(Viene de la entrada anterior)
“El Fabricante de Espejismos” (1989) es la primera aventura de “Natacha” que Walthery produce para Marsu Productions, su nuevo hogar editorial, y que se publica directamente en álbum. Como de costumbre, el autor recurre a sus amigos y colegas para que le proporcionen el guion, en este caso Mythic (alias de Jean-Claude Smit-le-Benédicte) y su antiguo redactor jefe en “Spirou”, Thierry Martens (si bien la colaboración de éste, para evitar problemas con Dupuis, donde seguía ocupando un puesto directivo, se mantuvo en secreto). A lo largo de toda su trayectoria con “Natacha”, Walthery no sólo ha sabido elegir colaboradores que le han aportado historias bien realizadas y diversas (a diferencia de otras series, con “Natacha” nunca sabías qué ibas a encontrar en el álbum siguiente) sino que ha conseguido encajar éstas en un estilo muy concreto, heredero respetuoso del espíritu Dupuis tradicional, en el que se mezcla la aventura, el suspense y el humor.
En este caso, la premisa de partida es la fascinación que a mediados de los 80 provocó la holografía, una tecnología que databa de veinte años atrás pero que entonces se recuperó, mejoró y popularizó. Se inauguraron museos de holografía en muchas ciudades y no fueron pocos los expertos que profetizaron una revolución tecnológic
a en la que los hologramas se aplicarían en los más diversos campos. Pues bien, en la historia que nos ocupa, un excéntrico multimillonario, Jedediah Lee Crawfish, vive a bordo de su Boeing 747 personal desde que una pitonisa le profetizara que moriría en un accidente de coche. Cuando su tripulación regular es atacada de camino al aeropuerto, Natacha y el capitán Turbo, que se dirigían en Florida a tomar el vuelo asignado por la compañía aérea para la que trabajan, son reclutados a la fuerza como interinos por Crawfish, que hace valer su condición de accionista importante de la aerolínea.
Además del millonario y su ayudante personal, viajan a bordo un surtido de hombres de negocios de diferentes nacionalidades. El avión va equipado con tecnología de hologramas no sólo para crear ilusiones en su interior que hagan más llevadero su voluntario confinamiento al propietario, sino también proyectores en las alas que generan imágenes en el exterior. Además de lidiar con las excentricidades y groserías de Crawfish y sus invitados, Natacha deberá enfrentarse a un secuestro aéreo, viéndose obligada incluso a pilotar la aeronave cuando Turbo se ve incapacitado para hacerlo.
No es el más original de los guiones, aunque todo en él funciona a la perfección. Mythic, Martens y Walthery, sin escapar de los estereotipos del género de aventuras, hacen una buena labor de caracterización de los personajes y conducen la intriga con un ritmo ejemplar. Hay momentos de humor pero también de gran tensión cuando el secuestro se tuerce y el avión amenaza con caer a tierra. Hay incluso dos giros sorpresa de guion y dos aterrizajes forzosos. El dibujo, como de costumbre, está a un excelente nivel, en este caso complementado con los fondos que realiza Mitteï.
“El Fabricante de Espejismos” no es la mejor
entrega de la serie, pero sí una historia muy entretenida y bien realizada que
demostró que Walthery tenía a su personaje perfectamente bajo control,
independientemente del sello editorial bajo el que aparecieran sus álbumes.
Si los dos álbumes anteriores habían transcurrido enteramente a bordo de aviones, para la siguiente aventura Walthéry cambia el paso y recurre a una intriga policiaca bien asentada en tierra. “El Cinturón de Orión” (1992) cuenta con un guion de Peyo que, en realidad, era un reciclaje de la historia que treinta años antes había escrito para sus personajes “Jacky et Celestine” bajo el título “El Cinturón Negro”. Como ya dije al comienzo, Walthéry había comenzado su carrera de historietista a los 17 años en el estudio de Peyo, ayudándole en series como la citada, “Los Pitufos” o “Benito Sansón”. Así que convenció a su maestro para que actualizara algo el guion y los diálogos y él mismo se encargó de pulirlo para que encajara en el estilo de la serie.
Natacha y Walter viajan en coche al sur de
Francia para disfrutar de unas merecidas vacaciones. De camino conocen al
profesor Orión, un inventor local algo excéntrico que vive solo en un caserón
en las afueras de un pueblo. Tras acogerlos una noche de tormenta, les muestra
su última invención: un cinturón que proyecta alrededor de su usuario un campo
de fuerza impenetrable. Les dice que ellos son los únicos en haber visto una
demostración del ingenio y que ha enviado la solicitud de patente a Marsella.
