(Viene de la entrada anterior)
A mediados de 1966, el Universo Marvel se hallaba en plena expansión. Su explosión de creatividad no tenía precedentes en el género, pero seguía habiendo títulos en su todavía reducido catálogo que no parecían estar beneficiándose de ese fenómeno. Por ejemplo, “Los Vengadores”.
La colección seguía siendo el punto de encuentro de los héroes a los que la editorial no podía brindar todavía sus propias cabeceras y en lugar de enviar a sus personajes al espacio a combatir contra entidades cósmicas, la mayor parte del drama se centraba en las relaciones entre su disfuncional reparto. Los villanos que desfilaban por sus páginas eran más, digamos, terrenales, a menudo ordinarios, y sus aventuras nunca fueron en esta etapa el mejor ejemplo del estilo que Stan Lee estaba desarrollando para otros personajes. Ni siquiera adversarios de teóricamente mayor caché, como Kang, el Doctor Muerte o el Coleccionista, conseguían insuflar en el título la emoción y el sentido de lo maravilloso que podía verse en las colecciones de, por ejemplo, Thor o Los Cuatro Fantásticos y que legítimamente podía exigirse de una cabecera que presumía de reunir a “Los Héroes Más Poderosos de la Tierra”.
Pero la saga de “Los Hijos de la Serpiente”, desarrollada entre los números 32 y 33 de “Los Vengadores” (sept-oct 66), marcó un hito en la colección al abordar de forma explícita, honesta y brutal uno de los grandes problemas enquistados en la sociedad norteamericana: el racismo.
Desde que en “Sargento Furia y sus Comandos Aulladores” nº 1 (1963) Stan Lee hubiera incluido como parte de ese grupo al soldado de raza negra Gabe Jones, el editor y guionista había seguido tratando de que los comics Marvel ofrecieran una representación más realista de la diversidad social norteamericana, por ejemplo, animando a sus dibujantes a incluir personajes negros en las escenas de multitudes. No se trataba de una toma de postura política ni una defensa abierta de la igualdad de derechos civiles, sino un sencillo reconocimiento de la realidad: “Muchos de mis amigos eran negros y teníamos dibujantes que eran negros. Así que se me ocurrió… ¿por qué no hay más héroes negros?”
Y así apareció, en julio de 1966, dentro de las páginas de “Cuatro Fantásticos” nº 52, Pantera Negra, una innovación que se encontró con los comprensibles reparos del propietario de Marvel, Martin Goodman, que temía las posibles reacciones que pudieran producirse en ciertas zonas del país y sus consiguientes efectos negativos sobre las ventas. Así, aunque en los primeros esbozos de su traje Pantera Negra tenía una máscara que dejaba la mitad de su rostro al descubierto y dejaba bien claro su origen racial, se decidió finalmente cubrírsela por completo.
Sobre ese personaje y su origen ya hablé en las entradas que le dediqué a la extensa primera etapa de “Los Cuatro Fantásticos”. Valga ahora decir que el compromiso de Lee hacia la diversificación racial era auténtico. En esa misma colección, Wyatt Wingfoot, un nativo americano, se convirtió en personaje regular de importancia al mismo tiempo que se presentaba Pantera Negra. El mismo mes, la modelo negra Jill Jerrold se unía al reparto de “Modelling with Millie” en el nº 48 (escrito por Denny O´Neil y dibujado por Stan Goldberg). Y dos meses más tarde, en “Vengadores” nº 32 (septiembre 66), Lee y Heck presentaban al científico negro Bill Foster como ayudante de laboratorio de Hank Pym en el primero de los números de la saga que nos ocupa.
