19 dic 2019

1977- THORGAL – Van Hamme y Rosinski (2)


(Viene de la entrada anterior)

El cuarto volumen de la colección, “La Galera Negra”, aparece en 1982. En él se nos cuenta cómo Thorgal y su embarazada esposa Aaricia se han asentado en una pequeña comunidad agrícola cerca del mar. Shaniah, la adolescente hija del líder de la aldea, se enamora de Thorgal, al que ve como su llave para escapar de una vida campesina que odia hacia el idealizado mundo exterior. Cuando una noche en la que Thorgal monta a caballo por la playa, ella se ofrece abiertamente, aquél la rechaza y Shaniah, despechada, le roba el rocín sólo para que, poco después, un extraño se lo quite a ella.



Al día siguiente, un contingente armado al mando del conde Ewing, de la corte de Shardar, rey Brek Zarith, llega al pueblo buscando a un tal Galathorn. Aún enojada por lo acontecido la noche anterior, Shaniah acusa a Thorgal de ser cómplice del fugitivo, por lo que es tomado prisionero y trasladado a la galera del degenerado príncipe Veronar. Ya abordo, Ewing desvela sus planes a Thorgal: quiere encontrar a Galathorn no para matarlo por rebelarse contra el rey, sino para aliarse con él y destronar al ya anciano Shardar antes de que el trono pase a su heredero.

Pero su conspiración es descubierta por el príncipe y ambos están destinados a morir cuando un barco vikingo asoma por el horizonte con intención de saquear la galera. Los nórdicos resultan estar capitaneados por Jorund (al que ya habíamos visto en la “La Isla de los Mares Helados”), que libera a Thorgal para que pueda regresar a la aldea. Sin embargo, ésta ha sido arrasada y todos sus habitantes masacrados. Aaricia ha desaparecido y la única superviviente es Shaniah.

Lo que llama inmediatamente la atención de “La Galera Negra” es la evolución gráfica de Rosinski. En pocas ocasiones puede verse a un artista mejorar tan rápidamente al tiempo que mantiene una producción tan constante. La línea se ha estilizado, ganando en precisión y seguridad; y el juego de luces y sombras que se convertirá en uno de los puntos fuertes de la serie, mejora sobremanera. Aunque la narrativa aún tiene algunos puntos perfectibles, discurre de forma muy fluida incluyendo algunas desviaciones puntuales respecto al clasicismo más estricto, como esa división diagonal de viñetas cuando Veronar dispara flechas a Thorgal y Ewing; la cabalgada nocturna de Thorgal, sacando a las figuras de las viñetas; o la conversión de las onomatopeyas de los tambores del cómitre en límite de las viñetas.

Rosinski no es solo un buen dibujante y narrador sino un excelente entintador que sabe cómo crear todo tipo de texturas, desde las nubes a la piedra de los muros de los castillos o los cascos de madera de los navíos. Su uso de la plumilla y el buen ojo en la aplicación de superficies negras es de una finura extraordinaria, lo que se evidencia en momentos en los que la iluminación es fundamental para resaltar la atmósfera o el dramatismo, como la escena
nocturna en la playa o aquella que transcurre bajo la cubierta de la galera, donde los galeotes se dejan la vida a los remos.

También hay que destacar en lo que a Rosinski se refiere la caracterización de personajes. Como sólo los grandes del comic saben hacer, insufla auténtica vida, personalidad y expresividad a hombres y mujeres sin caer en manierismos ni exageraciones. Siempre fiel a su estilo naturalista, sabe dotar de sensualidad a sus personajes dependiendo de su edad, carácter y papel en la trama; y hacerlo de forma más o menos directa o sutil. Es el caso de Thorgal, de Aaricia, de Ewing y también, claro, de Shaniah, una “lolita” que constituye uno de los personajes más perturbadores de esta primera etapa de la serie. Pero es que además y como se verá más adelante en otros álbumes, Rosinski se moverá con igual facilidad a la hora de dibujar seres mitológicos o grotescos.

