13 jun 2018
1986- DEADMAN – Andrew Helfer y Jose Luis García López
A mediados de los ochenta, DC se emprendió a fondo en la tarea de remodelar su extensísimo catálogo de personajes y el universo compartido que comprendía a todos ellos. Poco a poco, fueron apareciendo nuevas versiones de los héroes respetando aquellas porciones del pasado de sus respectivas trayectorias que les interesaban a los guionistas e ignorando el resto. El formato de miniserie parecía ideal a la hora de medir el interés potencial del público lector hacia tal o cual personaje antes de lanzar una posible serie regular. Así, fueron apareciendo series limitadas de héroes como El Fantasma Desconocido, El Pacificador, Aquaman, Halcón y Paloma, Hawkman… o Deadman.
Deadman-Boston Brand había sido un personaje creado en 1967 por el guionista Arnold Drake y el dibujante Carmine Infantino para la serie “Strange Adventures”, aunque si hoy es mayormente recordada esa etapa es por haber supuesto la entrada por la puerta grande en el mundo del comic-book del gran dibujante Neal Adams, primero ilustrando guiones de Jack Miller y luego escribiéndolos él mismo hasta la cancelación de la colección en 1969. Sobre esta obra hablé abundantemente en la entrada respectiva, por lo que me remito a ella para quien quiera profundizar más.
El caso es que a mediados de los ochenta se lanzó una reedición en forma de miniserie de siete capítulos de esa etapa de Neal Adams y se vendió lo suficientemente bien como para que DC decidiera continuar la historia interrumpida por aquél quince años atrás en una nueva serie limitada de cuatro números, probablemente con la intención de sentar un hito en la vida de Deadman que supusiera un cambio de dirección y estilo y propiciara así el lanzamiento de una serie regular (aunque ello supuso también ignorar todas las otras historias de Deadman aparecidas de forma dispersa durante los setenta y primeros ochenta).
Acompañado por su hermano gemelo Cleveland y por Batman, encontramos a Boston Brand recuperándose en Nanda Parbat del veneno que le suministró su enemigo el Sensei. (afortunadamente, el lector poco versado en el personaje encontrará a mitad del primer episodio un rápido resumen de dos páginas de la trayectoria del mismo hasta ese punto –sólo, repito, la etapa de Carmine Infantino-Neal Adams-). Rama Kushna quiere que Deadman se quede en el valle y asuma la responsabilidad de defenderlo pero éste quiere antes volver al mundo real durante algunas semanas para atar algunos cabos sueltos de su antigua vida.
Posee el cuerpo de Cleveland y llega al circo en el que trabajó tiempo atrás para despedirse de sus antiguos compañeros. Naturalmente, siente el deseo de revivir sus días de gloria como trapecista de éxito… y aquí es cuando un asesino vuelve a asesinarlo, pero esta vez en el cuerpo de su hermano. El primer número termina con Deadman negociando con Rama Kushna la vida de Cleveland. Pero no consigue salvarlo y Deadman decide perseguir al asesino –una repetición un tanto cansina del leit motiv original del personaje en los sesenta-, consiguiendo su objetivo antes de terminar el segundo episodio. Se presenta también un nuevo personaje, Maxwell Loomis, un enano, acróbata payaso y agente encubierto de Rama Kushna; se descubre el origen de ésta y Nanda Parbat y su relación con Deadman. De hecho, Brand se entera de que él no ha sido el primero en servir a las órdenes de la diosa.
Mencionemos que el principal villano de la miniserie es, como en la etapa de “Strange Adventures”, el Sensei, líder de la Liga de Asesinos… o eso parece. Deadman se enfrenta con él sólo para caer en una trampa y enterarse de que en realidad Sensei está poseído por el espíritu de quien antiguamente ocupó el puesto de heraldo de Rama Kushna y que ahora quiere a su antigua jefa y su santuario destruidos. A tal fin, pone sitio al valle de Nanda Parbat y se libra una batalla desesperada. En el cuarto episodio se atan todos los cabos: Rama Kushna se sacrifica para acabar de una vez por todas con su antiguo y malvado siervo; la ciudad de Nanda Parbat es destruida y sus habitantes recolocados por el mundo; el Sensei (ya libre de la maligna posesión) vuelve a ser el líder mafioso que una vez fue; y Deadman se compromete a salvaguardar con sus acciones futuras el legado de la diosa. Fin.
Creo coincidir con muchos aficionados al considerar a esta miniserie un trabajo menor. Por entonces, Andrew Helfer llevaba ya varios años trabajando en DC como editor (“Atari Force”, Green Lantern”, “Justice League of America”) y esta fue su primera incursión en el terreno del guión. Y no es un mal debut: escribe diálogos decentes y no se puede decir que la aventura sea aburrida o lenta. Pero tampoco aporta nada particularmente memorable, alguna escena que permanezca para siempre en la memoria. Es cierto que, dado que es una continuación directa de la etapa de Neal Adams, resulta difícil evadirse de comparar una y otra y eso puede resultar injusto, pero en este caso es tan inevitable como necesario.
Y lo es porque Helfer no sólo opta por desprenderse de todo lo que Neal Adams había ido creando en la etapa de los sesenta sino que le da al personaje un tono radicalmente diferente. El guionista compartía en la columna editorial del primer número sus afectuosos recuerdos del Deadman original, lo mucho que había lamentado que la historia quedara interrumpida por la cancelación de la colección y cómo durante su etapa de editor había deseado pedirle a Adams que cerrara adecuadamente el arco argumental. Cuando a la vista de las buenas ventas de la reedición de los números de los sesenta el editor en jefe de DC, Dick Giordano, le encargó la nueva miniserie, su única y razonable exigencia es que continuara la historia donde aquella reedición la había dejado.
