6 nov 2017
1948- BUCK DANNY – Charlier y Hubinon (1)
La Primera Guerra Mundial marcó la utilización en el campo de batalla del avión, un invento que en pocos años había alcanzado un desarrollo espectacular. Estos aparatos fueron utilizados por los ejércitos para observar los movimientos del enemigo, atacar a las tropas terrestres y combatir a otros aviones. Los logros y hazañas de quienes manejaban los aeroplanos fueron utilizados como propaganda por los gobiernos, levantando un aura de nobleza, romanticismo y aventura alrededor de los pilotos. Francia, por ejemplo, fue el primer país en utilizar la palabra “as” para designar a pilotos que habían derribado un cierto número de aparatos enemigos.
Tras la guerra, estos “ases” pasaron a protagonizar relatos de novelas populares y películas de Hollywood. El mundo de la aviación experimentaba grandes avances y las hazañas e hitos que iban conquistando algunos pilotos famosos como Charles Lindbergh, cautivaban a un público al que todavía asombraba esta tecnología. Por supuesto, también los comics vieron en ellos material para narrar aventuras de primer orden y, así, las tiras y páginas de prensa norteamericanas ofrecieron personajes como “Tailspin Tommy” (1928), “Scorchy´Smith” (1930), “Smilin´Jack “ (1933), “Ace Drummond” (1935), “Barney Baxter in the Air” (1935)…
La aviación jugó un papel clave durante la Segunda Guerra Mundial y los comics volvieron a prestar su ayuda en el esfuerzo bélico. Nacieron en esta época personajes como “Flying Jenny” (1939), “Blackhawk” (1941), “Airboy” (1942), “Captain Midnight” (1942), “Buzz Sawyer” (1943), “Johnny Hazzard” (1944)… Pero de la misma manera que el mejor comic de western se ha realizado en Europa, el viejo continente también ha sido la fuente de los mejores comics de aviadores. De entre todos ellos sobresalen dos series, “Buck Danny” y “Tanguy y Laverdure”. No es casualidad que ambas estuvieran guionizadas por la misma persona: Jean Michel Charlier.
Y es que a Charlier no sólo le apasionaban los aviones tanto como los comics, sino que además conocía de primera mano el tema. Nacido en la ciudad belga de Lieja en 1924, creció fascinado por los comics de Hergé, una fascinación que no apagó la carrera de derecho que cursó sin demasiado entusiasmo. Sus primeros intentos profesionales los realizó, todavía estudiando, como dibujante para la agencia World Press, dirigida por Georges Troisfontaines. A través de ella, empieza a colaborar con la revista “Spirou” en 1944, momento en el que volvía a florecer la edición de comics en ese país tras el apagón provocado por la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial. Así, con cadencia semanal, se ocupa de dibujar para esa cabecera una sección dedicada al modelismo y un “curso de aviación”, temas sobre los que no sabía nada.
Georges Troisfontaines, colaborador de la revista, le presenta por entonces a Victor Hubinon (1924-1979), quien acababa de terminar sus estudios de Bellas Artes y formaba parte del grupo de artistas de World Press. A instancias de Troisfontaines, realizan juntos su primera historia de temática bélica: “La Agonía del Bismarck”, serializada en “Spirou” en 1946, narraba la famosa persecución y hundimiento del navío alemán durante la Segunda Guerra Mundial. El conflicto acababa de terminar y los jóvenes lectores belgas acogieron calurosamente esta serie. ¿Por qué no continuar en esa línea con una nueva historieta de corte realista, pero ahora protagonizada por un héroe de ficción? Así, en enero de 1947, aparece en el nº 455 de “Spirou”, la primera aventura del aviador Buck Danny. Troisfontaines escribió las primeras trece páginas, pasándole a continuación la tarea de guionista a Charlier, tarea que desempeñaría durante nada menos que cincuenta años.
Danny comenzó su andadura luchando en el frente del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial. Sus dos primeras historias (serializadas siempre primero en “Spirou”. La fecha que cito, para simplificar, es la de publicación en álbum) fueron “Los japos atacan” (1948) y “Los misterios de Midway” (1948), todavía muy primitivos en su factura narrativa y gráfica. Son álbumes que han envejecido mal y que recogen todos los tópicos entonces vigentes sobre los nipones como individuos extraordinariamente crueles y perversos. Sin embargo, ya encontramos en estas historias algunos de los elementos que permanecerán estables a lo largo de toda la colección: guiones que mezclan con habilidad ficción y realidad en tramas llenas de acción; y una extraordinaria atención por la representación verosímil del mundo tecnológico y militar: aviones, barcos, instalaciones, procedimientos, jerga…hasta el punto de que muchas veces son éstos y no los humanos que aparecen por las páginas, los auténticos protagonistas de las historias. Por entonces, Charlier aún no había abandonado del todo el dibujo y, tratando de aumentar algo sus escasos ingresos, se ocupaba de los fondos, barcos y aviones, dejando las figuras a Hubinon.