Pero un empleado corrupto de la oficina de patentes, dándose cuenta de la
importancia del descubrimiento, avisa a unos gangsters que secuestran al
profesor para obligarle a fabricarlo en serie. Natacha y Walter participarán
activamente en la búsqueda junto a la policía local.
“El Cinturón de Orión” es un thriller con
toques de ciencia ficción, muy sólido y absorbente, que se diría sacado de la
etapa de Spirou dirigida por Franquin. No podía ser de otra manera
interviniendo un gigante del comic como Peyo. Es un guion de una eficacia
ejemplar, narrado con buen ritmo, dotado de un innegable encanto y en el que se
transmite una sorprendente cantidad de información dada su extensión (la única
pega es que, por alguna razón, parece que Walthery o Peyo no supieron medir
bien el desenlace y las cinco últimas planchas pasan a encajar cada una dieciocho
viñetas de reducido tamaño, dando cierta sensación de claustrofobia).
El dibujo, como es habitual, está a la altura de lo mejor de la escuela Dupuis, con una Natacha más sexy que nunca, unos personajes bien delineados, narración depurada y unos fondos (a cargo de Mittëi) con un asombroso grado de detalle y que, sin embargo, no dificultan en absoluto la lectura.
Un álbum, en fin, sin pretensiones, que
proporciona una lectura agradable y que conserva su toque de aventura clásica.
Ello incluye también unos personajes monolíticos que sólo están caracterizados
de forma muy básica para cumplir su función en la historia. Es cierto que en
plenos años 90, quizá este maniquieísmo empezaba a estar desfasado incluso
dentro del comic juvenil. Ni siquiera la idea de una mujer aventurera, inteligente,
valiente y hábil al tiempo que sexy era ya nueva. Pero, como he dicho, la
lectura de “Natacha” ofrecía entonces como hoy una lectura refrescante,
técnicamente muy bien resuelta y que permite el reencuentro con las bases del
género.
En 1994, aparece “El Ángel Rubio”, que lleva a Natacha de nuevo al terreno del thriller de espionaje en un guion escrito por Maurice Tilleux. Éste, ya lo dijimos, fue uno de los pilares de la etapa clásica de Spirou y mentor y colaborador de muchos otros autores. En los años 50 y para la revista “Héroic-Albums” había creado al personaje “Félix”, un joven detective. Sus aventuras y casos resultarían ser un semillero de ideas que el propio Tilleux reciclaría y adaptaría más tarde para otros personajes, desde “Tif y Tondu” a “Gil Pupila” pasando por “Jess Long” o la propia “Natacha” en los álbumes “Un Trono para Natacha” (1975) y “El Decimotercer Apóstol” (1978). El mismo caso es el de “El Ángel Rubio”, reformulación de una aventura de “Félix” de 1951 y que iba a ser el séptimo álbum de la azafata. Sin embargo, su muerte en enero de 1978 afectó profundamente a Walthéry, que se sintió incapaz de llevarlo a término. Quince años después, pasado el duelo, recupera del cajón de proyectos pendientes este guion y lo lleva a término.
Durante una estancia en Londres entre dos
vuelos, Natacha aprovecha para reunirse con una vieja amiga, Betty, campeona de
artes marciales. A ésta se le ha confiado un maletín con joyas en su interior,
pero un par de matones consigue engañar a las chicas y hacerse con él. Empieza
entonces una persecución para recuperar el objeto, que se alargará hasta
Escocia y en la que ambas –junto a un Walter continuamente indispuesto debido a
la comida local- se ven involucradas en un caso de espionaje internacional.
Se trata de una historia en la línea de la
anterior y de la que hay poco nuevo que añadir. La trama no se detiene ni un
segundo y van sucediéndose giros que atrapan al lector hasta el final de la
peripecia. Tilleux conocía su oficio a la perfección y aun cuando el tono de la
intriga es ligero, no deja de sorprender la capacidad de los guionistas de su
generación para condensar un guion tan rico en sucesos en sólo 44 páginas,
tomándose tiempo para desarrollar las situaciones y las escenas de acción e
incluso permitiéndose una larga desviación onírica de 6 páginas (que, a mi
juicio, es lo más flojo del álbum por no ser más que un mero relleno que
completa la extensión del álbum y que nada tiene que ver con el resto de la
trama). Una gran lección de narrativa gráfica que se aleja mucho de la
“descompresión” que tantos autores utilizan en la actualidad.
