“Sandman”, escrito por Neil Gaiman e ilustrado por diferentes artistas, publicado como serie mensual entre 1988 y 1996 y luego y hasta hoy compilado en diez volúmenes, fue en su momento un fenómeno editorial inesperado, casi prodigioso. Cuando Gaiman entregó el último capítulo de la serie dejando las múltiples subtramas satisfactoriamente cerradas, culminó una auténtica gesta en el mundo del comic: crear un personaje de la nada, dotarlo de un universo original, fascinante y diverso y convertirlo en un triunfo de crítica y público sin haberlo vinculado al género superheroico y, para colmo, adoptando no sólo un tono adulto sino, como dijo de él Norman Mailer, intelectual.
Tras dos mil páginas, no es de extrañar que Gaiman
decidiera tomarse un descanso, que se prolongó siete años y durante el cual se
concentró en la ficción literaria de género fantástico, dejando el desarrollo
del universo de Sandman en manos de otros autores, con resultados irregulares.
No obstante, había dejado la puerta abierta a un posible regreso a esta su más
célebre creación. Y, efectivamente, ese retorno se sustanció en la novela
gráfica “Noches Eternas”, acometida en parte gracias a la posibilidad que se le
brindó de trabajar con artistas muy diferentes pero todos ellos de primer orden.
En la serie regular de “Sandman”, el Eterno protagonista,
evidentemente, era Morfeo, Sueño (y que, es conveniente recordarlo, no es un
“dios de los sueños” sino el sueño en sí mismo). Aunque algunos de los arcos
argumentales tenían un protagonismo coral y eran otros personajes los que
impulsaban las tramas, Morfeo siempre dejaba sentir su presencia de uno u otro
modo. Sus hermanos Eternos participaban en algunas de las historias de manera
más o menos relevante, pero nunca eran los protagonistas. Pues bien, en “Noches
Eternas”, la propuesta es la contraria. El volumen contiene siete historias
centradas en otros tantos Eternos, esos siete hermanos y hermanas que encarnan
y gobiernan ciertos aspectos de la vida: Destino, Muerte, Sueño, Deseo,
Desesperación, Delirio y Destrucción. El objetivo de cada una de estas
historias es definir la función de esos seres, mostrar cómo la lleva a cabo y
transmitir el impacto que tienen en los humanos sobre los que influyen.
La primera es “Muerte en Venecia”, ilustrada por P.Craig
Russell, el único artista que ya había trabajado antes con Gaiman,
concretamente en el episodio 50 de “Sandman” titulado “Ramadán”, probablemente
uno de los mejores de la colección. Aquí tenemos dos tramas que discurren
paralelas: la primera describe la vida hedonista y decadente que lleva un grupo
de nobles del siglo XVIII en una retirada isla de la laguna veneciana; y la
segunda, sobre un desilusionado soldado americano que vagabundea por la Venecia
actual acosado por el recuerdo del encuentro que tuvo en su infancia con una
misteriosa mujer. Ambas historias se entrelazan y reflejan la una en la otra,
definiendo las dos principales actitudes de nosotros los humanos ante la
Muerte: siempre la combatimos pero, al final, la aceptamos.
En cuanto al dibujo, el elegante estilo de Russell, a mitad de camino entre el realismo y la caricatura, es inmediatamente reconocible y único, pero aquí demuestra de una forma especial cómo ha perfeccionado el arte de la sencillez expresiva. Si se revisa “Ramadán”, llama la atención la ornamentación gráfica de muchas viñetas, pero aquí, diez años después, aunque hay momentos en los que el barroquismo asoma en alguna escena, su dibujo es mucho más limpio y coherente con una historia dominada por la serenidad y la nostalgia. Puede parecer chocante el coloreado a base de tonos brillantes en una historia dedicada a Muerte, pero es que este personaje no ha tenido nunca en el universo de Gaiman las connotaciones negativas tradicionalmente asociadas al concepto.
La siguiente historia es “Mi Experiencia con el Deseo”, el
relato de una joven aldeana de la Antigüedad cuyo objeto de deseo es el hijo
del jefe de la aldea, un muchacho varonil, arrogante y mujeriego. ¿Cómo puede
una simple cabrera ganarse el amor y, aún más difícil, la fidelidad de un joven
deseado por todas las chicas del lugar? Es una historia muy inteligente que
ofrece reflexiones perspicaces sobre el amor, la lujuria y el deseo, lo que
diferencia cada cosa, el efecto que producen y cómo puede una mujer servirse de
ellas para conquistar a quien parece inquebrantable. En esta ocasión, Gaiman
hace que su protagonista rompa la cuarta pared, creando una atmósfera de
intimidad e inmediatez que contribuye a subrayar la emotividad de la historia y
la comprensión del personaje. La muchacha le narra su experiencia directamente
al lector, mirándolo desde la viñeta y hablándole con una honestidad difícil de
igualar a través de los diálogos convencionales. Y, si se trata de dibujar algo
relacionado con el deseo y la lujuria, ¿quién mejor que el italiano Milo
Manara, que ha sustentado toda su carrera sobre el dibujo de mujeres hermosas y
sensuales? Es difícil poner pega alguna a sus viñetas casi pictóricas, pero si
algo quiero destacar es su representación de Deseo, ese ser andrógino pero
hipnóticamente hermoso, que aquí podría tener su versión definitiva.
