De todas las franquicias cinematográficas y televisivas que han recibido versión en comic, ya fuera como adaptación, secuela o expansión, “2001: Una Odisea del Espacio” fue quizá la más extraña de todas. Para empezar el comic apareció ocho años después del estreno de la película que adaptaba. La mayoría de franquicias cinematográficas (“Star Trek”, “Star Wars” o “Battlestar Galactica”) hacían coincidir el estreno del producto con la publicación de la correspondiente adaptación. Pero en el caso de “2001”, el comic no sólo se tardó casi una década en producir, sino que no hubo continuación cinematográfica, novela o cualquier otro material relacionado con esa película que viera la luz en ese espacio de tiempo (el libro-secuela, “2010” se publicó en 1982 y su adaptación cinematográfica tuvo que esperar hasta 1984).
Pero es que, además, “2001” se había convertido en un film casi sagrado. Aunque en su estreno

Esta pauta de crítica que va desde los comentarios muy divididos hasta la alabanza universal, es típica de muchos de los films dirigidos por Stanley Kubrick. “Teléfono Rojo, ¿Volamos Hacia Moscú?” (1964), “La Naranja Mecánica” (1971), “El Resplandor” (1980) o “La Chaqueta Metálica” (1987) son hoy considerados clásicos tanto de sus respectivos géneros como de la historia del cine, pero ninguno de ellos convenció del todo a crítica y público en su primer estreno. Kubrick, quizá más que cualquier otro director norteamericano, está considerado como un “autor”, una mente creativa singular que domina el medio y lo interpreta de una forma muy personal y reconocible. Por eso resulta difícil imaginar un comic-book que continuara cualquiera de sus películas. La misma idea parece un sacrilegio no tanto porque los comics se consideren un “medio” menor como porque cualquier continuación realizada por otros autores diluiría la especial naturaleza del original.

Pero aún más extraño que todo lo anterior fue la elección de Jack Kirby como autor para este proyecto.
Tras ayudar a levantar junto a Stan Lee casi todo el Universo Marvel, Kirby había abandonado


Ciertamente, Kirby había demostrado en múltiples ocasiones su afinidad por la ciencia ficción, género que había introducido en muchas de sus historias, ya fueran colaboraciones con Stan Lee o guiones propios. Pero es que, además, el concepto de la historia tejida por Clarke y Kubrick sintonizaba con sus propias obsesiones. Ya en su etapa en Los Cuatro Fantásticos (1961-1970) había empezado a introducir sus famosos seres cósmicos: El Vigilante, los Inhumanos, Galactus, Silver Surfer…Seres igualmente poderosos protagonizaron sus “Nuevos Dioses” para DC y, ya de vuelta en Marvel, “Los Eternos” abundaban en el mismo tema: seres superiores, casi dioses, que vigilaban, supervisaban o incluso dirigían los destinos de la especie humana. ¿Qué eran si no, los misteriosos seres tras los monolitos de “2001”?
El problema es que resulta difícil imaginar dos autores más diferentes que Kirby y Kubrick.

La estética que Kubrick insufló en la película se caracteriza por tomas largas, una atmósfera meditativa y la casi total ausencia de acción. Ciertamente, es un film de asombrosa factura visual, pero no porque ésta consista en una espectacularidad artificiosa, sino por su elegancia, belleza, minimalismo y precisión geométrica. También el estilo de Kirby es muy característico y, a su manera, fue tan autor como Kubrick y tan influyente y genial como éste en lo que a los comics se refiere. Pero su manera de entender lo visual difería totalmente del de el cineasta. Su arte es famoso por su exuberancia y espontaneidad, sus exageraciones anatómicas, su sentido del drama y su acción cruda y directa. La tecnología que dibuja bulle de energía y sus figuras son masas de músculos coronadas por rostros de mandíbula cuadrada. Nada que ver, en resumen, con la elegancia y frialdad propias de Kubrick.

