29 dic 2021

2021-MONSTRUOS – Barry Windsor-Smith


A mediados del ochenta del pasado siglo, Barry Windsor-Smith regresó al mundo del comic por la puerta grande. Los aficionados no habían olvidado su excelso trabajo en “Conan” quince años antes y enseguida pudieron comprobar que su talento no había disminuido gracias a comics como “El Hombre Máquina” (1984), la historia de la Cosa que apareció en “Marvel Fanfare” (1984) o sus impactantes aunque puntuales intervenciones en la colección de los X-Men. Pero Smith no era tanto un “mero” dibujante como un autor completo y aspiraba a algo más que a ilustrar los guiones ajenos. Además, la sofisticación que en los últimos años habían alcanzado los superhéroes le animó a probar algo más atrevido de lo habitual.

 

Y así, presentó a Jim Shooter un proyecto centrado en Hulk, titulado “Acción de Gracias” y que debía aparecer como un episodio de la colección regular del personaje. Eso sí, dado el enfoque crudo de la historia, no podría ir sancionado favorablemente en portada por el Comics Code Authority. Y es que Windsor-Smith quería justificar la “monstruosidad” de Hulk en los maltratos a los que le sometió su padre en la niñez, un tema harto escabroso que no tenía cabida en los comics de la época, mainstream o no.

 

Con el visto bueno del editor de Marvel, Jim Shooter, Windsor-Smith se pone a trabajar y va dibujando páginas que asombran a sus colegas. El proceso de dilata más dela cuenta y he aquí que, sin haber terminado, en el número 312 de Hulk (1984), aparece una historia escrita por quien era entonces el guionista regular de la colección, Bill Mantlo, y que repetía claramente la premisa presentada por Windsor-Smith. Éste, claro, montó en cólera y retiró su proyecto acusando a Mantlo de plagio y a Shooter de permitirlo. A día de hoy sigue sin estar muy claro qué es lo que sucedió, pero, sea como sea, Windsor-Smith siguió trabajando para Marvel como dibujante, portadista o, como en el caso de “Lobezno: Arma X” (1991), autor completo.

 

En cierto modo, ese comic serializado en la revista “Marvel Comics Presents” comparte elementos con el inédito de Hulk y con la mitología de otro personaje, el Capitán América. Todos ellos habían sido producto de experimentos militares secretos, siendo ellos mismos individuos marginados que el Ejército estaba dispuesto a sacrificar. El suero del supersoldado hizo del Capitán América un triunfo, aunque en años posteriores no siempre se plegaría a las exigencias de militares y gobierno. Por el contrario, Bruce Banner, víctima de un accidente, acabó convertido en un monstruo por efecto de la misma radiación con la que él trasteaba en el laboratorio militar donde trabajaba.

 

Logan-Lobezno se ajustaba, según contaba Windsor-Smith en “Arma X”, a un molde similar: un individuo engañado para someterse a un experimento por parte de unos militares y científicos sin escrúpulos, que no tendrán inconveniente en sacrificarlo en el proceso; tecnología futurista; transformación en un monstruo y pérdida del control por parte de todos los involucrados en el experimento; dolor y sufrimiento... Todo esto, años después, acabaría integrado también en “Monstruos”.

 

Mientras tanto y en los años siguientes, Barry Windsor-Smith continuó su carrera en diversas editoriales, pasando por Valiant, Malibú, Image-Wildstorm y Dark Horse. Es para esta última que, a mediados de los 90, decide recuperar su viejo proyecto de Hulk, si bien, claro está, realizando diversos cambios que le alejaran de demandas por plagio y reflejaran su propia evolución como artista. Así, por ejemplo, el protagonista, con otro nombre, ya no era hijo de la radiación sino víctima de una tecnología biomédica desarrollada por los nazis e importada por los militares norteamericanos. En este punto, “The Prometheus Project”, que era como se iba a titular, ya superaba con mucho su extensión original de comic book.

