25 ago 2015
1998- JONNY DOUBLE – Brian Azzarello y Eduardo Risso
El equipo creativo formado por el guionista Brian Azzarello y el dibujante Eduardo Risso alcanzó fama y reconocimiento gracias a su comic de serie negra “100 balas”, que totalizó un centenar de números a lo largo de una década. Fue sin duda su obra magna, pero no la única fruto de la colaboración de ambos talentos. “Jonny Double”, una miniserie de cuatro números, fue la primera de ellas, quizá no tan ambiciosa como la mencionada, pero similar en tono y contenido, un buen aperitivo a lo que el dúo iría ofreciendo en los años siguientes.
Por aquel entonces, el editor de Vértigo, Axel Alonso, estaba embarcado en un proyecto que pretendía diversificar ese sello más allá del género del horror fantástico en el que había basado su prestigio con series como “Sandman”, “Hellblazer” o “La Cosa del Pantano”. Para ello contaba con el extensísimo catálogo de personajes olvidados que la editorial madre, DC Comics, había ido creando y exiliando en el limbo a lo largo de su más de medio siglo de vida. Comenzó seleccionando aquellos susceptibles de actualización dentro de un contexto de serie negra o policiaca. Fue de esta manera que ofreció uno de ellos, “Blanco Humano”, a Brian Azzarello, un guionista novel que había empezado en los comics casi por casualidad (era graduado en Bellas Artes) y que hasta la fecha sólo había publicado una historia corta en el “Weird War Tales” nº 1. Pero éste no se mostró interesado y el trabajo acabó en manos de Peter Milligan –quien, dicho sea de paso, nos brindaría un trabajo memorable.
A cambio, lo que el guionista propuso a Alonso fue la serie que luego se convertiría en “100 balas”, pero éste, con buen criterio, le contestó que su bagaje profesional no era suficiente como para convencer a la compañía a autorizar el lanzamiento de una serie regular tan ambiciosa y, por añadidura, con personajes totalmente nuevos. ¿No sería mejor empezar con una miniserie y ver cómo funcionaba? Así, ambos, editor y escritor, acordaron una solución de compromiso. Por una parte, Alonso conseguía recuperar a Jonny Double, un detective beatnik hijo de la contracultura, creado en 1968 por Len Wein y Marv Wolfman y cuyas aventuras se habían publicado originalmente en la colección “Showcase”; y por otra, Azzarello tenía la oportunidad de demostrar su capacidad en el género negro previamente a encarar una obra de mayor envergadura.
El protagonista de la historia, que da también título a la obra, es un ex policía metido a investigador privado que se cree un tipo duro, pero que en realidad es demasiado testarudo e impulsivo para el talento que realmente tiene. A Double lo contrata un misterioso millonario que quiere mantener vigilada a su rebelde hija, Faith, para que la pandilla con la que anda no la meta en problemas. A priori, un encargo fácil.
Pero el trabajo pronto se complica, porque en lugar de mantener a la chica a salvo, es el mismo detective el que acaba metido en un lío por propia voluntad. Seducido por la morbosa Faith, Double la ayuda a ella y a sus jóvenes amigos a robar el dinero de una cuenta bancaria inactiva que piensan perteneció a Al Capone pero que resulta ser propiedad de un mafioso en absoluto jubilado conocido como Sausage Man. Aún peor, la cifra, siete millones de dólares, es demasiado alta como para que el gángster lo deje pasar.
Para cuando se descubre el pastel, el comic sólo está a la mitad, los cadáveres empiezan a apilarse y no todo el mundo resulta ser quien parecía. Double no tiene otra opción más que devolver el dinero, presentarse ante el gangster, confesar y esperar lo mejor. Hay alguna que otra sorpresa final, incluyendo una revelación que trastoca el tópico “padre sobreprotector/hija rebelde”. Resulta también que Double y Sausage Man tuvieron una historia en común sobre la que ya se había apuntado algo de pasada al comienzo de la intriga. Hay varios giros de este tipo que permiten a Azzarello demostrar lo bien que lo tenía todo planificado desde el comienzo.
