Tres años después de la notable “Recuerdos del Imperio del Átomo” (2013), ambientada en el universo de la literatura de ciencia ficción de los años cincuenta, la siguiente colaboración entre Thierry Smolderen y Alexandre Clérisse da un salto al futuro de diez años para, sin salir de la Guerra Fría, transportarnos al mundo del espionaje y la efervescente atmósfera de los años 60 en “Un Verano Diabolik”. Y una vez más lo hacen con una historia que desafía las convenciones del género aparente en el que se inscribe. Porque aunque la portada sugiere una intriga de misterio, puede que incluso de terror, esa percepción es engañosa. Sí, el thriller de espías es la etiqueta a priori más adecuada, pero ésta no define por completo todo lo que la obra cuenta.
El verano de
1967 prometía ser tranquilo y rutinario para el adolescente A
ntoine Lafarge.
Con su madre y hermana de viaje por Irlanda, estaba solo con su padre, Louis,
ingeniero en una fábrica cercana localizada en la región de Bajos Pirineos (hoy
Pirineos Atlánticos), limítrofe con España. Hombre muy volcado en su trabajo,
se las arregló no obstante para sacar tiempo y asistir al torneo de tenis
juvenil que su hijo ganó con facilidad contra su contrincante, Erik. Éste,
socialmente más audaz y extrovertido, se convertirá en su compañero durante las
siguientes semanas de asueto estival.
El premio
del campeonato consiste en una cena en un lujoso restaurante al que Antoine
invita a su padre. Allí, éste tiene un encuentro con Edmond de Noe,
aparentemente agente del servicio secreto francés. Ambos se habían conocido
tiempo atrás en Washington a tenor de un tal Popov, posible espía soviético que
ahora acaba de reaparecer. De Noe invita a los dos Lafarge a continuar la
velada en su villa, situada a pocos kilómetros. Esta inesperada reunión propiciará
que Antoine conozca a Joan, una atractiva y pícara joven estadounidense algo
mayor que él y que vive en casa
de de Noe, probablemente escapando de algo o
alguien.
Al volver a su casa, son perseguidos en coche por el padre de Erik, con quien Louis había tenido un altercado al término del partido de tenis. La carrera termina con aquél despeñándose por un precipicio y muriendo. Para evitar complicaciones en una situación en la que no hay más testigos vivos que ellos, no testifican ante la policía, que cierra el caso considerándolo un mero accidente. Poco después, durante una visita de Antoine a casa de Erik, ambos husmean en el cuarto del hermano mayor de éste, encontrando unas viejas fotografías que revelan que el padre había sido un nazi que acabó prisionero en un campo soviético.
En los
siguientes días, Antoine será seducido por Joan, probará el LSD, observará el
comportamiento misterioso de su poco comunicativo padre, descubrirá el lado
mezquino de Erik, perderá a la chica que realmente le gusta, respon
derá a la
llamada de auxilio de Joan y verá como su padre es atacado por un misterioso
individuo vestido con mallas negras al estilo de Diabolik antes de desaparecer
para siempre de su vida sin llegar a saber qué fue de él.
Pero todo esto es “sólo” la primera parte del comic. Veinte años después, Antoine no ha conseguido superar el trauma de aquellos días y sigue dándole vueltas al pasado obsesivamente. Escribe una novela tratando de exorcizar sus demonios y, por fin, aparece casualmente un cabo del que tirar para desentrañar los enigmas que le atormentan. La revelación de lo que realmente pasó aquel verano, justo ante sus ojos pero, al mismo tiempo, oculto a su entendimiento, volverá a cambiar su vida para siempre.
Originalmente,
Diabolik fue un personaje de comic italiano creado por las hermanas Angela y
Luciana Giussani en 1962 para su edición en formato de bolsillo. Se trataba de
un despiadado y elusivo maestro de ladrones, cuya verdadera identidad y rostro
eran desconocidos por la policía. Robaba principalmente a los ricos, bancos y
empresas para mantener su lujoso estilo de vida y financiar sus cada vez más
sofisticados planes criminales. Su éxito propició una temprana adaptación al
cine en 1968, dirigida por Mario Bava y que también alcanzó el estatus de icono de la estética camp
de los años 60.
Thierry
Smolderen era, desde niño, un gran admirador de Diabolik, personaje hacia el
que sentía tanta fascinación como repugnancia. Y cuando cuajó su proyecto de
narrar una historia ambientada en esa década, decidió recuperarlo y dar su
propia versión, rindiéndole un homenaje. Incorpora ciertos atributos, como su
famoso Jaguar E-Type, el mono negro o su penetrante mirada, pero ahí termina la
comparación porque, a pesar de llevar su n
ombre en el título, este Diabolik
nada tiene que ver con el original y, de hecho, no es más que un adorno, un
guiño a la época en la que transcurre la acción. “Un Verano Diabolik” no trata
sobre Diabolik, como “Recuerdos del Imperio del Átomo” no era una biografía del
escritor Cordwainer Smith ni la posterior “Un Año sin Cthulhu” se centraría en
Lovecraft y su mitología. Lo que tenemos aquí es una historia exuberante y
retorcida de transición a la madurez, salpicada de elementos de la cultura pop
traducidos gráficamente en clave de pop-art.
“Un Verano
Diabolik” es una historia llena de dobles sentidos, dobles identidades y
personalidades desdobladas que nos recuerda que lo que creemos ver ante
nosotros muchas veces no son sino reflejos engañosos que conviene examinar con
atención. A medida que Antoine observa el comportamiento de su padre, empieza a
pensar que tiene una doble personalidad. La influencia del ambiguo Louis sobre
su hijo –y sobre la trama- se ve pronto eclipsada
por la del más mundano y
fanfarrón Erik, alguien que tampoco parece ser tan sincero como aparenta. De
hecho, en ese microcosmos todos parecen estar moviendo sus respectivos hilos
sin que Antoine lo entienda o siquiera lo perciba. Es un adolescente tranquilo
que se ve enfrentado a acontecimientos que escapan a su comprensión. Lo único
que sabe hacer al detectar las inconsistencias en el comportamiento de quienes
lo rodean es restarles importancia. Al fin y al cabo, todos sabemos que nuestra
imaginación puede ser nuestra peor enemiga.
De la mano
de su padre, Erik y Joan, Antoine va a experimentar un proceso de maduración
acelerada inscrita en un misterio cuya naturaleza, trasfondo y solución
permanece siempre fuera de su alcance ya sea por hallarse él demasiado cerca de
los involucrados o por su renuencia a creer las evidencias que están ante sus
ojos. Esto crea un contraste entre el ambiente soleado y veraniego y los oscuros
secretos del pasado cuidadosamente ocultos, pero luchando por
aflorar. Conforme
la situación se complica, la trama cautiva al lector apabullándole con
información, referencias, desvíos y pistas dejadas por Smolderen para sembrar
la confusión. La narrativa es tan compleja como fluida, rica en referencias
pero nunca pesada, sin momentos de calma ni giros argumentales confusos o
forzados.
Como he
dicho, a mitad de comic se descubre que la narración en primera persona de
Antoine estaba extraída del libro que él mismo escribió en 1985 sobre los
sucesos de aquel verano de 1967. En la segunda parte, ambientada en 1990, tras
la caída del régimen soviético, su voz es sustituida por la de su padre, en
forma epistolar. Es ahora cuando, a través de su narración, descubrimos la
auténtica verdad de aquellos cada vez más lejanos acontecimientos de los que
Antoine sólo vio una cara. La trama está muy bien hilada y mantiene en todo
momento el interés, aunque cualquier lector medianamente perspicaz habrá
deducido bastantes de las
respuestas antes de llegar al final. Smolderen
compensa esa no tan inesperada sorpresa con un buen epílogo que deja claro que
Antoine está destinado a seguir atormentándose, aunque por motivos diferentes.
Es un final melancólico apropiado al tono de la historia y coherente con el
desarrollo de la misma.
Clérisse
recrea y moderniza, sin perder su aire vintage, el estilo de finales de la
década de los 60 con la misma maestría con la que nos presentó el retrofuturo
de los años 50 en “Recuerdos del Imperio del Átomo”. Adopta elementos del
diseño de vanguardia de aquella época (los coches elegantes al estilo James
Bond, la moda, el diseño italiano, los vibrantes colores y formas del artista
belga Guy Peellaert, los carteles de gran formato de James Rosenquist e incluso
las pinturas de David Hockney) para crear un universo propio de imágenes de formas
sencillas y colores hipnóticos en cuya paleta destacan el púrpura y el rojo y
azul oscuros que complementan a la perfección la atmósfera tan hábilmente
cultivada por Smolderen. En cuanto al dis
eño de página, la ausencia de bordes
en las viñetas evoca y homenajea el flujo psicodélico de la época en la que se
ambienta la historia.
El único
segmento carente de color relevante es la escena de iniciación sexual de
Antoine al son de la canción “A Whiter Shade of Pale" (1967), de Procol
Harum, una elección musical que no solo sirve para precisar el marco temporal,
sino que también constituye la base de una secuencia sensorialmente
estimulante. No fue casualidad que la enigmática letra de ese tema pop fuera incorporada
por Brian W.Aldiss en su novela “A Cabeza Descalza” (1969), paradigma de la
Nueva Ola de la Ciencia Ficción y en la que el escritor, utilizando una prosa
deliberadamente confusa, replicaba el estado mental de alguien bajo los efectos
de drogas psicodélicas. Para Smolderen, quien además de numerosos ensayos ha
escrito una Historia del cómic e imparte clases en la Escuela de Bellas Artes
de Angouleme, e
sa canción le dio la oportunidad perfecta para que Clérisse
hiciera danzar las palabras por entre las figuras, utilizando tipografías
psicodélicas.
A pesar de combinar elementos icónicos pero muy dispares (posters pop-art de Warhol, el LSD, formas psicodélicas de colores saturados, la revista “Pilote”, los comics de Diabolik, los estampados y la técnica bubble and streak, la grabación Zapruder del asesinato de Kennedy, la atmosférica psicodelia de la música y letras de Procol Harum, la Guerra Fría…), el refinamiento de Clérisse siempre impide que “Un Verano Diabolik” se convierta en un mero catálogo de poco sutiles referencias o, ya puestos, la parodia que, en cierto modo, representa la obra.
Tras
“Recuerdos del Imperio del Átomo”, Smolderen y Clérisse vuelven a demostrar que
es perfectamente posible crear
cómics extensos, temáticamente relacionados con
biografías u obras literarias, que no sean meros intentos de exprimir la
nostalgia de los lectores para sacar un fácil beneficio económico. Esta segunda
colaboración de los dos autores supone una mejora con respecto a la primera: la
historia de Antoine resulta más fácil de seguir que las abstracciones de la
compleja mente de Paul Linebarger/Cordwainer Smith, aunque solo sea porque su
generación está temporalmente más cerca de la nuestra. “Un Verano Diabolik”, en
definitiva, es un comic que ofrece no sólo una lectura inteligente, sofisticada
y absorbente sino una experiencia estética de primer nivel que combina el
intenso y traumático paso a la madurez de un joven con un thriller de
espionaje.

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