20 dic 2016

2003- BATMAN: CIUDAD ROTA – Brian Azzarello y Eduardo Risso


Entre diciembre de 2002 y septiembre de 2003, la colección regular de “Batman” serializó “Silencio”, un arco argumental firmado por Jeph Loeb y Jim Lee que obtuvo un tremendo éxito de crítica y público. Tras su finalización, los editores Will Dennis y Bob Schrek se enfrentaron al problema de encontrar a alguien que sustituyera al equipo creativo y, además, hacerlo dignamente. Para ello decidieron cambiar totalmente el registro y plantearle el desafío a Brian Azzarello, un autor bregado en la línea Vértigo, donde había destacado como autor de serie negra primero en “Jonny Double” (1998) y luego y sobre todo, con su aclamada y multipremiada “100 Balas” (1999-2009). Ambas obras vinieron ilustradas extraordinariamente por el argentino Eduardo Risso, un dibujante que aunaba experiencia, talento y, sobre todo, un estilo único y muy personal que incorporaba influencias ajenas al endogámico comic norteamericano.



La primera incursión del dúo en el universo de Batman se había producido años atrás, en el nº 8 de “Gotham Knights” (agosto 2000), colección que entonces incluía como complemento historias en blanco y negro de ocho páginas en las que diversos autores podían dar sus personales interpretaciones del hombre murciélago. En esta ocasión, con la historieta “Cicatrices”, Azzarello y Risso plantean un cara a cara entre Batman y el despiadado asesino Victor Zsasz, que acaba de cometer un triple homicidio. En lugar de liarse inmediatamente a puñetazos, ambos entablan una breve conversación en la que exploran el concepto del poder y cómo se obtiene éste: ¿Asesinando? ¿O salvando a alguien y dejarle sabedor de que te debe la vida? Frente al mérito de tratar de hacer algo diferente respecto a la dinámica habitual en los comics mainstream, la historia adolece de cierta pretenciosidad: nada de lo que se dice es particularmente profundo o memorable y las líneas de los personajes suenan demasiado teatrales. Mucho más destacable es la aproximación gráfica de Risso, con sus originales composiciones de página y viñeta y dramática utilización de los contrastes de luz y sombra y de línea y volumen.

Un par de años después, gracias a su buen hacer en todas las colecciones que tocaba, Azzarello había firmado un contrato en exclusiva con DC que le abrió la puerta de los títulos más codiciados desde un punto de vista comercial. El primero de ellos fue Batman. Él y Risso venían pensando en realizar una novela gráfica del personaje, historia que finalmente quedó integrada en la colección regular de Batman entre sus números 620 a 625 (diciembre 2003-mayo 2004) bajo la denominación genérica de “Ciudad Rota”.

Su argumento base es el típico de una serie negra: el asesinato de una mujer inocente desencadena por parte de Batman la caza de quien supone el responsable, un tipo de poca monta llamado Angel Lupo. En el curso de esa persecución recorrerá todo el submundo criminal de Gotham, desde los delincuentes de medio pelo hasta los habituales supervillanos de su catálogo. Encontrará la típica mujer fatal, se enzarzará en peleas nocturnas con unos u otros, entablará aguzados duelos de palabras, sufrirá confusiones de identidad y se topará con una sorpresa final con la que protagonista y lector descubrirán lo equivocados que estaban en sus suposiciones iniciales.

En general, “Ciudad Rota” da la sensación de tener una trama algo desordenada en la que los encuentros, peleas y acontecimientos van solapándose de forma confusa: la persecución de Angel Lupo, el papel de Margo Farr, el asesinato de los padres del muchacho, la participación en todo el asunto de Killer Croc, El Ventrílocuo, Gordo y Chiquitín…, la aparición del Joker... Todo el asunto se antoja alargado y la subtrama relacionada con el asesinato de los padres de un niño que recuerda trágicamente al de los padres de Bruce Wayne no está bien insertada en la línea argumental general.