Natacha vuelve a aparecer como una auténtica aventurera que no titubea a la hora de lanzarse a la acción, aun cuando ello signifique enfrentarse a peligrosos espías y sicarios. Como de costumbre, está acompañada por su eternamente descontento Walter y, en esta ocasión, su amiga Betty, que eleva el nivel de acción y dobla la dosis de sensualidad. Los tiempos habían cambiado y Walthéry ya no tenía miedo de mostrar a sus mujeres en ropa interior o modelos ajustados que revelaran sus curvas, aunque sin por ello traspasar una línea que hubiera llevado al comic al plano más adulto.
A estas alturas, la cadencia de los álbumes de Natacha se había estabilizado en uno cada dos años. Pese a que el editor hubiera estado más que satisfecho de tener una aventura anual, a Walthéry le gusta más vivir la vida que el dinero. A sus 51 años, está todavía en la mejor época creativa, pero los álbumes de Natacha le suponen una dedicación y trabajo intensos y prefiere dejarse distraer aceptando otros compromisos sociales y profesionales más ligeros.
Diez años antes de que se estrenara la
película “Serpientes en el Avión” (2006), Natacha ya se había encontrado en una
situación semejante en el álbum “La Viuda Negra” (1997), escrito por Michel
Dusart. Si las dos aventuras anteriores habían mantenido a la protagonista
alejada de su profesión y el mundo de la aviación, en esta ocasión la mitad de
la historia transcurre a bordo de uno de los vuelos que ella atiende junto a su
inseparable Walter y los habituales piloto y copiloto Turbo y Legrain. La fuga
de unos animales venenosos transportados por un contrabandista, provoca el
pánico a bordo. Es una situación angustiosa que los autores abordan desde el
punto de vista de la comedia negra.
Obligados a dar la vuelta y regresar al aeropuerto mexicano de origen, la intriga se traslada al aeropuerto y más allá cuando se descubre que tras la fuga de animales se escondía el intento de asesinato de un millonario que se encontraba entre el pasaje.
Esta historia supuso la reconciliación de
Walthéry con la revista Spirou, donde se serializó previamente a la publicación
del álbum por Marsu Productions. En este punto de la colección, tras diecisiete
álbumes a sus espaldas, el tiempo se hace notar. El personaje y el tono de las
aventuras acusan el desgaste. Walthéry mantiene la calidad del dibujo y una
evidente energía que hace que sus historias sigan estándo espléndidamente
realizadas, pero a la serie le falta ambición y, aunque los temas y escenarios
cambian en cada entrega, los personajes, la fórmula y el tono general siguen
siendo los mismos que veinte años atrás. Ello no quiere decir que, como ya he
dicho, no ofrezcan una lectura clásica, ágil, en la que, a partir de una
premisa sencilla, resulta muy fácil sumergirse.
Creo que se puede calificar a “Natacha y los
Dinosaurios” (1998) como el peor álbum de la serie hasta ese momento. El guion
de Marc Wasterlain comienza con un concurso infantil sobre dinosaurios
organizado por la aerolínea para la que trabajan Natacha y Walter y cuyo premio
consiste en viajar a una excavación paleontológica en Nueva Guinea. Los
ganadores, un club de niños aficionados a los dinosaurios, serán acompañados
por una de sus atractivas profesoras –con su hija pequeña-, Natacha y Walter. Nada
más llegar al lugar, la historia entra de lleno en el subgénero de Mundos
Perdidos: atravesando una cueva, descubren una zona ignota donde perviven todo
tipo de dinosaurios y algunos protomamíferos. A partir de aquí se suceden las
predecibles peripecias, algunas cómicas, otras más terroríficas, y que incluyen
encuentros con criaturas peligrosas y amigables, la pérdida de la niña pequeña,
su desesperada búsqueda…
Hacía ya cinco años que se había estrenado
“Parque Jurásico”, de Steven Spielberg, pero su impacto perduraba y este álbum
es una buena muestra de ello. De hecho, incluso aparece un trasunto de poster
de la película. Por desgracia, Wasterlain y Walthéry, cogiendo los mismos
elementos de aquélla cinta, elaboran un producto menor, infantil, más predecible
de lo habitual y, en general, de escaso interés. Los niños sabihondos, un
insufrible perro, dinosaurios que parecen y se comportan como mascotas, niñitas
adorables que incomprensiblemente sus madres han arrastrado hasta las selvas de
una isla remota… El problema no es la fantasía –que de ella también ha tenido
ocasionalmente su dosis la serie- sino el tono declaradamente infantil. No es
que esto sea en sí un defecto. De hecho, como comic para niños, funciona bien.
