Inaugurar la colección de un personaje muy famoso despojándolo de sus elementos icónicos, es, desde luego, una decisión audaz. Pero es así como lo quiso el guionista Jason Aaron (creador previo de esa joya que fue “Scalped” y autor de etapas de éxito para “Lobezno” y “X-Men”) cuando recibió el encargo de actualizar a Thor en un título nuevo que formó parte del relanzamiento conocido como “Marvel Now”, con el que la editorial, al término de “Vengadores contra X-Men”, quiso atraer nuevos lectores cambiando formatos y equipos creativos además de renovando algunos personajes, como es el caso del que ahora nos ocupa.
El número 1 de la nueva colección “Thor: Dios
del Trueno”, se abría con un flashback a la juventud de éste. A finales del
siglo IV, en plena era vikinga, Thor es aún un dios joven, impetuoso y
pendenciero que gusta de interactuar con los mortales que le adoran. Viste ropa
vikinga tradicional y todavía no se mostrado digno de sostener el poderoso
martillo Mjolnir, portando en cambio la impresionante hacha Jarnbjorn. Una
noche, en las costas de Islandia, mientras se corre una juerga con sus fieles
tras haber acabado con un Gigante de Hielo que les atormentaba, la marea trae a
la orilla los restos mortales de un dios.
Mil años después, en el presente, Thor se ha convertido en el Vengador que hoy conocemos, más experimentado y sensato. Escucha la súplica de un niño en un distante planeta. Sus plegarias han sido desoídas por los dioses locales, que parecen haber abandonado a su pueblo. No tarda en descubrir Thor que esas deidades fueron brutalmente masacradas como si fueran ganado. Aún peor, siguiendo un rastro de sangre, muerte, podredumbre y violencia que le lleva por toda la galaxia, descubre que la misma carnicería se ha producido en los panteones de innumerables mundos.
El responsable es alguien conocido como El
Carnicero de Dioses, un ser con el que ya tuvo un terrorífico encuentro en los
años de su juventud. Lleva eones recorriendo el universo, exterminando panteón
tras panteón, sin que nadie parezca haberse dado cuenta, ni los fieles que una
vez los adoraron ni los otros dioses a los que no les importa nada más que ellos
mismos.
En el futuro, miles de años después de que todos los demás dioses nórdicos hayan perecido o sido esclavizados, Thor, último rey de una Asgard desierta y en ruinas, anciano, manco y con un parche en el ojo que le hace parecer más que nunca a su desaparecido padre Odín, sigue combatiendo contra las sobrenaturales bestias del Carnicero, que asaltan una y otra vez el reino, dejándolo malherido sólo para que se recupere y vuelva a recomenzar el infierno.
La historia va alternando las tres
perspectivas, conformando una narrativa épica que se extiende a lo largo de
milenios, transcurriendo de una forma sencilla y efectiva que nunca llega a
desorientar al lector. Es fácil seguir la trama, pero las capas que la componen
y que se interrelacionan entre sí son más densas de lo que aparentan. Aaron y
Ribic optan por un discurso narrativo de fuego lento –lo que no quiere decir
que no haya acción en cada episodio-, planteando un misterio que sólo se irá
revelando plenamente de forma paulatina conforme avanza la historia.
Thor ocupa en solitario el foco de la
historia. El elenco de secundarios es mínimo y sólo la intervención puntual de
Iron Man conecta esta aventura con el Universo Marvel. Aaron reconoce algo que debería
ser evidente para cualquier lector medianamente familiarizado con el personaje:
Thor siempre ha funcionado mejor como héroe de Asgard o viajero cósmico que
como vigilante urbano. Así, el guionista lo presenta como un ser divino a todos
los efectos, inmortal y en posesión de un poder inimaginable que le permite
realizar hazañas increíbles. En lugar de confinarlo en la Tierra para que luche
junto a sus mucho más débiles camaradas vengadores contra villanos que no le
llegan ni al calcetín, decidió llevarlo a las estrellas, integrándolo en el
plano cósmico del Universo Marvel. Asgard y el propio Thor son interpretados
como parte de un todo cósmico mayor y unificado que integra innumerables
panteones alienígenas y lugares maravillosos (como Ciudad Omnipotencia) que
contrastan con la oscuridad y violencia que permea toda la historia.
Gorr (el nombre, similar a “God”, dios en inglés, no es casual), el Carnicero de los Dioses, es una creación fascinante. Abandonado y maltratado por dioses que no escuchan las súplicas desesperadas de sus adoradores, se torna un ser amargado y resentido, acumulando cada vez más odio. Aunque es un extraterrestre, su tragedia es perfectamente asimilable a nuestra experiencia humana y, por eso, su crueldad es acorde con su patetismo.
Gorr encontró negligencia y abusos en sus
dioses, rechazó la fe y, tras adquirir fortuitamente un arma de inmenso poder,
se ha pasado siglos torturando y asesinando a todo dios que pudo encontrar. Simultáneamente,
se nos muestra a Thor, una deidad venerada que tiene sus propios defectos. No
parece casualidad que tres aspectos de Thor unan fuerzas —Thor el Hijo, Thor el
Padre, Thor el Vengador— y se resalten sus respectivas fallas. El joven Thor se
deja llevar fácilmente por la juerga y la banalidad, no importándole en el fondo
demasiado el destino de los hombres; el Thor Vengador del presente no puede
escapar de la sombra de su padre; el rey Thor del futuro soporta la pesada
carga de la corona de un gobernante sin pueblo. Aaron perfila cada una de las
etapas vitales del protagonista con mucha habilidad, sirviéndose de escenas que
muestran su vulnerabilidad emocional, sus traumas y sus taras, lo que los “humaniza”
y acerca al lector.
Sin embargo, a medida que la historia avanza
hacia su conclusión y los tres Thor se reúnen para el enfrentamiento final,
aparece la promesa de un cambio en él/ellos ¿Podrá el joven Thor aprender el
heroísmo necesario como para ser digno de Mjolnir? ¿Podrá el Vengador Thor
recordar los errores de su juventud y evitar los de sus últimos años? ¿Podrá el
rey Thor aprender a recuperar su reino y el título que ostentó antaño? Estos dioses,
al igual que los de los mitos antiguos, son falibles, pero también flexibles.
No son perfectos ni omnipotentes. Afrontan las consecuencias de sus actos. Y
aprenden.
Es el caso de “nuestro” Thor, quien, al
término de su peripecia, demuestra haber aprendido la lección. En el último
episodio del arco, el 12, titulado “Érase una Vez en Midgard”, lo vemos
realizando, sin pompa ni publicidad, acciones con las que nunca antes lo
hubiéramos relacionado: ha visitado durante años a un condenado a muerte,
acompañándolo en su último paseo hasta el verdugo; regala comida de otros
mundos a niños y monjas; ilumina y entretiene a un monje budista en los
Himalayas; comparte cerveza con los veteranos; trae lluvia a los desiertos;
responde a la cita de una muchacha para bailar; visita a una Jane Foster
enferma de cáncer y le hace un último obsequio maravilloso… Jamás habíamos visto
a Thor hacer tales cosas. De hecho, siempre había parecido el Vengador más
inasequible, tan poderoso e inmortal que no podía ni sabía descender al plano
humano –al menos en su identidad divina. Donald Blake era, y al tiempo no era,Thor-.
Lo que ha ocurrido es que el dios nórdico ha
aprendido la lección. Ha visto de primera mano las consecuencias que sobre los
dioses tiene descuidar la protección de aquellos que les admiran, respetan y
adoran. Entre estos acabará, antes o después, surgiendo un Gorr cualquiera que
asesinará, literal o figuradamente, a los dioses, privándoles de poder y
condenándoles al olvido. En un momento determinado de su aventura, tras haber
visto los cadáveres de innumerables dioses, Thor se había preguntado: “¿Qué dice de los dioses de este universo el
que nadie se haya dado cuenta siquiera o que no le haya importado? ¿Qué dice
eso de mí?” Ahora, en la Tierra, consciente de su deber, se esfuerza por
consolar, inspirar, alimentar y ayudar a los humanos.
