20 abr 2018
1990- NAMOR – John Byrne
Aunque es uno de los padres del Universo Marvel (fue creado por Bill Everett en 1939 en el número 1 de “Marvel Comics”) y tener el honor de ser el primer mutante, Submariner, el príncipe Namor, nunca ha gozado de demasiado aprecio por parte de los fans cuando se ha tratado de apoyar sus colecciones en solitario. Hay que decir que tenía varios puntos en su contra: un personaje exageradamente dramático y siempre dispuesto a saltar a la menor provocación, un escenario de opereta rancia (un reino submarino repleto de aburridas intrigas y luchas por el poder tejidos por malvados nobles) y un “uniforme” que se reducía a un bañador ajustado. Ninguno de los autores que se ocuparon de él parecía encontrar el enfoque adecuado y las series que le tuvieron como titular no aguantaron más de uno o dos años.
Pero hubo un momento en el que Namor sí pareció salir de esa mediocridad cuando un autor en el mejor momento de su carrera trató de hacer con él algo diferente. Tras su regreso a a Marvel desde DC a finales de los ochenta, John Byrne se propuso dar al personaje –al que ya había tratado en sus etapas en Los Cuatro Fantásticos y Alpha Flight- un giro radical que le hiciera atractivo para los lectores de finales de siglo. Y lo hizo apartándose de la amargura que por aquella época teñía tantos superhéroes, liberando al mutante submarino de sus ansiedades y lanzándolo a otro mar tan peligroso como los suyos: el de las finanzas. El resultado fue un comic que, mientras Byrne permaneció en él, ofreció entretenimiento superheroico puro y magníficamente narrado. Y ello aun cuando esta etapa, sobre todo al principio, resultó bastante errática.
En el arranque de la colección, Namor ha sido depuesto del trono de Atlantis y el mundo lo cree muerto tras los eventos del crossover Marvel de 1989, “Atlantis Ataca”. En el número 1 (abril 90), los oceanógrafos Caleb Alexander y su hija Carrie rescatan a Namor de uno de sus periódicos ataques de ira incontrolable, le desvelan cuál es la causa de los mismos (un desequilibrio osmótico debido a su naturaleza híbrida) y le aportan una solución médica. En un solo número y para encarrilar al personaje de acuerdo a las directrices que le interesan, Byrne no sólo da un rápido repaso a su origen para poner en antecedentes a los lectores poco familiarizados con él, sino que explica y luego elimina de un plumazo uno de sus rasgos más característicos desde su creación allá por 1939: los frecuentes cambios de humor y sus arranques de ira. A continuación, ya sereno, Namor da un sentido discurso conservacionista y declara que utilizará los tesoros de los naufragios marinos a su disposición para poner en marcha un plan para “salvar el planeta” de los desmanes del hombre en su búsqueda de progreso.
Cuando Marvel relanzó al personaje de la mano de John Byrne, su campaña de publicidad mostraba a un Namor vestido con un elegante traje y un cigarrillo con boquilla en una pose que parecía sacada de una revista de modas. De monarca de un reino submarino, villano ocasional y miembro de los Vengadores pasaba a jugar en la liga de Bruce Wayne o Tony Stark: la de millonarios hombres de negocios con una doble vida como superhéroe. Fue la manera que encontró Byrne para romper con su pasado y entorno marino e introducirlo de lleno en el mundo del hombre de la superficie
Desde el comienzo del Universo Marvel, los tiburones financieros estuvieron presentes en el mundo de los superhéroes. Los guionistas con problemas de inspiración para llenar agujeros en sus historias siempre podían recurrir a algún ejecutivo de la Roxxon para hacer el papel de villanos en la sombra. Pero incluso esas eran situaciones que el héroe de turno podía resolver a puñetazos, normalmente con un final de amarga victoria en el que el héroe se conformaba con haber destapado los tejemanejes de algún pez gordo al tiempo que lamentaba su incapacidad para cambiar la mentalidad empresarial que había provocado el conflicto.
