1 ene 2019
1987- LA TORRE – Peeters y Schuiten
La primera historia de ese gran universo de ficción en que se han convertido “Las Ciudades Oscuras” apareció en junio de 1982 en las páginas de la revista francesa de comic “(A Suivre)”, donde empezó a serializarse “Las Murallas de Samaris”. Poco a poco, año tras año, entrega a entrega, ciudad a ciudad, el guionista Benoit Peeters y el dibujante Francois Schuiten fueron dando forma a un mundo muy personal, muy distinto del nuestro pero al mismo tiempo muy familiar que tanto podría ser otro planeta como una versión alternativa del propio. Es un mundo de arquitecturas maravillosas, extraños vehículos y vestuarios, costumbres y tradiciones pintorescas y, como el nuestro, tiene luz y oscuridad a partes iguales sin que siempre sea fácil dilucidar claramente entre ambas.
Cada álbum de la serie se centraba en una ciudad diferente, un microcosmos con su propia personalidad, urbanismo, historia y arquitectura, a menudo describiendo utopías llevadas al extremo y transformadas en su opuesto aunque sus habitantes no lo perciban así. Schuiten y Peeters no sólo establecieron una geografía sobre la cual emplazar cada una de ellas sino una línea cronológica ya que no todas esas ciudades conviven en el mismo periodo temporal: cuando algunas florecen otras llevan mucho tiempo extintas. Sobre los dos primeros álbumes, “Las Murallas de Samaris” y “La Fiebre de Urbicande”, ya hablé en sus respectivas entradas. El tercer álbum fue “El Archivista” (1987), una colección de ilustraciones en las que se ampliaba y daba forma a ese maravilloso mosaico, aportando más información sobre ciudades ya vistas en los álbumes anteriores y descubriendo fragmentos de lo que estaba por venir en el futuro. Y ese mismo año llega el cuarto volumen: “La Torre”.
Giovanni Batista trabaja como conservador de la sección de la Torre que hace más de treinta años le fue asignada. Se trata de una estructura colosal, a todos los efectos una ciudad vertical que va estrechándose conforme gana en altura. Batista es un hombre austero, solitario por obligación –habla consigo mismo para hacerse compañía- y perseverante. Su sentido del deber, meticulosidad y constitución y salud de hierro le han permitido mantenerse en su puesto durante mucho tiempo, pero últimamente su resolución se está agrietando tanto como la propia Torre. Pese a sus repetidos mensajes solicitando ayuda y la urgente visita de un Inspector, lleva años sin recibir respuesta alguna. Ni siquiera le quedan ya provisiones y ha de alimentarse exclusivamente de los huevos que ponen las gallinas de su corral.
Sabedor de que la estructura dejada a su cuidado corre grave peligro, movido por la responsabilidad e indignado por la negligencia de sus superiores, hace lo que antaño hubiera pensado inconcebible: deja su puesto y empieza un temerario descenso hacia la Base, donde deberían encontrarse las autoridades. Temerario no sólo porque los múltiples niveles del edificio se encuentran en un estado deplorable haciendo peligroso cada paso, sino porque no cuenta con un plano del mismo y corre el riesgo de perderse.
Su exploración le conduce por pisos y pisos desiertos y en deplorable condición de abandono hasta llegar a uno habitado, una suerte de ciudad con su propia estructura social y económica. Sin embargo, no encuentra allí las respuestas que busca. Nadie parece conocer el origen y propósito del gran edificio en el que viven desde hace generaciones, pero tampoco les importa el que su falta de mantenimiento les ponga en peligro prefiriendo dedicar su atención a sus intrascendentes quehaceres diarios. Allí conoce a Elias, cuya amplia biblioteca y antiguas pinturas históricas le ayudan a comprender algo más de la historia de la Torre y sus constructores. Si Elías es su mentor intelectual, la joven Milena será su guía en el descubrimiento del amor y el sexo. Y es acompañado por ella que Giovanni decide ascender hasta la cumbre del edificio, donde nadie vivo ha estado antes, en busca de los pioneros, los descendientes de los constructores originales, y aprender de ellos los misterios de la Torre, las razones que llevaron a sus antepasados a tratar de alcanzar las estrellas para luego a desistir de su propósito; y, quizá, un nuevo destino para su propia existencia.
Si en los dos álbumes anteriores la trama discurría sobre todo en los exteriores de ciudades imaginarias, en esta ocasión los autores la confinan al interior de un solo edificio claramente inspirado en el mito de la Torre de Babel, un laberinto vertical de piedra que alberga su propio microuniverso. De hecho, si en la Biblia Dios castigó a los arrogantes constructores de Babel con la maldición de hablar distintas lenguas, condenándolos para toda la eternidad a no entenderse, en “La Torre” se nos dice que ésta fue erigida al término de una guerra, como símbolo de reunificación y cooperación con el fin último de ascender a planos espirituales más elevados hasta tocar la divinidad.