Además, intervienen demasiados villanos, cuya función en la historia no parece muy clara más allá de crear confusión para impedir que Batman –y el lector- puedan separar el grano de la paja y averiguar la verdad. Semejante desfile de agentes del mal es mayormente gratuito, especialmente teniendo en cuenta que tan solo un par de meses antes Loeb y Lee ya habían repasado la lista de ellos en “Silencio”. Además, sólo el Joker (metido con calzador al final de la historia) y el Pingüino disfrutan de una caracterización adecuada a lo ya establecido para sus personajes. En cambio, el Ventrílocuo está lejos de ser el individuo anciano y sumiso que crearan Alan Grant y John Wagner a finales de los ochenta. Por otra parte, no tengo nada en contra de que Killer Croc deje de ser un
monstruo grotesco para convertirse en miembro del hampa de Gotham, pero Azzarello y Risso van demasiado lejos en esta dirección retratándolo como un matón de baja estofa con problemas cutáneos y el atuendo de un proxeneta: cadenas y anillos de oro, chaquetas de leopardo e incluso pelo…

Brian Azzarello adopta aquí el punto de vista de Batman, narrando la historia en primera persona, un recurso propio del género negro que, sin embargo, estira en exceso; tanto, de hecho, que a la altura del tercer número ya ha diluido su efecto. Además, no se puede decir que sea un enfoque novedoso dentro de Batman: los monólogos internos y las frases lapidarias recuerdan demasiado a Frank Miller, hasta el punto de que hay momentos en los que
uno casi cree estar leyendo otra historia de “Sin City”. Las líneas de texto y los diálogos están bien escritos, pero se me antojan demasiado teatrales. Las reflexiones del protagonista y sus conversaciones con otros personajes parecen extraídas de una novela de Dashiell Hammett o Jim Thompson: ingeniosas, rápidas en la réplica e impregnadas de humor socarrón; pero se abusa tanto de ellas que Batman, más que un tipo duro parece no el héroe estoico y silencioso que conocemos, sino un matón arrogante; perspicaz y culto, sí, pero un matón al fin y al cabo.

Y es que Azzarello ha preferido mostrar un Batman que bien poco se ajusta al estereotipo de
héroe más grande que la vida. Persigue a los malos, sí. Y se juega la vida en el empeño. Pero no empujado por su estatura heroica, sino por un trauma que no ha conseguido superar, tal y como demuestra su enfermizo recuerdo de la muerte de sus padres. Su aversión a dormir para no verse acosado por esa escena –reflejada muy al estilo del canon fijado por Frank Miller en “Caballero Oscuro” o “Año Uno”- nos devuelven al individuo atormentado y obsesionado que se convirtió en la principal interpretación del personaje desde finales de los ochenta y hasta comienzos del siglo XXI.

Batman es en “Ciudad Rota” una figura repulsiva. Sus pensamientos revelan a alguien cínico y
quemado, atado por su sentido del deber a una ciudad a la que en el fondo odia y desprecia. Peor aún, es un ser soberbio y violento que parece encontrar placer sádico en aterrorizar y torturar a sus víctimas (se permite incluso bromear mientras golpea brutalmente a un Killer Croc maniatado), por mucho que éstas sean culpables (o no tanto, como es el caso del Pingüino, al menos en esta ocasión). Recuerda más al despiadado Marv de “Sin City” que al centrado detective imaginado por otros grandes guionistas del personaje. Ni siquiera se introducen aquí escenas protagonizadas por Bruce Wayne que ayuden a “humanizar” la figura del brutalizado justiciero más allá de su continuo rememorar, en vigilia o en sueños, de forma ajustada a la realidad o no, las circunstancias de la muerte de sus padres (a las que Azzarello añade un pequeño detalle que acrecienta su sentimiento de culpabilidad y pérdida).

