15 sept 2024

1983- MORGAN – Antonio Segura y José Ortíz

 


El drama carcelario es uno de los géneros de la ficción más claustrofóbicos, desasosegantes y emocionalmente intensos. El concepto de un lugar cerrado en el que conviven forzosamente individuos con inclinaciones criminales y en el que han construido una especie de mundo propio regido por leyes y costumbres no escritas, sostenido por frágiles alianzas y equilibrios entre individuos y facciones y vigilados por guardias que oscilan entre la crueldad, el temor y la insensibilidad, tiene un indudable potencial no sólo para el drama criminal sino para el thriller, la tragedia o incluso, por qué no, la comedia.

 

Sin embargo y a priori, podría pensarse que no es el género idóneo para una serie de comic teniendo en cuenta que la acción se desarrolla en interiores de aspecto anodino y funcional y a través de diálogos entre unos personajes que no pueden ir a ningún sitio. En fin, que se diría que el dibujante tiene pocas oportunidades para sorprender al lector con filigranas narrativas o gráficas.

 

Pero he aquí que uno de los mejores dúos creativos del comic español adulto de los 80, el formado por el guionista Antonio Segura y el dibujante José Ortíz, escogen este escenario y consiguen exprimirlo y destilarlo en un conjunto de magníficas y absorbentes historias que, bajo el título de “Ives” primero (cuatro episodios en la revista “Metropol” en 1983) y luego “Morgan” (25 entregas en la revista “Cimoc” a partir de 1985), y que, por desgracia, no han sido nunca recopiladas posteriormente en un álbum, quizá porque los editores lo consideraron injustificadamente en su día mero “material de relleno”, un complemento para otras series que estimaban de mayor atractivo (no así en Francia, donde han sido recopiladas en seis álbumes, eso sí, coloreadas).

 

Sin embargo, ese formato de historia corta tan demandado por tantos editores de la época para ajustar con más facilidad las paginaciones de sus revistas periódicas, lejos de convertirse en una restricción castrante se transforma en una ventaja, porque cada uno de esos relatos es una píldora concentrada de lectura rápida en la que resulta fácil sumergirse y a la que no pesan las limitaciones anteriormente mencionadas en cuanto al monótono espacio en el que se desenvuelven los personajes, algo que sí podría haber llegado a cansar en caso de tratarse de una historia de larga extensión.

 

Por otra parte, Segura y Ortiz eran ya unos maestros en este formato corto nada fácil de dominar. En tan solo un puñado de páginas, es necesario presentar a los personajes y la premisa, desarrollar acompasadamente unos y otra y llegar a un desenlace contundente. Para ello y teniendo en cuenta los límites de extensión, hay que elegir con precisión las escenas relevantes, dosificar la información y los detalles que deben incluirse en las mismas y aquilatar al máximo los diálogos.

 

Aunque puede decirse que “Morgan” es una serie coral, su hilo conductor y centro es el personaje que le da título, un ex policía veterano, condenado a cadena perpetua por tomarse la justicia por su mano (disparó al asesino de su hija, tal y como se narra en el primer episodio, más extenso, titulado “Descanse en Paz”) y que ha acabado encerrado con el tipo de chusma que él mismo persiguió en su día. Para colmo, una intervención policial en la que participó acabó con una bala cerca de su corazón imposible de extraer, lo que lo mantiene en un abismo permanente: cualquier emoción intensa, cualquier esfuerzo o castigo físico, podría causarle la muerte.

 

Morgan es un personaje cortado por el mismo patrón que otros de los creados por Antonio Segura por aquella misma época, como Hombre, Dante (el policía de “Kraken”) o Bogey: individuos endurecidos, cínicos y quemados tras haber vivido largo tiempo en contacto con los aspectos más detestables de la sociedad humana (o los restos de ella, en el caso del primero). Y, sin embargo, todos ellos conservan un rescoldo de humanidad que se manifiesta en cierto sentido de protección hacia el más débil o un código de honor que puede o no coincidir con el legal. También comparten otros rasgos característicos: son fumadores incansables, de físico enjuto, parcos en palabras, cortantes en sus intercambios verbales y poseedores de un negro sentido del humor.

 

Morgan no hace ascos a la violencia cuando es necesaria. Al fin y al cabo, ha sido policía en una ciudad muy peligrosa (Metropol, la ciudad imaginaria en la que transcurrían las series publicadas en la revista del mismo nombre) y se las ha tenido que ver con individuos de la peor calaña. Pero ni disfruta ejerciéndola ni recurre a su uso con frecuencia. Su sentido de la justicia lo convierte en un rara avis dentro de la prisión. Pero ello no le cualifica automáticamente para la categoría de “héroe”, esto es, alguien que realiza una acción abnegada en beneficio de una causa noble. Es, sencillamente, alguien cuyos principios morales no han quedado completamente anegados por el ambiente cínico y malsano en el que se ve obligado a vivir. Y si a veces se arriesga por ayudar a otro convicto en apuros, es también porque no tiene mucho que perder: su dolencia cardiaca ha reducido su esperanza de vida drásticamente y no confía en vivir lo suficiente como para cumplir siquiera una pequeña parte de la sentencia a la que fue condenado. 