Por su parte, Jean Van Hamme ofrece una historia más sólida y coherente que las anteriores, demostrando que conoce perfectamente
cómo desarrollar con total efectividad lo que en el fondo es una trama sencilla, introduciendo toques fantásticos en su particular recreación de la cultura vikinga. No es que estemos ante historias muy originales: están narradas linealmente, separadas a menudo en bloques bien delimitados y basadas en códigos bien conocidos (las pruebas de “Los Tres Ancianos del País de Arán”, el héroe falsamente acusado de este volumen…). Pero en ningún momento resultan aburridas. Tienen un excelente ritmo, un buen equilibrio entre aventura, acción, fantasía, tragedia y melodrama, giros y sorpresas y personajes que, aunque especialmente en el caso de los villanos sean un tanto unidimensionales, están bien caracterizados.

Donde sí se muestra más osado Van Hamme es en su tratamiento de los protagonistas en relación al tiempo. Como hicieron antes que él Hal Foster en “Príncipe Valiente”, Charlier en “Teniente Blueberry” o Derib en “Buddy Longway”, Van Hamme no congela a Thorgal y Aaricia en una especie de burbuja temporal, sino que ambos van envejeciendo paulatinamente y evolucionando en sus personalidades. En el curso de los cuatro primeros álbumes, por ejemplo,
los hemos visto pasar de amantes a matrimonio consolidado esperando su primer hijo, sugiriendo así que se va a crear una familia que, a su vez, tendrá consecuencias sobre el tipo de aventuras que se contarán. Es un guiño al realismo que conecta perfectamente con el estilo gráfico de Rosinski.

A estas alturas y habiendo demostrado sus autores no sólo su capacidad para entretener sino su deseo de evolucionar, “Thorgal” se había convertido en un éxito de ventas. Ello a su vez permitió finalizar “La Galera Negra” en un cliffhanger: parece que Aaricia ha muerto, pero el lector sabe que no es así y espera que en siguientes entregas el héroe pase por las correspondientes pruebas y desafíos para reunirse con ella.

Efectivamente, la continuación vendría un año después, en 1983, con “Más Allá de las Sombras”. Traumatizado por la pérdida de su esposa, Thorgal se ha convertido en un derelicto humano, andrajoso, vagabundo y sin siquiera la capacidad de hablar. Sometido a humillaciones verbales y físicas, su único sostén es Shaniah, que aún le ama y vive atormentada por las consecuencias que derivaron de sus actos en el álbum anterior. Es ella la que cuida de Thorgal, mendiga comida para él y lo protege.

Un anciano que les busca y que sabe que Thorgal porta la Llave del Segundo Mundo (que le entregó la Guardiana de las Llaves en “Los Tres Ancianos del País de Arán”), les ayuda a escapar de una situación apurada y les conduce a un enclave megalítico donde se les une Galathorn, el prófugo de Brek Zarith que en el álbum anterior había robado el caballo de Thorgal. La exposición a las aguas de un pozo mágico devuelve la razón al vikingo, que se presta a los planes de Galathorn. Aaricia está viva en Brek Zarith pero aquejada de una misteriosa y letal enfermedad. Thorgal accede a penetrar en el Segundo Mundo, superar sus peligros y convencer a la misma Muerte de salvar a su esposa. Si lo consigue, a continuación acompañará a Galathorn para rescatarla de la Fortaleza de Brek Zarith, ayudando de paso a aquél a destronar al despótico Shardar. Y así, acompañado por la fiel Shaniah, Thorgal emprende su odisea más allá del espacio y el tiempo al encuentro con la Muerte para negociar la vida de Aaricia.

