En DC, existen dos tipos principales de comics “Otros Mundos” (esto es, ajenos a la continuidad “oficial” de su Universo principal). Por una parte, historias que remodelan completamente conceptos básicos (por ejemplo, ¿qué hubiera sucedido si Superman hubiera sido criado en la Europa medieval?). Por otro lado y menos comunes, los comics que comienzan fieles a los parámetros del Universo DC tradicional para luego divergir de los mismos, como “Kingdom Come” o “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro”.
A esta última categoría es a la que pertenece la obra que ahora nos ocupa, “La Edad de Oro”, aparecida inicialmente como una miniserie de cuatro números dentro del sello “Otros Mundos, si bien podría plantearse la cuestión de hasta qué punto es esta una historia clasificable como tal: sí, algunos personajes mueren o se reformulan, pero muchas de las ideas de este comic se sostienen sobre conceptos o tramas que ya eran entonces parte del canon DC.
Ambientada justo tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los personajes y situaciones pertenecen a la continuidad establecida en el Universo DC para los años 40 del siglo pasado… pero la historia se desvía en una dirección nueva que cambiaría el presente tal y como la misma editorial lo había descrito “oficialmente”. Los personajes o bien están extraídos de la auténtica Edad de Oro de los comics (esto es, creados desde principios de los años 40 hasta el mediados de los 50) o bien aparecieron en series más modernas pero de ambientación retro como “The All-Star Squadron”. Eso sí, algunos de los más famosos, como el Flash de la Edad de oro o Doctor Mid-Nite están restringidos a unas pocas páginas para dar más protagonismo a otros menos populares (lo que puede ser algo problemático dado que la serie aspira a evocar la nostalgia del lector, que quizá no sienta muy próximo a estos últimos).
La historia se abre con el final de la Segunda Guerra Mundial y el gradual y voluntario retiro de la mayoría de los superhéroes de la Edad de Oro. Éstos se habían reunido en dos grupos principales, la Sociedad de la Justicia de América y el All-Star Squadron, pero debido a un agente nazi, Parsifal, capaz de neutralizar sus poderes, se les prohibió combatir en el frente europeo. Uno de ellos, sin embargo, Tex Thomson/Mr.America, sí se distinguió en combate en Europa, lanzándose en paracaídas tras las líneas enemigas, infiltrándose en la élite del Reich como oficial de las SS y matando a varios superhumanos nazis. Tras la guerra, el secreto sobre sus hazañas se levanta y recibe un magnífico recibimiento triunfal ya con el alias de Americomando. Rápidamente, utiliza su fama y su habilidad como demagogo de extrema derecha para lanzar su carrera política, no tardando mucho en ser elegido senador.
En secreto, Thompson empieza a formar un nuevo equipo de superhombres fieles al gobierno que contrarresten la amenaza soviética. Así, recluta a Robotman, que ha perdido por completo su brújula moral; Atom, que sueña con la gloria reservada a sus antiguos colegas; Johnny Thunder, que ansía reconocimiento; y Dan Dunbar, alias Dan Dinamita, antiguo sidekick juvenil del fallecido T.N.T, y que ahora tiene graves problemas para ajustarse a la vida de civil. Es sobre este último sobre el que Thompson empieza a realizar experimentos secretos con el fin de otorgarle un poder inmenso, equivalente al de Superman (que en este punto de la historia aún no había salido a la luz). Al mismo tiempo, Thompson empieza a presionar a los antiguos héroes para que se sumen a su cruzada ideológica so pena de acusarlos de antiamericanos.
El resto de héroes jubilados tienen que afrontar sus propios problemas. A algunos, la ausencia de un enemigo claro (ya no hay que perseguir a saboteadores ni agentes nazis) y el advenimiento de la era atómica les ha sumido en la confusión; otros, para quien sus poderes o su actividad de justiciero nunca fueron el centro de sus vidas, han conseguido encarrilar su futuro en diversas actividades. Es el caso de Alan Scott/Linterna Verde, que dirige una cadena de televisión pero que ha sido incluido en la lista negra de la Comisión de Actividades Antiamericanas de Joseph McCarthy por dar empleo a guionistas con presuntas simpatías comunistas.