Lo que ocurre es que se aparta de la línea “para todos los públicos” del resto
de álbumes, que podían narrar intrigas policiacas adultas, por ejemplo, aunque
con una aire ligero para que fuera accesible a todo tipo de edades y
sensibilidades.
Por otra parte, los personajes –especialmente
los sabelotodos niños- no pierden ocasión de citar por sus nombres científicos
a cada dinosaurio que se cruza en su camino, algo innecesario y repetitivo
cuando éstos suman casi la veintena (prácticamente los mismos que en “Parque
Jurásico”, aunque los velocirraptores sean sustituidos por sus primos los
Deinonychus). Tampoco el dibujo de Walthéry, luminoso, de líneas redondeadas y
amables, es el más adecuado para dibujar dinosaurios cuando éstos deben
aparecer siniestros y letales.
Afortunadamente, la serie recupera el sabor de
los viejos tiempos en el siguiente álbum, “El Mar de Rocas” (2004). Lo primero
que llama la atención es el dilatado espacio de tiempo entre esta entrega y la
anterior: nada menos que seis años. Aparte de su mencionada lentitud a la hora
de abordar cada nuevo álbum de Natacha, las razones que aduce el propio autor
son varias: una intervención quirúrgica en la mano que le dejó incapacitado un
tiempo, su dedicación alimenticia a encargos publicitarios y, por último, su
deseo de realizar este álbum en solitario. Como hemos ido viendo, para
bastantes de los álbumes anteriores, Walthéry había contado con la valiosa
ayuda de amigos que le dibujaban los fondos, un trabajo que, de acuerdo al
espíritu gráfico de la serie, siempre ha sido muy laborioso. Pero para “El Mar
de Rocas”, el autor decide prescindir de colaboraciones gráficas de ningún tipo
al sentir por este proyecto un afecto especial.
Y es que el guion original de esta aventura
está firmado por Peyo, mentor y querido amigo de Walthéry, bajo cuya
supervisión trabajó muchos años y con quien, tras la independencia del segundo
gracias a “Natacha”, siguió manteniendo una relación muy cercana. Ya “El
Cinturón de Orión” (1992) se había basado, como comenté, en un episodio de
“Jacky et Celestine”, la serie de adolescentes detectives que creó Peyo (y que escribieron
y dibujaron diversos autores) en 1961 para el semanario “Le Soir”. Pues bien,
“El Mar de Rocas” es otra adaptación al universo de Natacha de uno de aquellos
episodios, dibujado por Will.
Fue Walthéry (quien había dibujado cuatro álbumes de aquella serie a mediados de los sesenta) quien le pidió a Peyo que reelaborara y actualizara el guion para su azafata. El día que se casó Walthéry, en 1989, le entregó el encargo, pero antes de que aquél lo ilustrara –y el mismo año de la muerte de Peyo, en 1992-, acabaría saliendo el mencionado “El Cinturón de Orión”. “El Mar de Rocas” por tanto, era una historia que Walthéry quería realizar como un homenaje a su maestro y sin la intervención de otras manos que no fueran las suyas. Esto hizo de su elaboración un proceso más lento, a lo que contribuyó el que, estando prevista una edición especial sin entintar, hubiera de realizar unos lápices muy detallados (y, consecuentemente, aplicar la tinta sobre fotocopias de las páginas originales a lápiz, lo que supuso otro tipo de desafíos técnicos).
En esta ocasión, “Natacha” vuelve a entrar en
ese terreno en el que siempre se ha desenvuelto tan bien: el thriller. Por
simple casualidad, un disquete de ordenador codificado cae en manos de Walter y
Natacha, que se encuentran en su Bélgica natal disfrutando de un fin de semana
de descanso entre vuelo y vuelo. El disco contiene información que unos
traficantes de droga utilizan para concertar los puntos de entrega y, por
supuesto, quieren recuperarlo a toda costa y no dejar atrás testigos molestos.
Empezará así la clásica intriga en la que se sucederán situaciones apuradas,
evasiones en el último segundo, persecuciones, pesquisas y peleas, muy al
estilo no sólo de otras aventuras de Natacha sino de la propia escuela Dupuis.
