28 abr 2018
1966- BERNARD PRINCE - Greg y Herman (y 2)
(Viene de la entrada anterior)
“Guerrilla para un Fantasma” (1975, serializado en 1973) transcurre también en Sudamérica, pero dado el contenido político de la aventura, en esta ocasión es un país imaginario. El “Cormorán” se encuentra navegando no lejos de la costa cuando divisan el navío presidencial justo antes de que vuele por los aires. Sólo el propio presidente consigue salvarse y es rescatado, junto a dos de sus guardaespaldas que habían salido antes del barco, por Prince y sus amigos. No tardan en averiguar que ese atentado forma parte de un golpe de estado perpetrado por un general del Estado Mayor. Dado que Prince y sus compañeros acogen ahora abordo al presidente legítimo, se convierten automáticamente en objetivo de los sublevados y no tienen más opción para huir que internarse en una asfixiante maraña de ríos de la jungla donde tendrán que hacer frente a diversos peligros.
De nuevo tenemos aquí el tema de los guerrilleros, el pequeño grupo de rebeldes escasamente armados enfrentados a la maquinaria bélica del aparato gubernamental. En este caso, sin embargo, Greg no cae en el maniqueísmo y acierta al no plantear la historia como un simplista choque entre guerrilleros “buenos” y militares “malos”. El presidente depuesto, siendo la víctima y aparentemente un hombre decente, presenta suficientes ambigüedades como para que ni Prince ni los lectores sepan exactamente a qué atenerse con él: no tiene reparos en utilizar las amenazas, mantiene –según él, sin su conocimiento- presos políticos… Los tiempos habían cambiado, “Tintín”, sus lectores y su director, también. La desilusión de Greg con los políticos e incluso por los ciudadanos que los elijen queda bien ejemplificada al final en la figura de dos periodistas presos por sus ideas que, una vez indultados, no tienen reparos en admitir que las cárceles para disidentes son, después de todo, necesarias. No es de extrañar que al final de la aventura a la que han sido empujados a su pesar, los protagonistas se alejen de ese país tan rápido como les es posible.
En “El Soplido del Moloch” (1976, serializado en 1974) y siguiendo ya una pauta bien establecida en la serie, los protagonistas vuelven a enfrentarse a una doble amenaza: natural y humana. Mientras hacen escala en Singapur, un señor de la droga evadido del hospital y dos de sus sicarios roban el “Cormorán”. Pero cuando el plan de fuga –que pasaba por cambiar de barco en alta mar- sale mal, ponen rumbo a una isla del archipiélago malasio que está siendo evacuada a toda prisa ante la inminente erupción del volcán Moloch. Para complicar aún más las cosas, el criminal está enfermo de peste, lo que significa que todos los que entren en contacto con él corren el riesgo de contagiarse. Prince y sus amigos habrán de ingeniárselas para, en colaboración con los guardacostas, recuperar su barco antes de que sea destruido por la erupción.
Es una aventura con un ritmo en continuo crescendo cuya tensión llega a un punto verdaderamente explosivo –literalmente- al final, con Prince y los criminales midiendo sus fuerzas con la lava lamiendo sus pies. Como detalle curioso cabe mencionar la inclusión de una mujer como interés romántico-sexual de Prince, una señorita a la que telefonea y visita en Singapur para pasar un rato de relax y cuya relación Greg deja deliberadamente “ambigua”. El mismo Greg admitió que los autores de su generación no se sentían demasiado cómodos explicitando este tipo de asuntos “femeninos”, especialmente en una revista juvenil sujeta a censura, pero el lector avispado no necesita más para figurarse lo que ocurre. Es un paso en la humanización del héroe titular, algo de lo que ya habíamos visto otro atisbo en la aventura anterior, cuando Prince, en un momento de debilidad, se planteaba abandonar a Jordan a la muerte a manos de los aborígenes ante la imposibilidad de enfrentarse a tantos enemigos. Naturalmente, acababa tomando la decisión que los lectores esperaban de él, pero ese momento de vacilación ya supuso un gran salto adelante.