“La Torre” es un álbum más extenso que sus predecesores (tiene más de cien páginas) y probablemente habrá lectores que encuentren su ritmo demasiado lento. No les falta razón, pero también es cierto que esa duración permite al lector que mejor sintonice con el particular universo que proponen los autores una mayor inmersión en el mismo. Las historias de Schuiten y Peeters siempre han sido más reflexivas que dinámicas, más centradas en la construcción de universos urbanos y sociales que en el desarrollo de los personajes individuales o la narración de tramas con suspense. Hay ciertas dosis de aventura (el peligroso descenso inicial de Giovanni y su posterior viaje hacia la cima), pero aunque son secuencias magníficamente narradas desde el punto de vista técnico, carecen de la fuerza que otros autores podrían haberles imprimido. Probablemente en ello tenga que ver que el dibujo de Schuiten siempre se ha desenvuelto mejor con las estructuras arquitectónicas que con las figuras y rostros humanos.
Como el propio edificio colosal en el que transcurre, el argumento está construido como un monumento orientado hacia la iluminación, la verdad y la libertad física y mental. No en vano y como he mencionado, los constructores originales de la Torre pretendían acceder mediante la arquitectura a planos espirituales superiores con cada piso construido, utilizando estructuras más ligeras y refinadas conforme la ciudad-edificio se acercara a los cielos. Así, el primer tercio nos presenta a Giovanni y su situación para luego emplear catorce páginas en describir su dificultoso descenso. El segmento central es el que transcurre en la ciudad de Elías y Milena, con los que su vida dará un giro radical despertando en él nuevos impulsos intelectuales y emocionales. Y la tercera y última parte, el último peldaño hacia la iluminación, narra el ascenso a la cima de la Torre y el posterior descenso a la base para culminar en un surrealista final difícil de interpretar. (ATENCIÓN: SPOILER). ¿Alcanzan Giovanni y Milena la liberación de esa gran prisión física y espiritual que es la Torre y es eso lo que simboliza el añadido del color en las planchas finales? ¿Se trata de poner de manifiesto el estatismo decadente de la Torre respecto a la vibrante marcha de la Historia en el mundo exterior, representada por el conflicto en forma de guerra? Su viaje a la cima está jalonado de ruinas, abandono, locura y, finalmente, decepción. En las alturas, en la supuesta divinidad, no hay respuestas ni plan alguno; sólo en el mundo real, que tampoco es el de la Torre sino el exterior a ella, pueden Giovanni y Milena dar sentido a sus vidas. Y, efectivamente, la última página –así como una ilustración del mencionado álbum “El Archivista”- da a entender que la pareja, espíritus libres que buscaban respuestas más allá de los confines de su limitada existencia, se adapta bien a su nuevo mundo. (FIN SPOILER).
Como ya había sucedido en los álbumes previos, da la sensación de que los autores contaban con una buena premisa de partida pero que no sabían muy bien hacia donde llevar la historia y sus personajes. De todas formas y en este caso, el dibujo compensa sobradamente ese problema. Schuiten vuelve a demostrar su absoluta maestría a la hora de crear mundos tan fantásticos y al tiempo verosímiles que absorben por completo al lector.
Si en “Las Murallas de Samaris” y “La Fiebre de Urbicanda” la arquitectura imaginaria se basaba en estilos reales de los siglos XIX y XX, aquí retrocedemos en el tiempo para beber del Renacimiento. Como en el resto de los álbumes de la serie, la historia y el dibujo están íntimamente imbricados. Tanto la una como el otro beben de las mismas referencias, complementándose de forma perfecta. Así, la pintura de Pieter Brueghel “La Torre de Babel” (1563) alimenta no sólo el diseño del edificio-ciudad en el que se centra el comic, sino la premisa de partida de la historia y el mito de la bíblica construcción, ya lo he dicho, guarda paralelismos con el que esconde el origen de aquél. Por otra parte, la época en la que fue pintada la obra de Brueghel, el Renacimiento, dicta el estilo que Schuiten adopta para el vestuario, artefactos e incluso pensamiento intelectual (encarnado por Elías).