Así, Helfer resolvió algunos misterios como por qué Deadman no podía poseer el cuerpo de Sensei (ya tenía otro espíritu ocupándolo), el origen de la ciudad oculta de Nanda Parbat y sus habitantes (los individuos más execrables del mundo) y el verdadero propósito de Rama Kushna (una entidad espiritual desnortada que estaba haciendo más mal que bien). Y al término de la miniserie, Helfer acaba con todo ello, hace tábula rasa y deja al personaje prácticamente en blanco. Toda la maldad contenida en Nanda Parbat ha quedado esparcida por el mundo y Deadman se propone perseguirla, abriendo un hilo argumental para una posible serie regular.
Pero el principal problema reside en que en su origen “Deadman” era una original mezcla de drama humano y género de detectives teñida de misticismo oriental. El Deadman de Helfer tiene más sabor a proyecto nacido de la editorial claramente orientado a reinsertar a todos sus personajes no sólo dentro de un universo único sino de acuerdo a un estilo consistente y basado en el “realismo”. En esta miniserie Deadman pasa de ser un espíritu atormentado en busca de su asesino a un superhéroe convencional. Rama Kushna, en su encarnación original definida como “el rostro del universo”, es aquí rebajada a la categoría de una entidad menor, quizá para no entrar en conflicto con el panteón espiritual ya establecido en otras series de DC. Nanda Parbat, antes un valle utópico y fuente de paz espiritual, ahora es un complejo para el lavado de cerebro de los inadaptados y antisociales. La consecuencia de todo esto –junto a la tendencia de Helfer por explicar demasiado y demasiadas cosas- es que gran parte del misterio y el misticismo que desprendía la encarnación original del personaje están ausentes de esta miniserie.
El elemento de drama humano tampoco es demasiado intenso. Hay algunos momentos logrados pero éstos los protagonizan personajes no directamente relacionados con la trama heroica principal, como Maxwell Loomis o Cleveland Brand; tampoco se abordan los grandes dilemas que formaban parte integral de la etapa de los sesenta y la pasión y angustia “vitales” de Deadman quedan algo diluidas por la forma que tiene Helfer de escribir las escenas y García López de dibujarlas.
El dibujo, eso sí, está muy por encima del guión y hará las delicias de cualquier aficionado al género. El hispano-argentino Jose Luis García López está, como siempre, sobresaliente. Desde que entrara en DC Comics a mediados de los setenta trabajando en un enorme número de colecciones, los editores de la casa supieron reconocer su inmensa valía. Su estilo naturalista, clásico, elegante y limpio y su talento narrativo le hicieron merecedor de encargarse en 1981 del famoso crossover DC-Marvel protagonizado por Batman y Hulk, con guiones de Len Wein. Muestra del aprecio que la editorial tenía por su arte y lo bien que pensaba que reflejaba sus personajes es que lo eligieran para dibujar el Manual de Estilo de DC, en el cual debían basarse todos los diseños y figuras de la casa que aparecieran en cualquier tipo de merchandising, licencias o juguetes.
Junto a “Atari Force” (1984) y “Cinder y Ashe” (1988), ambas con guiones de Gerry Conway, “Deadman” es su otro gran trabajo de la década. Sin llegar al efectismo de Neal Adams para “Strange Adventures”, García López aproxima su estilo y narrativa al de aquél en determinadas planchas de composiciones impactantes o escorzos forzados. De hecho, se puede decir que la portada del número uno es un homenaje directo a la que Adams realizó para el “Strange Adventures” 207 (diciembre 67). Es imposible abrir el comic por cualquier página al azar y no darse cuenta de lo buen artista que es. Sencillamente, no puedo decir nada malo de él. Domina la composición de la página y viñeta, el dibujo de la anatomía y los fondos, el diseño de vestuario, el movimiento, el ritmo… Puede dibujar a un personaje en tensión durante una emocionante pelea o totalmente relajado mientras realiza una actividad cotidiana; sus caras y cuerpos tienen personalidad y no parecen variaciones de un mismo modelo básico; sabe cuándo puede insertar una página explosiva que sorprenda al lector y cuando adoptar una narración más clásica en momentos más expositivos. En resumen, un maestro.
El caso es que la miniserie no tuvo el respaldo popular perseguido y la interpretación de Deadman ofrecida por Helfer no consiguió atraer el interés por el personaje. Quizá los lectores más jóvenes se sintieran algo perdidos si no conocían las andanzas sesenteras del personaje. O quizá pensaron que Deadman no era un héroe que funcionara demasiado bien en solitario (de hecho, la breve participación de Batman en el primer número bien pudo ser un reclamo deliberado para los lectores). Sea como fuere, no hubo continuación ni en forma de serie regular ni en ningún otro formato y cuando Deadman fue recuperado una vez más en proyectos posteriores (como el de Mike Baron y Kelley Jones en “Love After Dead” a finales de la década) fue para imprimirle otro cambio de dirección, precisamente hacia el campo del terror y lo sobrenatural que Helfer había rechazado.
En definitiva, “Deadman” no es que sea un mal comic. Es de lectura agradable (sobre todo gracias a García López), pero globalmente no pasa de ser un trabajo menor en la historia del comic de superhéroes.
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