12 sept 2018
1979- SAM PEZZO – Vittorio Giardino
El género negro, como extensión de la novela policíaca, es una forma narrativa propia del siglo XX. Aunque fue en la década de los cuarenta de la pasada centuria cuando alcanzó su edad de oro literaria y cinematográfica, sigue manteniendo hoy plena vigencia aun cuando su estética y temas hayan evolucionado. Y es que no se trata solamente de la exposición de un caso criminal y el descubrimiento por parte del detective correspondiente de la identidad del asesino, sino que su ambición va más allá: rebuscar bajo la alfombra de la sociedad bienpensante y sacar a la luz sus vergüenzas y miserias, mirar en los rincones oscuros donde se mueven no sólo los tipos más marginales y truculentos sino donde éstos se dan cita con los prebostes de la comunidad. .
Mientras autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler o directores como John Huston u Otto Preminger brindaban a lectores y espectadores obras memorables de este género, los comics quedaban lastrados por la censura al considerarlos ésta mayormente un producto menor destinado a mentes juveniles. Pocos detectives en aquella época lograron sobresalir (“Dick Tracy”, “Agente Secreto X-9”, “Spirit”, “Rip Kirby”) pero conforme avanzaba el siglo y el público –y los censores- abrían sus mentes, la serie negra en las viñetas fue diversificándose y tornándose más sucia, agresiva y refinada. Muestra de ello y también del apasionado romance de muchos autores europeos con los géneros típicamente norteamericanos es “Sam Pezzo”, la serie creada al principio de su carrera por el italiano Vittorio Giardino (1946).
Giardino creó este detective en 1979 para la revista “Il Mago”. Su popularidad conllevó un profundo cambio en la vida de su creador, a saber, el abandono definitivo de su trabajo como ingeniero electrónico a los 30 años y su entrega a la actividad mucho más creativa y económicamente incierta de autor de historietas. Y cito esto porque él mismo admitió que existía una relación entre la elaboración de un circuito electrónico y la historieta. Al menos, del tipo de historieta que hace Giardino: precisa, eficaz, bien delimitada y con una complejidad meticulosamente diseñada. Adjetivos todos ellos que pueden aplicarse tanto a sus guiones como a sus dibujos.
El interés de Giardino por los comics se remonta a su infancia, con los fumetti de Donald y Mickey Mouse, continuando por su juventud, en la que ya aparecerán autores más adultos como Guido Crepax o Hugo Pratt. Su fascinación le lleva a intentar entrar en ese mundo todavía sin abandonar su lucrativo trabajo de ingeniero. No fue fácil. Revistas como “Linus” o “Il Mago” le rechazan sus páginas, pero entonces, a través del escritor y crítico de comics Luigi Bernardi, entra en contacto con los autores que participan en “La Cittá Futura”, el semanario de la Federación Juvenil Comunista Italiana, donde, por fin, ve publicadas sus primeras seis historias cortas con el título genérico de “Storie da Dimenticare”.
Con su estilo ya algo más pulido, consigue ser aceptado en la revista “Il Mago” con su primer personaje fijo, “Sam Pezzo”, y la seguridad económica que le brindan estos encargos le animan a dedicarse completamente al mundo del comic y abandonar su trabajo de ingeniero, confiando en que sus ahorros le duren el tiempo suficiente como para hacerse un lugar en la industria y poder vivir exclusivamente de ello.
Las historias iniciales de Sam Pezzo están lastradas por una notable rigidez gráfica. Las figuras son demasiado cabezonas y los planos y composiciones son aún bastante rígidos. Pero con cada nueva entrega, su dibujo mejora más y más. A la altura de la sexta historia, “El Último Golpe” (1980, la última publicada en “Il Mago” antes de continuar, ya un par de años después, en “Orient Express”), ya podemos decir que Giardino ha llegado a la madurez de su estilo. Los cuerpos están más sueltos, la línea más clara, el trabajo de iluminación se depura y se desprende de sus influencias estéticas iniciales, entre ellas el radical “Alack Sinner” de los argentinos Muñoz y Sampayo.
Aunque no es un estilo con tradición en Italia, Giardino optó enseguida por la línea clara y ya sus primeras historietas tienen un indudable parecido con las de Tardi, uno de los pioneros en la recuperación y consolidación de dicho estilo en los setenta y ochenta para el comic francés. La suya es una línea clara “a la italiana”, con una elegancia, calidez y sensualidad que raras veces se ve en los practicantes francobelgas de este estilo. Y a pesar de que al comienzo, como he dicho, su dibujo adolezca de cierta torpeza y no particular personalidad, sí hay que resaltar su meticulosa atención por el detalle y el interés por hacer del sombreado un recurso fundamental en la creación de atmósferas y acentuación del dramatismo.
Precisamente, en lo que se refiere al aspecto gráfico, es ineludible destacar lo maravillosamente que retrata Giardino el ambiente urbano. No solamente la adopción de Bolonia como marco de las andanzas de Pezzo supone un bienvenido cambio respecto a las ya muy usadas Nueva York, Chicago o San Francisco, sino que la riqueza de los fondos y ambientes es excepcional. Los relatos iniciales discurren en un trasfondo muy concreto, el de la Italia de finales de los setenta, que se refleja de manera indirecta en los grafitti, las noticias sobre atentados terroristas en la radio, ciertos diálogos de personajes secundarios, los problemas con inmigrantes eritreos (antigua colonia italiana) o las revistas de los quioscos. Resistiéndose a reflejar el mundo criminal italiano de los setenta y ochenta, dominado por la mafia y el terrorismo de izquierdas y poco proclive a incluir detectives negros en ese ambiente, prefiere tomar prestados lugares comunes de la novela y el cine negro norteamericanos de los cuarenta, lo cual crea una cierta distorsión con la que el autor nunca ha estado muy cómodo. Por eso, historia tras historia, Giardino va dejando paulatinamente de lado esas referencias localistas y temporales mientras mantiene los guiños a las producciones clásicas de Hollywood. Llegado un determinado punto, puede que la ciudad de Pezzo siga siendo Bolonia, pero el ambiente se torna más indefinido, como si el autor no supiera muy bien a qué palo quedarse.
En cualquier caso, las calles, las tiendas, los bares, las fábricas del extrarradio, el interior de las casas… todo está tratado con un detallismo magistral. Lo mismo puede decirse de la variedad de tipos humanos que circulan por esas calles. Giardino no es en absoluto perezoso a la hora de crear anatomías, rasgos y vestuarios de lo más variopinto en lugar de ajustarse a sólo un puñado de arquetipos reconocibles sobre los que efectuar variaciones.
En cuanto a los argumentos, no se puede decir que sean terriblemente imaginativos u originales. Deben leerse más bien en clave de cariñoso homenaje al género en su vertiente más clásica. Y es que ahí están todos los clichés de la serie negra, ya por entonces bien establecidos: el detective con gabardina, sombrero fedora, eterno cigarrillo en los labios y Smith&Wesson calibre 38; las mujeres fatales; el deslavazado despacho con cristal translúcido en la puerta y una botella de whisky en la mesa; las réplicas ingeniosas y los diálogos cínicos; los criminales de poca monta; la policía incompetente, calles nocturnas con el asfalto mojado por la lluvia, engaños y traiciones, tiroteos desde automóviles, millonarios corruptos…
Pero que los códigos y elementos narrativos sean claramente identificables como pertenecientes a un género concreto no quiere decir que las tramas carezcan de interés o sean sencillas. De hecho, son relatos no muy prolongados pero sí densos en los que el protagonista se mete en asuntos de robo de joyas, chantajes a damas de la alta sociedad, intrigas entre inmigrantes y revolucionarios o empresarios corruptos. Pezzo, en italiano, significa “pieza” y, efectivamente, eso es lo que es el detective en estas historias, una pieza que completa la narración y el mosaico humano que la puebla, pero también un engranaje suelto que incordia a los urdidores de cada caso, que se entromete sin ser llamado y que amenaza con destapar lo que aquéllos desean permanezca oculto.