Para haber pasado tres años desde el último
álbum, “Atolón 66” (2007) no sólo no aporta nada nuevo, sino que utiliza el
mismo mcguffin narrativo: un misterioso objeto caído en las manos de la
protagonista, que es la clave de un enigma y que todo el mundo quiere recuperar
a toda costa. Sin embargo, el guion no puede decirse que sea una copia del de
“El Mar de Rocas” dado que su redacción data de mucho tiempo atrás. Su creador
fue Guy D´Artet, un belga de la misma generación de Walthéry y admirador de su
obra –aunque su trabajo en el ramo de los seguros nada tiene que ver con los
comics-. Ambos se conocieron en 1983 y D´Artet le propuso un guion para el
personaje que Walthéry sólo desenterró de su pila de proyectos muchos años
después, reclutando en esta ocasión la ayuda de Bruno Di Sano para los fondos.
Durante una fiesta de gala en la mansión de un
noble antes de partir de vacaciones con Walter al archipiélago polinesio de
Tiha-Tiha, el ayuda de cámara del anfitrión le pide discretamente que entregue
un paquete a un familiar suyo una vez llegue a destino. Paquete aparentemente
inocuo pero que quieren agenciarse unos matones a sueldo de un potentado local.
Para ello, secuestran a Natacha sin saber que es Walter quien lleva el paquete
en cuestión. Éste, por su parte, recibe la ayuda de una activa muchacha del
lugar, Teha, que parece estar al corriente de todo y que demuestra tener unos
recursos poco habituales. Se suceden a continuación los esperables rifirrafes,
persecuciones y huidas de unos y otros, siempre con un ritmo frenético.
No se puede decir que sea una historia aburrida. A estas alturas, Walthéry es un autor tan diestro en el arte de la narración gráfica y tan buen dibujante que el argumento, aunque manido y poco sofisticado, atrapa la atención del lector y lo lleva de la mano de principio a fin. Eso sí, hay ideas, personajes y situaciones que, o bien son claramente de relleno (la caída del satélite con el solo fin de forzar un aterrizaje de emergencia en la isla no particularmente dramático) o bien chirrían demasiado (el culto de narcotizados nativos alrededor de la figura del típico brujo que realiza sacrificios humanos parece un intento pedestre de introducir exotismo de pacotilla en una aventura que transcurre en pleno siglo XXI).
“La Mirada del Pasado” (2010) supone un
retorno a la aventura arqueológica que tan buen resultado había dado en “El
Decimotecer Apóstol” (1978). Es más, esta historia podría incluso leerse como
una segunda parte de aquél. Y es que, por primera vez en cuatro décadas de
historia, Walthéry pone el primer ladrillo en la construcción de un universo
propio para su serie al recuperar a personajes secundarios de álbumes
anteriores. Esta estrategia la había hecho Herge en su Tintín, por ejemplo, con
excelentes resultados: a partir de los años 40 empezó a añadir al reparto fijo
otros personajes presentados en aventuras anteriores: la Castafiore, Rastapopoulos,
Oliveira de Figueira, Tchang, el general Alcázar… Ello le dio a la serie un
sabor especial, una sensación de mundo coherente y familiar.
Pero para Walthéry este recurso había sido
inalcanzable. Desde el principio de “Natacha”, recurrió a terceros para los
guiones lo cual, como ya he mencionado, dotó a la serie de una gran diversidad
de temas y le evitó caer –al menos al principio- en fórmulas repetitivas. Pero
claro, cada guionista incorporaba los personajes secundarios que necesitaba
para hacer funcionar su trama y no tenía interés en utilizar unas creaciones
ajenas heredadas del pasado. Por eso, aparte de Natacha, Walter, el comandante
Turbo y el copiloto Legrain, no hay más personajes recurrentes, ya sean amigos,
villanos, parientes (los abuelos de los protagonistas no cuentan a estos
efectos) o simples intervinientes en aventuras pasadas.
Pero esa dinámica se rompe con “La Mirada del
Pasado”, porque, para empezar, la aventura se abre con la abuela de Natacha (presentada
en “La Azafata y la Mona Lisa”, 1979) en el Egipto de los años 30, siendo
rescatada de una muerte segura por Agatha Christie y su esposo. La acción salta
luego al presente, con Natacha y Walter haciendo un recorrido turístico por ese
país. Acudiendo a una misteriosa cita, un anciano le entrega a la azafata el
diario de su abuela, donde consta la información necesaria para llegar a un
templo escondido en el que se oculta un gran secreto. Para esta aventura, los
dos protagonistas van a recuperar a dos viejos amigos suyos relacionados con la
arqueología: el profesor Karel y Justino, que habían aparecido en “El
Decimotercer Apóstol”; y en cuanto al villano, es otro viejo conocido:
Mauricio, el asesino con las facciones de Tilleux que se había presentado en “La
Memoria de Metal” (1974).