Kirby y Kubrick tenían, además, formas de trabajar completamente diferentes. El primero era famoso por ser capaz de dibujar varias páginas al día y encargarse de múltiples colecciones cada mes. A pesar de ese frenético ritmo de producción, podía mantener un notable nivel de calidad, pero igualmente cierto es que no tenía tiempo para las sutilezas, el pequeño detalle y la caracterización. En cambio, a Kubrick le costaba años terminar una película y era famoso por desesperar a sus actores haciéndoles repetir una y otra vez algunas escenas sin darles consejos o indicaciones, simplemente porque estimaba que lo que había rodado no se ajustaba perfectamente a lo que tenía

Entiéndaseme bien. Nada de todo esto debería interpretarse como comentarios en contra de Kirby o a favor de Kubrick. El perfeccionismo del cineasta conllevaba el maltrato de los actores y el derroche de enormes cantidades de talento y dinero. Lo que a Kirby le faltaba en cuanto a erudición o belleza prístina, lo compensaba con un dinamismo y vitalidad que parecían saltar de la página. Con esto quiero decir que el estilo de uno no era superior al del otro. Sencillamente, eran tan incompatibles, contradictorios incluso, que cuesta creer que a alguien se le ocurriera que cualquiera de los dos pudiera adaptar fielmente o continuar el trabajo del otro.

Para empezar, más que una adaptación fiel, lo que hizo Kirby fue una curiosa fusión entre lo que se había visto en la pantalla y lo que se podía leer en la novela. Así, por ejemplo, utiliza a Júpiter, mientras que en el libro el planeta de destino de la nave era Saturno. Incorpora algunos diálogos del texto de Clarke, pero HAL se expresa de una forma más coloquial, tal y como hacía en la película. Este tipo de inconsistencias es común en las adaptaciones al comic que se realizan simultáneamente a la producción de la película y en las que

La adaptación está dividida en cuatro capítulos. El primero sigue el proceso de aprendizaje de Moonwatcher, el simio que encuentra el monolito al comienzo de la historia y a partir del cual se dispara la evolución humana. Esta secuencia, en la película, era muda a excepción de los gruñidos y rugidos de los monos y la música de la banda sonora. Si esta adaptación se hubiera hecho hoy, podría haberse respetado ese silencio, pero en los setenta esto era impensable y Kirby acompaña todas las viñetas con su correspondiente texto de apoyo, describiendo lo que sucede, lo que Moonwatcher piensa y siente y subrayando la importancia de lo que contemplamos. Algunas veces, éste recurso tiene sentido y cumple su función; otras, resulta totalmente superfluo, distrayendo la atención del dibujo.

El segundo capítulo se titula “La Cosa en la Luna” y presenta la primero de las viñetas que Kirby

Mejor resultado obtiene a la hora de representar cómo los objetos y las personas flotan a causa de la ingravidez, algo que rara vez vemos en los comics de ciencia ficción y que es un auténtico fracaso de la creatividad dado que esta convención responde en el cine y la televisión solamente a motivos presupuestarios, una limitación que el comic no padece. También es de agradecer que Kirby, pese a que lo suyo es la acción trepidante, se moleste en narrar el largo viaje desde la estación espacial hasta el monolito de la Luna, una secuencia sin demasiado dramatismo. Asimismo, consigue salir airoso de

La representación que hace Kirby del Monolito de la Luna, comparte el mismo expresionismo salvaje que el presentado al comienzo. En la película, es una forma rectangular totalmente negra, como el propio vacío espacial: fría, desapasionada, sin formas en su interior y, por todo ello, muy amenazadora. Posiblemente, el efecto que se conseguía en la pantalla con ayuda de la música, no habría podido trasladarse con el mismo impacto al lenguaje del comic. Pero aunque así hubiera sido, seguro que Kirby lo habría dibujado tal y como al final lo hizo: una especie de artefacto tecnológico alienígena que emite chisporroteante energía; no muy distinto de la tecnología futurista que había dibujado durante tantos años para los comics de superhéroes. Esa versión pulp –o Pop-Art- del Monolito es, desde

En la tercera parte, el viaje a Júpiter, Kirby vuelve a jugar con el tamaño y disposición de las viñetas para remedar el efecto que Kubrick lograba en la pantalla. Así, evoca el movimiento de la nave Discovery a través del espacio mediante cuatro viñetas del mismo tamaño que ocupan el ancho de la página y en las que el vehículo va desvelándose lentamente. O recurriendo a viñetas verticales para representar la escena en la que Frank Pool hace ejercicio alrededor del eje central de la nave. El formato tabloide del comic ayudó a potenciar todavía más el efecto.
Desgraciadamente, Kirby insiste en incluir innecesarios cuadros de texto que ni aportan nada a la trama ni complementan poéticamente la imagen. Una vez más, su expresionista representación del espacio –se diría más bien que la nave está en otra dimensión, como La Zona Negativa de los Cuatro Fantásticos- choca frontalmente con la sensación de tedio, aislamiento y silencio que la película transmitía. Sin duda, las escenas que transcurren en el interior de la nave funcionan mejor –como adaptación de la película al menos- que aquellas en las que se ve el espacio.

