14 feb 2019
1962- EL INCREÍBLE HULK – Stan Lee y Jack Kirby (y 2)
(Viene de la entrada anterior)
En el número 4 (noviembre 62), Rick Jones, desesperado, decide someter a Hulk a una máquina de rayos gamma diseñada por Bruce Banner y ver qué es lo que ocurre. Al principio, Rick tenía sus dudas respecto a manipular dicho artilugio; al fin y al cabo no era más que un alumno de instituto (aunque nunca le vimos atender sus estudios). Pero siente alivio cuando durante un instante la personalidad de Banner emerge de las brumas mentales de Hulk y le anima a intentarlo. Y así lo hace, con el resultado de que Hulk se transforma en Banner. Pero el científico no está satisfecho: “¡Hay demasiado por hacer!” dice sin entrar en detalles, justificando de este modo posteriores experimentos que le permitan mantener su inteligencia y personalidad dentro del cuerpo de Hulk. Tiene éxito, pero a costa de crear una amenaza todavía mayor contra la especie humana: ahora, la criatura poseía el cerebro de Banner, sí, pero su personalidad no era la misma: “¿Sabes lo que eso significa, Rick? ¿Te das cuenta de lo que puedo hacer? ¡Con mi cerebro y la fuerza de Hulk, puedo hacer cualquier cosa!”.
Tampoco ésta fue una situación que se prolongó demasiado en el tiempo. Todos estos bandazos y giros dan la impresión de que ni Lee ni Kirby tenían muy clara la idea de hacia dónde llevar la serie. Al final, el primero optaría por darle a su personaje una especie de desdoblamiento de personalidad. Con cada cambio en Hulk, Banner iría perdiendo más y más control sobre su alter ego: este se hacía más agresivo, más prepotente e ingobernable por una mente racional, la de Banner, que iba enterrándose en el abismo de puro instinto que es la mente de Hulk. Así, serían las emociones de Banner las que dispararían el cambio lo que, metafóricamente, convertía a Hulk en un ser guiado exclusivamente por ellas. Esta fue una solución que seguiría vigente mucho tiempo. En el futuro, Hulk odiaría a Banner como si se tratara de otra persona completamente diferente, glorificando su fuerza física al tiempo que despreciaba la debilidad de su alter ego.
La segunda historia de ese número, “Gladiador del Espacio Exterior” es bastante olvidable y muy hija de la Guerra Fría: un grupo de soldados soviéticos, utilizando una argucia de lo más inverosímil, tratan de capturar a Hulk para llevárselo a su país y estudiar su poder. Por supuesto, les sale el tiro por la culata. Después de todo, Hulk era americano y sólo estaba a gusto destrozando cosas en su casa.
El equilibrio mental de Hulk continuó deteriorándose en el número 5 (enero 63) conforme las dos mitades de la psique fracturada de Banner, el ego racional versus el id bestial, colocaban a Rick Jones en una situación harto delicada. En la mayor parte de la gente, las exigencias del ego y del id están equilibradas por la influencia del superego (al menos de acuerdo con las cada vez más desprestigiadas teorías de Sigmund Freud), pero la brecha en la personalidad de Bruce Banner no hacía más que ampliarse sin nada que la compensase. Ahora, los deseos que antes controlaban la naturaleza impulsiva de Hulk ya no son aleatorios. Con la adición de la mente racional de Banner a la brutalidad de Hulk, esos deseos son menores en número y están más certeramente dirigidos. Pero al estar ausente el código moral que una mente racional utiliza para medir hasta qué punto puede dejarse llevar por el deseo instintivo, la inteligencia de Banner no podía sobreponerse a las ansias primitivas de Hulk por el poder y el control de su entorno. Cierto, por el momento y como se cuenta en las dos historias que componen este número, elige repeler amenazas contra su país (“Las Hordas del General Fang”) o ayudar a los que conoce (“La Bella y la Bestia”), pero parecía claro que era cuestión de tiempo el que dirigiera su fuerza hacia objetivos más personales. Como le decía a Betty Ross tras salvarla de las garras de Tyrannus (el monarca de una raza subterránea sospechosamente parecida a la que servía al Topo, en “Los Cuatro Fantásticos”): “¡Que me tema! ¡Que todos me teman! ¡Puede que tengan buenas razones! ¡Ellos son sólo humanos y yo soy…Hulk!”. Y con Rick Jones perdiendo la poca influencia que había tenido sobre él y sirviendo con alarmante frecuencia en diana de su rabia (“¡Hulk no espera a nadie y menos a un mocoso!”, “¡Calla estúpido!”), ¿cuánto tiempo tardaría el joven en traicionar a su compañero por el bien de los civiles inocentes a los que podría resultar dañar?