Johnny Quick y Liberty Belle se divorciaron y ahora él trabaja en un documental sobre sus compañeros superhéroes y ella mantiene una no del todo satisfactoria relación con el periodista y escritor John Law/Tarántula. Starman sufre un colapso nervioso fruto de la culpabilidad que siente por haber contribuido con sus descubrimientos a la fabricación de la bomba atómica. Lance Gallant/Capitán Triunfo intenta acomodarse a una vida corriente pero el fantasma de su hermano le atormenta sin cesar. Hourman sigue luchando contra el crimen pero menos por convicción que por la adicción que ha desarrollado a la píldora Miraclo, que le otorga poderes durante una hora...
Por otra parte, Paul Kirk/Manhunter, que también luchó en el frente, regresa también de Europa padeciendo de amnesia parcial y terribles pesadillas que, cree él, esconden la clave de un terrible secreto. Un antiguo socio de Thompson, Fatman, le ayuda y le esconde de los asesinos que le persiguen hasta que descubren el significado de esos sueños gracias a Carter Hall/Hawkman. Por fin, se revela la auténtica naturaleza de Thompson y sus planes. Sólo la reunión de todos los héroes logrará detenerle pero muchos de ellos se han retirado y otros se han unido a la causa política del senador….
Siendo un adolescente en el Londres de los años 70, James Robinson desarrolló una gran pasión por los superhéroes de DC de los años 40, cuyas aventuras se reeditaron de 1971 a 1973 en la revista “DC 100 Page Super Spectacular”. Aquellas reediciones de aventuras aisladas, provenientes de un pasado distante y protagonizadas por personajes que luego no volvía a ver, ejercieron sobre Robinson un atractivo especial. Veinte años más tarde, cuando llegó a Estados Unidos como parte del desembarco de guionistas británicos destinados a revitalizar el género superheroico, recuperaría esa fijación juvenil para lo que fue uno de sus primeros trabajos para DC, “La Edad Dorada”.
Las intenciones de Robinson fueron las mismas que las de muchos otros colegas suyos durante la década precedente: introducir una vertiente oscura, pesimista y ambigua en los hasta entonces luminosos y siempre intachables superhéroes tradicionales. Así, vemos aquí a héroes adictos, inseguros, autocompasivos, torturados, fracasados sentimental o laboralmente, incapaces de enfrentarse a problemas de la gente común, traumatizados o psíquicamente inestables. Para empañar todavía más el plano moral y añadir una dimensión política, Robinson ambienta la historia en la época en la que nació el nefasto Comité de Actividades Antiamericanas y dio comienzo su caza de brujas contra simpatizantes comunistas.
Ahora bien, aunque la obra lleva como subtítulo “Una Mirada Distinta a una Era Distinta”, por desgracia más parece “Un Concepto en Busca de una Historia”. Es difícil decir si, teniendo a su disposición doscientas páginas (cada número tenía 50 páginas, un formato más extenso que el de comics similares de la época), Robinson o bien necesitaba más espacio para explorar adecuadamente sus ideas (historias similares como “Watchmen” o “El Escuadrón Supremo” alcanzaban cerca de las 350) o no tenía suficientes conceptos y argumento como para llenar las que tenía.
Aunque constituye la trama principal, el ascenso del Americomando y su reclutamiento de un siniestro grupo de veteranos superhéroes para promocionar su proyecto ni es demasiado sofisticado u original ni está particularmente bien desarrollado. El resto del comic explora el destino de varios superhéroes tras la guerra y cómo han lidiado con sus vidas civiles. Pero Robinson tiende a caracterizarlos a base de densos cuadros de texto en lugar de escenas sutiles, reiterando además los mismos puntos varias veces. No hay demasiado desarrollo de personajes propiamente dicho. Por ejemplo, en un momento determinado, un personaje describe a otro como “dependiente y vulnerable”, pero las escenas en las que participa no dan a entender exactamente tal cosa.