Por mucho que a los aficionados les guste el trabajo de Frank Miller para el personaje (al menos
los de los ochenta), probablemente Azzarello y Risso recuperaron ese enfoque en el momento equivocado. La década de los noventa del pasado siglo fueron malos tiempos para Batman. Los guionistas lo convirtieron en un tipo amargado, paranoico y sociópata al que no paraban de suceder desgracias que lo sumían en un pozo todavía más oscuro. Aunque en 2006, Grant Morrison adoptó un tono algo más ligero para la serie, ya antes se percibían claros signos de rechazo por parte de los fans hacia la versión más trastornada del personaje. Jeph Loeb y Tim Sale, en sus arcos argumentales “El Largo Halloween” (1996-97) y “Victoria Oscura” (1999-2000) habían llevado el origen planteado por Miller y su tono “negro” hasta su conclusión lógica. A comienzos del nuevo siglo los lectores ya estaban cansados de pesimismo y aflicción, por lo que, independientemente de sus virtudes y defectos narrativos, no vieron con buenos ojos el “Ciudad Rota” de Azzarello y Risso.

Por otra parte, la saga muestra un Batman básico fácilmente asimilable por lectores no familiarizados con su mitología. No hay referencias a la enrevesada continuidad de la colección ni
aparecen personajes y elementos propios del universo de Gotham. No está, por ejemplo, Robin, ese personaje que de alguna forma matizaba la dureza del Hombre Murciélago con su juventud y frescura; tampoco encontramos a Gordon o Alfred, figuras en las que tradicionalmente encontraba apoyo emocional o logístico. Ausentes están asimismo otros iconos como el batmovil o la batseñal.

Batman es aquí, por tanto, un completo solitario. La única relación cordial con otro ser humano es la que establece con el inspector Crispus Allen, pero incluso ésta es distante y fría. Hay una curiosa escena en la que Bruce Wayne telefonea al policía mientras cocina un bistec. Ambas cosas, asar carne y hablar con alguien, son actividades que parecen aliviarle los nervios a Wayne-Batman. Sin embargo, su conversación, dominada por el ingenio, la concisión y el humor seco, no transmite afecto o siquiera amistad. Allen, por otra parte, es un personaje muy desaprovechado que se limita a servir de contrapunto dialéctico del protagonista y peón útil para impulsar los acontecimientos en la dirección deseada por Batman (desatar la persecución policial de Angel Lupo).

Azzarello ni siquiera permite que Batman acabe el caso con una sensación de que la justicia haya
triunfado. El impacto emocional que le produjo encontrar a un niño en estado de shock junto a sus padres asesinados, le confunde totalmente (aunque eso no lo sabemos hasta el final de la saga) y le lleva durante toda la trama a seguir pistas equivocadas y, aún peor, agitar los ánimos de policía y hampa contra quien cree erróneamente es responsable de los crímenes. Batman no resuelve verdaderamente el caso sino que son los diferentes intervinientes quienes acaban delatándose ellos solos y, peor aún, sus acciones llevan a la muerte del único inocente en todo ese embrollo. No es, desde luego, un remate muy glorioso para el personaje, que acaba la historia justificándose ante el lector –y ante sí mismo- y encontrando un desfogue, una vez más, en Killer Croc.

Sí que es un acierto, en cambio, mostrar a Batman como un individuo vulnerable, alguien que ni mucho menos sale indemne de sus aventuras nocturnas. Es capaz de soportar un gran castigo físico, sí, pero no es una suerte de dios intocable al que es imposible dañar. Aquí vemos a Bruce Wayne teniendo que
vendarse, tomar pastillas para el dolor y comprobar en el espejo el estado de sus dientes tras la última pelea. En una viñeta, incluso, vemos cómo bajo su disfraz lleva una armadura protectora en la que se han incrustado unas cuantas balas. Azzarello deja claro que el trabajo de Batman es, además de peligroso, poco envidiable y en absoluto glamouroso. Sólo su inquebrantable fuerza de voluntad le permite sobreponerse al dolor de sus heridas y volver a salir cada noche.