Namor también era un tipo propenso a la melancolía, pero jamás dejó que nadie que amenazara a su persona o su reino saliera impune. Una vez que el mundo de la superficie empezó a interferir con el suyo, no le tembló la mano a la hora de llevar la guerra a aquél. Y básicamente esto es lo que hace ahora, rechazando las tácticas “hippies” por inútiles. A los ejecutivos de las corporaciones les dan igual las sentadas y las llamadas al boicot. Son como tiburones en el océano de las finanzas globales, devorando más y más, sin pausa, imparables…hasta que se topan con un tiburón más grande que ellos. Y Namor siempre ha sido el tiburón más grande. Su inmensa arrogancia natural pasaba a ser, por fin, un valor apreciado en ese mundo de individuos con un ego mayor que su yate. No se acaba con esos tipejos pegándoles un puñetazo en la nariz o paralizándolos con rayos, sino jugando a su mismo juego y destruyéndolos con sus propios métodos. Era esta sin duda una aproximación bastante madura para un comic de superhéroes Marvel de los noventa.
Ahora bien, es un comienzo interesante que se olvida casi inmediatamente. Quizá Byrne se diera cuenta paulatinamente de que al fin y al cabo Namor no era el personaje adecuado para desempeñar ese papel; o puede que no supiera cómo desarrollar la premisa inicial, pero el caso es que ya en el número 2, vemos a los Alexander, al Hombre Submarino y a la prima de éste, Namorita, asentados en la sede de una nueva corporación, Oráculo. Del plan ecologista de Namor no se vuelve a hablar en lo sucesivo y los argumentos se centran, por una parte en el héroe haciendo frente a la amenaza de turno; y, por otra, en sus devaneos amorosos. En el número 1 flirtea con Carrie, en el 2, parece que su relación ya está en crisis y en el 6 empieza a acercarse a la manipuladora Phoebe Marrs.
Además y aun cuando Namor pasa a formar parte de la élite empresarial de Wall Street (al principio de incógnito, puesto que, como he dicho, el mundo le cree muerto), el comic sigue teniendo un enfoque claramente superheroico. En estos primeros números, Namor se enfrentará a algunos enemigos tan raros como poco carismáticos: el Grifo (nº 2), Sluj (6 y 7), y, en la sombra y a lo largo de toda esta etapa inicial, los gemelos Marrs. En la misma categoría entra Cazacabezas (8 y 9), una albina con el poder de controlar a la gente con su mirada y que ayuda a tiburones financieros en apuros a cambio de obtener sus cabezas (literalmente) en un plazo de siete años, cabezas que luego coloca como trofeos en su pared.
El decorado del mundo de las altas finanzas le permite a Byrne introducir pinceladas de crítica social. Básicamente, lo que hace es llevar al terreno de los superhéroes la villanía financiera y corporativa en sus diferentes formas: consejos de administración y financieros codiciosos (la Roxxon, los Marrs), políticas empresariales que llevan a desastres medioambientales como el caso de la creación de Sluj, pasando por oportunistas o arrogantes millonarios (Cazacabezas) o ecoterroristas radicales (nº 4 y 5). Dentro de esta galería de “malos” de segunda fila, los más destacables por su insidia son los gemelos Marrs, Desmond y Phoebe, que no aunque no tienen superpoderes, disponen de algo casi igual de efectivo: pertenecen a la élite más rica y poderosa del mundo. Hastiados de su cómoda situación, deciden animar sus vidas haciendo de la destrucción de Oráculo su objetivo. Son traicioneros, mezquinos, codiciosos y desagradables en todos los sentidos, por no hablar del incesto al que Byrne apunta sin explicitarlo.
Pero en el nº 10, la serie cambia el paso. El ambiente financiero y de la alta sociedad parecía haber agotado su recorrido para Byrne, así que a partir de ese momento empieza a plantear la colección como una serie de aventuras superheroicas en las que se dedica a recuperar héroes de segunda fila del Universo Marvel pero por los que él sentía un cariño especial. En ese episodio, una de las subtramas que había ido planteando desde el nº 6, pasa a ser la principal: el regreso de viejos villanos nazis de la Segunda Guerra Mundial con ocasión de la reunificación de Alemania. Es una premisa que recoge el temor de la época respecto a las posibles consecuencias que podían derivarse de aquel acontecimiento político, pero que además Byrne utiliza para reintroducir al Hombre Supremo y la Mujer Guerrera, antiguos enemigos del supergrupo los Invasores, los héroes que lucharon de parte de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y que fueron creados a mediados de los setenta por Roy Thomas.
