo cristiano- y en su madurez ha reforzado su personalidad
hasta el punto de dirigir el gobierno de las Islas de la Bruma en ausencia de
su madre. De todos los hijos de Val, su segundo hijo varón, Galan, es el que
parece asemejarse más a él en temperamento. Al llegar a la adolescencia, siente
la llama y la energía de que su padre hacía gala a su edad. Por último, el hijo
más joven, Nathan, es el intelectual de la familia. Ha habido entre los fans de
la serie quien ha criticado esta deriva familiar en detrimento de la aventura
más pura, pero aunque así fuera, tenemos años enteros de maravillosas páginas
con incontables peripecias, rescates, huidas, duelos, misiones, gestas,
campañas y batallas por mar y tierra.
En una entrevista que concedió ya en sus últimos años de
vida, Hal Foster afirmó que no pensaba que su trabajo perduraría mucho más allá
de él mismo. Decir que infravaloró su obra es quedarse corto porque desde que
debutó en forma de plancha dominical allá por los años treinta del pasado siglo,
el Príncipe Valiente ha sido uno de los mejores –si no el mejor- comic de
aventuras que ha dado la prensa. Incluso hoy, cuando las tiras de ese género –e
incluso el comic en general-, son vistas por la mayoría de las generaciones más
jóvenes como algo caduco y perteneciente a una época más ingenua, “El Príncipe
Valiente” sigue siendo un tebeo que encandila a cualquiera que disfrute
verdaderamente de este medio. Prueba de ello son no sólo las continuas
reediciones que se han venido haciendo desde hace décadas, sino la hazaña de
mantener su presencia en la prensa norteamericana ochenta y cuatro años después
de su nacimiento y cuarenta años después de que su creador original, Harold
Foster, se retirara.
Tras una vida en la que ejerció oficios tan variopintos
como guía forestal o buscador de oro, en 1929, Foster se ganaba la vida
realizando ilustraciones publicitarias en Chicago. El negocio no era muy
boyante así que decidió dibujar trescientas ilustraciones para una posible
adaptación al comic de prensa de la ya célebre obra literaria de Edgar Rice
Burroughs, “Tarzán de los Monos” (1912). No le gustaba nada la historia,
pensaba que era estúpida y nada verosímil, pero el caso es que fue el propio
Burroughs quien lo eligió para llevar a su personaje al mundo de las viñetas en
forma de plancha dominical. Era 1931, la Gran Depresión estaba arrasando vidas
y haciendas por toda la nación y Foster no pudo sino sentirse agradecido por
haber logrado ese trabajo, independientemente de la opinión que le mereciera la
novela original. Eran malos tiempos y Foster se mudó con su familia a Topeka,
Kansas, lugar de origen de su esposa, porque allí la vida era más barata que en
Chicago. Durante aquella terrible crisis económica y a decir del artista,
“comimos monos”.
Pero hubo algo que lo cambió todo. William Randolph Hearst,
el magnate de la prensa, aficionado a los comics y propietario del King
Features Syndicate, se quedó impresionado por el “Tarzán” de Foster,
distribuido por una compañía rival, la United Feature Syndicate. El empresario
quería fichar a Foster para la suya y dio la orden para remover cielo y tierra para
conseguirlo. Mientras tanto, Foster, desencantado por la falta de control
creativo y la mediocridad de los guiones que se veía obligado a ilustrar desde
hacía ocho años, había estado barajando ideas para una nueva serie. Creó un
personaje que vivía en la era del Rey Arturo, Derek, hijo de Thane. Tan
dispuesto estaba Hearst a tener a Foster en su syndicate que le concedió algo
muy pero que muy poco frecuente entonces: la propiedad de la serie y libertad
creativa. Y así, Foster dejó a Tarzán en las muy capaces manos de Burne Hogarth
y se concentró, ya para el resto de su vida profesional, en su caballero de la
Tabla Redonda, rebautizado por los jefazos del King Features como “Prince
Valiant”.
“Tarzán” y “El Príncipe Valiente” compartían elementos
comunes: un héroe alto, esbelto, atractivo y de porte aristocrático (el primero
era hijo de un noble inglés, el segundo, de un rey vikingo); sus mujeres, Jane
y Aleta, eran inteligentes, atractivas y de fuerte carácter; los enemigos eran
astutos y crueles y los combates gloriosos, ya fueran duelos singulares o
batallas épicas; la acción se desarrollaba en entornos naturales y exóticos,
con abundantes vistas generales y un papel importante de la naturaleza;
intervenían gentes de diferentes razas, naciones y culturas; y había magia,
superstición y fantasía. Los personajes se movían por un código de honor, la
creencia en la guerra justa, la cortesía hacia las mujeres y los niños, los
valores familiares, el amor por la aventura y el impulso de internarse en lo
desconocido.
