4 sept 2015
1991-ARMA X – Barry Windsor-Smith
“Arma X” fue un comic que dividió a los lectores en el momento de su aparición. Desde que se unió a los X-Men allá por mediados de los setenta, Lobezno, el irascible personaje creado por Len Wein, había ido acumulando una legión de seguidores que esperaban ansiosamente los dispersos datos que el guionista Chris Claremont iba dejando caer espaciadamente en el curso de los años sobre el misterioso pasado del héroe.
Así, cuando se anunció que el legendario Barry Windsor-Smith iba a realizar una historieta en la que se aclararía parte de ese pasado, la expectación no hizo sino aumentar. Lo cierto es que Smith estaba en horas bajas. Tras su mítica recreación gráfica del bárbaro Conan a comienzos de los setenta, se desvinculó de los comics hasta tal punto que, como él mismo admite, olvidó la técnica narrativa secuencial. Por eso, cuando tras un largo periodo dedicado a la ilustración, se reincorporó al medio en 1984 dibujando una miniserie del Hombre Máquina, hubo de pedir ayuda a Herb Trimpe. Su talento volvió a despuntar en los números que dibujó de los X-Men, pero después se sucedieron una serie de trabajos mediocres que hicieron pensar a sus admiradores que sus días de gloria ya habían pasado.
Entonces, a Marvel se le ocurrió que era el momento de exprimir todavía más a un personaje que ya comenzaba a estar en peligro de morir de éxito. El editor Terry Kavanagh le propuso a Smith la realización de una historieta de ocho páginas para una colección genérica titulada “Marvel Comics Presents”. La historieta debía llamarse “Arma-X” y debía desvelar datos hasta el momento ocultos del pasado de Lobezno.
Cuando la tuvo en sus manos, Smith se llevó un chasco al comprobar el escaso nivel artístico de la revista y la pobreza de su formato. Pero decidió aprovechar la oportunidad… a su manera. En primer lugar, podía, por primera vez, encargarse de construir una historia en la que sólo él tendría el control –hasta la fecha se había limitado a ilustrar guiones ajenos-. Y, por otra parte, la modalidad de publicación –entregas de pocas páginas que debían tener una estructura individual definida y al mismo tiempo formar parte de una narración más amplia y compleja- suponía todo un desafío.
Así, a partir del número 72 de “Marvel Comics Presents” (enero 1991) y hasta el 84, Smith presentó un serial de trece entregas cuya intención era ofrecer un origen al más popular y representativo de los X-Men. Y aunque entonces muchos aficionados dijeron que hubieran preferido una aproximación más accesible y directa al pasado de Lobezno, lo cierto es que esta obra se convirtió en un excelente trabajo que se cuenta entre lo mejor del género superheróico.
El cariño e interés que volcó Barry Smith en esta su primera serie de autoría completa se dejó notar no sólo en el brillante guión y el detallado dibujo (incluyendo el entintado, el color y parte del rotulado), sino en el meticuloso montaje del comic. Su perfeccionismo le llevó a controlar todos los aspectos de la creación, y su experiencia y talento a conjugarlos a la perfección.
Así, aunque el serial apareció fragmentado en una revista por lo demás mediocre y cuyo protagonista pertenecía a la vertiente más comercial del Universo Marvel, Smith consiguió crear una obra de autor que no se plegó a las presiones editoriales. De hecho, lo único que nos remite a aquél es la mención casual de expresiones como “Homo superior” o “Mutantes”, ampliamente utilizadas en las “colecciones X”. No hay cameos de otros héroes ni referencias a historias anteriores o futuras de Lobezno, monólogos descriptivos ni intentos de atar la aventura a la continuidad Marvel
Hubo quien acusó a Smith de ser deliberadamente denso, autoindulgente y disperso; se dijo que no había origen alguno de Lobezno aquí y que el personaje apenas es reconocible como tal; de hecho, la atención se centra en el experimento que unos desagradables científicos realizan sobre un melenudo individuo.