Más que la acción, una aventura de superhéroes necesita personajes que el lector pueda creer y cuyo destino le importe de verdad. La mejor forma de caracterizarlos suele ser insertarlos en pequeñas escenas que, ayudando a impulsar la trama, revelen también sus pensamientos, personalidad y actitudes. Otras sagas en la misma línea, como “Watchmen”, han calado tanto entre los lectores precisamente por un grado de complejidad, tanto en la trama como en la profundidad de los personajes, que exige sucesivas relecturas para encontrar y comprender todos los matices y pistas que contienen. “La Edad de Oro” no requiere ese nivel de escrutinio.
Por otra parte –y esto es algo compartido por muchos comics de superhéroes modernos-, esta miniserie no va dirigida al lector ocasional del género porque para su pleno disfrute y comprensión es aconsejable tener cierto conocimiento previo de los personajes más allá de las rápidas pinceladas con las que Robinson los perfila. Aquí no vamos a encontrar a figuras icónicas como Superman, Batman o Wonder Woman, que nos cojan de la mano y nos faciliten las cosas. Como he apuntado más arriba, todos los personajes pertenecen a la llamada Edad de Oro de los comics y la mayoría o bien ya no tienen presencia regular en los comics de la compañía o bien fueron reemplazados desde finales de los 50 por versiones modernizadas (como Linterna Verde, que aquí es Alan Scott y que en 1959 fue sustituido por Hal Jordan, con otro origen, poderes y uniforme). Ahora bien, si el lector está interesado en aprender más sobre el género y explorar la enorme riqueza de personajes e ideas de DC Comics, esta obra puede servirle de puerta de entrada.
Por otra parte, la propia historia que Robinson nos propone, su espíritu y la forma en que está desarrollada, próxima a las novelas de espionaje, puede frustrar las expectativas de quien se acerque a ella esperando el grado de acción y superficialidad que normalmente se asocia al género de superhéroes. Y es que aquí tenemos manipulación de mentes, pesadillas, personajes atormentados, una asfixiante atmósfera de paranoia y una trama enrevesada que culmina de manera trágica.
Robinson no siempre acierta en “La Edad de Oro” a la hora de dotar a los personajes de personalidades verdaderamente diferenciadas. Los cuadros de texto son una mezcla de narrador omnisciente, pensamientos en primera persona e incluso locuciones radiofónicas o televisivas. Pero a pesar de la utilización de distintos colores y fuentes de letra, en demasiadas ocasiones es difícil detectar cuándo el guionista pasa de uno a otro punto de vista.
Hay personajes que Robinson desarrolla con acierto a partir de las personalidades establecidas en el canon, aunque la dirección que les imponga sea negativa, como es el caso de Atom o Johnny Thunder, que se entregan a la causa del Americomando empujados por sus respectivas inseguridades. Pero no es el caso de otros. Apenas se dice nada de Sportsmaster o la Abeja Roja antes de que aparezcan fugazmente en el clímax y la revelación del secreto de Dynaman está inexplicablemente confinada a una viñeta de tamaño normal situada discretamente en una página del último número (un momento que bien merecía una mayor carga dramática en la narración).
Por su parte, Johnny Chambers (Johnny Quick), cuyo papel es el de guía principal de la miniserie para el lector, no recuerda al intrépido y vivaz velocista miembro del All-Star Squadron. Naturalmente, esto es parte de la estrategia de Robinson: presentar a muchos de aquellos personajes como individuos quemados, envejecidos, desengañados y deseosos –con alguna excepción, como Hourman- de abandonar sus actividades de vigilantes disfrazados. Ahora bien, para que la historia tenga sentido y el drama la intensidad necesaria, es crucial que esos héroes se hubieran retirado tiempo atrás y que, al estallar una nueva crisis, muchos se mostraran reticentes a involucrarse. Esto habría funcionado mejor si la historia hubiera transcurrido veinte años después, no tan solo dos años tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando para todos ellos sus días heróicos estaban todavía muy cercanos y era más difícil justificar su grado de cinismo y alienación.
El plano sociopolítico tampoco está tan bien manejado como hubiera sido deseable. Quizá Robinson pensara que las maldades del Comité de Actividades Antiamericanas y su caza de brujas eran tan obvios y conocidos que no hacía falta profundizar en ello. Pero conforme esa época va quedando más y más en nuestro pasado, los lectores más modernos quizá sí necesiten aclaraciones a ciertos puntos –no digamos ya los que no sean norteamericanos-. Por ejemplo, ya lo he dicho, el caso de Alan Scott/Linterna Verde, que tiene que ver cómo uno de sus guionistas se suicida a causa de las presiones recibidas. Hubiera sido mucho más dramático presentar a ese personaje secundario en un par de escenas para convertirlo ante los ojos del lector en alguien de carne y hueso y no solo un mero recurso de guion.