Tanto la trama como la visión que de Batman tiene el guionista puede convencer más o menos, pero lo que desde luego es sobresaliente es el dibujo. Eduardo Risso vuelve a demostrar aquí su maestría y peculiar estilo, esa mezcla de
claroscuro expresionista y línea clara que remite tanto a Frank Miller como a Tim Sale. Su narrativa es impecable a pesar de que su elección de los ángulos sea menudo inusual o forzada y exija una especial atención por parte del lector: la escena puede estar contemplada desde el nivel del suelo, desde un plano cenital, o bien como un reflejo en el tapacubos de un coche…. Con todo, sabe combinar manchas y líneas de tal forma que incluso las viñetas complejas resultan extraordinariamente claras aun cuando abunden en detalles, como esa viñeta en contrapicado en la segunda página del segundo número, en el que aparecen una veintena de figuras, todas perfectamente definidas haciendo algo diferente y sin que, a pesar de los muchos detalles presentes, se desprenda sensación de caos. Risso sabe cuándo utilizar un plano general y cuándo insertar un plano detalle, cómo alternarlos no sólo para transmitir claramente información relevante de la trama, sino para sugerirla o para construir la atmósfera adecuada: de expectación, de suspense, de violencia…

Hay, con todo y a mi parecer, un reproche que hacerle. De la misma forma que Azzarello imitaba el estilo prosístico de Frank Miller en el guión, hay momentos en los que Risso trata de reflejar tal influencia en el dibujo (por no hablar del efecto de la lluvia del primer volumen de “Sin City”). Su Batman en las horas más bajas, apaleado, con la cara hinchada de moretones, incluso envejecido, se parece demasiado al “Caballero Oscuro” de Miller, pero ello se antoja innecesario habida cuenta de la capacidad que tiene el propio Risso para dar su propia interpretación gráfica del héroe.

“Ciudad Rota” son 144 páginas de guión aceptable y muy destacable dibujo. Azzarello hace lo que mejor sabe: narrar una historia de género negro que incluya todos sus tópicos, pero que probablemente hubiera resultado más satisfactoria fuera del universo batmaniano. Tiene suspense y momentos muy potentes, pero la inclusión de los supervillanos resulta forzada y ni siquiera éstos se hallan bien caracterizados. Por otra parte, Batman es aquí un individuo bastante desagradable que despierta pocas simpatías. No es que sea una mala historia, pero sí manifiestamente mejorable habida cuenta del currículo de Azzarello.

Es, en resumen, una historia que no puede recomendarse a todo el mundo. Si el lector disfruta con los misterios al estilo de Hammett o Chandler y puede obvias la cuestionable caracterización de los villanos habituales del universo de Batman, probablemente disfrutará con esta saga. Sí, en cambio, resulta muy notable su apartado gráfico. Eduardo Risso es un dibujante del que prácticamente nunca puede decirse algo negativo y que aquí sabe imprimir a la historia esa atmósfera enfermiza y criminal propia del género negro.

El volumen que en España ha publicado ECC con el título “Ciudad Rota y Otras Historias”,
incluye también otros trabajos del mismo dúo, el más destacable de los cuales es sin duda la serie limitada “Flashpoint: Batman – El Caballero de la Venganza” (agosto-octubre 2011).

“Flashpoint” fue uno de esos macroeventos editoriales que periódicamente organiza DC para reestructurar su siempre caótico universo de personajes y mundos. Como de costumbre, consistía en una colección central y toda una lista de crossovers con otras colecciones y miniseries asociadas. La premisa era la de ofrecer un universo DC modificado que precediera al definitivo, el cual se presentaría oficialmente en otro macroevento, los “Nuevos 52”. En el caso de Batman, nos encontramos con un mundo en el que el matrimonio Wayne fue, efectivamente, asaltado por Joe Chill, pero no fueron los padres quienes murieron, sino el pequeño Bruce. Arruinado su matrimonio por la tragedia, Thomas Wayne se convierte en Batman y bajo su identidad civil dirige un imperio de casinos con los que no sólo financia su actividad de justiciero, sino que gracias a ellos puede mantener vigilado al submundo criminal de la ciudad.