Hulk parecía ahora más salvaje, más brutal que nunca. ¿Podrían Lee y Kirby mantener ese ritmo, ese desarrollo tan inusual para un personaje protagonista de un comic-book? ¿Hasta dónde podrían profundizar en su carácter antisocial y violento antes de caer en la rutina? Más allá de los interesantes cambios que experimentaba Hulk y su relación con Rick Jones, lo cierto es que las tramas individuales de las historias eran repetitivas y carecían de interés. Y eso, a la postre, se tradujo en la cancelación del título con el número 6 (marzo 63).
En este último episodio se produce un cambio en el equipo gráfico, siendo sustituido Kirby por la otra “mula de carga” de la editorial, Steve Ditko. Si Stan Lee en ese punto no sabía aún que la cabecera iba a ser cancelada, las cifras de ventas de los números precedentes podían darle una pista y sabiendo que el talento de Kirby podía tener mejor uso en otros títulos (estaba dibujando “Los Cuatro Fantásticos” y las aventuras de la Antorcha Humana e Iron Man en “Strange Tales” y “Tales of Suspense” respectivamente, así como preparando un nuevo título bélico, “El Sargento Furia y sus Comandos Aulladores”), Lee probablemente decidió que Ditko, menos exprimido que su colega, podía ser un buen sustituto. Acertó más de lo que supuso porque cuando el personaje, tras cancelarse su propio título, disfrutó de una nueva oportunidad dos años después dentro de la cabecera genérica “Tales to Astonish”, Ditko estuvo allí desde el principio. Aún más, fue él quien sugirió un cambio de formato, pasando de la sucesión de episodios autoconclusivos a un estilo seriado similar al de las tiras de periódico que obtendría mucha mejor acogida que su primera etapa.
Pero eso ocurriría en el futuro. Por el momento y en este número 6, Lee escribió otro cambio aleatorio y forzado en Hulk. En tan solo cinco números, había pasado de forzudo con la personalidad dividida que sólo se transformaba por la noche a marioneta sin mente de Rick Jones a cualquier hora del día, terminando por conservar la inteligencia de Banner con el cuerpo e instintos de Hulk. Pues bien, en esta ocasión el giro es aún más extraño: Banner se transforma en Hulk pero conserva no sólo su inteligencia sino ¡su propia cabeza!. Sí: sobre el encorvado y masivo cuerpo de Hulk se asentaba la cabecita rosa de Banner. Por si no fuera suficientemente absurdo, Lee hizo que Banner se pusiera una capucha para ocultar al mundo la identidad de su alter ego (por suerte para él, cuando los soldados consiguen quitarle la máscara, la cabeza de Banner ya había mutado acorde con el resto del cuerpo de Hulk).
Cabe preguntarse una vez más qué pasaba por la cabeza de Lee ¿Hacia dónde creía que llevaba al personaje? Parecía que Kirby había salido de la colección justo a tiempo porque si al propietario de Marvel, Martin Goodman, se le ocurría buscar responsables de las bajas ventas de la colección no tendría que escarbar muy profundo. Y es que esta última ocurrencia había ido demasiado lejos. Del episodio “El Increíble Hulk contra el Amo del Metal” sólo podía salvarse la habilidad de Ditko a la hora de reflejar en el rostro de Hulk diferentes matices de su brutalidad. Como curiosidad, se contaba aquí el origen de la Brigada Juvenil, un grupo de adolescentes radioaficionados reunidos por Rick Jones en una red nacional que luego tendría cierta relevancia en los primeros números de Los Vengadores. Al final, Hulk monta en cólera al encontrarse con que la máquina gamma que le permitía cambiar a Bruce Banner no funciona. “¡Siempre odié el débil cuerpo de Banner, siempre desee permanecer como Hulk! Pero ahora, ser Hulk para siempre, y ser perseguido, temido…”. Bajo esas estúpidas tramas, Lee nos ofrecía muestras de lo que iba a ser su visión personal y característica del superhéroe, invirtiendo las expectativas del lector acerca de lo maravilloso que sería disponer de superpoderes. En el mundo real, un ser superfuerte como Hulk sería perseguido por las autoridades; y un Superman sería obligado a registrarse oficialmente para que así la gente pudiera dormir tranquila.
No obstante, en estos primeros años formativos dentro del Estilo Marvel, Lee aún estaba aprendiendo a canalizar en sus comics las ansiedades de sus lectores y de la propia sociedad. A su errática aproximación al personaje y sus poco inspiradas historias se unió el que los lectores de entonces no estaban todavía preparados para entender a ese “primer héroe existencial”, como lo definió un lector. La difusa línea entre héroe y villano que constituía el atractivo de la serie no sintonizó con el gusto general y, como he dicho, fue cancelada en el sexto número. Los fans necesitarían unos cuantos años más de “educación” en el nuevo estilo Marvel antes de apreciar como se merecía al Gigante Esmeralda.
Aunque entonces hubiera resultado imposible predecirlo, Hulk ha demostrado ser uno de los más perdurables héroes de Marvel. Su atractivo y lo que primero que llama la atención es su combinación de furia y colosal fuerza. Pero hay bastante más que eso tras la fachada verde.
Como antes que él había sido el caso de Sub-Mariner, a veces Hulk podría bien calificarse de villano y sus arranques de rabia destructiva eran a su manera una forma de diversión e identificación para los lectores. Al mismo tiempo, sin embargo, su limitado intelecto y su fealdad lo convertían en una figura patética y digna de compasión. A pesar de la amenaza que suponía su combinación de furia, fuerza y volubilidad, su tormento interior y el continuo acoso al que era sometido también despertaba simpatías. En su primera aparición, Lee y Kirby lo mostraron como un monstruo relativamente astuto pero su pronta decisión de reducirle la inteligencia lo hizo más atractivo al alejarlo radicalmente de su alter ego, Bruce Banner, el primer protagonista de un comic en odiar sus constantes e involuntarias transformaciones en un superhéroe. Hulk, por su parte, fue el primer “héroe existencial”, alguien movido por el puro instinto y para quien pensamiento y acto son equivalentes: si tiene hambre, come; si se enfada, golpea; si quiere algo, lo coge.
Para empeorar las cosas, en su identidad de Hulk, Banner se convierte en un ser amoral: todo aquello que lo satisface, lo considera bueno; lo que no, es malo. Sin embargo y paradójicamente, Hulk no actúa movido por la venganza o el resentimiento. Si reacciona, lo hace casi siempre porque se ha sentido en peligro o víctima de algún ataque o persecución. En posteriores apariciones, Lee le daría lo que los psicólogos calificarían como “complejo persecutorio”: la percepción de que todo el mundo está contra él, que todo el mundo le odia y que la especie humana nunca cesa de perseguirle.
Bruce Banner, en cambio, era casi puro intelecto, un representante de la ciencia al servicio de los militares, una alianza simbolizada por su romance con Betty, la hija del General Ross, el principal enemigo de Hulk. Investigador a sueldo del gobierno para inventar armas, Banner era una persona alienada de sus propios sentimientos e incapaz de entender su poder como científico ni las consecuencias de sus creaciones. Sólo cuando su propia bomba gamma lo transforma en Hulk se ve obligado a enfrentarse a sus más profundos miedos y emociones y aceptar que necesita a este embarazoso y tosco alter ego más de lo que le gustaría admitir.
Aparentemente, Hulk sugiere los peligros del antiintelectualismo pero el caso es que cuando se abandona a la furia y apaga todo pensamiento, habitualmente lo hace contra el objetivo correcto. Sus impulsos instintivos sirven de recordatorio para no despreciar ni nuestra faceta física ni la emocional. La ironía definitiva, por supuesto, es que el brillante Bruce Banner, inventor del más sofisticado armamento para los militares, es en el fondo mucho más peligroso que el brutal Hulk.
Con la creación de Hulk, Lee y Kirby idearon el vehículo perfecto para mostrar lo que podría significar tener superpoderes en el mundo real, dando un paso de gigante en la ampliación de su naciente universo de personajes al saltar desde las coloristas aventuras de Los Cuatro Fantásticos a las ansiedades del mundo moderno y el choque del intelecto y la pasión que simbolizaba Hulk.
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