No contento con eso, Byrne recupera para el Universo Marvel a la Antorcha Humana original, aquel personaje creado en 1939 por Carl Burgos, insertado en el Universo Marvel a mediados de los sesenta (en el Anual 4 de Los Cuatro Fantásticos) y mayormente olvidado desde entonces por la editorial. Aun más, retomando los personajes que diez años atrás ya había tratado junto a Roger Stern en el Capitán América (253-254, 1981), rejuvenece a una anciana Lady Farnsworth para que se convierta en una adolescente Spitfire y recupera también al moderno Union Jack.
Byrne ya había utilizado otros personajes del Universo Marvel en números anteriores: Reed y Sue Richards (de los Cuatro Fantásticos) e Iron Man ayudan a Namor durante la crisis del vertido del petróleo. Pero Byrne prefirió alejar al personaje de los grandes nombres de la casa. Por una parte, pensaba que el personaje no funcionaba bien como integrante de un equipo (a pesar de que ya había pertenecido a los Invasores, los Defensores e incluso los Vengadores); por otra, mantenerlo al margen de esos grandes conjuntos le daba mayor libertad para hacer con el personaje lo que quisiese al margen de la continuidad contemporánea y embarcarlo en las tramas de su elección. Lo que sí hizo fue crear alrededor de Namor un sólido reparto de secundarios recurrentes (sobre todo femenino: Namorita, Spitfire, Carrie Alexander, Phoebe Marrs, las Hijas del Dragón) que enriqueció y aportó variedad a las historias.
Los números 13 al 16 sirven como interludio entre dos sagas. En ellos, además de avanzar un par de subtramas, se resuelve –quizá de forma apresurada y poco convincente- el tema del juicio a Namor por los delitos y crímenes cometidos en su pasado en el mundo de la superficie; también se profundiza y da mayor entidad al personaje de Phoebe Marrs y se reintroduce un personaje muerto largo tiempo atrás: Lady Dorma, la consorte de Namor. O, más bien, un clon suyo encontrado cerca de Atlantis y cuyo origen, en el que también tendrá que ver Namorita, se revelará en los números 19 y 20. Con su habilidad habitual, Byrne va introduciendo nuevos misterios conforme cierra otros.
Pero antes, en el nº 15, los aficionados volvían a reencontrarse con otro personaje perdido, uno por el que Byrne sentía un cariño especial: Puño de Hierro, el artista marcial con el que había empezado su carrera profesional en Marvel en 1975 y al que el guionista James Owsley había matado en 1986 con ocasión del cierre de la colección que aquél compartía con Powerman. Especialista a estas alturas en recuperar personajes dejados en la cuneta por la editorial, Byrne explica que quien murió entonces no era más que un doble, dando arranque a una saga en la que también incluye a personajes del microuniverso de ese héroe como Misty Knight o Colleen Wing, además de otros como el Super Skrull, Ka-Zar, Shanna, Lobezno, el Maestro Khan, el Doctor Extraño o los Hylthri. La búsqueda del auténtico Puño de Hierro llevará a los héroes a viajar desde la Tierra Salvaje a Nueva York pasando por la mítica K´un L´un.
Durante buena parte de su estancia en la colección, Byrne demuestra estar en plena forma desde el punto de vista gráfico. Bob Wiacek entinta los tres primeros números con mucho acierto, pasando luego el propio Byrne a terminar sus propios lápices, eso sí, recurriendo de forma muy generosa a la trama mecánica. Byrne siempre ha sabido diseñar bien a sus personajes y entornos, adecuándolos a los tiempos (a diferencia de otros artistas, incluso grandes como Jack Kirby, que no parecían prestar mucha atención a la evolución de la moda o los peinados), lo que siempre ha dado a sus comics un aspecto moderno. La otra cara de la moneda, claro, es que pasados los años, esos mismos comics denotan su edad, lo cual no es sino una pega menor. Al fin y al cabo, es entonces cuando estos comics abandonan su modernidad para pasar a desempeñar el igualmente digno puesto de testigos de una época. Las escenas de acción están perfectamente coreografiadas y hay menos bajones de ritmo y pasajes expositivos que los que más adelante lastrarían el trabajo de Byrne.