La historia es excelente, pero también breve y difícil de describir con cierto detalle porque la premisa, una especie de “Otros Mundos”, es ya casi un spoiler ya que al final del segundo número se produce una revelación sorpresa que debe mantenerse oculta para quienes no hayan leído todavía la obra. En esa Gotham transformada en una suerte de Las Vegas por obra y gracia de Thomas Wayne, Batman ha asesinado a la mayoría de supervillanos… con algunas excepciones. En esa realidad alternativa Harvey Dent nunca se transformó en Dos Caras y Oswald Cobblepot, alias el Pingüino, trabaja como ayudante personal de Thomas en el casino. El Joker, por su parte, también sigue libre por razones que la trama desvela en el último episodio. Es precisamente su secuestro de los hijos pequeños de Dent lo que pone en marcha una tragedia absolutamente brutal en la que Azzarello no se ahorra ni muertes ni sangre.

La caracterización de Thomas Wayne recuerda mucho a la que Frank Miller diseñó para su ya anciano hijo Bruce en “El Regreso del Caballero Oscuro”: un individuo cínico, quemado, cortante y asocial con un cuerpo fornido pero lejos de su plenitud física. El Joker, por su parte, está modelado –incluso en su aspecto- a imagen y semejanza del de Heath Ledger para la película “Batman: El Caballero Oscuro” (2008).

Por otra parte, y no menos importante, no es necesario leer la miniserie central de “Flashpoint”
para entender lo que aquí sucede. El único momento que enlaza ambas historias se encuentra en el enfrentamiento final entre Thomas y el Joker, pero la esencia e impacto de la obra es independiente de esa circunstancia.

En cuanto al trabajo de Eduardo Risso, aunque limpio, elegante y efectivo (la entrada de Gordon en la mansión Wayne en busca del Joker es magnífica), no destaca tanto como en las otras historias de este volumen. Es como si su retorcido y personal estilo se hubiera suavizado en aras de atraer a un público más amplio. El color tiene aquí más importancia que su juego de contrastes de luces y sombras y al transcurrir buena parte de la acción fuera del entorno urbano, no se puede recrear en retratar todos esos detalles arquitectónicos que hacían de Gotham un personaje más en el resto de las historias que ha dibujado para Batman.

También forman parte de este volumen recopilatorio las doce planchas que ambos realizaron para el peculiar proyecto “Wednesday Comics” (2009), una antología semanal en formato tabloide que recuperaba el sabor de las antiguas Sundays de la prensa diaria. Cada número constaba de dieciséis páginas,
en cada una de las cuales un equipo creativo diferente desarrollaba la historia de un héroe distinto. Azzarello y Risso se ocuparon de la de Batman, en la que el héroe investigaba los crímenes relacionados con la herencia de un banquero. La historia, muy en la línea de Azzarello (crímenes, mujeres fatales, dinero y sexo), tiene el inconveniente de no hacer suficiente justicia al talento de Risso. Sencillamente, resulta difícil apreciar su dibujo en un formato que le obliga a encajar de 15 a 20 viñetas por página. Por su parte, las viñetas, trasladadas al formato de comic book, resultan excesivamente pequeñas –por no hablar del texto de los bocadillos-. Aún así, si se hace el esfuerzo que este autor merece, se disfrutará de un nuevo recital de creatividad y valentía narrativas.

En resumen, un volumen recomendable en general por la buena calidad media de todas sus historias y, sobre todo, el gran trabajo gráfico que ofrecen.



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