En esta ocasión, la inspiración para el guion provino del propio Walthéry tras realizar un viaje por Egipto. A su vuelta, dos amigos y antiguos colaboradores, Mythic y Thierry Martens, le entregaron, respondiendo a su petición, sendas historias de Natacha ambientadas en ese país. Fusionando ambos argumentos, Walthéry elaboró la historia definitiva que, además y en contra de su habitual costumbre, dibujó íntegramente, fondos incluidos. Es un argumento con un trasfondo clásico (el templo perdido con una terrible trampa dispuesta para profanadores incautos, tesoros arqueológicos de los que quieren apoderarse unos villanos, viajes en falúa y ancianos en posesión de grandes secretos) actualizada a los tiempos modernos: el ejército protegiendo a los turistas de atentados terroristas y a los yacimientos de ladrones; teléfonos móviles que detonan explosivos) que, aunque no sorprende –es difícil que esta serie lo haga ya a estas alturas- sí garantiza, como de costumbre, un rato de lectura entretenido.
Y hasta aquí llega esta serie de artículos.
Existen dos álbumes más, “El Gavilán Azúl” (2014) y “Tras los Pasos del Gavilán
Azul” (2018,), ambos basados en un guion de Sirius y publicados por Dupuis, lo
que supone el regreso de Walthéry a su primer hogar profesional tras diecisiete
años de ausencia. Dado que estos dos últimos volúmenes permanecen inéditos en
España, no los incluiré en esta larga reseña de la serie.
“Natacha” es una de las más veteranas y destacables heroínas del comic europeo y uno de los cúlmenes gráficos de la Escuela de Marcinelle. Pionera de las heroínas de comic tan atractivas como inteligentes y capaces, ya carga con medio siglo a sus espaldas, pero sus aventuras siguen siendo perfectamente legibles, si bien es cierto que desde hace ya varias décadas ha quedado estancada en una fórmula tradicional y eficaz pero no particularmente sorprendente. Si alguien se pregunta por dónde empezar la cata de esta colección y comprobar si es de su gusto, yo recomendaría sus álbumes tercero al décimo, probablemente los mejores de su larga trayectoria.
Totalmente de acuerdo con tu análisis. Es, en cierto modo, soprendente que las historias que mejor funcionan sean reinterpretaciones de guiones ya existentes de la edad de oro de Spirou (la revista), como si ya no se supiera ser original o al menos eficaz. Tanto Natacha y los Dinosaurios como Atolón 66 son grandes decepciones, que sólo se salvan, sobre todo el segundo, gracias al dibujo de Walthery. A propósito, y si no recuerdo mal, el de los Dinosaurios fue no sólo colonizado por Wallestein, sino que también dibujó algunos de los bichos, especialmente los más agresivos. Pero su estilo no encaja tan bien como Mittei o Will con el de Watherly, y queda francamente mal.
ResponderEliminarAparte de los dos últimos que mencionas, queda otro muy especial llamado (creo recordar) Tango en Buenos Aires o quizás Cuarteto en... Qué es mudo y viene acompañado de un CD con música de su amigo Regaré. Yo lo tengo en casa y aún no lo he abierto por puro coleccionismo, pero ya no tardaré mucho
El análisis lo tendrías que haber escrito tú, que controlas más del material!! No conocía ese último del que hablas. O lo habré visto por internet y se me ha pasado, porque lo cierto es que de Natacha se ha hecho mucho en plan merchandising, homenajes, ilustraciones conmemorativas... Un saludo
EliminarNo creas, no tanto, y sobre todo me falta tu talento para ser sistemático y el tiempo para ser profundo. A propósito, el álbum es Mambo en Buenos Aires y el amigo compositor es Renaud (El corrector ortográfico tiene sus propias ideas)
Eliminar"Colonizado" en vez de "guionizado". Ya te digo que mi corrector me tiene manía
Eliminar¿"Colonizado por Wallestein "? ¡Guionizado! Definitivamente mi corrector tiene su propia agenda
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