La aventura, después del humor, es el género más antiguo del comic. Incluso las primeras tiras cómicas tenían mucho de aventuras, de peripecias en las que los personajes deambulaban por el barrio, el país o el mismo mundo. Aventuras corrieron luego los cowboys, los pilotos espaciales, los caballeros medievales, los policías y los superhéroes. Pero quizá su figura más pura sea la del aventurero de vocación, con o sin profesión, individuos que, a veces incluso sin buscarlo, acaban metidos en líos en parajes lejanos; que se dejan llevar por las corrientes de la vida y que se contentan con sobrevivir mientras observan el paisaje y el paisanaje que les rodea. Muchas veces, esos aventureros han sido niños o jóvenes, como Tintín, Terry Lee, Spirou o Cuto. Y conforme el comic fue alcanzando su madurez y sus lectores creciendo, aparecieron los Bernard Prince, Corto Maltés, Theodore Poussin…o el que ahora nos ocupa, Dieter Lumpen.
Rubén Pellejero se curtió como dibujante de agencia produciendo comics para diversos países, pero su verdadera eclosión se produce a raíz de su colaboración con el guionista argentino Jorge Zentner. Ambos firman para Norma, “Las Aventuras de Monsieur Griffaton” (1983) e “Historias en F.M.” (1984) antes de crear el que será su personaje más longevo, exitoso e internacional, Dieter Lumpen, en 1985.
Lumpen pertenece a esa generación de aventureros modernos, más humanos que sus predecesores y que han perdido el idealismo y a veces hasta la moral para sustituirlos por el egoísmo, el cinismo o incluso la cobardía. Esto es lo que ahora se conoce como antihéroes. Y es que el protagonista no se corresponde con el héroe impoluto que se jugará el pellejo para que el bien resulte triunfante o que pone su talento físico e intelectual al servicio de elevadas causas. En las historias cortas que constituyen la primera etapa del personaje (publicadas en “Cairo” entre 1985 y 1986) lo vemos huir del peligro (“Un Puñal en Estambul”, “El Malo de la Película”), sucumbir a la adicción al juego, aceptar convertirse en matón a sueldo y flirtear con el suicidio (“Juegos de Azar”), disfrutar del sexo con mujeres fatales que se aprovechan de él y lo engañan tan fácilmente como a un niño (“Bomba de Tiempo”) o matar por dinero (“El Malo de la Película”). Pero Lumpen también tiene sus virtudes: es fiel a sus amigos (“La Voz del Maestro”), se juega el tipo para rescatar a su chica (“Bomba de Tiempo”), siente remordimientos (“Juegos de Azar”) y asco hacia los prejuicios y el racismo (“Cuestión de Piel”).
Aunque por el contexto político, la moda o la tecnología, la acción puede situarse en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Zentner nada nos cuenta sobre el pasado de Lumpen y nada tampoco nos dice sobre su objetivo en la vida. No parece tener planes de futuro, vive al día y se deja llevar. No se regodea en los recuerdos del ayer ni medita sobre lo que hará mañana. Su pasado es una tabula rasa que podemos llenar como queramos y sobre el futuro ya nos informarán los autores. Ni siquiera sabemos con seguridad su nacionalidad (si bien puede presumirse, por su nombre, que es alemán), aunque sí demuestra su cosmopolitismo, lo que permite que sus exóticas aventuras las puedan leer con igual facilidad españoles, ingleses, americanos o japoneses.
Lumpen parece lo suficientemente mayor como para haber combatido en la Segunda Guerra Mundial, pero de algún modo consiguió salir indemne del conflicto bélico, al menos físicamente. Ahora se dedica a vagabundear por las esquinas del mundo, sobre todo el no europeo, un mundo que ahora se halla al borde del postcolonialismo con todas las tensiones que ello genera, como averigua muy a su pesar en Palestina y la India.
Como no conocemos su pasado, poco podemos decir de cómo éste ha modelado su personalidad. Su carácter lo averiguamos no a través de los hechos del ayer sino mirando sus actos del presente, la forma en que reacciona ante los acontecimientos que vive, los lugares que visita y la gente que conoce; y también, claro, a través de su forma de pensar (los textos de apoyo están escritos en primera persona): concisa e incisiva. Sus pensamientos nos apuntan a que se conoce bien y que no espera grandes cosas de sí mismo. Sabe que no es un héroe, pero puede vivir con ello. Y en cuanto a sus metas, la única clara es la de vivir en paz sin trabajar demasiado, aun cuando el destino se empeñe en interponer problemas y conflictos a su paso.