“El Corazón de una Estrella” nos presenta a un Sueño mucho
más joven (tanto que la Tierra está aún en formación y nuestro Sol aparece
representado como un muchacho jovencito e inseguro), que acude a una importante
reunión de entidades cósmicas acompañado de su amada en ese momento, Killalla
del Fulgor, a la que quiere presentar a sus parientes y amigos. Aunque ya
entonces Sueño tenía un carácter reservado, aquí se le ve más feliz, menos
taciturno; incluso a su hermana Muerte se la ve diferente. Es una historia
sutil y agridulce sobre el sueño del amor pero también su pesadilla, sobre lo
que sueñan los planetas y las estrellas… Es también la única que incluye guiños
al mundo superheroico de DC (concretamente a Superman y los Green Lanterns). El
español Miguelanxo Prado hace un excelente trabajo con el dibujo. Su
representación del espacio es fabulosa así como la de varios de los invitados
al evento, que requerían de un tratamiento especial que capturara su naturaleza
primaria.
Mucho menos balsámica es la siguiente historia, “Quince
Retratos de Desesperación”, en la que Baron Storey vuelca su talento en una
inquietante y evocadora mirada a las profundidades más oscuras del reino de esa
Eterna. No estamos ni mucho menos ante una historia convencional que siga el
recorrido de unos personajes a lo largo de una trama, sino un mosaico de
imágenes que conforma una multiplicidad de personajes que viven situaciones que
les han trasladado a los dominios de Desesperación: un sacerdote acusado de un
horrible crimen; una niña que hace una lista de las cosas que la hacen feliz y
sólo es capaz de imaginar una, un hombre que traiciona a los animales que
dependen de él; un estudiante enfrentado a un examen que no podrá superar… Es
poesía visual y textual, aunque no trate de transmitir belleza y armonía sino
todo lo contrario. El arte (llamarlo dibujo parece inadecuado) muta de estilo y
atmósfera en cada página, representando imágenes, elementos y composiciones que
infunden terror y angustia. Un pasaje tan imaginativo y experimental como
descorazonador…
“Dentro” es la historia de Delirio y cuenta una improbable
misión de rescate de una joven autista que acomete un todavía más improbable
grupo de personas que, para su desgracia, saben muy bien lo que es vivir con un
pie en un mundo de ilusiones cambiantes y desordenadas. Bill Sienkiewicz dibuja
este complejo capítulo, narrado con múltiples voces: las de personas cuya
percepción de la realidad no es la misma que el de la gente, digamos, normal.
En parte, este segmento funciona por el sencillo recurso de darle a cada
personaje unos cuadros de texto diferenciados, además de utilizar una mezcla de
técnicas gráficas y un estilo expresionista que ilustran bien la esencia
deformada del reino de Delirio. No obstante, es un capítulo que exige del
lector atención y paciencia
A Delirio la volvemos a encontrar en la siguiente historia,
“En la Península”, aunque aquí como acompañante del Eterno protagonista,
Destrucción. Una arqueóloga viaja hasta la localidad sarda de San Rafael, donde
se ha descubierto un túmulo que contiene no fragmentos del pasado sino del
futuro. Destrucción, que reside temporalmente en el lugar, accede a ayudarla y
en los acontecimientos subsiguientes entenderemos por qué abandonó su reino y
funciones mucho tiempo atrás: sencillamente, los humanos no le necesitamos para
destruirnos mutuamente y a lo que nos rodea. Aunque de una forma u otra todas
las historias mezclan las diferentes funciones de los Eternos, en ésta queda
especialmente claro cómo los sueños, el deseo y la desesperación se relacionan
tanto con las pequeñas destrucciones cotidianas como con las más extensas y dramáticas.
Glenn Fabry es el encargado de ilustrar este pasaje con un dibujo limpio,
incluso convencional, dibujando hasta las escenas y elementos más extraños,
como los sueños de la protagonista, con un estilo realista lleno de detalles.
El último pasaje, como debe ser, está dedicado a Destino.
No es fácil imaginar una historia para él porque, al fin y al cabo, es el
custodio de las historias de todos los demás, las cuales lleva escritas en el
grueso volumen del que nunca se separa. Su papel siempre ha sido pasivo, de
mero observador, así que lo que encontramos aquí es básicamente un fragmento
poético en el que no sucede nada relevante más allá de ver a Destino paseando
por su jardín y ojeando las páginas de su libro. El dibujo de Frank Quitely es
verdaderamente bonito y expresivo a pesar del carácter impenetrable del
personaje. Los colores suaves contribuyen a darle a estas páginas una atmósfera
melancólica, incluso atemporal. Una historia con poca sustancia pero que funciona
tanto como epílogo de la antología como promesa de más historias por venir.
“Noches Eternas” es, en resumen, una novela gráfica extraordinariamente bella, inteligente, original y emotiva. Sus siete historias, narradas con voces muy diversas y dibujadas con estilos, estructuras y sensibilidades completamente diferentes, sintetizan a la perfección la esencia de cada Eterno y expande nuestro conocimiento del universo de Sandman. Gaiman vuelve a demostrar aquí no sólo su imaginación desbordante sino su maestría en el difícil formato del cuento. Es lectura obligada para todos aquellos que disfrutaron de “Sandman”, pero también podría servir de puerta de entrada para los profanos que deseen tomar contacto con la obra de Gaiman y se sientan intimidados por la extensión de la colección regular.
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