Foster explicó sus razones para elegir la Edad Media como trasfondo histórico para “El Príncipe Valiente”: “El periodo medieval me proporcionó alcance, por eso lo elegí. Al principio, pensé en las Cruzadas, pero el tema era demasiado limitado. Con “El Príncipe Valiente” tengo un margen de tres siglos gracias a la escasez de crónicas escritas”.
Pero el nuevo héroe también era hijo de su turbulenta
época. “El Príncipe Valiente” fue creado en 1937, el mismo año en el que Hitler
repudió el Tratado de Versalles y Japón invadió China. Bajo el disfraz de una
épica medieval, la serie fue una llamada patriótica al sacrificio y el
reforzamiento bélico, avisando de los peligros que podía conllevar el
apaciguamiento. Las razones de las frecuentes reacciones violentas de Val ante
los peligros que afronta se dejan claras ya en los primeros episodios. Por
ejemplo, en la plancha inaugural, se narra cómo su padre, el Rey de Thule (en
la actual Noruega), “perseguido por enemigos despiadados”, ha de exiliarse
junto a un puñado de fieles súbditos a las costas inglesas, una velada
referencia a la diáspora europea. Al encontrarse con los indígenas más
primitivos y salvajes, su comitiva se ve obligada a retirarse hacia una
inhóspita región pantanosa, refugio de druidas, brujas y monstruos prehistóricos.
En este entorno, el joven príncipe no tarda en aprender que la mejor defensa es
el ataque y completa su tránsito de la infancia a la juventud encargándose
violentamente de criaturas, ogros y villanos.
Así, aunque la saga había arrancado inmersa en una
atmósfera de fantasía acorde a las leyendas del rey Arturo y los relatos de
Espada y Brujería (dragón, hechicera y ominosa profecía incluidos), Foster no
tardó en percatarse de que su dibujo y tratamiento de personajes y argumentos
tenían demasiado apego a la realidad como para continuar por ese camino. No
tardó en optar por el enfoque de un heroísmo realista que se plasmaba en
historias en las que intersectaban la vida y andanzas del protagonista con
acontecimientos y personajes históricos de la era medieval.
En las primeras aventuras, Val ejercía de escudero de sir
Gawain cuando los sajones invadían las islas británicas (450-510). La muerte de
su primer gran amor, la esbelta y rubia Ilene, le rompe el corazón poco antes
de ganar su nombramiento como caballero al ayudar al ejército de Arturo a
repeler la antedicha invasión. Como primera misión, ya convertido en sir
Valiente, el protagonista recobrará el trono de Thule para su padre. Durante la
trágica historia de Ilene, Val había conseguido un arma muy especial, la Espada
Cantarina (12 de junio 1938) de manos de su rival por los afectos de la
muchacha, Arn de Ord (ambos acabarán siendo grandes amigos y bautizarán a sus
respectivos futuros hijos con el nombre del otro). Se dice que esa maravillosa
hoja fue forjada por el mismo hechicero que hizo la Excalibur de Arturo y que
cuando se empuña en favor de la justicia, hace a su dueño invencible en
batalla. Así, Sligon, el usurpador de Thule, derrotado por Val, acepta
resignado intercambiar puestos con Aguar.
Todavía un joven de sangre caliente, Val parte de Thule con su espada para correr más aventuras. Algunas de ellas las viviría junto a sus amigos sir Gawain y sir Tristan, otras con el pirata vikingo Boltar. La actualidad, no obstante, se empeñaba en asomar su siniestro hocico en los argumentos y espíritu de la tira. La alusión implícita a la lunática cruzada de Hitler y su Tercer Reich llega en la página del 21 de enero de 1940, cuando Val intenta contener una invasión bárbara: “Tres largas semanas han pasado desde que Val viera a su pequeña Legión de Cazadores de Hunos. Mientras tanto, ha tomado conciencia de un importante hecho: los antaño invencibles hunos pueden ser derrotados… Una terrible responsabilidad para un muchacho tan joven. Si falla, toda Europa será arrollada por los Hunos”. En el momento en que aquellas palabras se publicaron, Hitler había entrado triunfante en Austria (1938), ocupado Checoslovaquia (1939) e invadido Polonia (1939). Su ejército no tardaría en hacerse con Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia (1940).
Mientras que en sus respectivas series Flash Gordon luchaba contra la Espada Roja y Tarzán contra nazis en la selva, Val fue el único superviviente de la caída del castillo de Andelkrag, en el continente europeo, asaltado por las hordas de Atila, y consiguió reunir un ejército que paró las incursiones del temible invasor. Esta aventura, publicada entre 1939 y 1940, enfureció tanto a Hitler que en todos los países que invadieron los nazis, prohibieron inmediatamente la importación y publicación de “El Príncipe Valiente”.
(Termina en la siguiente entrada)
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