Hay otros momentos en este capítulo en el que Kirby no se inclina por los atajos, como cuando

Bowman abandona la Discovery en una cápsula –otra página con collage- y sale al encuentro del Monolito próximo a Júpiter en otra página-viñeta con su particular revisión de esa estructura alienígena. Kirby alcanza aquí el culmen de su

De aquí se pasa al cuarto y último capítulo, titulado “El Viaje Dimensional”. En la película, este fragmento es famoso por su larga secuencia simbólica que intenta representar una ambigua transcendencia. La adaptación de Kirby es mucho más breve, pero no menos abstracta. Tratando de capturar lo extraordinario de la experiencia, Kirby incorpora dos dobles página-viñeta, una decisión acertada aun cuando el dibujo no consiga transmitir la misma sensación que la película. Curiosamente, y a pesar de no estar limitado por consideraciones presupuestarias, el arte de Kirby no es tan imaginativo como los efectos cinematográficos.
La secuencia posterior, en la que Bowman se encuentra “transportado” a unas extrañas estancias de estilo Luis XV, difieren también del espíritu de la película. En ésta, había una deliberada ambigüedad respecto a si se trataba de un lugar real o bien una ilusión, una especie de calma racional en el centro del caos sensorial y

Si el estilo de Kirby no parecía el más adecuado para representar la estética minimalista de la película de Kubrick, en esta secuencia es donde esa disonancia alcanza su mayor grado. Es difícil imaginar algo más diferente de su forma de entender el dibujo que una larga y silenciosa secuencia que se desarrolla en habitaciones de corte clásico y sin apenas toques de color. Aún así, y habida cuenta que ante todo era un gran profesional, Kirby siguió adelante y trató de respetar, en la medida de lo posible, el material original.
Por desgracia, la tendencia de Kirby a la literalización anula el espíritu simbólico del capítulo. Bowman envejece hasta morir. En la película, esa progresión tiene lugar en etapas y las transiciones de una edad a otra suceden cuando Bowman vislumbra a su yo más viejo, que a partir de ese momento pasa a convertirse en el centro de la escena. Es una secuencia cinematográficamente muy interesante, pero que también suscita enigmas acerca de la identidad:

Kirby, por su parte, prefiere una aproximación literal y, por tanto, más sencilla. El espacio físico es real, no mental (localizado quizá en el interior del Monolito, o en el planeta de los alienígenas); y, por tanto, tampoco debe sorprendernos que opte por eliminar esas complejas transiciones ideadas por Kubrick para señalar la evolución de Bowman. La interpretación que encontramos en el comic es que, en lugar de ser una visión, un espejismo generado por la mente de Bowman, se encuentra en una especie de zoo alien en el que todas sus necesidades son atendidas. Los cuadros de texto mencionan lo borrosas que son la percepción y memoria de Bowman, pero el lugar en el que se encuentra sigue siendo un espacio en el que se aplican las leyes físicas. Por ejemplo, en el comic Bowman parece necesitar alimentarse, mientras que en el film da la impresión de que lo hace simplemente porque cree que debe hacerlo o porque está acostumbrado a ello. No es que exista un abismo conceptual entre ambas versiones, pero mientras que la película es más mental y subjetiva, el comic es –debido al carácter del propio Kirby- mucho más físico.
Bowman muere y se transforma en un nuevo ser, más avanzado, con conciencia cósmica del


Cualquier adaptación debe, como su propio nombre indica, adaptar –y, por lo tanto, cambiar- el material original. En el mejor y más ideal de los casos, los cambios efectuados mejorarán la historia en términos de narrativa. A menudo, las adaptaciones solucionan ambigüedades no pretendidas del material original. La adaptación de Kirby es incorrecta en varios aspectos, especialmente en la anulación de parte del mensaje de la película mediante el cambio en la estética, o en la interpretación literal de

En resumen, el trabajo de Kirby en esta adaptación de “2001” es recomendable no tanto por su fidelidad al espíritu de la película (que sí a la trama) como por su hipnótica belleza gráfica. El Kirby de esta época ya no era el de diez años atrás y sus comics solían verse lastrados por soluciones tópicas y cierta dejadez. Pero está claro que la historia de Clarke y Kubrick supo despertar su inspiración y recuperar lo mejor de sí mismo. Todo lo que es Kirby, lo bueno y lo malo, puede encontrarse en este comic. La formula “genio+genio” no siempre equivale a “genialidad”, pero muy a menudo sí a “fascinante”.

(Finaliza en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario