A mediados de los ochenta, la industria del comic book distaba de ser boyante. Las ventas estaban en descenso, los comics eran ignorados por los medios de comunicación y la cultura generalista y los superhéroes eran incapaces de combatir enemigos tales como los argumentos repetitivos y los personajes exhaustos. Pero justo cuando las cosas parecían ir peor, aparece Frank Miller con su miniserie “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro” (1986), un comic en el que fusionó la mitología y épica propias del género con la angustia existencial moderna, creando una obra atemporal e inmensamente influyente que salió fuera del círculo de los aficionados para llegar al público en general.
Como ya había hecho con Daredevil anteriormente, Miller utilizó a Batman para ilustrar la

Y ahora avanzamos a 2002, momento en el que aparece “El Señor de la Noche Contraataca” o “DK2”, la secuela de su laureada obra seminal, en forma de miniserie de tres episodios. El lanzamiento se convirtió en

Pero cuando el comic llegó a los aficionados, las críticas no estuvieron ni mucho menos a la altura de la expectación generada. Al dibujo de Miller le llovieron palos y los chillones colores digitales aplicados por Lynn Varley recibieron calificativos como “enjuague bucal verdoso”. Con las imágenes de los atentados del 11-S aún recientes, el tono del comic, la abierta oposición a la autoridad y el retrato de Batman y los suyos como una suerte de terroristas antisistema cabreó a bastantes. E igualmente malo, a los fans no les gustó nada la forma en que Miller se burlaba de la mitología superheroica.
Resulta chocante y poco habitual que dos obras del mismo guionista/dibujante basadas en los

“DK2” empieza de forma muy prometedora. América se ha convertido en un estado policial que ha repudiado la carta de derechos civiles, en el que el pueblo carece de poder y cuyo presidente es un holograma controlado por el hombre de negocios más poderoso y despiadado: Lex Luthor. Aún peor: a la mayoría de los ciudadanos no les importa haber perdido sus libertades; están demasiado ocupados viendo espectáculos sexuales y lamentando la disolución de sus grupos pop preferidos.

Pero todo eso lo vamos viendo conforme transcurre la historia. En el primer número, de hecho,


El motivo por el que Miller causó tanto revuelo a mediados de los ochenta con “El Regreso del Caballero Oscuro” fue que los comic books no estaban luchando por alcanzar todo el potencial del que eran capaces. Tradicionalmente, la cultura norteamericana ha valorado de forma especial tanto las artes visuales (películas, fotografía, pintura o ilustración) como la literatura. Pero la mezcla de ambas se había considerado –quizá por la pobreza del formato en el que siempre se había publicado y la falta de ambición de los editores- como material para adolescentes.
Miller se negó a aceptar semejante estado de cosas. En lugar de dar preeminencia a la acción

Lo que había destacado en “DK” sobre esfuerzos similares como “Watchmen” o “Kingdom Come”, es que aquél utilizaba a los superhéroes para construir una reflexión sobre el mundo real y sus acontecimientos, mientras que muchos de los comics que quisieron seguir su estela se centraron en analizar de forma bastante pomposa lo que significa ser un justiciero enmascarado. Pues bien, al principio, se diría que Miller quiere replicar la misma fórmula de “DK2”
Al plantear una sociedad que renuncia a sus derechos para mantener su seguridad y

Pero, con todo, Miller abandona rápidamente ese contacto con la realidad y sucumbe a la

También en este primer número se detectan ya problemas en algo en lo que Miller siempre había brillado: la caracterización. Aquí hay personajes diversos, pero sin personalidad. Todos hablan con la misma voz y las mismas expresiones altisonantes que parecen sacadas de una novela mala de detectives hardboiled.
¿Hay algo salvable en el primer número? Bueno, Miller decide ignorar la realidad del universo DC del momento y recurre a los personajes de la Edad de Plata. Flash es Barry Allen y se menciona que Hal Jordan (Linterna Verde) aún vive. También se hace referencia a Kara, la prima de

Pero si “DK” había mantenido el reparto bajo unos límites manejables (Batman, Robin, Joker, Dos Caras y Superman), aquí la lista de personajes se vuelve ridículamente extensa: Wonder Woman, Shazam, Linterna Verde, Flash, Flecha Verde, Atom, Plastic Man, el Hombre Elástico, Lex Luthor, Brainiac, Question, Jimmy Olsen, Hawkman y Hawkwoman, el Detective Marciano, Supergirl…entre otros. Aunque él ocupe el centro de la narración, ya no estamos ante un comic de Batman sino más bien de la Liga de la Justicia rediviva. Y la consecuencia, claro, es que, aunque Miller hubiera querido o sabido, habría resultado imposible tratar adecuadamente a todos ellos.
Aunque es cierto que la sátira siempre se ha tomado libertades con la caracterización de personajes, aquí el autor se pasa de la raya. En muchas ocasiones, los personajes de “DK2” actúan no por lo que son sino por lo que representan. Como Miller utiliza héroes que son ya muy familiares para los lectores gracias a su larga trayectoria, se lo puede

En el segundo número, el minimalismo del dibujo se traslada al del guión, que adolece de una lamentable falta de detalles. En la escena de apertura, por ejemplo, asistimos a un acalorado debate en el que no se sabe muy bien quién participa ni en que foro o formato. ¿Es un programa de televisión, gente de la calle, una rotura de la “cuarta pared” en el que los personajes hablan al lector, la representación simbólica de un chat de internet?
Lo que parece que sí queda claro por fin es lo que Miller pretende: gastar una gran broma o, si se quiere, una sátira. Mientras que “DK” era un drama con elementos satíricos, “DK2” es de principio a

En lugar de recuperar el tono exageradamente pesimista de los comics de la época (y que él mismo ayudó a crear con “DK”), en esta ocasión el planteamiento de Miller consiste en, haciendo observaciones punzantes por el camino, divertirse. Y eso es quizá lo que no acaba de funcionar bien o, como mínimo, no sintonice con los gustos de muchos aficionados. Así, se combinan tragedias horribles como la destrucción de la mitad de Metrópolis (en una serie de planchas que recuerdan el día después de los atentados del 11-S) o la brutal paliza que Luthor le propina a

Pero ese deseo de divertirse, de hacer literalmente lo que le venga en gana, deriva en problemas de lógica y continuidad, como que Superman y Wonder Woman se comuniquen telepáticamente. ¿Desde cuándo ha sucedido eso? O que en el número anterior Batman cuente con un ejército de ayudantes y aquí no aparezca ni uno solo. La niña con el uniforme de Saturn Girl del número 3 podría justificarse dado que es una poderosa telépata que puede ver en el futuro, pero, ¿qué razón hay para que el Joker vista el uniforme de Cosmic Boy? ¿Y esa estrella de internet vestida de Ultra Boy? ¿Es que la Legión de Superhéroes del siglo XXX es famosa en el XXI? Luego están las torpes ganas de provocar, como hacer que Halcón y Paloma sean gays. Por si marcarles los pezones y la

Puede que Miller estuviera tan endiosado, tan convencido de su propia genialidad que pensaba que su obra no necesitaba la revisión o supervisión de un editor que le dijera lo que era o no coherente, lo que funcionaba y lo que no. Y es que parece ir improvisando sobre la marcha sin atención a lo que él mismo acaba de hacer: en el primer número, Flash ayuda a Batman a pegarle una paliza a Superman; en el segundo, insiste en que respeta mucho al Hombre de Acero.
En “DK”, Miller proponía una cuestión atrevida: ¿cómo combates el mal si éste no se encarna en un conveniente supervillano sino que está enraizado en la sociedad en forma de decadencia moral y corrupción? Pues bien, en “DK2”, volvemos a encontrarnos con el tópico supervillano a batir. Soy consciente de que Lex Luthor puede servir como metáfora o símbolo de una cierta capa de la sociedad o forma de gestionar el poder, pero aquí la sutileza brilla por su ausencia. Mientras que en “DK”

Lo que permea todo el comic es una rabia y violencia que contradice las declaraciones contemporáneas del propio Miller, en las que expresaba su disgusto por el estilo antiheroico, nihilista y agresivo que dominaba la industria.
En 1986, con “DK”, Miller había empezado una revolución en los comics de los superhéroes. Pero como suele suceder con las revoluciones, ésta terminó en excesos. Los comics, escritos por guionistas con menos talento, se llenaron de oscuridad, violencia y angustia existencial. Parecía que, para tener éxito en la industria, para llamar la atención, había que superar lo que Miller había hecho, darle una vuelta de tuerca más. La alegría y el sentido de lo maravilloso que siempre habían transmitido los comic-books de superhéroes, como el imaginar que uno podía volar, ser invisible o defender al débil, se perdió a favor de la psicosis y las armas y bíceps imposiblemente grandes.
Y precisamente eso es lo que Miller prometió de alguna forma recuperar en “DK2”… fallando estrepitosamente. Y es que la miniserie es gratuitamente brutal. Batman estrella su avión