“La Edad de Oro” es una historia densa y ambiciosa, pero, en general, transmite la sensación de que no alcanza su pleno potencial; que bajo todos esos personajes y arcos narrativos se esconde una historia mucho más interesante que la que al final se nos cuenta, especialmente cuando, al llegar el clímax, el villano deja de lado su discurso político para abrazar el papel de némesis tópica del género superheroico más rancio.
El dibujo de Paul Smith es tan eficaz, clásico y elegante como lo solía ser por aquellos años antes de sumirse en una etapa mucho más irregular. Manteniendo su pericia en el trabajo de figuras, su línea pulcra y precisa y su capacidad para retratar el mundo cotidiano más allá de la épica superheroica y la ambientación de época, embellece aquí su estilo con la evocación gráfica de algunos de los mejores dibujantes de la Edad de Oro. Ocasionalmente, recuerda el trabajo temprano de Alex Toth, pero con un grado mayor de modernidad y realismo y sin exhibir la maestría de éste en las composiciones y el uso de las sombras.
Dos pegas pueden ponérsele al apartado visual: por una parte, las caras de Smith son tan genéricas que a veces es difícil distinguir la identidad del personaje que dibuja; por otra, el coloreado de Richard Ory, demasiado apagado. Quizá pretendía aportar un tono ominoso a lo que siempre se había retratado como una época chispeante y luminosa, pero en algunas ocasiones oscurece tanto las escenas que incluso es difícil distinguir lo que muestran.
En conclusión, “JSA: La Edad de Oro” es un comic que milita en las mismas filas desmitificadoras que otros como “Watchmen”, “El Escuadrón Supremo”, “Kingdom Come” o “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro”, pero que no llega al nivel de éstas. Incluso comparada con sagas más “sencillas” del pasado, como “La Guerra Kree-Skrull” de Los Vengadores, deja que desear. No es un mal comic. Su lectura es entretenida, la fusión entre lo épico y lo crepuscular es acertada, el afecto que Robinson siente por estos personajes es evidente y, con la perspectiva que da el tiempo, es fácil ver por qué tuvo tanta repercusión.
Y es que sólo un año antes se había fundado Image Comics, amalgamando y diseminando gracias a su escudería de creativos una tendencia conceptual y gráfica del género superheróico que bien podría calificarse de excesiva. Robinson y Smith, por el contrario, ofrecían un tebeo adulto pero con un sabor clásico que huía de los histrionismos y delirios que lastraban los trabajos de muchos de sus contemporáneos. Ello, sin embargo, no es óbice para cerrar los ojos a sus problemas: al argumento le falta algo de sustancia y acción y la caracterización se apoya más en textos y monólogos que en un encadenamiento de cortas escenas distribuidas por toda la obra. El capítulo final es el que tiene mejor arranque, con el foco puesto (por fin) sobre los héroes elaborando un plan con el que enfrentarse al formidable enemigo; hay auténtica tensión y suspense… hasta que todo degenera en una escena de combate bastante tópica con un villano del montón.
Durante un tiempo se habló de una posible continuación en forma de miniserie titulada “La Edad de Plata” pero nunca llegó a materializarse. Robinson pasaría a guionizar “Starman” y la “Justice Society of America”; y Geoff Johns y David Goyer incorporarían posteriormente muchos de los eventos de esta historia en el universo DC canónico, lo que hasta cierto punto descalifica a “La Edad de Oro” como perteneciente a la línea “Otros Mundos”. Diez años después, Darwyn Cooke haría una propuesta similar pero mucho más sólida a todos los niveles en “The New Frontier” (2004), con una vena más ligera y centrada en la formación de la Liga de la Justicia en los años sesenta.
Desde luego, la comparación con New Frontier es inevitable.
ResponderEliminarLo mejor de este comic es que fue el germen de Starman.