Tales críticas son injustas. En primer lugar, Smith se niega a ceñirse a lo que podría haberse esperado de lo que se publicitó como una historia “de orígenes”; no se limita a ponerle las cosas fáciles al lector ofreciéndole una historia convencional que se limitara a desvelar el misterioso pasado del héroe. Y, claro, hay lectores que dan por supuesto que un tebeo de superhéroes no debe ser complejo y exigente, consigo mismo y con el lector.
Puede que Lobezno sea un superhéroe, pero lo que tenemos aquí es una clara historia de terror. Terror porque, en primer lugar, remite al mito de Frankenstein: la grotesca criatura modelada por los científicos en un laboratorio utilizando procedimientos más que cuestionables y que se vuelve contra sus creadores. Y, en segundo lugar y sobre todo, por el tono general con que la narración se desenvuelve: agobiante y angustioso. Los dolorosos experimentos a los que se somete al personaje crean una sensación de desasosiego y desagrado en el lector, como también la inhumanidad y frialdad de los científicos o el salvajismo violento y cruel que despiertan en Logan.
Lo que Smith nos presenta no es, desde luego, la vertiente más gloriosa del personaje. Logan, el agente secreto, el hombre de acción que vive al borde del peligro junto a leyendas como el Capitán América, no tiene cabida aquí. Lo que vemos es un individuo alienado con tendencias autodestructivas, despedido de su trabajo y obligado a vivir de la caridad. Es un vagabundo, una persona que no encaja en ninguna parte; en definitiva, alguien ideal a quien secuestrar como sujeto de experimentos ilegales: nadie lo echará de menos. Smith deja claro que Logan ya era una persona inestable y problemática mucho antes de que el experimento le dejara como recuerdo un esqueleto de adamantium y unas garras irrompibles.
Sin embargo, a pesar de estas interesantes pinceladas sobre Lobezno, Smith presta mucha más atención al proceso y la gente que forman parte de esa fundamental etapa de la vida del personaje. La historia procura deliberadamente no revelar demasiado del programa Arma X. Nunca llegamos a saber quién es el “Profesor”, ni la identidad de sus misteriosos benefactores. Incluso Cornelius tiene dudas sobre el proyecto, preguntándose en voz alta: “¿Qué va a hacer esta cosa?¿Va a protegernos este arma contra los comunistas o algo así? ¿Cómo una especie de asesino?”. Smith nunca nos informa si es un programa gubernamental secreto o un experimento ilegal financiado de forma privada.
Y ello es, sencillamente, porque no le interesa. Que se ocupen otros de desmadejar y aclarar las incoherencias que plantea esta historia respecto de lo que hasta el momento se sabía del personaje. De hecho, aunque él conocía a Lobezno por haber dibujado varios guiones de Claremont en los X-Men, lo cierto es que no tenía ni idea del fragmentado y nebuloso pasado que aquél guionista había ido tejiendo poco a poco en la colección de mutantes. Smith lo que quiere es centrarse en qué clase de gente es la que se vería involucrada en un experimento como el que llevó a la transformación de Lobezno en la perfecta máquina de matar que es. Se puede incluso interpretar que el verdadero protagonista aquí es Cornelius, quien debe enfrentarse con su conciencia y al que se ha empujado a esa situación a fuerza de chantaje.
Smith demuestra una oscura ironía cuando Carol Hines, la dulce y frágil ayudante de laboratorio, protesta por los lobos que Lobezno está masacrando en una desesperada autodefensa: “Profesor…¿podemos detenerlo? ¿Salvar a los animales?” No expresa el mismo sentimiento hacia el hombre que lucha por su vida y que ha sido convertido en un brutal zombi. De hecho, buena parte del interés de la historia reside en las conversaciones cruzadas entre los tres investigadores sobre el comportamiento de Lobezno y su utilidad potencial. El Profesor es un ser amoral que disfruta infligiendo dolor al prójimo, mientras que Hines tiene un temperamento más sosegado y Cornelius trata de distanciarse de la matanza que está contemplando en las pantallas.