 

Pero he aquí que su proyecto estrella para Dark Horse, “Storyteller” (1996), fracasa estrepitosamente y es cancelado un año después. Ya comenté en otra entrada las razones de ello, pero el caso es que Windsor-Smith, amargado, corta sus relaciones con la editorial y lleva su Prometeo a Marvel, proponiendo reconvertirlo, una vez más, al universo de Hulk. Nueva decepción. Las directrices de la editorial le prohíben darle el tono maduro y descarnado que a su juicio demanda la historia y todo queda en agua de borrajas. Seguirá un doloroso periodo de depresión, bloqueo y renacimiento. Se dedica a otras obras, pero no olvida “The Prometheus Project”. Se lo ofrece, sin éxito, a Scott McCloud y luego a DC dentro de su sello Vértigo, que lo acepta. Ni siquiera una editora de mente abierta como Karen Berger acepta para Vértigo el nivel de dureza que propone Smith y, harto de interferencias a cuenta de la censura y lo políticamente correcto –problemas que también sufrirá con una historia de Superman-, vuelve a paralizar su ambiciosa obra y se automargina de la industria.

 

Durante años y años, fueron goteando noticias relativas a lo que ahora ya se llamaba “Monstruos”, pero nunca se daba una fecha de terminación y todo el mundo acabó pensando que se trataría de otro de esos jugosos proyectos cuyo destino es acabar en un cajón, páginas vendidas a coleccionistas y filtradas a internet sin llegar a cuajar jamás en un comic completo. Hasta que, en 2021, llega la sorpresa: Fantagraphics, que venía apoyando a Windsor-Smith desde el cambio de siglo, publica “Monstruos”, una obra inaudita para el mercado americano: 360 páginas en blanco y negro, firmadas por un autor legendario y narrando una historia que había tardado treinta y cinco años en gestarse. De hecho, fue la primera obra que Windsor-Smith publicó desde 2005.  

 

Si se buscan analogías, “Monstruos” es mucho más que un híbrido oscuro entre el Capitán América y Hulk. Al final, aunque hayamos tenido que esperar más de tres décadas, los lectores hemos salido ganando con la decisión de Marvel de publicar en su día el plagio de Mantlo en vez del discreto comic-book de Windsor-Smith. De esta forma, podemos disfrutar de una obra libre de censuras e interferencias editoriales, mucho más madura, extensa, sofisticada y terrorífica de lo que hubiera sido bajo el formato de un episodio suelto de Hulk.

 

En su esencia, “Monstruos” es una historia bastante convencional. Es fácil ver en ella los mimbres de aquella historia sobre Hulk (incluso Glenn Talbot hace un cameo), pero sobre ese núcleo básico Windsor-Smith añade múltiples capas y niveles que van desde lo doméstico hasta lo metafísico y esotérico, tocando temas que van desde el maltrato familiar al Destino, pasando por el Amor, el trauma bélico, la Decepción, las consecuencias de jugar con la ciencia prescindiendo de todo escrúpulo y la Redención. ¿Suena complejo, denso e intimidante? Lo es.

 

Lo primero que llama la atención es la portada, el rostro grotescamente deformado de un hombre, con una bandera estadounidense clavada en una oreja, su labio desfigurado dejando entrever una mandíbula cavernosa y una lágrima asomando en su único ojo abierto. Es una imagen al tiempo desagradable y patéticamente conmovedora del protagonista de esta historia que mezcla el terror, el drama cotidiano, el thriller y lo sobrenatural.

 

La acción comienza en 1949, cuando una madre encuentra a un hombre golpeando a su hijo (asumimos que es el padre, pero no lo podemos asegurar porque cuando habla, sus diálogos están reproducidos como letras góticas en idioma alemán). Quince años más tarde, ese mismo chico, Bobby Bailey, trata de seguir los pasos de su ya fallecido padre, veterano de la Segunda Guerra Mundial, alistándose en el ejército. El oficial del puesto de reclutamiento, el sargento Elias MacFarland, a la vista de que se trata de alguien sin familia ni red social de apoyo que quiere dejar atrás su pasado, decide enviarlo a un ominoso “Proyecto Prometeo”, que no sabe exactamente en qué consiste, pero ante el que espera ganarse reconocimiento enviándoles un candidato.

 

El lugar resulta ser un siniestro laboratorio del ejército donde experimentan con Bobby, sometiéndole a todo tipo de atrocidades heredadas de un programa nazi secreto descubierto por el ejército americano veinte años atrás. Pero en lugar de obtener el ansiado supersoldado, lo que consiguen es un monstruo patético. Enorme, fuerte y muy resistente, sí, pero inútil como combatiente.  

