22 nov 2025

2016- UN VERANO DIABOLIK – Smolderen y Clérisse

Tres años después de la notable “Recuerdos del Imperio del Átomo” (2013), ambientada en el universo de la literatura de ciencia ficción de los años cincuenta, la siguiente colaboración entre Thierry Smolderen y Alexandre Clérisse da un salto al futuro de diez años para, sin salir de la Guerra Fría, transportarnos al mundo del espionaje y la efervescente atmósfera de los años 60 en “Un Verano Diabolik”. Y una vez más lo hacen con una historia que desafía las convenciones del género aparente en el que se inscribe. Porque aunque la portada sugiere una intriga de misterio, puede que incluso de terror, esa percepción es engañosa. Sí, el thriller de espías es la etiqueta a priori más adecuada, pero ésta no define por completo todo lo que la obra cuenta.

 

El verano de 1967 prometía ser tranquilo y rutinario para el adolescente Antoine Lafarge. Con su madre y hermana de viaje por Irlanda, estaba solo con su padre, Louis, ingeniero en una fábrica cercana localizada en la región de Bajos Pirineos (hoy Pirineos Atlánticos), limítrofe con España. Hombre muy volcado en su trabajo, se las arregló no obstante para sacar tiempo y asistir al torneo de tenis juvenil que su hijo ganó con facilidad contra su contrincante, Erik. Éste, socialmente más audaz y extrovertido, se convertirá en su compañero durante las siguientes semanas de asueto estival.

 

El premio del campeonato consiste en una cena en un lujoso restaurante al que Antoine invita a su padre. Allí, éste tiene un encuentro con Edmond de Noe, aparentemente agente del servicio secreto francés. Ambos se habían conocido tiempo atrás en Washington a tenor de un tal Popov, posible espía soviético que ahora acaba de reaparecer. De Noe invita a los dos Lafarge a continuar la velada en su villa, situada a pocos kilómetros. Esta inesperada reunión propiciará que Antoine conozca a Joan, una atractiva y pícara joven estadounidense algo mayor que él y que vive en casa de de Noe, probablemente escapando de algo o alguien.

 

Al volver a su casa, son perseguidos en coche por el padre de Erik, con quien Louis había tenido un altercado al término del partido de tenis. La carrera termina con aquél despeñándose por un precipicio y muriendo. Para evitar complicaciones en una situación en la que no hay más testigos vivos que ellos, no testifican ante la policía, que cierra el caso considerándolo un mero accidente. Poco después, durante una visita de Antoine a casa de Erik, ambos husmean en el cuarto del hermano mayor de éste, encontrando unas viejas fotografías que revelan que el padre había sido un nazi que acabó prisionero en un campo soviético.

 

En los siguientes días, Antoine será seducido por Joan, probará el LSD, observará el comportamiento misterioso de su poco comunicativo padre, descubrirá el lado mezquino de Erik, perderá a la chica que realmente le gusta, responderá a la llamada de auxilio de Joan y verá como su padre es atacado por un misterioso individuo vestido con mallas negras al estilo de Diabolik antes de desaparecer para siempre de su vida sin llegar a saber qué fue de él.

 

Pero todo esto es “sólo” la primera parte del comic. Veinte años después, Antoine no ha conseguido superar el trauma de aquellos días y sigue dándole vueltas al pasado obsesivamente. Escribe una novela tratando de exorcizar sus demonios y, por fin, aparece casualmente un cabo del que tirar para desentrañar los enigmas que le atormentan. La revelación de lo que realmente pasó aquel verano, justo ante sus ojos pero, al mismo tiempo, oculto a su entendimiento, volverá a cambiar su vida para siempre.

 

Originalmente, Diabolik fue un personaje de comic italiano creado por las hermanas Angela y Luciana Giussani en 1962 para su edición en formato de bolsillo. Se trataba de un despiadado y elusivo maestro de ladrones, cuya verdadera identidad y rostro eran desconocidos por la policía. Robaba principalmente a los ricos, bancos y empresas para mantener su lujoso estilo de vida y financiar sus cada vez más sofisticados planes criminales. Su éxito propició una temprana adaptación al cine en 1968, dirigida por Mario Bava y que también alcanzó el estatus de icono de la estética camp de los años 60.

 

Thierry Smolderen era, desde niño, un gran admirador de Diabolik, personaje hacia el que sentía tanta fascinación como repugnancia. Y cuando cuajó su proyecto de narrar una historia ambientada en esa década, decidió recuperarlo y dar su propia versión, rindiéndole un homenaje. Incorpora ciertos atributos, como su famoso Jaguar E-Type, el mono negro o su penetrante mirada, pero ahí termina la comparación porque, a pesar de llevar su nombre en el título, este Diabolik nada tiene que ver con el original y, de hecho, no es más que un adorno, un guiño a la época en la que transcurre la acción. “Un Verano Diabolik” no trata sobre Diabolik, como “Recuerdos del Imperio del Átomo” no era una biografía del escritor Cordwainer Smith ni la posterior “Un Año sin Cthulhu” se centraría en Lovecraft y su mitología. Lo que tenemos aquí es una historia exuberante y retorcida de transición a la madurez, salpicada de elementos de la cultura pop traducidos gráficamente en clave de pop-art.

 

“Un Verano Diabolik” es una historia llena de dobles sentidos, dobles identidades y personalidades desdobladas que nos recuerda que lo que creemos ver ante nosotros muchas veces no son sino reflejos engañosos que conviene examinar con atención. A medida que Antoine observa el comportamiento de su padre, empieza a pensar que tiene una doble personalidad. La influencia del ambiguo Louis sobre su hijo –y sobre la trama- se ve pronto eclipsada por la del más mundano y fanfarrón Erik, alguien que tampoco parece ser tan sincero como aparenta. De hecho, en ese microcosmos todos parecen estar moviendo sus respectivos hilos sin que Antoine lo entienda o siquiera lo perciba. Es un adolescente tranquilo que se ve enfrentado a acontecimientos que escapan a su comprensión. Lo único que sabe hacer al detectar las inconsistencias en el comportamiento de quienes lo rodean es restarles importancia. Al fin y al cabo, todos sabemos que nuestra imaginación puede ser nuestra peor enemiga.

 

De la mano de su padre, Erik y Joan, Antoine va a experimentar un proceso de maduración acelerada inscrita en un misterio cuya naturaleza, trasfondo y solución permanece siempre fuera de su alcance ya sea por hallarse él demasiado cerca de los involucrados o por su renuencia a creer las evidencias que están ante sus ojos. Esto crea un contraste entre el ambiente soleado y veraniego y los oscuros secretos del pasado cuidadosamente ocultos, pero luchando por aflorar. Conforme la situación se complica, la trama cautiva al lector apabullándole con información, referencias, desvíos y pistas dejadas por Smolderen para sembrar la confusión. La narrativa es tan compleja como fluida, rica en referencias pero nunca pesada, sin momentos de calma ni giros argumentales confusos o forzados.

 

Como he dicho, a mitad de comic se descubre que la narración en primera persona de Antoine estaba extraída del libro que él mismo escribió en 1985 sobre los sucesos de aquel verano de 1967. En la segunda parte, ambientada en 1990, tras la caída del régimen soviético, su voz es sustituida por la de su padre, en forma epistolar. Es ahora cuando, a través de su narración, descubrimos la auténtica verdad de aquellos cada vez más lejanos acontecimientos de los que Antoine sólo vio una cara. La trama está muy bien hilada y mantiene en todo momento el interés, aunque cualquier lector medianamente perspicaz habrá deducido bastantes de las respuestas antes de llegar al final. Smolderen compensa esa no tan inesperada sorpresa con un buen epílogo que deja claro que Antoine está destinado a seguir atormentándose, aunque por motivos diferentes. Es un final melancólico apropiado al tono de la historia y coherente con el desarrollo de la misma.

 

Clérisse recrea y moderniza, sin perder su aire vintage, el estilo de finales de la década de los 60 con la misma maestría con la que nos presentó el retrofuturo de los años 50 en “Recuerdos del Imperio del Átomo”. Adopta elementos del diseño de vanguardia de aquella época (los coches elegantes al estilo James Bond, la moda, el diseño italiano, los vibrantes colores y formas del artista belga Guy Peellaert, los carteles de gran formato de James Rosenquist e incluso las pinturas de David Hockney) para crear un universo propio de imágenes de formas sencillas y colores hipnóticos en cuya paleta destacan el púrpura y el rojo y azul oscuros que complementan a la perfección la atmósfera tan hábilmente cultivada por Smolderen. En cuanto al diseño de página, la ausencia de bordes en las viñetas evoca y homenajea el flujo psicodélico de la época en la que se ambienta la historia.

 

El único segmento carente de color relevante es la escena de iniciación sexual de Antoine al son de la canción “A Whiter Shade of Pale" (1967), de Procol Harum, una elección musical que no solo sirve para precisar el marco temporal, sino que también constituye la base de una secuencia sensorialmente estimulante. No fue casualidad que la enigmática letra de ese tema pop fuera incorporada por Brian W.Aldiss en su novela “A Cabeza Descalza” (1969), paradigma de la Nueva Ola de la Ciencia Ficción y en la que el escritor, utilizando una prosa deliberadamente confusa, replicaba el estado mental de alguien bajo los efectos de drogas psicodélicas. Para Smolderen, quien además de numerosos ensayos ha escrito una Historia del cómic e imparte clases en la Escuela de Bellas Artes de Angouleme, esa canción le dio la oportunidad perfecta para que Clérisse hiciera danzar las palabras por entre las figuras, utilizando tipografías psicodélicas.

 

A pesar de combinar elementos icónicos pero muy dispares (posters pop-art de Warhol, el LSD, formas psicodélicas de colores saturados, la revista “Pilote”, los comics de Diabolik, los estampados y la técnica bubble and streak, la grabación Zapruder del asesinato de Kennedy, la atmosférica psicodelia de la música y letras de Procol Harum, la Guerra Fría…), el refinamiento de Clérisse siempre impide que “Un Verano Diabolik” se convierta en un mero catálogo de poco sutiles referencias o, ya puestos, la parodia que, en cierto modo, representa la obra.

 

Tras “Recuerdos del Imperio del Átomo”, Smolderen y Clérisse vuelven a demostrar que es perfectamente posible crear cómics extensos, temáticamente relacionados con biografías u obras literarias, que no sean meros intentos de exprimir la nostalgia de los lectores para sacar un fácil beneficio económico. Esta segunda colaboración de los dos autores supone una mejora con respecto a la primera: la historia de Antoine resulta más fácil de seguir que las abstracciones de la compleja mente de Paul Linebarger/Cordwainer Smith, aunque solo sea porque su generación está temporalmente más cerca de la nuestra. “Un Verano Diabolik”, en definitiva, es un comic que ofrece no sólo una lectura inteligente, sofisticada y absorbente sino una experiencia estética de primer nivel que combina el intenso y traumático paso a la madurez de un joven con un thriller de espionaje.

 

 

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