Con un compañero artístico tan sólido como Rosinski, Van Hamme bien podria haberse
dormido en los laureles y limitarse a ir encadenando historias menos interesantes que el dibujo que las soportaba. Pero lejos de eso, el guionista avanza un paso más allá de lo que hasta ese momento había ofrecido en la serie y escribe una aventura que quizá pueda ser calificada como la más interesante de las aparecidas en la colección en ese punto. Se trata de una aventura trágica en la major tradición de la épica griega, una historia muy atmosférica con tintes místicos en la que los héroes deben enfrentarse a diversas pruebas físicas y espirituales hasta llegar al climax, donde tomarán la gran decision que cambiará sus vidas y las de aquellos a los que quieren.

Sin duda, el personaje de Shaniah es el que con diferencia más destaca en este álbum. De la joven adolescente enamorada y caprichosa que habíamos conocido en “La Galera Negra”, pasa a ser una muchacha que se ha visto obligada a crecer demasiado rápido, leal y aplastada por la carga de cuidar de un hombre al que ama pero del que no tiene ninguna esperanza de recibir el mismo sentimiento. Tan profundo es su amor, de hecho, que lo sigue al mismísimo reino de la Muerte y se sacrifica para que él pueda encontrar a su amada. A menos que se carezca totalmente de corazón, es imposible no sentirse tocado por esta trágica historia de amor doble: la de Thorgal por Aaricia y la de Shaniah por Thorgal.

Van Hamme apuesta sin ambages por la Fantasía, más aún si cabe que la segunda parte de “Los Tres Ancianos del País de Arán”. Thorgal y Aaricia, sin un momento de respiro, atravesarán un brumoso pantano plagado de monstruos; retrocederán en el tiempo y verán dinosaurios, caerán, siguiendo un arco iris, por un maelstrom; en un ilusorio edén deberán enfrentarse a sus propios miedos y anhelos; y acabarán cara a cara con un avatar de la propia Muerte, debiendo decidir si sacrifican una vida por otra en un desenlace muy emotivo y triste. Con este álbum, el guionista demuestra al lector que cada entrega de Thorgal puede ser radicalmente diferente de la anterior. Sobre una base “histórica” y de aventuras, tanto puede derivar hacia la Ciencia Ficción como hacia la Fantasía, el realismo más crudo o incluso, como veremos, al cuento infantil.

Rosinski, por su parte, está ya en su mejor momento, perfecto en esta peripecia en la que se va saltando continuamente de escenario y atmósfera. Empieza en un pueblo sucio y lluvioso; sigue entre unos megalitos cuyo misterio viene enfatizado por las brumas que lo rodean; continúa en los interminables y grises pantanos y luego las selvas jurásicas; el falso paraíso y, por fin, ese vacío surcado por las líneas de la vida y atravesado por una suerte de ángeles ciegos con alas de cuchilla. No se puede poner ninguna pega a su dibujo, ya sea en la construcción de parajes,
ambientes y espacios, en la composición de viñeta o la representación gráfica de la psicología y emociones de los personajes (a destacar también en esta caso la maravillosa Shaniah).

Con “La Caída de Brek Zarith” (1984) se cierra de forma épica la historia que comenzó en “La Galera Negra” y concluye lo que puede considerarse el primer gran ciclo de la serie. Como ya se había dicho, Aaricia se encuentra prisionera del rey de Brek Zarith, Shardar, cuyos depravados cortesanos conspiran contra él. Gracias a los hechizos de su brujo Helgith y a los poderes del hijo de Aaricia y Thorgal, Jolan, el rey conoce tanto las intrigas de sus súbditos como el avance de los vikingos de Jorund y el ejército reunido por Galathorn. Las profecías, sin embargo, le señalan a un hombre distinto como principal amenaza: Thorgal. Rescatar a Aaricia y derrocar al rey no es tarea fácil habida cuenta del lugar donde se halla enclavada la fortaleza: un saliente rocoso y elevado sobre el mar.