 

Mientras tanto, el reclutador de Bobby, McFarland, es un hombre negro que vive en los 60. Windsor-Smith nos introduce en su vida familiar, lo que hace para sobrevivir en una sociedad racista y por qué siente una especial conexión con Bobby Bailey. Se arrepiente de haberlo enviado al Proyecto Prometeo y la culpa le atormenta en sueños y trastorna su vida familiar. Durante semanas, la metamorfosis física que experimenta Bobby corre paralela a la crisis nerviosa de Elías, que confiesa a su esposa una extraña historia sobre comics y poderes psíquicos heredados de su abuela sureña. Esa especie de “visión” mística que le asegura que tiene una conexión con Bobby, le impele a intervenir y rescatarle aun sabiendo que eso puede significar su muerte. Y así lo hace. Bobby se escapa y los militares organizan una operación de caza y derribo contra él. A partir de ese momento, se desencadenan una serie de eventos que escapan al control de todo el mundo y los monstruos –reales y metafóricos- descubren su verdadero rostro.

 

No estamos, por tanto, ante una historia repleta de giros sorprendentes y en su premisa nuclear vemos claramente una mezcla de Frankenstein, Hulk y el Capitán América salpicada con clichés diversos, como el exnazi despiadado con gafas oscuras y mano mecánica que ahora trabaja para el ejército americano; o el hombre negro bondadoso con poderes de vudú. Un guionista menos diestro habría seguido encadenando arquetipos y se habría centrado en los aspectos más violentos y el drama de un supersoldado monstruoso huyendo por la convulsa América de los años sesenta.

 

Pues bien, Windsor-Smith incluye tiroteos, huidas y persecuciones, sí, pero lo que le interesa no es el presente sino el pasado; no la trama de la creación del monstruo y su posterior fuga sino su destino, un lugar muy concreto: su antiguo hogar, el foco de un espeluznante drama familiar que será lo que aporte todas las claves para entender el lugar que ocupa cada personaje. A partir de este punto de la historia (alrededor de la página 100), se van alternando momentos del presente y del pasado para mostrarnos tanto la infancia de Bobby como el origen de esos experimentos en la Alemania nazi y la relación que con ellos tuvo el padre de Bobby cuando era soldado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Todos los elementos que habían ido apareciendo en la historia resultan estar conectados y, por supuesto, Bobby no es el único monstruo que anda suelto.

 

Cuando, ya convertido en monstruo y a la fuga, Bobby llega hasta la casa donde pasó su niñez, los recuerdos empiezan a aflorar de nuevo y retrocedemos con él en el tiempo para ver los abusos infantiles a los que le sometió su trastornado padre. El grotesco cuerpo actual de Bobby no es más que la continuación de un trauma cíclico que ha absorbido también a otros personajes, en especial a Janet, la adorable madre de Bobby y esposa de Tom y en la que se centra la extensa sección central del comic. Seguimos sus progresivamente más patéticos y desesperados intentos para apaciguar la paranoia e irritabilidad de su marido, regresado recientemente del ejército tras haber pasado un largo de periodo de cuatro años “perdido” en las profundidades de la institución militar una vez finalizó la Segunda Guerra Mundial. El diario de Janet nos abre su mente y su corazón, sometidos a violentos vaivenes emocionales que van desde la alegría por la vuelta de Tom hasta el terror que éste le causa, convertido en alguien completamente diferente de quien una vez conoció. 

 

Pero “Monstruos” no se detiene aquí y retrocede aún más, al periodo en el que Tom Bailey estaba desaparecido y Janet esperaba pacientemente noticias suyas en casa. Es entonces cuando ella y el oficial de enlace con el ejército, Jack Powell desarrollan una atracción mutua. Y aún más atrás, veremos los experimentos cuyo descubrimiento en la Segunda Guerra Mundial llevó a Tom Bailey a la locura.

 

El título de la obra es una palabra en plural y con sentido metafórico, así que ya podemos imaginarnos desde el principio lo que el autor tratará de decirnos sobre los monstruos y cómo no todos tienen la apariencia física de tales. De hecho, el libro es menos una narración del periplo vital de Bobby –cuyo papel es el de macguffin hitchcockiano- que una exploración de una cuestión muy concreta y también muy antigua: ¿quién es más monstruoso, el monstruo o quien le crea? Y, en este sentido, el autor dedica mucho más tiempo al resto de personajes que rodean a Bobby tanto en el presente como en el pasado, directa o indirectamente.