 

Ahora bien, el auténtico interés de la serie se encuentra en el amplio y heterogéneo reparto de personajes “secundarios” que van desfilando por cada una de las historias. Éstas se agrupan en dos etapas claramente diferenciadas. La primera transcurre enteramente dentro de la prisión y consta de una serie de episodios independientes y autoconclusivos que abordan diferentes tropos de este subgénero criminal-carcelario: el contable de la mafia sobre el que sus antiguos empleadores quieren cobrarse venganza por haber rebajado su pena a cambio de delatarlos (“El Contrato”); el robo perfecto (“El Último Gran Golpe”); el guardia sádico que satisface su crueldad con la víctima más vulnerable (“El Indulto”); la venganza de la víctima traumatizada contra el criminal responsable de su desgracia (“Feliz Cumpleaños”); el evasor tan persistente como fracasado (“El Zombi”); o la tensión creciente que desemboca en un motín (“Calor Infernal”).

 

La historia “Don Gaetano” marca un punto de inflexión para la serie. En ella, debido a un accidente, Morgan se interpone en el plan de fuga de un jefe mafioso y, de forma involuntaria, acaba fuera de prisión e involucrado en una intriga entre gangsters al cabo de la cual conseguirá que se haga cierta justicia y, sobre todo, su libertad. En este punto, el personaje y las historias dejan de estar confinadas entre los muros del presidio y pasan a desarrollarse en el “mundo exterior”. Desconozco las razones últimas para un giro tan brusco, aunque me atrevo a conjeturar que si la serie continuó publicándose en “Cimoc” es porque el editor consideraba que gozaba del aprecio de los lectores y estaba dispuesto a seguir comprándosela a los autores. Pero Segura hubo de reconocer el agotamiento de la propuesta original en caso de continuar circunscrita al entorno carcelario y decidió darle un aire nuevo sacando del mismo al protagonista y, sin salir del género criminal, permitirse una mayor libertad en cuanto al tipo de problemas en los que aquél iba a meterse y variedad en el repertorio de personajes marginales con los que se relacionaría.

 

Y así, en las dos primeras historias que transcurren ya con Morgan de vuelta en el mundo exterior, sus problemas derivan, directamente en un caso e indirectamente en el otro, de las mujeres, a las que llevaba años sin ver. En “Mujeres”, sus largo tiempo dormidas hormonas despiertan al olor de una atractiva joven que resulta no ser lo que parece; y en “Casa de Muñecas”, acaba en un prostíbulo que trafica con menores de edad. En esta última se presenta un entrañable personaje que pasará a ser el compañero de Morgan: Gorila, un enorme boxeador sonado, hijo del Filósofo, su más cercano camarada en prisión.

 

Precisamente será Gorila el que, en la siguiente historia, “Golpea Fuerte…Gorila”, se encargará de encontrar la forma de que ambos salgan de Metropol, una ciudad en la que Morgan no tiene más remedio que vivir escondido y siempre con el temor a ser descubierto, delatado y devuelto a prisión. El medio de escape será el Rey del Mar, un carguero cochambroso cuyo pasaje deberán ganar a las duras. En “El Rey del Mar”, conseguirán partir en el barco y llegar a aguas internacionales no sin antes verse envueltos en una guerra entre facciones árabes por el tráfico de armas químicas.

 

En el camino a Creta, rescatarán a unos emigrantes ilegales arrojados al mar por un capitán desaprensivo, al que buscarán en el puerto de la isla para ajustar cuentas (“Negritos, Negrero”). A continuación, barco y tripulación participarán en el rodaje de una película sobre la invasión nazi de Creta (“Cámara…¡¡Acción!!”) que despertará los fantasmas interiores de unos envejecidos víctima y verdugo. Siguiendo su periplo por el Mediterráneo, en Rodas, Morgan experimentará una suerte de regresión al pasado en “El Púgil Griego”; y antes de partir para Atenas a bordo del Rey del Mar, un antiguo periodista de guerra ahora alcoholizado, les pondrá sobre la pista de una siniestra red de traficantes de órganos en “Vampiros”.

 

Nuevo cambio de escenario y personajes secundarios en “Doble o Nada”, en la que Morgan es secuestrado en Milos y trasladado contra su voluntad por un sádico criminal a la ciudad de Roma, donde pretenden involucrarlo en un magnicidio. En “Porca Miseria”, aparece Hector Fanfani, un antiguo conocido del protagonista, expolicía romano metido a investigador privado, que le propone una asociación profesional de carácter informal. Su primer caso, aparentemente un trivial asunto de cuernos, les meterá de cabeza en un peligroso asunto de tráfico de drogas. “El Tango del Tongo” lleva a Morgan y Fanfani al mundo del boxeo de la mano de un antiguo púgil venido a menos; y en “El Plano del Tesoro”, al turbio mundo en el que confluyen los hallazgos arqueológicos, los intereses inmobiliarios y el amor loco.