La capacidad de Pellejero para capturar el ambiente, el paisanaje, la arquitectura, la moda y la calidad de la luz de cada uno de los lugares que visita Lumpen es sencillamente magistral. Los mercados de Estambul; las islas griegas del Egeo; los desiertos de Oriente Medio; las calles, ríos y templos de la India; la naturaleza de Sri Lanka; el húmedo bullicio del Amazonas; o incluso la soledad nocturna de una mansión parisina están reflejados con una precisión casi documental mediante el uso de una línea fina y sinuosa pero precisa, un perfecto trabajo de sombreado (estos cuentos fueron publicados originalmente en blanco y negro) y una aplicación del color (a posteriori) adecuado a cada particular atmósfera. La caricaturización y certera sencillez con la que resuelve los rostros contrasta con el detallismo con el que adorna cada viñeta, un detallismo que no es mero exhibicionismo para demostrar su pericia gráfica o su capacidad de documentación, sino que es consustancial con el propio género de aventuras, en el que resulta fundamental –si aquél se quiere abordar correctamente, claro- la recreación verosímil de entornos exóticos más allá de los manidos clichés.
Las ocho historias que abren el volumen recopilatorio, autoconclusivas e independientes aunque unidas por una cierta continuidad, sirven para establecer las bases del personaje: un antihéroe con el que explorar ciertos lugares comunes de la narrativa de aventuras del comic europeo, como la búsqueda de joyas de gran valor, las intrigas políticas y revueltas sociales, el viaje a inaccesibles lugares para recibir iluminación espiritual, los turbios tejemanejes del mundo criminal, las casas encantadas o la persecución de quimeras del pasado.
Tras esa primera etapa, claramente dirigida a encajar cómodamente en una revista de material variado (ya lo dije antes, se trató de “Cairo”), Zentner y Pellejero, a la vista de la buena acogida obtenida, ya familiarizados con el personaje y deseando dotarle de mayor recorrido, empiezan a contar historias más largas susceptibles de ser recopiladas en álbum al término de su serialización (en este caso en “Cimoc”, una cabecera más ecléctica que “Cairo” y, por tanto, con superior proyección). La mayor extensión de las aventuras permite a los autores respirar, ir más allá de una historia creada alrededor de una sola idea o una sola localización, desarrollar argumentos más complejos y trabajar mejor y con más calma la creación de atmósferas y personajes, permitiendo además ralentizar algo el ritmo.
En “Enemigos Comunes” (1987), Lumpen se ha marchado al Túnez colonial francés para buscarse la vida. Trabaja satisfecho como ayudante del Commendatore Giulani, un ya casi anciano piloto de globo aerostático que vende bautismos del aire a la población local. Pero un día, unos desconocidos roban el globo y de repente ambos se encuentran en el centro de una red de intrigas políticas de la que no quieren formar parte. Por una parte, los nacionalistas tunecinos que ansían la independencia; por otro, los movimientos radicales franceses que utilizan el terrorismo para oponerse a aquéllos. La policía colonial no parece ser muy efectiva y cuando empiezan a producirse víctimas mortales, Lumpen reconoce que tiene miedo y que lo más prudente es marcharse y alejarse de esa violenta fiera política que amenaza con devorarles. Pero, a la postre, se siente incapaz de abandonar al Commendatore, un individuo amable, leal y bienintencionado que bien podría ser una versión futura y endulzada de él mismo, un hombre cuya vida fue una emocionante aventura pero que ahora, en el ocaso de su vida, sólo le queda su globo para turistas, un pálido reflejo de los arriesgados viajes que emprendió antaño.
“Enemigos Comunes” es una historia amarga que, como tantas veces la propia vida, no tiene final feliz. El personaje del Commendatore Giuliani es una gran creación, una figura entrañable y trágica con el que simpatiza inmediatamente el lector. Dieter trata de ayudarlo, convencerlo de que abandone; y, más tarde, intenta resistirse a los chantajes y amenazas. Pero al final no es más que un peón indefenso que sufre los embates de los gángsters de uno u otro bando y de su propia conciencia; conciencia que le impide tomar la decisión a priori más razonable.
Poco que añadir en el apartado gráfico. Pellejero realiza un trabajo impecable en la recreación de las diferentes localizaciones de Túnez en las que transcurre la historia: la capital, las encantadoras calles de Sidi Bou Said, la ciudad sagrada de Kaiurán, el oasis de Nefta…Igual puede decirse del tratamiento del color, con esos amarillos intensos y verdes pálidos que dominan el mundo del mediterráneo africano.