En el fondo, lo que tenemos aquí es una historia bastante sencilla que reúne muchos de los elementos propios del género negro hardboiled: un detective, apariencias que engañan, una mujer fatal, asesinatos, dinero… El final algo abierto, el humor negro o el uso de la narración en primera persona nos hacen pensar en las novelas de Jim Thompson como influencia clara de Azzarello. Aunque quizá el final resulte algo apresurado y que algunos de los diálogos se antojen demasiado forzados para que suenen auténticamente “barriobajeros”, el guión es intenso y dinámico.
El hecho de que muchos de los personajes –especialmente la banda de estafadores adolescentes- resulten intercambiables y sólo se puedan diferenciar unos de otros gracias a su apariencia física hace que destaque aún más el detective protagonista, una variación interesante del investigador privado castigado por la mala suerte –y sus propias decisiones-. El personaje original había sido un antiguo beatnik, un rebelde hijo de los sesenta. Pero treinta años después, apartado de la policía a causa de su desafiante rebeldía, se ha convertido un viejo hippy disfrazado de tipo duro, un amargado golpeado por el paso del tiempo que insiste en contar sus batallitas juveniles a los parroquianos del barucho de mala muerte que frecuenta. Sin un dólar en el bolsillo, atiende a sus clientes en la habitación del decrépito hotel donde vive y está más que dispuesto a aceptar cualquier trabajo que le caiga en las manos. Al mismo tiempo, mantiene una ilusión de dignidad, quiere creer que aún conserva algo de su antiguo espíritu contestatario. Por desgracia, el brillo del dinero vence a sus creencias y le seduce tanto como el joven cuerpo de Faith.
Double tiene un alto concepto de sí mismo, pero desde luego es menos inteligente de lo que él se considera. Tampoco es que sea un completo lerdo. Tiene experiencia y cierta astucia natural, lo que le permite salir casi intacto del embrollo en el que se mete. Sin embargo, como no es un detective particularmente bueno, nunca llega a saber qué es exactamente lo que salió mal en su plan. Aún peor, sus gastados ideales no tienen nada que hacer ante la nueva generación de criminales con la que decide aliarse, unos adolescentes codiciosos, nihilistas, tecnificados y carentes de escrúpulos, aunque su arrogancia le haga creer que su veteranía pueda hacerles sombra. Es un giro sutil que Azzarello añade para que el comic, que a simple vista parece uno más entre millones de historias de detectives, se aparte algo del resto convirtiendo a su protagonista en un tipo relativamente inepto y alienado por los nuevos tiempos.
En “Jonny Double” nos encontramos con muchas de las cosas que luego reaparecerían en trabajos posteriores de Azzarello y Risso. Les gusta moverse en ambientes oscuros, contando historias de mentirosos, asesinos, narcisistas, sádicos y sociópatas. Eso sí, encuentran la forma de destacar la humanidad de todos esos desechos de la sociedad, incluso aunque ello solo sirva para hacerles parecer aun más despreciables. En “Jonny Double” todos engañan a todos, y lo saben, por lo que nadie confía en nadie. La combinación de sus mentiras individuales y el gran engaño colectivo del que todos forman parte concluye o bien matándolos o bien dejándolos heridos o magullados de una u otra forma. A todos excepto Dexter, uno de los amigos de Faith y quizá el mayor embustero de todos, capaz de robar a su compañero en mitad del caos reinante y escapar con el dinero después de que sus colegas hayan sido asesinados. También, por supuesto, sale indemne Sausage Man, quien aunque pierde un par de millones de dólares con todo el asunto, termina siendo el mismo jefe criminal rico y poderoso del principio.
A pesar de todos estos individuos deshonestos y con un “héroe” nominal que miente no sólo a los demás sino a sí mismo –y por lo tanto a los lectores-, “Jonny Double” es una buena historia de género negro gracias a la pátina de verosimilitud con que los autores la han recubierto. Risso vierte en sus páginas todo tipo de emociones, sutiles gestos, posturas o expresiones que advierten al lector de la falsedad de sus palabras. Azzarello, entretanto, no pierde el tiempo a la hora de derribar los muros de mentiras que han levantado los personajes y enterrarlos bajo sus restos.