Una de las características de Las Ciudades Oscuras es que nos muestran cómo la arquitectura y el urbanismo tienen una influencia directa tanto en la sociedad como en la psicología de sus miembros. De esta forma, otro de los referentes históricos de “La Torre es la obra de Giovanni Battista Piranesi, cuyo nombre fue adoptado para el protagonista de “La Torre”. Piranesi fue un grabador veneciano del siglo XVIII que, fascinado por las ruinas de la antigua Roma, realizó numerosas estampas inspiradas en ellas, algunas fieles a la realidad, otras más idealizadas y otras, en fin, totalmente imaginarias. De la serie de ellas conocida como “Prisiones”, tomó referencias directas Schuiten para diseñar las enormes y desiertas estancias interiores de la Torre dominadas por escaleras, muros ciclópeos devorados por la vegetación y el tiempo, arcos de medio punto y bloques y estatuas caídas.
Y es que en cierto modo, la Torre es también una prisión para los pocos habitantes que en ella quedan, una cárcel no sólo física sino también mental, puesto que les impide acceder al mundo que se extiende más allá. De hecho, ninguno de ellos ha visto jamás la Torre desde fuera y cuando Giovanni y Milena consiguen finalmente escapar de ella, se dan cuenta de que, como si hubieran sido reclusos toda su vida, el tiempo y la Historia han pasado a su alrededor dejándolos atrás. Los habitantes de la ciudad de Elías, pese a su aparente prosperidad, están inmersos sin ser conscientes de ello en un irreversible proceso de decadencia. Se conforman con seguir viviendo. Sólo Elías se salva. Hombre renacentista e intelectual, es un amante del conocimiento pero su edad le ha restado el impulso físico necesario para ir más allá de las elucubraciones intelectuales elaboradas a partir de sus viejos libros, documentos y pinturas. La exploración a la que él no puede llegar la asumirán Batista y Milena.
También a la época renacentista pertenecen los diseños de la máquina voladora que en un momento determinado utiliza el protagonista y que claramente está inspirada en las diseñadas por Leonardo da Vinci. El personaje y pensamiento de Elías está basado en el alquimista y médico del siglo XVI Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, más conocido para la posteridad como Paracelso. Él propio Elías se define como “Elías Aureolus Palingenius, médico de almas y cuerpos, mercader de sueños y sabiduría, astrólogo, especialista en metales y, sobre todo, poseedor de los secretos de la Torre…”.
Hay también una fuerte influencia del absurdo metafísico de Kafka y concretamente de su obra póstuma “El Castillo” (1926), cuyo frustrado protagonista embarcado en una interminable búsqueda de las autoridades alojadas en alguna parte de una fortaleza se parece mucho a Batista, asimismo a la caza –a la postre imposible- de los burócratas que supuestamente lo supervisan. Su huella está también presente en la ciudad de Elías, cuyos funcionarios persisten en inventar y hacer cumplir normas absurdas aun cuando todo se esté desmoronando a su alrededor. En lo que se refiere al aspecto físico de Batista, no es que se parezca casualmente a Orson Welles, sino que es él. Los autores, fascinados por su interpretación de Falstaff en “Campanadas a Medianoche” (1965), contactaron con el actor para proponerle que posara para ellos, oferta a la que Welles accedió de buena gana (aunque, fallecido en 1985, no podría disfrutar del resultado).
Apoyándose en las obras del mencionado Piranesi y del gran Gustavo Doré, Schuiten realiza un trabajo extraordinario a la hora de recrear la técnica del grabado mediante un meticuloso entintado en el que mezcla diferentes técnicas. Su talento a la hora de componer las viñetas, de delinear los espacios mediante las líneas y la luz, es sencillamente espectacular. Su ecléctica fusión de estilos arquitectónicos, sus estancias de enormes dimensiones y extraños diseños, parecen absolutamente reales. Son panoramas majestuosos aun cuando rara vez se vislumbre un paisaje exterior.
La muy medida aplicación del color tiene propósitos narrativos. Así, Elías tiene en su colección de objetos raros una serie de pinturas históricas que representan momentos y leyendas del pasado y que en el comic están efectivamente pintadas en color. El mundo mayormente claustrofóbico, sutilmente amenazador, marchito y emocionalmente gris de la Torre contrasta con la viveza de esas imágenes que fascinan a quien las contempla y que remiten a un universo ajeno al que ahora las alberga. Universo al que acceden los protagonistas en el chocante final de su peripecia, cuando el color se apodera de las páginas expresando con ello el salto en el tiempo que han dado aquéllos: del Renacimiento en el que se había quedado congelada la Torre a un alternativo siglo XVIII o XIX, con escenas épicas que parecen remitir a las guerras napoleónicas o la Revolución Francesa.
Pese a su resolución tan desconcertante como audaz, “La Torre” es una excelente lectura que, como el resto de Las Ciudades Oscuras mezcla la Arquitectura, la Historia y la Filosofía de una forma única no sólo en el comic sino en toda la ciencia ficción.
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