Tras un breve desencuentro con Troisfontaines y el relativo desahogo económico que le supone la edición en álbum de las primeras aventuras de Buck Danny por parte de la editorial Dupuis, Charlier vuelve a ocuparse del personaje, inaugurando con el tercer álbum, “La Revancha de los Hijos del Cielo” (1950), la etapa moderna de la colección. En sus cinco primeras viñetas vemos por primera y última vez a Buck Danny con su familia mientras disfruta de un permiso. Es una escena que no volverá a repetirse porque a partir de ese momento, cuando Danny es convocado de nuevo por las Fuerzas Aéreas, se convertirá ya en el héroe arquetípico: sin pasado, sin parientes ni amores, encarnación de los mejores valores del ser humano y sin nada que le distraiga de la misión que tenga encomendada en cada momento.
Alto, rubio, atlético, atractivo, de mandíbula cuadrada (se dice que modelado a partir del propio George Troisfontaines), Buck Danny es –como lo fue “Steve Canyon”- el piloto ideal, el oficial perfecto: un ardiente defensor no sólo de su patria sino de ideales tales como la justicia, la lealtad, la templanza o la compasión. Siempre hace lo correcto y su pericia guerrera, ya sea a los mandos de un caza o bien a puñetazo limpio, sólo es igualada por su generosidad y espíritu de sacrificio. Es disciplinado tanto dentro como fuera del servicio, puesto que no tiene vicio conocido ni distracciones sentimentales que le impidan cumplir con su deber.
Durante la primera etapa de la colección, Charlier ascendió progresivamente a su héroe de capitán hasta coronel en 1954, momento en el cual decidió paralizar su meteórica carrera, ya que el paso a general hubiera apartado forzosamente a Danny de los aviones para confinarlo en los despachos, desapareciendo por tanto su recorrido aventurero.
En “La Revancha de los Hijos del Cielo” aparecen ya quienes serán por siempre sus fieles camaradas de armas. En primer lugar, Sonny Tuckson, la contrapartida cómica del héroe titular. Pelirrojo, de aspecto aniñado, oriundo de Tejas –lo que permitía jugar con las referencias a su fuerte acento- es un sujeto hiperactivo, temperamental, proclive al exceso –dentro de unos límites, claro; estamos hablando de una revista, “Spirou”, destinada a un público infantil-juvenil-, a menudo malhumorado, irrespetuoso y con tendencia a meter la pata, todo lo cual le vale continuas reprimendas y sanciones por parte de sus superiores. A partir de los años sesenta, Charlier aumentó sus infortunios recurriendo a poco deseables novias, ya fuera por su desagradable físico o por tratarse, por ejemplo, de maquiavélicas espías. Sin embargo y a pesar de sus bufonadas, es un amigo leal y un sobresaliente piloto, virtudes que siempre acaban compensando sus abundantes torpezas y que lo convierten en el único personaje de la serie verdaderamente humano.
Por su parte, Jerry Tumbler es un personaje más desdibujado. Moreno, cauto e incluso introvertido pero con su propio sentido del humor, cumple el papel de “doble” de Danny de inferior categoría. Aunque se presentó inicialmente como áspero contrincante del héroe titular, acabó siendo un fiel amigo tanto de él como de Sonny. Es quizá el más “duro” de pelar del indisoluble trío y también el piloto más valiente.
El primer arco argumental, que se extenderá a lo largo de cuatro álbumes (“La Revancha de los Hijos del Cielo”, “Los Tigres Voladores”, “En las garras del Dragón Negro” y “Ataque en Birmania”) trasladan al trío protagonista al exótico oriente sumido en la guerra contra los japoneses, muy en la línea de “Terry y los Piratas” de Milton Caniff. La presencia del ejército americano en Europa todavía era muy patente. Discos, cómics y revistas fluían por todo el continente ocupado por las tropas americanas y fue precisamente en una de esas publicaciones donde Charlier encontró la inspiración para su siguiente proyecto. Se trataba de un artículo sobre los Tigres Voladores, la escuadrilla de pilotos voluntarios norteamericanos que lucharon en China contra los japoneses invasores.
Ni corto ni perezoso, Charlier alista a sus héroes en ese grupo de élite y los envía a China para servir a las órdenes del general Claire Lee Chennault, novelesco personaje que organizó la mencionada escuadrilla para operar de parte del líder nacionalista chino Chiang Kai-Shek con el tácito consentimiento del gobierno americano. Danny, Tuckson y Tumbler combatirán primero en China y luego volarán entre ese país y Birmania sobrevolando la cordillera del Himalaya en misiones de abastecimiento. No sólo se enfrentarán a todo tipo de desafíos aéreos, sino que caerán prisioneros, se escaparán, salvarán ciudades enteras y desarticularán insidiosas redes de espionaje.