“La Fortaleza de las Brumas” (1977) supone el reencuentro de los héroes con su viejo enemigo, Wang-Ho, el General Satán. Mientras están atracados en un puerto oriental, un sabotaje les deja inmovilizados. El responsable es el mencionado villano, que vuelve a ser un personaje influyente y poderoso. Les asegura que no conseguirán recambios ni permisos para abandonar la plaza si no cumplen antes una misión para él: transportar y entregar un millón de dólares en diamantes como pago por el rescate de su hija, que ha sido secuestrada por otro señor del crimen, éste asentado en las montañas circundantes. Sin otra salida y con Djinn dejado atrás como rehén, Prince y Jordan se ponen en camino a pie por el accidentado territorio, debiendo hacer frente a los bandidos que ya se han enterado del valor de su carga. Poco que añadir en lo que se refiere a la historia, reuniendo las mismas virtudes que los álbumes anteriores. Por su parte, el grafismo de Hermann en esta aventura está ya en plena madurez, dominando tanto el ritmo narrativo como la ambientación. El físico y facciones de Prince evolucionan gráficamente, redondeando su rostro, suavizando sus facciones y, en fin, empezando a parecerse a lo que más adelante será otro personaje creado por el dibujante: Jeremiah (1979).
“Objetivo: Cormorán” (1978) sitúa la acción en algún punto de la mediterránea Costa Azul, un paraje en el que se localizan las lujosas mansiones propiedad de potentados y celebridades. Acudiendo al rescate de lo que parece ser un accidente deportivo, el trío se encuentra secuestrado en su propio barco por parte de tres asesinos que tienen previsto liquidar, a distancia y mediante un retorcido y cruel sistema, a un empresario mafioso que se encuentra en una de dichas mansiones. Es una peripecia de ritmo trepidante, gran suspense y en la que los autores se las arreglan para encajar multitud de elementos y sucesos. La única pega que se me ocurre ponerle a este por otra parte impecable thriller es la poca mano de Hermann, como ya dije anteriormente, a la hora de dibujar mujeres atractivas. Ópalo, una de los asesinos y “anzuelo” para engañar a los protagonistas, más parece un travesti algo desmañado que una sexy y exuberante mujer. Y relacionado con el final de ésta villana, Greg introduce aquí otra ruptura con el canon aventurero y un paso más en la maduración de la serie: Prince, para salvar in extremis a sus amigos, mata de un disparo a Ópalo. El héroe tradicional francobelga rara vez se manchaba las manos y los villanos solían perecer víctimas de sus propias malicias, pero aquí, como en la vida real, las cosas resultan no ser tan fáciles. Prince no sólo tiene que matar sino que su víctima es una mujer, todo un tabú en los tebeos juveniles hasta ese momento.
“El Puerto de los Locos” (1978) lleva a los héroes de las plácidas aguas mediterráneas a otro entorno difícil, las gélidas tierras de Alaska. El “Cormorán” había resultado destruido al término de la anterior aventura y mientras esperan que su sucesor salga de los astilleros, aceptan un trabajo puntual de parte de su armador, Ed Callaby. Uno de sus barcos, el “Mary-November”, que transportaba un cargamento de pieles, ha sido localizado en el norte de la costa pacífica canadiense al parecer totalmente abandonado. Su misión consistirá en recuperar el navío, averiguar qué ha sucedido y pilotarlo hasta Port Everwhite. Y deben hacerlo rápido, porque en tan sólo unos días las aguas de toda la región quedarán congeladas y ellos aislados allá donde les atrapen los hielos. Pero cuando Prince y Barney (Djinn había sido enviado a un internado mientras se construía el “Cormorán”) llegan al lugar, se encuentran con que el barco llevaba escondida una carga de drogas y que hay más gente interesada en él.
A partir de una idea muy básica sobre tráfico de drogas, Greg construye un guión de género negro y suspense tremendamente sólido. Todos los personajes se encuentran atrapados en el barco, único medio de salir de la bahía; y éste, a su vez, corre el peligro de quedar inmovilizado por los hielos. El mal tiempo impediría rescatarlos por aire, tierra o mar. Prince, Barney y su accidental aliado, un policía montado del Canadá, deberán sobrevivir tanto a los despiadados traficantes como al letal clima. Es una historia que, respetando las directrices básicas de la serie hasta ese momento, se aleja un tanto del resto de álbumes en cuanto al tono general. Los traficantes de droga, auténticos psicópatas, son enemigos bastante más realistas y desagradables que los pintorescos bandidos y piratas de otras aventuras; y en lugar de espacios abiertos y entornos exóticos, tenemos una intriga que hace hincapié en la claustrofobia. En el interior del barco fantasma la tensión calienta los ánimos en contraste con las cada vez más gélidas temperaturas del exterior. Por su parte, Hermann retrata con igual pericia los paisajes de Alaska que los oxidados camarotes del navío, destacando especialmente el espectacular clímax.