Volveré a comenzar alabando el excelente trabajo de Rosinski, empezando desde la misma
portada y siguiendo por todas las planchas interiores, producto de un artista en plena posesión de su talento. La composición de página es mayormente sencilla y clásica (con alguna excepción, como la caída del desgraciado cortesano desde los acantilados, el descenso de Shardar a las entrañas de su castillo o las visiones conjuradas por su brujo), encadenando sólo entre cinco y siete viñetas por plancha, lo que resulta en una narración fluida en la que, sin embargo, cada escena está muy bien estudiada y ejecutada. El grado de detallismo tanto en escenas interiores como exteriores es sobresaliente y hay momentos en que la línea de Rosinski y sus efectos de textura e iluminación evocan los grabados de maestros como Gustavo Doré o Alberto Durero. El efectivo color, también aplicado por el dibujante, saca el máximo partido de los contrastes lumínicos, resaltando la atmósfera opresiva y amenazadora del interior de la fortaleza.

Aunque es cierto que “La Caída de Brek Zarith no es una historia tan valiente como “Más Allá de las Sombras”, sí es puro entretenimiento, abundante en giros y sorpresas y con un uso inteligente de los clichés del género de fantasía
heroica: castillos inexpugnables en lugares aislados, cortes decadentes, pasadizos secretos, brujos, bellas mujeres en peligro, reyes crueles…).

Contemplando la trilogía en su conjunto, pueden resaltarse algunas particularidades, como que los personajes secundarios sean los mismos durante los tres álbumes (“La Galera Negra”, “Más Allá de las Sombras” y “La Caída de Brek Zarith”), si bien no todos aparecen en cada una de las entregas por diversas consideraciones narrativas. Por ejemplo, Shardar es una presencia amenazadora en las dos primeras aventuras pero sólo lo vemos realmente en la última, descubriendo que, pese a la idea que uno podría haberse formado de él, se trata de un anciano decadente de aspecto bien poco impresionante. Pese a la degeneración que preside su corte (muy bien representada en unas escenas que parecen sacadas de un cuadro de El Bosco), Shardar es inteligente, meticuloso, despiadado y calculador, quizá el villano más peligroso de los que habían aparecido hasta el momento en la colección.

Por otra parte y como ya apunté más arriba, Van Hamme deja claro que el tiempo corre para Thorgal tanto como para el lector. Puede que siga su propio ritmo, pero el héroe envejece. Así, nos encontramos con que transcurrió un año entre “La Galera Negra” y “Más Allá de las Sombras” y quizá algo más de tiempo entre aquélla y “La Caída de Brek Zarith”. Esto queda evidenciado por la presentación del hijo de Thorgal y Aaricia, Jolan, aquí un niño de unos tres años.

Más problemático va haciéndose, con el correr de los álbumes, encuadrar a esta colección en el género “histórico”, y no sólo por la inclusión de elementos fantásticos o de ciencia ficción. Inicialmente, se había presentado al personaje como integrado dentro de la cultura vikinga. Se menciona el año 1000, que más o menos coincide con el apogeo de los pueblos nórdicos en la Edad Media; y en el álbum que nos ocupa se utiliza un recurso, el de los espejos reflectores de luz solar para incendiar barcos a distancia, que se atribuye a los griegos en una batalla contra los romanos un milenio antes. Sin embargo, el “rigor” histórico empieza a desintegrarse en “Los Tres Ancianos del País de Arán”, cuya estética se asemeja ya más a la de un relato de fantasía heroica al uso: localización geográfica y temporal difusa y participación de personajes que por su atuendo pertenecen a momentos
históricos muy diferentes. En “La Galera Negra” nos encontramos con unos galeotes esclavizados que bien podrían haberse extraído de “Ben-Hur” y en “La Caída de Brek Zarith” nobles degenerados y fiestas que se dirían pertenecientes a la corte del Rey Luis XIV.