Puede que el lector quiera buscar una moraleja en esta trágica historia, una lección acerca de las consecuencias de la avaricia y el engaño. No la encontrará. Porque al final no se tiene la sensación de que nadie haya aprendido ninguna lección y dado que Sausage Man y Dexter se salen con la suya, tampoco se puede extraer la reconfortante sensación de que los malos siempre obtienen lo que merecen. Es una historia de género negro, sin más, para la que Azzarello y Risso tomaron como comodín a un personaje clásico de DC. No hay aquí comentario social, sátira ni moraleja más allá de la constatación de que ahí fuera existe gente corrupta y egoísta que se pasa la vida estafando y matando al prójimo.
Otra de las características de “Jonny Double” compartida con futuras colaboraciones de Azzarello y Risso es la violencia. No es un comic abiertamente agresivo pero tampoco la rehúye. Los autores toman decisiones creativas muy inteligentes para que la violencia que permea la narración no resulte abrumadora ni excesiva. Desconozco si ello es achacable a Azzarello, a Risso o a ambos, pero buena parte de esa violencia transcurre fuera de escena, siendo el lector únicamente testigo de sus consecuencias. Un policía irrumpe en unos baños públicos con la garganta ya rebanada; a Double le llega una bolsa llena de manos cercenadas, pero no vemos el acto de mutilación propiamente dicho… El lector contempla los horribles rastros de la violencia que acecha por las esquinas de la historia sin hacerse del todo presente. No toda ella se oculta, sin embargo, y cuando aparece Risso la plasma de forma explosiva y brutal. La sangre es espesa, las armas se ven consistentes y hay muchos primeros planos que reflejan todo el impacto de cada golpe.
Aunque este fue uno de los primeros comics que el argentino Eduardo Risso dibujó para el mercado norteamericano, para entonces ya era un artista muy experimentado, con un estilo muy personal y un talento específico para manejar los recursos gráficos propios del género negro. Su nítido trazo es ya fascinante y expresivo y sus páginas exhiben no sólo una claridad narrativa notable, sino un deseo de dotar de dinamismo al montaje mediante la utilización de planos muy variados y angulaciones poco habituales. Es capaz de situar perfectamente la acción utilizando los mínimos elementos de fondo y sin necesidad de recargarlos de detalles. Aún mejoraría más en el curso de la andadura de “100 Balas”, pero aquí ya nos encontramos con un artista de primera línea.
El único defecto que puede achacársele a “Jonny Double” en el apartado gráfico no es responsabilidad de Risso, sino del colorista asignado. Grant Goleash devalúa el cuidadoso trabajo de lápiz y tintas de Risso al utilizar una paleta de tonos pastel que no sólo no casa con el estilo lúgubre de la historia, sino que diluye los contrastados efectos de iluminación que constituyen una de las claves expresivas de la historia.
Quizá “Jonny Double” no sea tan memorable como posteriores trabajos de este dúo genial, pero sería injusto compararlo con, por ejemplo, algo tan ambicioso, amplio y compacto como “100 Balas”. La que ahora comentamos es una obra más breve y convencional de la que Vértigo no ha sabido sacar más provecho –o no ha podido; quizá el final escrito por Azzarello les puso difíciles las cosas a los editores-. Además, Risso aún tenía por delante unos pocos años para llegar a los niveles gráficos por los que se ha convertido en un autor tan demandado. Sin embargo, se trata de un debut muy recomendable, una suerte de ensayo para obras futuras en el que ambos ya demuestran una sintonía perfecta de dibujo y texto, creando una intensa atmósfera, personajes retorcidos y una narración fluida y entretenida. Al leer este comic, resulta fácil comprender por qué Azzarello y Risso trabajan juntos una y otra vez….
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