 

“Monstruos” no es una lectura fácil ni rápida. Y no sólo por su extensión, sino por su compleja estructura, que incluye narraciones en diferentes periodos temporales, pasajes epistolares de carácter subjetivo, ensoñaciones que pueden o no ser reales y presagios que pueden o no materializarse. No es de extrañar que le llevara a Smith décadas completar este proyecto. Planificar su estructura debió ser un auténtico dolor de cabeza para él. Pero el esfuerzo da recompensas y ese planteamiento sirve para ir poniendo de manifiesto todo lo que convierte a diferentes personajes en monstruos, sobre todo gracias a la introducción de saltos narrativos hacia diferentes pasados y, simultáneamente, tejiendo entre ellos conexiones que aportan mayor significado a unos y otros y unen el pasado y el presente mediante un hilo de tragedias y trauma intergeneracional.  

 

En esos pasajes queda explicado el trasfondo de todos los “monstruos”, no para hacerlos acreedores de nuestro perdón o siquiera compasión, sino para que podamos comprender el origen de su maldad o locura. Tres son los principales monstruos de esta historia, cada uno con un origen diferente. Bobby, buscando escapar de su trágico pasado y la sombra de su padre, termina transformado en una monstruosidad biológica por el mismo individuo –otro monstruo, aunque de diferente índole- que provocó el envilecimiento de su padre. Éste, por su parte, es un monstruo nacido del trauma de la guerra y, específicamente, de los experimentos que estaban llevando a cabo un grupo de científicos nazis. Y, por último, el coronel Dietrich, capaz de cualquier cosa con tal de sobrevivir y ascender, un ser inhumano y sin justificación posible.

 

No éstos son los únicos monstruos, sino solo los más grandes. Ahí están los científicos nazis, fanatizados y crueles por igual, reunidos en una siniestra última cena antes de que las tropas norteamericanas descubran lo que han estado haciendo en sus laboratorios. O los técnicos de otras instalaciones secretas, estas americanas, en las que transforman a Bobby, bromeando y burlándose de su infeliz cobaya mientras –en un proceso que recuerda al de “Arma X”- le clavan agujas, inyectan sustancias e infligen un terrible dolor.

 

El encaje de flashbacks, sucesivos y unos dentro de otros, es una buena opción para modelar a todos los personajes dado que consigue que el lector vaya modificando su actitud hacia ellos conforme va accediendo a mayor información. Por ejemplo, es inevitable odiar a Tom Bailey nada más conocerle al comienzo del comic, pero más adelante nos enteramos que no siempre fue un monstruo y que, como su hijo Bobby, es otra víctima. Sabemos lo que le va a ocurrir a la familia Bailey porque desde el comienzo el autor lo menciona, pero entrar en esos flashbacks y contemplar con todo detalle cómo se llegó a ese funesto destino es un viaje terrorífico e intenso. ¿Qué le ocurrió a Tom para transformarse de cariñoso y atento novio en individuo huraño y paranoico una vez regresó a su hogar? ¿Cómo pasó Bobby de ser un niño frágil pero amado por su madre a una masa grotesca de carne? No es una historia divertida en el sentido tradicional del término, pero sí apasionante; un comic que desafía al lector a contemplar la cara menos satisfactoria de la especie humana y hacerse incómodas preguntas sobre una sociedad que permite que se cometan en su seno tales aberraciones.

 

Desde mi punto de vista, no obstante, no todo son aciertos. Probablemente debido a su largo periodo de gestación y su ambición temática y narrativa, “Monstruos” da a veces la sensación de estar algo deshilvanado. Su mezcla de ciencia ficción, terror gore, coincidencias funestas, poderes psíquicos, drama romántico, realismo mágico y tragedia familiar, no siempre forma un todo coherente. Aunque Windsor-Smith tiene buen oído para los diálogos y las conversaciones suenan creíbles y naturales, hay bastantes escenas alargadas innecesariamente y otras que reiteran ciertos puntos que ya habían quedado claros previamente.