Es la de Thorgal una Edad Media vaga y voluble a deseo de sus autores, que se permiten amoldarla a sus necesidades narrativas. Cuando la acción se circunscribe al mundo vikingo, se mantiene cierta fidelidad a la cultura y forma de vida de esos pueblos, pero cuando
el personaje sale de sus dominios, lo que debería ser la Europa cristiana se transforma en un batiburrillo de apariencia feudal de baronías, señoríos y reinos poco coherentes que bien podrían pertenecer a cualquier obra de fantasía heroica. De hecho, resulta llamativo que no se mencione en absoluto la religión cristiana, ya totalmente extendida y asentada en la Europa de la Edad Media. Dado que Van Hamme es un autor de una gran cultura, esa omisión no es achacable a su ignorancia sino a una decisión consciente. Cualquier mención al cristianismo habría restado vida, protagonismo e impacto al rico mundo mitológico que de vez en cuando asoma en ciertos álbumes, un universo de dioses, trolls y criaturas extraídas del acervo cultural nórdico.

Los tres álbumes que componen esta trilogía son, por otra parte, muy diferentes. La acción en espacios abiertos domina “La Galera Negra”, mientras que “Más Allá de las Sombras” está empapado de una atmósfera mística. “La Caída de Brek Zarith” regresa al género de la aventura, si bien ambientándose en espacios más claustrofóbicos y con un tono más desencantado (el breve discurso antimonárquico de Thorgal se antoja tan anacrónico como ingenuo). Esta última entrega ofrece
también momentos memorables que se cuentan entre los mejores de la colección, como el de la apertura, con Shardar obligando a uno de sus nobles a saltar por el acantilado para emular a Icaro con unas alas que parecen sacadas del genio de Da Vinci; las mencionadas fiestas-orgías o la persecución por los pasadizos del subsuelo.

Van Hamme y Rosinski, con esta trilogía, consiguieron romper el molde hasta entonces seguido por la editorial Lombard y, con ello, aportar mayor profundidad, contenido y extension a las historias que deseaban contar. El límite de 46 páginas por álbum no había constituido un gran problema para autores de la generación anterior, como Charlier o Goscinny, en parte porque no tenían reparos a la hora de utilizar con profusion textos de apoyo, condensar escenas y sintetizar la acción. Pero ya desde los setenta, el comic europeo empezó a cederle al dibujante más protagonismo a la hora de narrar las historias. Ese carácter más, digamos, cinematográfico, significaba también que el artista requería de mayor número de viñetas para desarrollar las escenas. Si ese cambio de paradigma no venía acompañado de un aumento en el número de páginas de cada aventura, ésta forzosamente sufriría un recorte en su peso y ofrecería menos entretenimiento (al menos en el sentido clásico del término en el ámbito del comic, a saber, más tiempo de lectura).

Es cierto que otras editoriales francobelgas de corte tradicional, como Dargaud o Dupuis, hacía tiempo que permitían a sus autores prolongar ciertas aventuras durante varios álbumes. Ahí están los casos de, por ejemplo, “Buck Danny” o “Blueberry”, creando sagas de gran recorrido que cautivaban a sus lectores. Pero Lombard, que en otros aspectos no había tenido inconvenientes en innovar, se mostraba más inflexible a la hora de permitir que sus personajes continuaran sus peripecias de álbum en álbum. Ello supuso una severa limitación para personajes como “Comanche”, “Bernard Prince” o “Ric Hochet”, por nombrar solo unos pocos. El álbum debía exponer un planteamiento, un nudo y un desenlace en 46 páginas. Si se quería narrar una aventura de escala épica, este marco era inviable.

Es por ello que las primeras entregas de Thorgal son historias autoconclusivas con poco recorrido, satisfactorias en el entretenimiento que proporcionan pero escasas en cuanto a contenido y proyección. Con esta trilogía, sin embargo, Van Hamme ensaya un nuevo format en el que, teniendo cada entrega su propia estructura interna, forman todas ellas una auténtica epopeya aventurera que, gracias al talento de sus autores, no requiere de abundantes textos de apoyo y, en cambio, utiliza de forma muy inteligente las elipsis. Será un planteamiento este que, tras un par de álbumes de transición, los autores volverán a utilizar en la que será la gran saga de la colección, “El País Qa”.

  (Continúa en la siguiente entrada)

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