Tras su aventura en Sudamérica, los Vengadores en activo (recordemos que Mercurio y la Bruja Escarlata se encontraban en Europa) regresan a la Mansión, donde el Capitán América expresa su intención de dimitir como líder y traspasar esa responsabilidad a Goliath como miembro más antiguo del grupo. Éste, sin embargo, declina el ofrecimiento. Sigue deprimido por haber quedado atrapado en una estatura de 3 metros. El Capi le provoca y le empuja a un enfrentamiento físico para que reaccione y salga de ese ensimismamiento autocompasivo. El truco da resultado y Hank se vuelca en utilizar todo su conocimiento en bioquímica para solucionar su problema y recuperar su habitual estatura de 1.80 m. Monta un laboratorio en su propia casa y contacta con Tony Stark para que le recomiende un ayudante. El elegido es uno de sus propios científicos, Bill Foster, y ambos se ponen a trabajar (Foster será en el futuro uno de los muchos que utilizarían el suero de crecimiento de Pym, asumiendo los alias de Goliath Negro, Goliath y el Hombre Gigante).
En relación a Hank Pym, hay una escena llamativa que sólo adquiriría su pleno significado años después pero que ya nos ofrece un buen ejemplo de caracterización. Mientras trabaja en su laboratorio sometido a gran tensión, la Avispa trata de ayudarle sin conseguir más que despertar su ira. Cuando le aconseja conseguir un ayudante, él le espeta: “Desde luego, y me buscaré uno… un científico de primera…¡No una mujer parlanchina!”. La Avispa, resentida, le replica: “¡Si no te quisiera tanto, te despreciaría!”. No era frecuente en los comic-books de superhéroes (y, desde luego, inaudito en DC) que la caracterización fuera tan consistente. Batman ha pasado regularmente de siniestro justiciero a alegre colaborador de la policía volviendo de nuevo a caer en su lado más lúgubre. Superman ha sido un ingenuo boy scout y un ejemplo de héroe fuerte y carismático. El Capitán América fue un hombre confundido, atormentado y fuera de su época, y luego un líder mundial con plena seguridad en sí mismo. Pero Hank Pym, a lo largo de los años, siempre fue alguien emocionalmente inestable, propenso a la autocompasión, inseguro y con una relación tóxica con su pareja.
Mientras tanto, en otros lugares suceden otras cosas. En los Balcanes, Mercurio y la Bruja Escarlata recuperan la plenitud de sus poderes con la ayuda de un “tratamiento diatérmico” creado por un científico local (y que más parece una cama de rayos ultravioleta). A la postre, no se da ninguna explicación definitiva de las razones por las que ambos hermanos habían ido perdiendo sus poderes mutantes. Más adelante, se aclararía que era sólo Wanda la que padecía esa disminución y que la causa no era tanto el alejamiento de su tierra natal como del demonio Chthon, oculto en la montaña de Wundadore (nº 185-187, julio-sept 79). La siguiente aparición de Wanda y Pietro tendría lugar como cameo en “Thor” nº 134 (nov. 66), donde se menciona por primera vez su conexión con la mencionada montaña. Ya no intervendrán en la colección de “Los Vengadores” hasta el número 36, aunque sus rostros seguirán figurando en el logo de portada (al que, por cierto, se incorpora por primera vez el de la Avispa).
En las calles de Nueva York, un grupo de enmascarados que se hacen llamar los Hijos de la Serpiente, se dedican a apalizar inmigrantes y negros y diseminar un mensaje de odio racial que seduce a los miembros más descontentos e iracundos de la sociedad: “¡Así como la primera serpiente expulsó a Adán del Paraíso…Nosotros expulsaremos de este país a todos los extranjeros!”, predica el líder. Entre los nuevos reclutas, se “escuchan” pensamientos tan mezquinos como “¡Me apunto! ¡Una vez que te conviertes en Serpiente, puedes abusar de cualquiera!”; o “Me uniré y vestiré la túnica de la serpiente…¡Luego apalizaré a todos los malditos extranjeros que vea!”.
Queda claro, por tanto, que los Hijos de la Serpiente quieren servirse de la xenofobia que bulle bajo la superficie de la sociedad norteamericana para amasar poder político; y que quienes se unen a ellos sólo desean dar salida a sus instintos más violentos. Pero en uno de los grupos reclutados se ha infliltrado la Viuda Negra, que con la información reunida acude a ver a Clint Barton, la identidad civil de Ojo de Halcón, y le cuenta lo que ha averiguado de esa amenaza tratando de demostrar que se ha reformado.