Y hasta aquí llegó el tándem Greg-Hermann en lo que a Bernard Prince se refiere. Como he comentado, el dibujante había aprendido mucho de Greg a la hora de planificar y narrar historias y decidió que había llegado el momento de tratar de escribir sus propios comics. El resultado fue el mencionado “Jeremiah”, del que hablaré en otra ocasión. En 1980, apareció fuera de la numeración oficial un álbum titulado “Bernard Prince: Ayer y Hoy”, que recopilaba tanto las primeras historias cortas del personaje cuando aún era policía como otras aventuras de corto recorrido aparecidas en la revista “Tintín”. Como es natural dado el amplio arco cronológico que cubren estas doce historias, el estilo de Hermann aquí es muy irregular, desde sus titubeantes comienzos hasta su arte y narrativa más depurados.
Ingenioso, versátil y prolífico, Greg era un maestro en la creación, narración y planificación de historias al estilo clásico. Sus ambientaciones son meros decorados construidos a base de tópicos bien encajados, escenarios de naturaleza indómita que servían de base para las peripecias de los personajes y ofrecían ciertos peligros en forma de las culturas nativas o fenómenos naturales, pero eso nunca ha sido un problema para los amantes de la aventura en su esencia más pura. No hay, como en otras series, continuidad entre historias más allá de la reaparición de personajes como Wang-Ho o Lobo, por lo que las aventuras se circunscriben a la longitud de un solo álbum. Ello limita las posibilidades de dotar a la narración y los personajes de profundidad, pero a cambio Greg ofrece un ritmo de lectura imparable, sin ralentizaciones ni tiempos muertos. Una de sus herramientas es la eliminación de los textos de apoyo, utilizando casi exclusivamente los diálogos como forma de transmitir información, lo que le da a los episodios un aire claramente cinematográfico.
Y es que Greg era un gran dialoguista, alguien que dominaba el lenguaje y que sabía dotar a sus frases no solamente de sarcasmo y gracejo, sino de una chispa especial. Basta con revisar los títulos de los álbumes de Bernard Prince, títulos sugerentes y rebosantes de fuerza. El único problema en este sentido es que, siempre pendiente de que sus personajes hablaran bien, éstos resultaban casi intercambiables. No había diferencias entre ellos en cuanto a su forma de expresarse o su ingenio. Una pega menor por cuanto a sus comics de aventuras les sobran virtudes que la compensen.
Como todo buen aventurero que se precie, Bernard Prince es un viajero consumado. Greg eligió para él un oficio, el de marino, que le permitía llevar a sus personajes allá donde le interesara, desde Sudamérica hasta Alaska, de Asia a Arabia. Salir del entorno urbano (a excepción de “Aventura en Manhattan”) y europeo (a excepción de “Objetivo: Cormorán”), facilitaba el encuentro de los protagonistas con paisajes espectaculares, culturas nativas exóticas y, claro, fenómenos y desastres naturales y entornos hostiles a la vida humana; un recurso este último que, como he ido mencionando, Greg utilizó abundantemente para esta serie: volcanes, tormentas de arena, plagas de insectos, fieras de todo tipo, temperaturas extremas, pantanos infames, manglares laberínticos, montañas trufadas de peligros…
A priori, Bernard Prince no es un más que un héroe de corte tradicional sin pasado ni familia. Es atractivo, honrado, valiente, noble, generoso, leal, respetuoso con la ley y, sobre todo la justicia. Pero a diferencia de otros personajes viajeros y aventureros como Tintín, Prince no sale en busca de emociones ni se embarca deliberadamente en la resolución de enigmas o misterios. Lo único que le importa son sus amigos y su barco, que no es sino la herramienta de la que se sirve para conservar su libertad. Su ocupación y su residencia a bordo le eximen de lealtades patrióticas o afinidades políticas. Viaja por todo el mundo y a nadie debe nada; es el único responsable de la supervivencia de él mismo y sus compañeros.