El Profesor, de hecho, es una especie de contrapartida maligna de Charles Xavier, el mutante telépata que, a la postre, ayudaría a Lobezno a reencontrarse con su humanidad. Ambos comparten título académico, son calvos y tienden a delegar en sus subordinados. Como Xavier, el Profesor tiene cierta habilidad para quitarse de en medio cuando las cosas se complican (“Estamos en mitad de una crisis y se larga”, exclama indignado Cornelius). Pero mientras que Xavier actúa como un padre adoptivo para sus alumnos mutantes, el Profesor recuerda claramente el arquetipo de científico demente.
El argumento, sin embargo, tiene a mi juicio un problema: el surrealista sueño en mitad de la narración principal en la que Lobezno fantasea con la masacre brutal de sus torturadores. Parece una secuencia demasiado larga para colocarla en el centro de una historia por lo demás bastante corta, especialmente teniendo en cuenta cómo finaliza en realidad. Aporta algunas interesantes observaciones sobre la naturaleza del proyecto X, pero ralentiza e interrumpe en exceso el ritmo de la narración principal.
Sin embargo, la belleza de Arma X no reside tanto en lo que nos cuenta o el papel que juegan sus personajes dentro de la enredada continuidad que arrastra el héroe mutante, como en su arte. Smith es un gran artista, uno de los excelsos nombres del comic aun cuando su obra es cualquier cosa menos abundante. Su dominio del medio queda demostrado aquí por su sentido del espacio y la composición de la página y la viñeta, que en ocasiones forman un complejo y cuidadosamente meditado puzle de viñetas con formas poco convencionales. Incluso la aparentemente aleatoria disposición de los cuadros de texto forma en realidad una línea de lectura fluida integrada con la ilustración de la viñeta. Algunas veces se dispersan por el dibujo, otras avanzan y retroceden traspasando los límites de la viñeta o se colocan en forma de “u”. Su trazo nos regala escenas de gran fuerza dramática y visual, como la lucha contra los lobos o el tigre o la matanza de los guardias de seguridad.
Eso sí, al tratarse de una obra que fue recuperando y dejando varias veces a lo largo de dieciocho meses –mediando, además, un grave accidente automovilístico durante cuya convalecencia apenas dibujó-- y que no la realizó de forma lineal de principio a fin, sí se perciben cambios algo extraños en su estilo que, de todas formas, no afectan al resultado final.
La forma de edición, como hemos dicho, fue la serialización en capítulos, lo que obligaba al autor a un planteamiento narrativo más complejo de lo habitual en Marvel. Porque cada uno de esos capítulos debía tener una estructura interna diferenciada –planteamiento, nudo y desenlace- y, al mismo tiempo, engarzar perfectamente con el resto para formar una obra única. El desafío fue completado con éxito, como lo demuestra el que su división original en episodios no resulta evidente en las ediciones que se han publicado recopilando toda la obra.
Por desgracia, el final editorial de “Arma X” no fue tan feliz como Smith esperaba. Sus planes eran más ambiciosos todavía: dibujó planchas suplementarias, ilustraciones y una nueva portada con la intención de formar una novela gráfica de ciento cincuenta páginas. Sin embargo, por alguna razón, el editor en jefe del momento, Tom de Falco, decidió publicar el volumen sin la mayor parte de todo ese material, lo que ofendió a Smith y le llevó a romper sus relaciones con Marvel en 1993.
“Arma X” no es el comic más sencillo de abordar y ciertamente no es tan accesible como la inmensa mayoría de historias de mutantes. Pero sí ofrece dos cosas muy importantes: una exploración personal y ciertamente diferente al pasado más sórdido de un personaje hoy famoso más allá de las fronteras del cómic: el momento en el que fue brutalmente despojado de su propia humanidad y al mismo tiempo dotado del atributo que inmediatamente pasaría a formar parte de su identidad, el esqueleto de adamantium y sus mortales garras. Y, por otra parte, un trabajo artístico muy por encima de la media, a cargo de uno de los grandes del comic. Sin duda, esta historia pasará a figurar entre las mejor dibujadas de toda la ya larga historia de los mutantes marvelianos.
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