Antes de que los Vengadores se puedan poner manos a la obra, un grupo de Serpientes le propina una paliza a Bill Foster en los jardines de la finca de Hank Pym. Un enfurecido Goliath convoca a los Vengadores, pero la Avispa tiene reservas: “¿Se trata de un trabajo para Los Vengadores? ¿No puede ocuparse la policía de unos matones como los Serpientes?”, a lo que el Capi responde: “¡No, Jan! ¡En esto hay mucho más que unas cuantas agresiones aisladas! Sus actividades tienen una extraña y misteriosa pauta. Son ricos…Están bien organizados… y actúan a escala nacional”.
A fin de averiguar más, el Capitán América contacta con SHIELD utilizando el carné que Nick Furia le entregó en “Tales of Suspense” nº 78 (junio 66). Pero el coronel le dice que, tras haberse encargado del peligro de I.M.A., está ocupado con otro asunto (lo cual nos indica que esta escena tiene lugar justo después de “Strange Tales” nº 149, octubre 66, que terminaba con el descubrimiento del regreso de Hydra), así que se limita a facilitarle al Capitán acceso a sus archivos.
El general Chen, representante de una nación enemiga de Estados Unidos, acude a Nueva York para hablar en las Naciones Unidas. A su llegada, se encuentra con manifestaciones hostiles y es atacado por un extraño rayo caído desde una nube aparentemente pasajera. Chen culpa a los Hijos de la Serpiente y acusa a la policía de inacción. Al día siguiente, tras dar Los Vengadores una rueda de prensa al respecto declarando la guerra a esa organización, el Capitán América es capturado por los Serpientes, quienes comunican al grupo que asesinarán a su líder si no anuncian pública e incondicionalmente su apoyo. Sus compañeros saben que el Capi no querría que se doblegaran, pero Goliath dice tener un plan y, arriesgándose al escándalo y el oprobio, fingen acceder a las exigencias.
Puede que Los Hijos de la Serpiente se presentaran como una de esas pintorescas organizaciones secretas tan del gusto pulp y a las que Marvel ha recurrido continuamente a lo largo de su historia, pero hacía falta bien poco esfuerzo para ver en ellos un trasunto de otro grupo racista, también con una vestimenta característica pero muy real: el Ku Klux Klan. Como el Klan, los Serpientes predicaban el odio racial y el ultranacionalismo fanático, apelando a los temores e inseguridades de la sociedad. Cuando se los presenta por primera vez apaleando a un hispano, unos vecinos que lo están viendo todo, deciden no inmiscuirse (“No es asunto nuestro”), una escena que claramente sirve de reproche a aquellos norteamericanos que se negaban a tomar postura.
Sin el apoyo de Kirby y Ditko, ambos muy hábiles a la hora de desarrollar historias completas a partir de pequeñas ideas suministradas por Lee, éste dejaba aflorar en “Los Vengadores” su gusto por los guiones que abordaban cuestiones morales, que prestaban más atención a los personajes que a la trama y en los que abundaban los diálogos y escenas emocionalmente cargadas a través de las cuales se revelaba el carácter íntimo de quienes en ellas participaban. Así, tenemos la furia que exhibe Goliath ante el credo predicado por los Serpientes; la tensión romántica entre Ojo de Halcón y la Viuda Negra; la más turbia entre Hank y Janet; o el apasionado discurso del Capitán ante los periodistas: “¡Los Hijos de la Serpiente serán castigados por la misma justicia que están intentando tomarse por su mano! ¡Ningún hombre… ni grupo… puede erigirse en superpatriota! ¡La libertad es un bien de todos…De lo contrario, no merece ese nombre!”.
Es una lástima que Lee no supiera concluir en el número 33 (oct 66) la historia iniciada en el episodio anterior con el mismo grado de autocrítica social. La viñeta de apertura muestra al Serpiente Supremo jactándose ante el cautivo Capitán América: “¡Cuando hayamos librado al país de todos aquellos de culturas y credos distintos, lo gobernaremos de costa a costa!”.