Sin embargo, su ocupación mercenaria no significa que carezca de sentido moral. Ni mucho menos. Aunque no busque líos, no dudará en ponerse del lado de los más desfavorecidos aun cuando ello le reporte pérdidas económicas o riesgos para su vida. Como todo buen héroe de la escuela clásica, no recurrirá a la violencia si no es absolutamente necesario aunque sea buen luchador y siempre tratará de arreglar primero las cosas por medios pacíficos.
Barney Jordan, por su parte, es el clásico compañero del héroe titular, como lo era Obélix para Astérix, Haddock para Tintín o Goliath para el Capitán Trueno. Hace el papel de antítesis de aquél, el personaje sobre el cual recaen los “pecadillos” o defectos que afearían el lustre del héroe principal. Barney es bebedor –en otro tipo de cómic estaríamos hablando directamente de alcohólico-, iracundo y pendenciero, bullicioso, desgarbado y con mejor corazón que sentido común. Pero también, claro está, es el mejor compañero posible, leal y generoso. Su papel, además del de dar la réplica a Prince, es el de servir de contrapunto humorístico, labor en la que cuenta con la colaboración de Djinn, siempre dispuesto a pincharle y gastarle alguna jugarreta. El muchachito hindú es el enlace de la serie con los lectores más jóvenes de la revista, un diablillo avispado, inteligente y escurridizo que, como es propio del canon aventurero, unas veces habrá de ser rescatado y otras será él quien ayude a sus compañeros a salir airosos del embrollo de turno.
A ojos de los lectores más jóvenes, el dibujo de la serie puede que parezca algo caduco, sobre todo el de las primeras entregas. Esta apreciación no tiene nada que ver con la calidad del mismo. Sencillamente, lo que ocurre es que el estilo realista ha evolucionado mucho con el tiempo mientras que la “línea clara” o la caricatura se han mantenido más o menos atemporales. En cualquier caso, hay una gran diferencia entre el primer álbum y el último, algo natural tratándose de la primera serie de un autor que fue aprendiendo y evolucionando al mismo ritmo que la publicación de la misma. Se puede decir que ya en la tercera entrega, “La Frontera del Infierno”, Hermann entra en su periodo de madurez –que no de auténtico esplendor-. A partir de aquí, poco malo puede decirse de él. Además de por su depurado sentido narrativo, Hermann brilla especialmente en la recreación de los más variados paisajes. El continuo deambular del “Cormorán” y sus tripulantes le planteó auténticos desafíos a la hora de documentarse, algo que consiguió recurriendo a los archivos de imágenes y la colección de la revista National Geographic del estudio de Greg. Su excelente labor en este apartado consiguió que la Naturaleza pasara a ser un personaje más de las historias, con cara, voz y carácter propios en cada episodio. Su puesta en escena combina la elegancia y claridad con la minuciosidad en los detalles de figuras, vestuario y fondos.
El personaje no murió con el abandono de Hermann, quien decidió centrarse en su faceta de autor completo en la serie de ciencia ficción postapocalíptica “Jeremiah”. Greg continuó escribiendo guiones primero para Dany (dos álbumes, 1980,1989) y luego para Aidans (dos álbumes, 1992 y 1999). La muerte de Greg en 1999 pareció, ahora sí, finiquitar la serie, pero en 2010, Hermann la recuperó con una nueva entrega escrita por su hijo Yves H, que no parece haber tenido continuación. He de decir que no he podido leer todavía estas últimas entregas (publicadas en un integral por Ponent-Mon), pero cuando tenga la oportunidad lo haré y aprovecharé para ampliar esta reseña.
“Bernard Prince” es una de las series de comic más dinámicas y espectaculares de la edad de oro del comic de aventuras francobelga. Ignoro si las nuevas generaciones podrán encontrar en las hazañas de sus personajes y el exotismo imaginario de sus localizaciones la misma emoción que sintieron sus padres. Es una serie que hay que leer con la mentalidad adecuada, asumiendo los personajes estereotipados y sin sombras para centrarse en la acción, el ritmo y la espectacularidad gráfica. Y en esto último, pocos creadores hay tan competentes como Greg y Hermann, dos de los grandes del comic mundial.
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Espero luego dejar un comentario-réplica más sesudo.
ResponderEliminarPor ahora solo expresar mi alegría al encontrar una de las reseñas más completas en la red (la más completa que hasta ahora he encontrado en español) sobre esa deliciosa serie que es Bernard Prince.
Un saludo.
Muchas gracias por tu excelente y completa reseña sobre Hermann & Greg y Bernard Price.
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