 

El dibujo, por su parte, es espectacular y cualquier comentario al respecto no le hace justicia. Su trabajo de línea y de entintado es meticuloso en un grado que pocos autores han conseguido alcanzar (se me ocurren, en un estilo parecido, Bernie Wrightson o Andreas), utilizando el rayado para conseguir efectos de iluminación y texturas que van desde la belleza serena a lo horrible pasando por lo desasosegante. Por ejemplo, cuando Janet Bailey visita a su cuñada, que está fumando, y Windsor-Smith crea una neblina de humo utilizando esa técnica; o el beso bajo la lluvia entre Jane y Powell. Su utilización de las sombras y las superficies negras es propia de un maestro como él, variando el grosor de la línea para darle a ciertas escenas más delicadeza y a otras mayor crudeza.

 

Naturalmente y como era de esperar, su Bobby Bailey tiene una apariencia monstruosa, pero como todas las criaturas creadas a la sombra de Frankenstein, también transmite patetismo y una cierta cualidad infantil, como si no acabara de entender qué es lo que le ha ocurrido pero sintiera que el mundo ya no es un lugar donde pueda vivir. Windsor-Smith utiliza el espacio negativo para crear burbujas de luz o darle a una escena la atmósfera de un nebuloso recuerdo. Su atención por el detalle es siempre sorprendente, ya sea en el hogar de Bobby, el bunker Nazi en el que Tom pierde la razón o los bosques por los que el ejército despliega su caza del monstruo. Windsor-Smith le da a cada espacio su propia personalidad acorde con la época de la acción y creando una insuperable sensación de verosimilitud. Aunque es cierto que a menudo a sus rostros les falta expresividad y que en la última parte se detecta cierto cansancio (no es para menos habida cuenta de la extensión de la obra y el tiempo que ha tardado en terminarla) y el grado de detallismo empieza a decaer, bien puede decirse que este es el mejor trabajo gráfico del autor, un auténtico recital narrativo y estético que podría utilizarse como manual de referencia en cualquier escuela de comic.

 

Los treinta y cinco años que esta obra ha pasado cociéndose en la mente de Barry Windsor-Smith la han dejado fuera del tiempo, simultáneamente anacrónica y clásica. Esto no entorpece su lectura, pero sí dificulta su comparación con cualquier otro trabajo contemporáneo firmado por otros autores. En su esencia, “Monstruos” fue gestado en la época en la que “Watchmen” (1986) guiaba los pasos del comic adulto en Estados Unidos, pero vio la luz finalmente en una industria fragmentada y en plena transformación en la que es difícil dejar huella perdurable. No hay forma de predecir cómo “Monstruos” influirá a futuros creadores o lectores o siquiera si lo conseguirá. Es posible que para un grupo cada vez más reducido y delimitado de lectores veteranos, alcance la categoría de obra maestra, aunque su impacto no sea el que quizá hubiera tenido de haber aparecido veinte años atrás.

 

“Monstruos”, ya lo dije, no es un comic para sentirse bien y, de hecho, es perfectamente posible y comprensible que muchos lectores no deseen regresar a él tras una primera lectura. No es de extrañar que tantas editoriales lo rechazaran. Las crueldades no amainan hasta las últimas páginas y los aspectos más optimistas llegan demasiado tarde. Es extremadamente brutal, tiene escenas tan violentas que casi pueden sentirse físicamente, los personajes sufren tanto y su destino es tan funesto que el desenlace sólo puede calificarse de tibiamente feliz. Windsor-Smith añade una dimensión espiritual en forma de subtrama sobrenatural cuyo propósito es aportar algo de luz y esperanza, pero lo cierto es que la oscuridad que ha desplegado previamente es tan opresiva que esa conclusión “fantasmal” apenas supone un alivio. En este sentido, “Monstruos” es, sin duda, el trabajo de un artista en el culmen de su talento, pero también una visión tan profundamente desoladora de la Humanidad que bien puede arrollar su intento final de mostrar lo mejor de aquélla.

 

Y, sin embargo, pese a su crudeza y extensión y el hecho de que, en el fondo, no cuente realmente algo absolutamente nuevo ni sorprendente, es una historia tan bien contada y con unos personajes tan humanos que atrapa, te agarra de la pechera y no te suelta hasta que la terminas, exhausto pero convencido de haber leído una obra que, por las circunstancias de su desarrollo y el talento de su autor, es difícilmente repetible.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario