18 feb 2019
2005- IRON MAN: EXTREMIS - Warren Ellis y Adi Granov
La tercera colección de Iron Man, lanzada en 2005 inmediatamente después del crossover “Vengadores Desunidos”, resultó ser un fracaso relativo, al menos desde el punto de vista editorial. Mientras que la nueva serie del Capitán América, que arrancó el mismo mes escrita por Ed Brubaker, obtuvo desde el comienzo unas críticas y acogida excelentes y se desarrolló durante años haciendo gala de una notable solidez y regularidad, Iron Man registró una trayectoria más errática e intermitente. De hecho, “Capitán América” había alcanzado su decimosexto número para cuando los primeros seis de Iron Man, recopilados como “Iron Man: Extremis”, vieron la luz.
“Extremis” es un intento de redefinir el papel de Iron Man en el mundo moderno, examinando y actualizando sus raíces. La historia arranca con Tony Stark autocompadeciéndose en plena depresión tras los acontecimientos de “Vengadores Desunidos” y termina con él obteniendo nuevos poderes, nueva armadura y una más positiva actitud hacia la vida. Esta es la historia que sirvió de base para el guión de la primera película del personaje, no tanto en términos del argumento (que se adaptaría en la tercera entrega de la saga cinematográfica) como en espíritu: ambas historias trataban de cómo Stark intentaba dejar atrás su pasado asumiendo que no podría escapar de las consecuencias de sus propios errores.
En el caso de “Extremis”, interviene una mujer a la que conoció años atrás y cuya investigación ha creado un suero del supersoldado, el que da título al comic, que otorga al sujeto que lo recibe una fuerza capaz de rivalizar con la del propio Iron Man. El problema es que unos terroristas domésticos se han hecho con el producto y se lo han suministrado a uno de sus miembros. La combinación de una mente ya desequilibrada alimentada con unas ideas radicales y los nuevos poderes que adquiere, hace de él una máquina de matar que va dejando un reguero de sangre hasta que Iron Man lo encuentra y se enfrenta a él, es derrotado en primera instancia, se recupera, halla la manera de mejorarse a sí mismo y a la armadura, y vuelve a la carga, esta vez para aplastar a su enemigo.
A pesar de todos los elogios vertidos sobre esta historia, tengo que decir que no se encuentra entre las que más me gustan de Warren Ellis, un guionista cuyo trabajo suelo encontrar más profundo y rompedor. Ya se ve por el resumen del argumento que éste es bien simple. En lo que se refiere a acontecimientos y acción, eso es básicamente todo lo que ocurre. Y aún así, a partir de una historia que bien podría haberse contado en un número especial o un Annual, Ellis consigue destilar nada menos que seis números. ¿Cómo lo hace? Recurriendo a esta nefasta herramienta narrativa del comic-book del siglo XXI que consiste en estirar tramas muy sencillas que en el pasado podían haberse solventado en un par de números, de tres formas distintas: por una parte, alargando durante varias páginas conversaciones que pueden sintetizarse en un puñado de líneas; por otra, haciendo lo mismo con las escenas de acción: en lugar de saltar de escena y pasar directamente a un personaje en una oficina, se le muestra conducir hasta el edificio, salir del coche, subir las escaleras, tomar el ascensor…; y, por último, insertando largas secuencias de peleas sin palabras. El número 2, por ejemplo, consiste casi exclusivamente en dos escenas intercaladas: una conversación a tres bandas que es básicamente una sucesión de bustos parlantes, y la violenta carnicería que el villano provoca en un edificio del FBI.
Las editoriales a menudo señalan el hecho de que las recopilaciones de comic books venden más que las series mensuales, concluyendo que aquéllas son el futuro. Pero es muy posible que el fenómeno se deba a que los guionistas actuales no son capaces de escribir episodios que merezcan la pena comprarse mes a mes. En ellos sucede tan poco, la trama avanza tan lentamente (prueba de ello son las imágenes básicamente genéricas que adornan las portadas de este arco argumental de Iron Man), que muchos lectores optan por esperar a los tomos recopilatorios.
Ellis trata de introducir algunos temas e ideas de calado, sobre todo el ambivalente pasado de Stark como diseñador y fabricante de armas. Ahí está esa escena del primer número en el que un periodista le acusa con destreza dialéctica de estrechez de miras en el uso de la armadura, de servir a los intereses militares y de no preocuparse por las consecuencias que sobre terceros tienen sus armas de vanguardia. En resumen, se le acusa de inacción y de haber desaprovechado el enorme potencial de su mejor invento. Stark no puede responder con contundencia porque no tiene claro cómo hacerlo. Ni siquiera es capaz, como se muestra en otra escena anterior, de mirarse al espejo.
Es interesante y está bien expuesto, pero lo cierto es que sobre esto ya hablaron otros guionistas en el pasado. Ellis no se interna en nuevos territorios y, de hecho y como suele ser habitual en muchos guionistas supuestamente sofisticados, se limita a explicar sus ideas en lugar de desarrollarlas o explorar sus implicaciones. Hay más textos expositivos que verdaderos diálogos y la caracterización tampoco es que sea de primera. No hay subtramas, interés romántico o problemas personales. Incluso cuando recibe una paliza mortal, se levanta al poco tiempo restablecido y anímicamente dispuesto para la batalla.
Ellis quiere explicar (no explorar) la personalidad de Tony Stark, sus fallos y errores y cómo éstos le están pasando factura. Para darle una salida, enfatiza su naturaleza de hombre “futurista”, esto es, alguien capaz de visualizar y dar forma al mañana y que inventa para beneficio de la humanidad. Ese es el sentido de la escena en la que se reencuentra con su antiguo mentor, quien le anima a recuperar ese espíritu que tanto prometía en su juventud hacer de él no sólo un ingeniero visionario sino un verdadero Hombre. Es una propuesta interesante pero a la postre, Ellis no la lleva a ninguna parte ni la presenta de forma muy convincente. Como posible interpretación alternativa a la pulsión que siente Stark de remodelar constantemente su armadura, se me ocurre, por ejemplo, que ve a ésta como su santuario. Un hombre que ha perdido a sus padres a edad temprana, cuyas relaciones sentimentales no han cuajado, que lleva una vida pública llamativa pero vacía y que le llevó alcoholismo… Iron Man sería su concha, la coraza que le protege del mundo.
Asimismo, Ellis quiere dar otro paso en la renovación del personaje otorgándole nuevos poderes (iniciativa cuya necesidad es discutible habida cuenta de que ya era uno de los héroes más poderosos del Universo Marvel). El concepto en el que se apoyan esos poderes, la fusión total entre el hombre y la máquina, es interesante, pero tampoco sirve para fijar una dirección en el personaje. Los inventa, los aplica y luego los abandona para que otros guionistas futuros se encarguen de desarrollar su potencial. Es como si –y esto ocurre muy a menudo con los guionistas “hot”- Ellis hubiera querido dejar su huella personal reinventando ciertos aspectos llamativos del personaje en lugar de mantenerse fiel a lo ya existente y utilizarlo para narrar una buena historia.
Ellis adopta un enfoque minimalista para contar esta historia, prescindiendo de todo lo que no es Tony Stark/Iron Man. Ni vemos aparecer viejos enemigos ni tampoco a ninguno de los muchos personajes secundarios que han ido pasando por su colección con el transcurso de las décadas. Ese minimalismo distingue a “Extremis” sobre otras historias de Iron Man, pero también es lo que causa algunos de sus problemas. Además de que choca con la mencionada técnica de estirar la historia páginas y páginas, se elimina la posibilidad de introducir subtramas que hubieran enriquecido la narración. Por otra parte, Stark parece tener un conocimiento íntimo de lo que puede hacer con sus nuevos poderes desde el mismo momento que los adquiere, un recurso propio de la Edad de Plata que no casa bien con el estilo posmoderno de Granov. En otros puntos de la historia se insertan momentos de silencio que descubren que el dibujante recicla ciertas viñetas, en ocasiones repetidas veces, una solución poco satisfactoria tanto desde el punto de vista gráfico como narrativo.
Otro problema del comic es la forma en la que se revisa el origen de Iron Man en una serie de flashbacks hacia el final del arco argumental. El hecho de actualizar el escenario del Vietnam original al Afganistán contemporáneo es algo que no debería molestar a nadie. Uno de los problemas del género superheroico y su carácter de folletín es que sus personajes apenas envejecen, lo que deja a sus aventuras del pasado bastante alienadas respecto a lectores de generaciones posteriores. Que haya que revisar de vez en cuando el origen de ciertos héroes, actualizándolo en cuanto a su marco temporal o incluso geográfico, no debería incomodar a nadie. Mientras no se modifique en exceso el espíritu original de ese personaje, no se trata más que de un cambio cosmético.
Pero en “Extremis”, Warren Ellis sí efectúa una alteración de carácter fundamental en el origen, y en este sentido puede resultar ilustrativo comparar el comic con la primera película del personaje, que creo que hace un trabajo más pulido a la hora de actualizar dicha génesis. En el film, como sucedía también en la primera aparición de Iron Man allá por 1963, el profesor Yinsen ayuda a Stark a fabricar su primera armadura y luego da su vida para que éste tenga tiempo de cargar las baterías y escapar. Este elemento tan básico desaparece casi completamente de “Extremis”. Ambos hombres son capaces de energizar la armadura sin apenas dificultades y, armado con el lanzallamas con el que lo han equipado, Stark se lanza a destruir la base terrorista. No se nos muestra la muerte de Yinsen, aunque podemos suponer que pereció a resultas del caos subsiguiente. Esta versión tiene un efecto doble sobre el origen de Iron Man: por una parte, le priva a Yinsen de su heroico sacrificio y por otro y a la vista de la deliberada violencia de su ataque, convierte a Iron Man en una especie de asesino de masas. De hecho, se le ve claramente aniquilar a otras personas habiendo alternativas disponibles. Ninguno de esos dos aspectos es coherente con el origen y el espíritu del personaje. Ellis siempre ha tenido una forma de escribir provocadora y sensacionalista y Marvel no era ajeno a ello cuando lo contrató, así que quizá alguien del staff editorial debería haber considerado estas implicaciones un poco más fondo.
Ya comenté al principio el irregular discurrir de la nueva colección de Iron Man y como suele suceder en el mundo del comic cuando se producen retrasos en el calendario de publicación, la causa suele ser el dibujo. Naturalmente, esto no constituye ningún problema cuando se lee la obra recopilada en un solo tomo. En casos como este, sin embargo, resulta difícil no preguntarse si esos retrasos merecieron la pena para los lectores que siguieron la serie en su momento. ¿Es el dibujo tan bueno? Es difícil dar una respuesta de “sí” o “no”. Quizá la mejor sea “algunas veces”.
Es fácil ver por qué se eligió a Adi Granov para el trabajo. Su experiencia como diseñador gráfico brilla con luz propia en todos los números, especialmente en sus portadas. Antes de “Extremis”, había sido el principal portadista de la segunda colección de Iron Man. Después, sería elegido para diseñar la armadura del Iron Man cinematográfico, y con buen criterio. Como sucedería más tarde en las películas, en “Extremis” se consigue reflejar que la armadura no es tanto un colorista uniforme de superhéroe como un arma de destrucción masiva. Y ello aun cuando Granov prescindió acertadamente de todos aquellos absurdos cañones y voluminosos accesorios que otros artistas habían adherido a la armadura tan solo unos años antes. Su diseño, por el contrario, es elegante y aerodinámico.
“Extremis” fue una de sus primeras –y, hasta la fecha, escasas- incursiones en el arte secuencial y hay que decir que la misma calidad gráfica de sus portadas puede verse en todas sus páginas. Sus planchas están meticulosamente pintadas por ordenador en un estilo tridimensional que sin duda llama la atención en un primer vistazo. Los inconvenientes afloran cuando se examina con un poco más de atención el comic.
Y es que hay momentos en “Extremis” en los que su dibujo realista se acerca demasiado a una fotonovela o fotogramas de un videojuego, perdiendo dinamismo y plasticidad. Quizá ello se deba a que la mayor parte de la carrera de Granov en los comics había consistido en dibujar portadas, donde prima la composición y la capacidad para atraer la atención del comprador potencial. Así, bastantes de las viñetas que deberían transmitir sensación de movimiento, parecen en cambio elaboradas instantáneas de personajes posando sin entusiasmo. Tampoco destaca Granov en la construcción de fondos. Muchas de las escenas parecen transcurrir en una especie de limbo indefinido, neblinoso y de color monocromo y apagado. En su momento, su estilo causó impacto y recibió críticas entusiastas, pero lo cierto es que ha envejecido mal debido, a mi parecer, a la falta de alma, de personalidad.
En resumen, “Iron Man:Extremis” es, en mi opinión, un comic sobrevalorado. Tiene un argumento demasiado sencillo para su extensión, no explora verdaderamente el pasado y futuro del personaje, carece de subtramas o giros y, quizá lo peor de todo, de la emoción que se le supone a una historia que se centr principalmente en la caracterización. Por otra parte y aunque Ellis no volvió a trabajar más con el personaje, sentó algunas bases sobre las que con mayor o menor éxito se apoyarían otros guionistas en los siguientes años, como situar a Stark/Iron Man en la vanguardia tecnológica o los efectos de haberse inoculado el suero Extremis. Por desgracia, esa epifanía y renacimiento que experimenta en esta aventura se despilfarraría no mucho después en el evento “Civil War”, donde el personaje descarrillaría convirtiéndose en una especie de pseudonazi que reclutaba villanos para perseguir a aquéllos de sus antiguos camaradas que se negaron a revelar sus identidades y gestionaba un campo de prisioneros extradimensional donde los “transgresores” eran internados indefinidamente y sin juicio.
Con todo y con eso, también he de decir que se trata de una obra que debería leer todo aquel que esté interesado en el personaje, ya sea en su versión gráfica o fílmica. Y ello porque sirvió de guía e inspiración directas a la hora de desarrollar el personaje para la exitosa saga de películas Marve. Sólo por eso ya se le puede otorgar una importancia incuestionable dentro de la cultura popular contemporánea. De hecho, cabe preguntarse si las películas hubieran cosechado el mismo éxito de no haber bebido de “Extremis”.
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