Por desgracia, su dibujo de corte clásico va deteriorándose a ojos vista más o menos a partir del número 15: pierde finura, toma atajos en la elaboración de fondos y definición de figuras y el entintado se vuelve más tosco. Fuera porque él mismo se diera cuenta de la pérdida de calidad de su trabajo o fuera una imposición de la editorial, Bob Wiacek regresa como entintador en los números 22 y 23. Los últimos números de Byrne como artista, el 24 y 25, lo acreditan de nuevo como dibujante completo y, también de nuevo, se detecta otro paso atrás en la calidad.
En el nº 25, el dibujo pasa a manos de un entonces desconocido coreano, Jae Lee, de tan solo diecinueve años y que ya desde entonces empezó a llamar la atención. Byrne seguiría ejerciendo labores de guionista hasta el número 42 (noviembre 92), siendo sucedido por Bob Harras. la colección totalizaría 62 números, finalizando en mayo de 1995.
Las razones dadas por el propio Byrne para su marcha son un tanto vagas. Era evidente que su prestigio profesional a esas alturas le había facilitado manga ancha por parte de la editorial y que era el dueño y señor de la colección, llevándola por donde deseaba y usando los personajes que más le gustaban. Disfrutaba con Namor y se notaba. Sin embargo, al tiempo que su dibujo se deterioraba, sus ideas también empezaron a secarse. Él mismo admitió que pidió su relevo como dibujante esperando que ese cambio le renovara la frescura inicial. Pero el grafismo oscuro y expresionista de Jae Lee, muy diferente del suyo, no debió ejercer el efecto deseado y acabó marchándose de la serie.
El Namor que nos ofrece aquí Byrne es más explícitamente mujeriego de lo normal en el mundo de los superhéroes, pero, fiel a su temperamento orgulloso, no se lamenta por el fracaso de sus relaciones ni rememora lloroso sus amores perdidos como un Peter Parker cualquiera. Por otra parte y como apuntaba al principio, se explica razonablemente sus vaivenes de temperamento y hace de él la versión a mi gusto más sensata y equilibrada de Namor incluso hasta el momento presente. Y lo hace respetando las bases del personaje. A lo largo de toda esta etapa, por ejemplo, queda bastante claro el alto concepto que Namor tiene de sí mismo y su actitud altanera y moderadamente despreciativa hacia los “moradores de la superficie”. Pero no es el insoportable arrogante e iracundo que Bendis nos mostró en los “Nuevos Vengadores: Illuminati”; o el fanático de “Los Defensores” de Busiek y Larsen, listo a declararle la guerra al mundo de la superficie a la menor provocación.
Un buen ejemplo de lo dicho es la escena del número 5, en la que Namor convoca a unas criaturas marinas, las termo-rayas, para que ayuden a salvar Nueva York. Cuando Reed Richards trata de capturar una de ellas para estudiarla, Namor se interpone con firmeza y se lo impide, pero no pierde la compostura, no amenaza, recurre a la grosería ni promete represalias, sino que expone sus razonables argumentos y se muestra dispuesto a defenderlos. Sigue siendo el extraño en el mundo de los hombres, el paria, siempre manteniéndose algo apartado del resto de los superhéroes, pero sin convertirse en una caricatura de sí mismo.
El “Namor” de John Byrne es un comic de superhéroes ejemplar, un perfecto equilibrio entre aventura, acción, romance e intriga. No da la sensación de que todos los números estén elaborados como relleno alrededor de la pelea con el supervillano de turno, sino que las tramas secundarias y el devenir de los personajes, principales o no, tienen tanto o más interés que la acción. Las subtramas van hilándose perfectamente con el argumento principal en curso, sucediéndose unas a otras sin dejar cabos sueltos y rematando cada episodio con un cliffhanger que obliga a seguir leyendo. Era un comic bastante por encima de la media, luminoso, realizado por un solo autor al modo tradicional que difícilmente podía tener recorrido en una Marvel cada vez más hipertrofiada, obsesionada por los héroes “duros” y oscuros de la escuela “Dark Knight “ y “Watchmen”, la interconexión de las colecciones y los macroeventos y realizados por autores que, a diferencia de Byrne, se ocupaban más por deconstruir que por preservar el legado de Lee y Kirby..
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