Incluso en la historia más pacífica, idílica incluso, Lumpen encuentra violencia de un modo u otro. En “Caribe” (1988), parece haber hallado la paz en Cartagena de Indias, un lugar donde contemplar bellos atardeceres en la playa, disfrutar de la compañía de gente tranquila, dejarse arrastrar por la languidez de los días tropicales y seducir por mujeres hermosas; y en el que se gana la vida como pescador de peces espada –a veces para la venta, a veces alquilando su vetusto barco a los turistas de dinero- junto a su amigo Chino. Pero ese paraíso exterior e interior, basado en la indolencia y el disfrute de lo cotidiano, se ve truncado por la llegada de un equipo de grabación de Hollywood. El arrogante productor le echa el ojo a Lumpen y le convence para que actúe en la película como actor principal (una secuencia, la del rodaje, maravillosamente comprimida en un par de páginas mudas). Y es al acabar, cuando se le hace la oferta fatal: abandonar ese pequeño paraíso de amistad, amor despreocupado y pobreza satisfecha por la fama, las mujeres y el dinero de la meca del cine en los cincuenta. El dilema añade una nueva capa de complejidad al personaje y su indecisión llevará a Chino a presentarle a un misterioso conocido, único residente de una pequeña isla, que tal vez pueda ayudarle a elegir su camino…
“Caribe” es quizá la mejor entrega del personaje, un álbum atípico para lo que en principio debería ser una serie de aventuras. Verdaderamente, no hay acción –al menos como la que esperaríamos en una lectura de este género- ni intrigas. Es un drama con toques de realismo mágico –los poderes de Chino, la identidad del una vez famoso ermitaño- que reflexiona sobre la celebridad y su precio, sobre el valor de las cosas sencillas y sobre la búsqueda de nuestro destino en la vida. Es una historia tranquila con largos tiempos muertos que transmiten la idea de bienestar, de paraíso en la tierra, en contraposición con el riesgo y movimiento que caracteriza a la aventura clásica. Con un maravilloso uso del color, Pellejero retrata a la perfección el ambiente caribeño con esa arquitectura colonial de celosías, porches y balconadas, de crepúsculos cálidos y noches fragantes, playas de cocoteros, aguas transparentes y mares sobre los que centellea el sol.
La última –por ahora- historia de Dieter Lumpen, “El Precio de Caronte” (serializada en “Top Comics” en 1994) es un verdadero tour de force por varias razones. Por ejemplo, es más larga que cualquiera de las anteriores, de las que además se aleja temática, argumental y narrativamente. En concreto, las peripecias anteriores transcurrían en una sola localización mientras que aquí el protagonista se desplaza –física, onírica o mentalmente- por el oeste norteamericano, Italia, China o Nueva York. Además, se presenta de una forma imprecisa en cuanto a lo que es real y lo que no. Lo que leemos podría estar sucediendo o bien tratarse de algún tipo de sueño o alucinación. Ciertamente, a lo largo de toda la serie hay momentos o personajes que bien podrían describirse como sobrenaturales o espirituales. Por ejemplo, una de las historias cortas de la primera etapa, “Los Pecados de Cupido”, es una narración de fantasmas; y el personaje de Chino, en “Caribe”, tiene poderes claramente fantásticos. Pero todos esos elementos estaban insertos en una narración de tono indiscutiblemente realista. En cambio, el “Precio de Caronte” contiene varios pasajes alegóricos y el dibujo se transforma para acomodarse a la situación.
En “El Precio de Caronte”, Lumpen hace autoestop en una solitaria carretera del oeste americano y es recogido por el conductor de un coche fúnebre (con un ataúd que lleva las iniciales D.L) que dice apodarse Caronte. Le ofrece a Lumpen llevarlo consigo hacia el este siempre y cuando le pague contándole una historia. El protagonista empieza entonces a narrar, de forma un tanto desordenada, su historia de amores y desamores con una norteamericana primero y luego una muchacha china y su hermana gemela. A instancias de su oyente, Lumpen avanza o retrocede en el tiempo de una historia que, como las anteriores, está magníficamente ambientada tanto si se trata de las calles de un Nueva York invernal como la lluviosa Venecia o la bulliciosa Shanghai.
“Dieter Lumpen” es, en resumen, una serie maravillosa que recupera el sentido de la aventura para el lector adulto sin ánimo de moralizar ni educar ni necesidad de recurrir a la violencia o el sexo gratuitos ni filosofías pretendidamente profundas sobre esto o aquello. Suceden muchas cosas, aparecen multitud de personajes variopintos, hay abundante acción y suspense… pero todo ello a un ritmo tan tranquilo como el carácter del propio Lumpen, un europeo que vagabundea por los restos de un mundo que emerge rápidamente de la guerra mundial.
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