El general Chen, mientras tanto, se reúne con un comité de las Naciones Unidas donde acusa a los Estados Unidos de permitir que los Hijos de la Serpiente campen a sus anchas y a los Vengadores de apoyarles: “América afirma ser una tierra de libertad… ¡Pero permite que los Hijos de la Serpiente prediquen su doctrina de odio y tiranía por doquier”. El senador Byrd (némesis de Stark en su serial de “Tales of Suspense”) le responde: “¡Usted viene de un país donde incontables miles de personas viven sometidos a un abyecto miedo… sin poder decir, leer o pensar lo que quieran! ¡Y nos habla de libertad!”.
En la Mansión, Goliath se muestra reacio a revelar su plan al resto de sus compañeros, lo que provoca disputas entre ellos, especialmente cuando los Serpientes les ordenan acudir a uno de sus incendiarios mítines como muestra pública de su apoyo. Bill Foster, decepcionado, abandona el trabajo con Pym (sabe que él y Goliath son la misma persona) pero éste le deja ir pensando que así estará más seguro. Aquella noche, mientras Ojo de Halcón y la Viuda Negra se infiltran en la “nube” falsa que oculta el cuartel general flotante de los Hijos de la Serpiente, Goliath sube al escenario del mítin ante el desconcierto de muchos asistentes: “¡Parece una pesadilla! ¿Por qué los Vengadores? ¿Cómo han caído tan bajo?”. Pero otros caen en la trampa: “Quizá juzgamos mal a los Serpientes! ¡Tal vez necesitamos una organización como la suya, que proteja las libertades!”. La disensión aflora en el público: “¡Lo dirás en broma! Tenemos un gobierno, ¿no? ¡Tenemos leyes, cuerpos de policía y tribunales de justicia!”.
Pero es entonces cuando Goliath aprovecha la tribuna que se le ha brindado para lanzar su discurso: “He venido a demostrar personalmente que todo lo que dicen los Serpientes es una sarta de mentiras. ¡En nombre del patriotismo pretenden destruir todo lo bueno y decente que defiende América! ¡Pero no lo conseguirán! ¡Nuestra nación se construyó sobre la libertad, no la tiranía! ¡Sobre el amor fraternal, no el odio! ¡Sobre la justicia, no la intolerancia!”.
Sus apasionadas palabras parecen convencer al público hasta que, de repente, aparece al Capitán América en el escenario gritando que él sí apoya a los Serpientes y que Goliath es un traidor a la patria. Ningún lector se sorprenderá de descubrir que ese Capitán no es más que un impostor, un desesperado plan de contingencia de los Serpientes que es desbaratado sin mucha dificultad por Steve Rogers tras ser liberado por la Viuda Negra. Tras la obligatoria escena de acción, los Hijos de la Serpiente son derrotados y se descubre que el Serpiente Supremo no era otro que el general Chen, quien es desenmascarado públicamente.
Es decepcionante que Stan Lee decidiera que, después de todo, había que responsabilizar de los problemas raciales del país a las maquinaciones de una potencia extranjera que, para colmo, era inequívocamente asiática. Sí, es un final facilón e incluso cobarde, pero que no anula del todo el mérito de haber abordado un tema de actualidad ni la validez de su mensaje último. En unos Estados Unidos modernos en los que la demagogia y los eslóganes políticos radicales campan a sus anchas, con agitadores mediáticos inflamando a unos y otros grupos con difamaciones, noticias falsas y acusaciones tendenciosas y la intervención insidiosa de un tercer país en los procesos electorales a través de las redes sociales, lo que nos cuenta aquí Stan Lee no ha perdido un ápice de validez.
“Sólo debía lograr que los americanos desconfiaran entre sí y luego se odiaran mutuamente”, confiesa el derrotado Chen, “Pues una nación temerosa es una nación dividida y una nación dividida es una nación débil y presa fácil de la conquista”. Uno de los testigos se lamenta: “¡Y casi se salió con la suya! ¿Por qué fuimos tan ingenuos, tan ciegos?”. Goliath y el Capitán América cierran el episodio con una advertencia: “No olvidemos nunca la lección que hemos aprendido hoy… ¡Cuidado con aquél que te predisponga contra tu vecino! ¡Pues siempre que el mortífero veneno de la intolerancia nos afecte, la llama de la libertad arderá con algo menos de brillo!”.
(Continúa en la siguiente entrada)
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