Charlier imprime un ritmo frenético a sus comics, los salpica de golpes de efecto y se demuestra capaz de encajar una increíble cantidad de información y acontecimientos en el curso de una sola aventura, una habilidad que trasladará a otras series que escribía entonces y que firmaría en el futuro, desde “Barbarroja” a “Blueberry”. Además, y siguiendo el consejo del gran Jijé, renuncia definitivamente a dibujar, concentrándose exclusivamente en el guión, un cambio que se deja notar en “Ataque en Birmania” (1952), el último álbum de la tetralogía, en el que cobra mayor peso el pincel de Hubinon al desaparecer la pluma de Charlier en el dibujo de los aviones y los fondos. Dado que los ingresos por página del guionista eran inferiores a los del dibujante, Charlier se ve obligado a multiplicar su producción, creando y participando en más series y escribiendo relatos, sobre todo de temática histórica (“Tiger Joe”, “Fanfan et Polo”, Belloy, Caballero sin Armadura”, “Las Historias del Tío Pablo”, “Kim Devil”…). De hecho, acabaría siendo el guionista más prolífico de la historia del comic franco-belga, lo cual es decir mucho.
Hubinon, por su parte, también experimenta su propia evolución. Su titubeante dibujo inicial pasa a estar dominado, hacia el final del primer ciclo argumental, por una línea más gruesa y una mayor atención a las posibilidades expresivas de las luces y las sombras siguiendo la línea de autores americanos como Milton Caniff o Frank Robbins. Con gran capacidad para plasmar los menores detalles en una viñeta, el estilo de Hubinon siempre fue, no obstante, algo frío en la plasmación de sus figuras.
Para entonces, gracias a Buck Danny, tanto Charlier como Hubinon se habían convertido en auténticos apasionados del aire. Tanto es así que se gastan sus ahorros en obtener el título de piloto y comprar juntos un viejo avión, reliquia de la todavía no muy lejana guerra. Con él, tres días a la semana trabajan como pilotos realizando todo tipo de tareas, desde arrastrar carteles publicitarios a lanzar periódicos o realizar acrobacias en espectáculos… El resto de la semana se concentran en los comics. Mantienen esta extraña y agotadora dinámica durante años, lo que les da un conocimiento de primera mano de la tecnología, procedimientos e innovaciones aeronáuticas, una sabiduría que trasladaron con habilidad a las peripecias de la serie.
Charlier llegó incluso más lejos. Al estallar la guerra de Corea en 1950, los pilotos comerciales escasean y aprovecha la circunstancia para ser contratado por Sabena, la línea aérea belga, para la que trabajará durante el año 1952 antes de renunciar por puro aburrimiento (“Me cansé de trabajar como taxista”, declaró) y dedicarse, ahora ya sin abandonarlo nunca, a su primera y auténtica pasión: el cómic.
En 1951, comienza el siguiente ciclo argumental de “Buck Danny”, esta vez en un contexto muy diferente. La Segunda Guerra Mundial empieza a ocupar un lugar más secundario en la memoria colectiva europea y los editores de Dupuis temen que sus jóvenes lectores se aburran con más historietas y relatos bélicos. Así que Charlier y Hubinon reciben órdenes de desmovilizar a sus personajes y situarlos en otro contexto. Al comienzo de “Los Traficantes del Mar Rojo” (1952), nos encontramos a Danny de vuelta en Estados Unidos y en paro. Trata de encontrar trabajo pero la abundancia de veteranos en su misma situación y la ralentización económica tras la guerra hace que todos sus intentos sean infructuosos. Vuelve a encontrarse con sus antiguos camaradas, Tumbler y Tuckson, que se encuentran en igual situación. Todas sus hazañas en el Pacífico y Asia y la aureola heroica con que el público había rodeado la figura de los pilotos de combate durante la contienda no sirven para nada.
Sus años en las Fuerzas Aéreas no les han enseñado nada útil para la vida civil y finalmente llegan a la conclusión de que deben buscar una actividad acorde con sus talentos: la aviación. Consiguen empleo en una oscura línea aérea privada que les contrata para realizar vuelos de transporte en Oriente Próximo. Pero pronto se darán cuenta de que la compañía no es sino una tapadera que utilizan traficantes para el contrabando de armas y droga. Aún peor –y aunque esto no se expone de manera diáfana, sí queda claro para el lector atento-, sus manejos delictivos están apoyados por compañías extranjeras que fomentan la guerra civil en Arabia para imponer un gobernante títere que les de acceso a los ricos campos petrolíferos del territorio.