La involuntaria responsabilidad de Thor en la locura deicida de Gorr le aporta a aquél un propósito mucho más sólido que el de acabar con el villano de turno: no sólo está deteniendo la masacre de dioses, sino reparando un error que inadvertidamente cometió siglos atrás. Aaron, utilizando el sobado mecanismo de viaje en el tiempo, reúne las diferentes versiones de Thor (joven, madura y anciana), para que sus poderes, energía y sabiduría combinados le permitan estar a la altura del adversario, pero ello también le permite, como he dicho, resaltar las diferencias entre los tres, generadas por el paso del tiempo, la experiencia y el peso de las tragedias y la muerte sobre sus espíritus.
Aaron es un guionista que sabe apreciar y
aprovechar el amplio tapiz que se pone a su disposición y lo puebla de
vikingos, dioses alienígenas, caballos alados, una biblioteca infinita, una
ciudad donde se reúnen todos los inmortales del universo, monstruos, viajes en
el tiempo, armas que destruyen selectivamente por toda la extensión de la
corriente temporal, batallas épicas, planetas que parecen salidos de la
imaginación de Edgar Rice Burroughs… Sabe también lo que los lectores esperan
encontrar aquí y les da sus abundantes dosis de acción y suficientes
cliffhangers como para mantenerlos interesados desde el principio hasta el
final. Los diálogos son eficaces, elegantes y con algunos momentos incluso
humorísticos que sirven de alivio temporal a la terrible oscuridad que impregna
toda la aventura. Eso sí, algunos de los personajes parecen tener
comportamientos un tanto incoherentes o excesivamente volubles en relación a
las personalidades que supuestamente tienen. Un ejemplo de esto sería el Lord
Bibliotecario de Omnipotencia, quien a veces es un anciano gruñón pero
entrañable y otras un viejo odioso. No es un problema que arruine el disfrute
de la obra, pero sí un fallo algo inesperado viniendo de un escritor que ya había
destacado en obras anteriores por sus sobresalientes caracterizaciones.
El trabajo gráfico de Esad Ribic es
impresionante. El ilustrador croata se toma su tiempo con cada página, yendo
más allá de simplemente dibujarla y adornarla con efectos digitales. Es
refrescante ver sus trabajadas viñetas realizadas con lápiz tradicional en
lugar de digital y en las que, además, renunció al entintador para servirse de
la escala de grises que brinda el lápiz, pasando luego a la manipulación
digital con la que aportar mayor profundidad y definición. Su compatriota
colorista, Ive Svorcina, usa tonos apagados que ayudan a realzar el estilo de
Ribic.
Quizá el dibujo carece de la energía cinética
de otros artistas que precedieron a Ribic en el personaje, pero a cambio aporta
una sensación tanto de fisicidad como de epopeya grandiosa en lugar de simple
aventura. Sus planchas abundan en composiciones bien elegidas y figuras de
talla épica que recibirían la aprobación del mismísimo Frank Frazetta. Las tres
encarnaciones de Thor están perfecta y coherentemente realizadas, el villano es
adecuadamente espeluznante, la violencia visceral, los planetas alienígenas
fascinantes… No parece haber ni un centímetro de página desperdiciado en estos
números.
Los doce números que componen esta saga y con los que arrancó la etapa de Jason Aaron en la colección de Thor, han pasado a ser, sin duda, una de las historias fundamentales de la larga trayectoria del personaje, volviendo a las raíces mitológicas del mismo y recuperando ese sabor cósmico que le imprimieron Jack Kirby y Stan Lee en los años 60. Thor es aquí un personaje sólido, autónomo del Universo Marvel y cuyas motivaciones y comportamiento pueden entenderse en sus tres momentos vitales presentados. Por su parte, el villano está a su altura en cuanto a poder y su maldad y locura correctamente justificadas. Y, por si fuera poco, el comic plantea la siempre espinosa cuestión de la necesidad o no de la religión, que tanto puede resultar inspiradora como esclavizadora, iluminadora o cegadora.
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