Pezzo, como tantos detectives de ficción –y, especialmente, el ya mencionado Alack Sinner-, es un perdedor. Siempre anda corto de dinero; bebe y fuma demasiado; unas veces se ve arrastrado involuntariamente a casos que no desea y otras queda atrapado por accidente en rencillas que no son las suyas pero que no le dejan abandonar; le atraen mujeres que no le convienen y que le utilizan y no sabe tener la boca cerrada cuando una paliza o algo peor se le viene encima…Defectos que vienen compensados por una determinación férrea, un notable instinto de supervivencia en situaciones de vida o muerte, un claro sentido moral acompañado de cierto romanticismo y una indudable lealtad hacia sus pocos amigos. En todas las historias, se puede decir que gana más que pierde. Todos le pegan, le engañan –aunque sea temporalmente- o le disparan, pero él no se doblega. Su honestidad es tan impoluta como su aspecto personal, al que siempre presta escrupulosa atención. Aunque elegante –siempre que las circunstancias de su atribulada vida profesional se lo permiten-, su aspecto físico de hombre latino de mediana edad es muy vulgar: generoso mostacho, gran nariz, calva incipiente y pelo cuidadosamente cortado a navaja.
En 1982, Giardino creó su segundo personaje de peso, el espía Max Fridman. Si los casos detectivescos de Pezzo no habían llamado particularmente la atención, “Rapsodia Húngara”, la primera historia de Fridman, supuso el salto de su autor a la escena internacional, obteniendo un gran éxito y ganando el prestigioso “Yellow Kid”. “Rapsodia Húngara” había sido serializada en una nueva revista, “Orient Express”, cuyo objetivo era el de servir de escaparate a la mejor historieta italiana. Para esta cabecera recuperó en 1982 a Sam Pezzo en el que sería su último caso, “Shit City”. Tras ella, Giardino pensó que había contado todo lo que podía del personaje y se centró en sus otras series, “Max Fridman”, “Jonas Fink” y “Vacaciones Fatales”.
Con cuarenta y seis páginas, es ésta quizá la historia más interesante del detective de Bolonia, tanto desde el punto de vista gráfico como narrativo. Muy influida por la evolución que Giardino había registrado en “Rapsodia Húngara”, sustituye la crudeza y barroca tosquedad de la primera etapa por una línea clara perfectamente depurada y elegante, casi sensual, que da sustento a una trama donde predomina tanto la acción como la conversación y que se desarrolla con un ritmo ágil gracias a las elipsis y el continuo cambio de escenario. La ciudad, por supuesto, sigue siendo fundamental en la historia, una ciudad en la que ahora abundan los contrastes puros y más medidos de luces y sombras.
En esta ocasión, asediado por la necesidad económica, Pezzo no tiene más remedio que aceptar servir de matón cobrador de una rica prestamista. Es un trabajo repugnante y desagradecido que le lleva, otra vez involuntariamente, a mezclarse con un grupo de estafadores del mundo de las carreras hípicas. El aparente desenlace de ese caso engarza inmediatamente con otro en el que una familia china de actividades sospechosas tras la fachada de restaurante, lo fuerza a seguir la pista del asesino de una muchacha del clan, que a su vez estaba vinculada con uno de los anteriores delincuentes. Por supuesto, no podía faltar la figura de la mujer fatal, en este caso una atractiva chica china, Lia, tan peligrosa con los cuchillos como temperamental y sensual.
“Sam Pezzo” es una obra de género negro que hibrida los elementos característicos de aquél en su vertiente americana con la sensibilidad y esteticismo europeos. Asimismo, tiene interés como guía gráfica desde los titubeantes inicios y hasta la madurez del que es sin discusión uno de los mejores artistas y narradores de la historieta europea: Vittorio Giardino.
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