Así, a lo largo de “Los Piratas del Desierto” (1952) y “Los Gangsters del Petróleo” (1953), el trío de aviadores correrá múltiples aventuras tratando de burlar y zafarse de los criminales que los obligan a trabajar para ellos, colaborando con una espía del gobierno británico, ayudando a un emir local, sobreviviendo al desierto y participando en la defensa de toda una ciudad asediada por un ejército de malhechores a bordo de viejos aviones de combate. Charlier reflejaba en estas historias la importancia que desde el final de la guerra había cobrado el petróleo, las manipulaciones y conspiraciones orquestadas por compañías petroleras occidentales y la convulsa política de los países bajo cuyo suelo se escondía el codiciado líquido (recordemos que Hergé, por aquella misma época, había tratado el tema en su álbum de Tintín “El País del Oro Negro”, 1948).
Pero el caso es que esta nueva etapa “civil” de Buck Danny y sus camaradas no acabó de convencer a los lectores de “Spirou”, que a través de multitud de cartas reclamaron su reincorporación a las Fuerzas Aéreas, petición que fue atendida en la siguiente aventura, esta vez autoconclusiva, “Pilotos de Pruebas” (1953). Danny y sus amigos, de vuelta en Estados Unidos tras su peripecia en Oriente Próximo, están pensando en establecer un negocio de aviación por su cuenta cuando un encuentro fortuito en Estados Unidos con su antiguo oficial al mando, el general Morton, les pone en contacto de nuevo con el ejército. En muy poco tiempo, el mundo de la aviación militar ha experimentado un salto de gigante. Cuando visitan como invitados la base aérea se encuentran con aviones a reacción, cohetes, asientos eyectables… todo un mundo nuevo que resulta ser una tentación demasiado fuerte como para que tres amantes del vuelo como ellos la puedan resistir. Así que los tres se vuelven a alistar para seguir un programa de adiestramiento como pilotos de pruebas, un oficio tan apasionante como peligroso. Ya nunca volverán a abandonar el ejército.
“Pilotos de Pruebas” es básicamente un documental sobre el mundo de los aviones a reacción y sus pilotos. Charlier vierte en la historia una cantidad ingente de información, esquemas y datos producto de la minuciosa documentación con la que abordaba cada historia; los procedimientos, la jerga, las explicaciones sobre el funcionamiento de los aparatos o las maniobras, el adiestramiento, la vida cotidiana de los pilotos… pueden resultar algo pesadas para quien no tenga afinidad por el mundo de la aviación, pero sin duda dotaban a la serie de un grado de realismo que compensaba con creces –y así lo demuestra su éxito y longevidad- el esquematismo en la caracterización de personajes. En el último tercio del álbum se introduce una trama de intriga industrial con saboteadores incluidos, pero se puede decir que los verdaderos protagonistas aquí son los aviones y los profesionales que los pilotan.
(Continúa en la siguiente entrada)
Todo muy interesante..............no es algo que se haya explotado en el mundo del cómic. Las historias de aviación.
ResponderEliminarUn saludo
Buenas Tardes:
ResponderEliminarEn los años 80, llegó a los kioskos un novela gráfica de historieta en blanco y negro, que tenía formato cuartilla y sólo la portada a color. Estaban encoladas a la portada las páginas de blanco y negro en formato cuartilla, que presentaban una historieta, con gran destreza de dibujo en los cazas Curtiss P40 que trataba la vida diaria del escuadrón de mercenarios USA que fue a combatir para defender a CHINA bajo una de sus alas (formación aérea de combate).
En los registros que hay en España no figura esta serie, de la que carezco del nombre, aunque trataba la vida de la Ala de los Tigres Voladores en China.
Recurro a ustedes, por conocer si en los fondos que manejan figura esa pequeña editorial, que tal vez sin registro legal, publicó episodios de acción militar bélica con gran destreza técnica en el dibujo de los aparatos de combate.
En los registros sólo figura como realizado en España una serie muy mediocre en documentación como fue la publicada por Editorial Valenciana, hazañas Bélicas o Comandos en Acción.
Les pido si puedes comprobar que no exista información sobre esas historietas gráficas (cómics) que se distribuyeron en los kioskos de los años 80 (84-86) con capítulos autoconclusivos que relataban las aventuras de un escuadrón de mercenarios de los Tigres Voladores en China.
No era Editorial Toray
No era Toutain Editor
No era Editorial Valenciana
No era cómic extranjero
Parecía que el dibujante era un gran aficionado a la historia militar USA, porque documentaba muy bien el relato. Buena destreza en el conocimiento de aerponaves.
Si pudieran ayudarme, les agradecería.