 

Ya llegando al final de la serie, dos de las historias se desvían de la línea que había seguido la serie en tanto en cuanto Morgan no participa directamente en el drama criminal, siendo en un caso un catalizador involuntario e indirecto aunque decisivo (“Adivínalo…Adivino”); y en el otro un mero oyente del espeluznante relato enviado en cinta magnetofónica por la sobrina de Fanfani (“No hay Truco”). La serie se cierra con una magnífica historia muda de diez páginas, dibujada ya por un Ortiz claramente cansado que invierte menos esfuerzo en fondos e iluminación aun cuando su narrativa sea impecable.

  

Tratándose del género criminal, nos encontramos en esta serie con historias duras protagonizadas por personajes correosos y a menudo antipáticos que encarnan muchos de los peores pecados del ser humano: codicia, egoísmo, crueldad, violencia, mentiras, abusos, maltratos...  Hay momentos de solidaridad e incluso ternura (como en “La Fuga de “El Cantante”), pero, en general, la locura, la obsesión, la venganza, la codicia y, sobre todo, la muerte, nunca andan lejos y Segura no tiene reparos en utilizar esta última cuando el guion así lo requiere para ofrecer una conclusión tan coherente como dramática a la historia que la ha precedido. Muy en línea con el cinismo y el tono pesimista de tantos comics adultos de la época, no hay mensaje moralista; la justicia no siempre triunfa y, de hecho, no lo suele hacer. Aunque hay algunas historias en las que el culpable se lleva su merecido (“Secreto de Confesión”), en otras (“El Ojo del Muerto”) los asesinos salen airosos de sus crímenes; y otras, en fin, en las que pobres desgraciados hallan la muerte, la desgracia o la locura sin merecerlas.

 

Las historias que transcurren fuera de prisión tienen otro tono. Morgan sigue moviéndose en el mundo del lumpen mediterráneo y relacionándose con prostitutas, matones, contrabandistas, estafadores, especuladores, ladrones y traficantes de órganos o drogas, pero casi todas las historias terminan con una sensación –aunque sea agridulce o tardía- de justicia.

 

Pese al obligadamente breve recorrido que tienen en historias tan breves, la caracterización de los personajes es notable. Son a menudo individuos contradictorios: delincuentes y criminales que, sin embargo, están dispuestos a arriesgarlo todo, incluidas sus vidas, por ejemplo, por el amor -o una ilusión de amor- de una mujer o una familia. Los hay que incluso en esas circunstancias se aprovechan o abusan de otros reclusos, pero también quienes desarrollan un sentido de la solidaridad y compañerismo que jamás habrían tenido fuera de esos muros.

 

Ortíz ya contaba con tres décadas de oficio cuando empezó a colaborar con Segura tanto en “Hombre” como en “Morgan”. A esas alturas, la narrativa gráfica tenía pocos secretos para él. Como las de muchos dibujantes de su generación, sus páginas tienen un sabor y composición clásicos y una narrativa muy depurada. Al igual que Bernet, Leopoldo Sánchez, Luis Bermejo, Manfred Sommer y tantos otros artistas de entonces, Ortiz no buscaba el lucimiento personal a través de la experimentación formal, sino poner su pericia y talento al servicio de una historia para que ésta llegara al lector perfectamente depurada, sin artificios gráficos o compositivos que distrajeran de la esencia de la misma.

 

Por otra parte, su dominio del blanco y negro le permite jugar con la atmósfera opresiva de la prisión, utilizando las fuentes de luz y las sombras que proyectan los cuerpos para enfatizar el suspense o el tono emocional de ciertas escenas. Cuando Morgan deja la prisión y pasa a vivir sus aventuras en el exterior, el dibujo se limpia e ilumina, aunque lo que no cambia es la capacidad de Ortiz para representar un amplio rango de fisonomías de sujetos patibularios. Basta un vistazo al rostro de un personaje en particular para captar al momento si se trata de un perdedor, un “vivo”, un fracasado, un cobarde, un sádico, un caradura o un cínico, lo que facilita mucho las cosas al guionista en tanto no necesita incluir información adicional en forma de diálogos o escenas que ayuden a que cada cual quede bien situado en la historia nada más empezar.  

 

“Morgan” es un tebeo que ejemplifica a la perfección el tipo de historias que cimentaron el gran salto adelante que experimentó el comic español entre finales de los años 70 y primeros 80: buenos personajes protagonizando historias sólidas y concentradas, ilustradas por unos artistas de enorme talento que comprendían perfectamente el lenguaje narrativo de las viñetas. Un clásico a recuperar que no ha perdido un ápice por el paso del tiempo.

 


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