En el tercer capítulo, Miller vuelve a demostrar su total desprecio por la lógica de los


Uno de los puntos que generó mayor controversia con “DK2” fue el apartado gráfico. Y es que en esta ocasión, sin las tintas de Janson y con un Miller en horas bajas, su arte está muy lejos de lo que se pudo ver en “DK”. No estoy hablando de un trabajo meditado de simplificación de línea, sino de un franco y progresivo deterioro. Con cada episodio, el dibujo se hace más y más rudimentario. Las figuras parecen simplemente delineadas con un rotulador, sin interés alguno en mantener las proporciones dentro de unos límites mínimamente naturalistas. A veces, y a pesar de su esquematismo –o quizá precisamente por culpa del mismo-, resulta incluso difícil discernir lo que cuenta la viñeta. Además, con absoluta dejadez, deja los fondos vacíos impidiendo que el

Incluso la narrativa, que siempre ha sido el fuerte de Miller, parece avanzar a empujones. En “DK”, las páginas-viñeta se utilizaban con moderación para subrayar emocionalmente pasajes concretos, establecer el tono y provocar un impacto en el lector. En “DK2”, por el contrario, hay una ridícula cantidad de ellas, para colmo realizadas con esa línea desganada que arrastra durante toda la obra. Quizá el ejemplo más sangrante sea la secuencia de cinco páginas-viñeta del segundo volumen que muestran el coito Superman-Wonder Woman. Son cinco viñetas redundantes en las que se muestra el mismo o muy parecido momento. No tiene sentido narrativo alguno y parecen metidas con el solo fin de rellenar paginación.

Por su parte, Lynn Varley llena los enormes vacíos dejados por Miller en las viñetas con una

En resumen, si sumamos un penoso trabajo con las figuras, fondos inexistentes, narrativa deficiente y un color inadecuado, encontramos motivos más que suficientes para tachar a este comic de incoherente desde el punto de vista gráfico y entender las críticas que le llovieron .
Muchos aficionados se disgustaron con Miller y su “DK2” por haberse atrevido a tratar su personaje favorito en clave de comic-book puro y duro. Pero quizá este argumento no sea del todo justo. Al fin y al cabo, si Batman estaba en el pedestal de los héroes “oscuros” era en buena medida porque Miller lo había puesto allí. De la misma forma que “DK” había abierto la puerta a los caminos más sombríos de la vida superheroica, “DK2” deshace ese trayecto y reivindica el regreso a la diversión.

¿Debería juzgarse “El Señor de la Noche Contraataca” por sus propios méritos y como obra independiente de “El Regreso del Señor de la Noche”? Eso sería lo ideal. El problema es que fue escrito y vendido como una secuela en toda regla, por lo que la comparación es inevitable. Comparación de la que “DK2” sale muy malparada. Es una continuación innecesaria, hiperbólica, chirriante, torpemente narrada y francamente mal dibujada. ¿Tiene puntos de interés? Sí, pero, en mi opinión no son suficientes como para redimir los defectos. Probablemente, si en vez

Lo más triste de todo es que, en cierto modo, “DK2” es la esencia última y más primitiva de Frank Miller. Si prescindimos del elaborado dibujo, las innovadoras composiciones de página, la introspección en la que viven sus personajes y la diversidad de estos, ¿qué nos queda del autor? Algo ruidoso, violento, fascista, incoherente y pueril. “DK2” es, al final, una decepción. Tiene destellos del viejo Miller, pero técnica, conceptual y estéticamente está muy lejos de sus obras de los ochenta.
La leí hace muchos años y me pareció horrible. No sé qué tal estará DK3 pero hasta que no me lo dejé nadie no pienso ni acercarme a hojearlo. Lo peor de todo es que hay una especie de corriente revisionista que ahora dice que DK2 es una maravilla incomprendida.
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